Por Miguel Díaz Canel
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Discurso pronunciado por el compañero Miguel Díaz-Canel Bermúdez, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de la República de Cuba, en la Sesión Constitutiva de la IX Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, en el Palacio de Convenciones, el 19 de abril del 2018, «Año 60 de la Revolución» (Versiones Taquigráficas-Consejo de Estado)
Compañeros diputados, General de Ejército Raúl Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del Partido
Comunista de Cuba,
Compatriotas:
Vengo a hablar en nombre de todos los cubanos y las cubanas que hoy iniciamos un nuevo mandato al servicio de una nación cuya historia enorgullece, no solo a los nacidos en esta tierra, sino a millones de hijos de América y del mundo que la aman y respetan como propia.
Lo hago con toda la responsabilidad que un acto de esta naturaleza entraña y con la conciencia de que no estamos inaugurando una legislatura más.
Decía Martí que:«las palabras pomposas son innecesarias para hablar de los hombres sublimes». Y de eso se trata ahora, cuando cumplo, con honor y emoción, el mandato de nuestro pueblo de dedicar el primer pensamiento a la generación histórica que, con ejemplar consagración y humildad nos acompaña en esta hora de apremiante desafío en que Cuba espera de nosotros que seamos como ellos, capaces de librar victoriosamente todos los combates que nos esperan.
La presencia de Raúl, Machado, Ramiro, Guillermo y otros Héroes de la República, como diputados de la Legislatura que hoy toma posesión, no se debe al homenaje, más que merecido, por la obra hecha. El General de Ejército y Primer Secretario del Partido fue el candidato con más votos en las elecciones generales, como también están entre los más y mejor votados el Segundo Secretario y los Comandantes de la Revolución, también ellos Héroes del Trabajo de la República de Cuba.
Ellos ennoblecen esta sala y nos dan la oportunidad, al abrazarlos, de abrazar la historia viva.
Más de medio siglo de calumnias y de convites oscuros a la ruptura generacional y al desaliento frente a las dificultades, no han podido derribar las columnas del templo de nuestra fe: la Revolución de Fidel y de la Generación del Centenario de Martí, transita por su año 60 con la dignidad de sus fundadores, intacta y engrandecida por haber sabido hacer en cada momento lo que cada momento demandaba.
Con la constitución de la IX Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular culmina el proceso electoral revolucionario que en los últimos meses ha protagonizado el pueblo cubano, reafirmando su carácter eminentemente democrático y, al mismo tiempo, consciente de su elevada significación histórica.
El pueblo, ejerciendo su derecho ciudadano, ha propuesto, nominado y elegido a sus representantes en las diferentes instancias de gobierno atendiendo a su identificación con ellos, al mérito y a la capacidad de representar comunidades, sectores sociales, intereses colectivos, sin que mediaran campañas publicitarias sometidas al poder del dinero, sin politiquería ni fraude, corrupción o demagogia.
La elección ha sido fruto de los anhelos colectivos sin que ninguno de los elegidos haya aspirado en lo personal a ello. Los ciudadanos han distinguido a personas humildes, trabajadoras y modestas como sus genuinos representantes.
Se trata de una elección que emerge desde el pueblo, el que a la vez controlará su gestión, participando así en la toma de decisiones y en la implementación de las políticas aprobadas. Y aunque lo hemos hecho muchas veces en los últimos 40 años, podemos afirmar que este proceso de elecciones que concluye hoy ha devenido contundente victoria de la unidad del pueblo cubano y expresión de compromiso en la defensa de la obra revolucionaria en momentos de incertidumbre para la mayoría de los habitantes del planeta, cuyas voluntades no cuentan a la hora de aplicar políticas que reducen sus derechos y cercenan sus conquistas.
A esa confianza que el pueblo nos entrega con su voto, hay un solo modo de corresponder: actuando, creando y trabajando sin descanso, por responder a sus demandas y necesidades, en vínculo permanente y estrecho con nuestra gente humilde, generosa y noble.
Si alguien quisiera ver a Cuba en un conjunto de ciudadanos, por su composición etaria, racial, de género y ocupación, bastaría con que mire y estudie la integración de nuestra Asamblea y la representación de mujeres, negros y mestizos, jóvenes y personas de la tercera edad que ocupan cargos decisorios en las instancias superiores del gobierno, casi en la misma proporción en que las estadísticas definen a la nación.
Lo más importante no es, sin embargo, cuánto nos parecemos al país que somos. Lo que no podemos olvidar ni un segundo, a partir de este instante, es el compromiso que adquirimos con el pueblo y con el futuro. Todos los diputados, la dirección de la Asamblea, los miembros de los Consejos de Estado y de Ministros, tenemos nuestra primera razón de ser en la vinculación sistemática con la población, lo que nos obliga a profundizar en el análisis de los problemas que atañen a la sociedad en su conjunto y a la vida cotidiana de cubanas y cubanos, propiciando el debate amplio y sincero sobre ellos y alentando todas las maneras posibles de solucionar o atenuar su impacto con la participación de los involucrados, sea porque los aquejan o porque tienen la posibilidad de resolverlos.
Compatriotas:
Hace hoy dos años, en la clausura del 7mo. Congreso del Partido, el General de Ejército nos dijo que su generación entregaría y cito: «…a los pinos nuevos, las banderas de la Revolución y el Socialismo, sin el menor atisbo de tristeza o pesimismo, con el orgullo del deber cumplido, convencida de que sabrán continuar y engrandecer la obra revolucionaria por la cual entregaron las mejores energías y la vida misma varias hornadas de compatriotas».
Esto significa, entre muchas razones, que el mandato dado por el pueblo a esta Legislatura es el de dar continuidad a la Revolución Cubana en un momento histórico crucial, que estará marcado por todo lo que logremos avanzar en la actualización del modelo económico y social, perfeccionando y fortaleciendo nuestra labor en todos los ámbitos de la vida de la nación.
Asumo la responsabilidad para la que se me ha elegido con la convicción de que todos los revolucionarios cubanos, desde la posición que ocupemos, desde la labor que realicemos, desde cualquier puesto de trabajo o trinchera de la patria socialista, seremos fieles al ejemplar legado del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, líder histórico de nuestra Revolución y también al ejemplo, el valor y las enseñanzas del General de Ejército Raúl Castro Ruz, líder actual del proceso revolucionario (Aplausos).
Los nombro a ellos y evoco a Martí en su semblanza de Céspedes y Agramonte: «El extraño puede escribir estos nombres sin temblar, o el pedante, o el ambicioso: el buen cubano, no». Fidel y Raúl, unidos por la sangre, los ideales y la lucha, nos muestran en su más alto grado el significado de la palabra hermano, tan valorada en las relaciones afectivas del ser nacional.
Más aún. Ellos, junto a los hombres y mujeres que trajeron la Revolución hasta aquí, nos dan la clave de una hermandad nueva, forjada en la resistencia y los combates compartidos que nos transformaron en compañeras y compañeros. La unidad, tan necesaria mientras se forjaba la nación, es desde 1959 su más valiosa y sagrada fuerza; que se ha hecho extraordinaria e invulnerable en el seno de nuestro único Partido, que no nació de la fractura o atomización de otros, sino de la integración de todos los que se proponían hacer un mejor país.
Para nosotros está totalmente claro que solo el Partido Comunista de Cuba, fuerza dirigente superior de la sociedad y el Estado, garantiza la unidad de la nación cubana y es el digno heredero de la confianza depositada por el pueblo en sus líderes, como sentenció el compañero Raúl Castro Ruz en su discurso por el aniversario 45 del Ejército Occidental, el 14 de junio del 2006.
Por eso Raúl, quien ha preparado, conducido y liderado este proceso de continuidad generacional con firmeza, sin apego a cargos y responsabilidades, con elevado sentido del deber y del momento histórico, con serenidad, madurez, confianza, firmeza revolucionaria, con altruismo y modestia, se mantiene por legitimidad y mérito propio al frente de la vanguardia política (Aplausos).
Él sigue siendo nuestro Primer Secretario, como el referente que es para cualquier comunista y revolucionario cubano. Y porque Cuba lo necesita, aportando ideas y propósitos a la causa revolucionaria, orientando y alertando sobre cualquier error o deficiencia, enseñando y siempre presto a enfrentar al imperialismo ante cualquier intento de agresión al país, como el primero, con su fusil en la hora del combate.
Raúl, como cariñosamente le llama nuestro pueblo, es el mejor discípulo de Fidel, pero también ha aportado innumerables valores a la ética revolucionaria, a la labor partidista y al perfeccionamiento del gobierno.
La obra emprendida bajo su liderazgo en la última década es colosal. Su legado de resistencia ante las amenazas y agresiones y en la búsqueda del perfeccionamiento de nuestra sociedad es fundamental. Asumió la dirección de la nación en una difícil coyuntura económica y social. Al dolor humano antepuso el valor revolucionario y el sentido del deber y dirigió el país sin descanso, consagrado, con certeza, con ímpetu, con entrega y devoción. En su dimensión de estadista, forjando consenso popular, ha encabezado, impulsado y estimulado profundos e imprescindibles cambios estructurales y conceptuales como parte del proceso de perfeccionamiento y actualización del Modelo Económico y Social cubano.
Con paciencia, inteligencia y decisiones firmes que al mismo tiempo debían darse calladamente, logró la liberación de nuestros Cinco Héroes, dando cumplimiento así a la promesa de Fidel de que ellos volverían (Aplausos). Ha signado con su estilo afable y propio una amplia y dinámica actividad en las relaciones internacionales. Con firmeza, dignidad y temple dirigió las conversaciones y negociaciones que tuvieron como fin el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Encabezó la presidencia Pro tempore de la Celac, defendiendo la unidad dentro de la diversidad y logrando que la comunidad latinoamericana y caribeña declarara la región como zona de paz.
Contribuyó de manera decisiva al éxito de las conversaciones para la paz en Colombia y ha defendido a los países caribeños y en particular a los siempre olvidados, Haití y Puerto Rico, en todos los escenarios de diálogo regional y hemisférico.
Todavía nos estremecen su voz emocionada y el contundente discurso en la Cumbre de Las Américas en Panamá, exaltando la verdadera historia de nuestra América y las razones de la espartana resistencia y la invariable solidaridad del pueblo cubano con las causas justas en la región y el mundo, contra viento y marea, amenazas y agresiones.
Ese es el Raúl que conocemos, admiramos, respetamos y queremos.
El Raúl estudiante y rebelde que en enero de 1953 participó en la primera Marcha de las Antorchas y que en marzo del mismo año acudió a la Conferencia Internacional sobre los Derechos de la Juventud y a la preparación del Cuarto Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes; el Raúl combatiente que, en medio del combate, asumió el mando en el Palacio de Justicia de Santiago de Cuba, como parte de las acciones del asalto al Cuartel Moncada, cumplió prisión en Isla de Pinos, se preparó para la lucha contra Batista durante el exilio en México, desembarcó en el Granma, se reencontró con Fidel en Cinco Palmas, emprendió la lucha en la Sierra Maestra y por méritos y valor fue ascendido a Comandante.
El Raúl jefe militar que en el II Frente Oriental Frank País, en plena guerra de liberación, desarrolló experiencias organizativas y de gobierno en bien de la población, que serían después multiplicadas en todo el país al triunfo revolucionario.
El Raúl que al frente del Ministerio de las Fuerzas Armadas durante 48 años propició que se alcanzaran resultados en la preparación del país para la defensa y en el desarrollo de la doctrina de la Guerra de Todo el Pueblo, convirtiéndolo en el más disciplinado y eficiente órgano de la administración del Estado, en cuyo seno se desarrollaron experiencias que posteriormente sirvieron al país.
El Raúl que al frente del Ministerio de las Fuerzas Armadas durante 48 años propició que se alcanzaran resultados en la preparación del país para la defensa y en el desarrollo de la doctrina de la Guerra de Todo el Pueblo, convirtiéndolo en el más disciplinado y eficiente órgano de la administración del Estado, en cuyo seno se desarrollaron experiencias que posteriormente sirvieron al país.
El Raúl dirigente político que constantemente ha promovido el debate para el perfeccionamiento de la labor partidista, vinculado al pueblo, con los oídos bien pegados a la tierra, y el que en momentos muy difíciles, nos convocó con entereza a probar que «Sí se puede» y, entonces, se pudo salvar la patria y la Revolución.
Conozco de las preocupaciones y las expectativas que un momento como este lógicamente provoca en los compatriotas, pero contamos con la fuerza, inteligencia y sabiduría del pueblo, con la experiencia y liderazgo del Partido, con las ideas de Fidel, con la presencia de Raúl, acompañado también por el valioso dirigente y ser humano, consagrado trabajador, compañero José Ramón Machado Ventura (Aplausos) como Segundo Secretario de la organización política de los comunistas cubanos y con la fuerza, el prestigio, la lealtad y la ejemplaridad de un ejército fundado por ellos que jamás dejará de ser el pueblo uniformado.
Conociendo el sentir popular, le afirmo a esta Asamblea, órgano supremo del poder del Estado, que el compañero General de Ejército Raúl Castro Ruz como Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba, encabezará las decisiones de mayor trascendencia para el presente y el futuro de la nación (Aplausos prolongados).
Vivimos en una coyuntura mundial caracterizada por crecientes amenazas a la paz y la seguridad, guerras de intervención, peligros para la sobrevivencia de la especie humana y un orden económico internacional injusto y excluyente.
En tal contexto, ratifico que la política exterior cubana se mantendrá inalterable y reiteramos que nadie logrará el propósito de debilitar a la Revolución ni doblegar al pueblo cubano, porque Cuba no hace concesiones contra su soberanía e independencia, no negociará principios ni aceptará condicionamientos. Jamás cederemos ante presión o amenaza; los cambios que sean necesarios, los seguirá decidiendo soberanamente el pueblo cubano.
Consciente estoy de que la tarea que se nos encarga entraña una enorme responsabilidad ante el pueblo, por eso reclamo el apoyo de todos los que ocupan responsabilidades de dirección a los diferentes niveles y en las diversas instituciones de la Revolución, pero más que todo, confío en el apoyo decisivo del pueblo cubano, sin el cual es imposible avanzar con éxito en nuestra sociedad y en medio de amenazas y desafíos, que nunca serán pocos para un país empeñado en hacer Revolución.
Tendremos que ejercer una dirección y conducción cada vez más colectiva, como siempre en permanente vínculo con la población y facilitando la participación del pueblo en las tareas revolucionarias y en la toma de decisiones a través de procesos ampliamente democráticos que ya son parte inseparable de la política nacional.
No vengo a prometer nada, como jamás lo hizo la Revolución en todos estos años. Vengo a entregar el compromiso de trabajar y exigir por el cumplimiento del programa que nos hemos dado como gobierno y como pueblo en los Lineamientos de la política del Partido y la Revolución, a corto, mediano y largo plazos. Solo el trabajo intenso, abnegado y eficiente de cada día dará paso a resultados y realizaciones concretas que constituirán nuevas victorias de la patria y el socialismo, sin abandonar jamás la disposición combativa de nuestras invictas Fuerzas Armadas Revolucionarias.
Así será como enfrentaremos las amenazas del poderoso vecino imperialista. Aquí no hay espacio para una transición que desconozca o destruya el legado de tantos años de lucha. En Cuba, por decisión del pueblo, solo cabe darle continuidad a la obra, unidas las generaciones nacidas y educadas en la Revolución y la generación fundadora, sin ceder ante las presiones, sin miedo y sin retrocesos, defendiendo nuestras verdades y razones, sin renunciar a la soberanía e independencia, a los programas de desarrollo y a nuestros sueños.
Siempre estaremos dispuestos a dialogar y a cooperar con quienes a su vez lo estén desde el respeto y el trato entre iguales.
En esta Legislatura no habrá espacio para los que aspiran a una restauración capitalista; esta Legislatura defenderá a la Revolución y continuará el perfeccionamiento del socialismo.
Para enfrentar las dificultades que vivimos en el plano interno es oportuno enfatizar que las prioridades están definidas en los documentos aprobados en el 7mo. Congreso del Partido, respaldados por el Parlamento, después de ser sometidos a un amplio proceso de consulta popular. En ellos se reconoce que la labor político ideológica, la lucha por la paz, la unidad y la firmeza ideológica, vinculada íntimamente con el desarrollo de la economía nacional, asegurando la participación consciente, activa y comprometida de la mayoría de la población en el proceso de actualización del modelo económico y social, es la misión fundamental. Nos corresponde sencillamente hacerla cumplir y llevarla adelante.
Atentos a esas prioridades, nos toca perfeccionar su implementación, corregir errores, sacar experiencias, evitar improvisaciones, superficialidades y demoras e incumplimientos que irritan a la población y siembran pesimismo y desaliento, alejándonos de nuestras metas en el tiempo.
En todos los organismos, organizaciones e instituciones debemos actuar en defensa permanente de la unidad, la disciplina, el análisis integral y la exigencia para lograr que las enormes potencialidades y posibilidades presentes en nuestra sociedad sustenten y se expresen en resultados concretos de crecimiento, desarrollo y prosperidad.
A nombre de las compañeras y compañeros elegidos en la dirección de la Asamblea Nacional del Poder Popular y del Consejo de Estado, les expresamos con sentida responsabilidad que no fallaremos jamás a la confianza depositada en nosotros.
Y a los que por ignorancia o mala fe dudan del compromiso de las generaciones que hoy asumimos nuevas responsabilidades en el Estado cubano, tenemos el deber de decirles con claridad que la Revolución sigue y seguirá viva, con sentido del momento histórico, cambiando todo lo que deba ser cambiado; emancipándonos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; desafiando poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; defendiendo los valores en los que creemos al precio de cualquier sacrificio; con modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo, luchando con audacia, inteligencia y realismo. Comprometidos con no mentir jamás ni violar principios éticos y con la profunda convicción, que nos transmitió Fidel con su concepto de Revolución, de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y de las ideas. Ni por un segundo olvidamos que la Revolución es unidad, independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo.
Continúa la Revolución su curso sin una sola ausencia, porque hasta nuestros muertos nos acompañarán en las horas cruciales, como jamás dejaron de estar Céspedes, Agramonte, Maceo, Gómez, Martí, entre otros tantos, en las más duras batallas.
Acomodarnos en la gloria que nos precede para vivir a su sombra, sería traicionarla. Los miembros de este Parlamento hemos nacido, crecido y aprendido con los fundadores de la Revolución que todo lo que el ser humano sueña es posible lograrlo, incluso donde la razón parece adversa. «No hacen falta alas para hacer un sueño. Basta con las manos, basta con el pecho, basta con las piernas y con el empeño», diría el poeta.
Valga la cita para recordar que el esfuerzo y el sacrificio de los revolucionarios cubanos siempre han estado abrazados por la poesía y el canto, el arte y la crítica. Somos una Revolución que puede presumir de haber sido contada y cantada, desde sus orígenes, con el talento y la originalidad de sus artistas y creadores, intérpretes genuinos de la sabia popular y también de las insatisfacciones y esperanzas del alma cubana.
Y así seguirá siendo. Intelectuales, artistas, periodistas, creadores, nos acompañarán siempre en el empeño de que este archipiélago que la Revolución puso en el mapa político del mundo siga siendo reconocido también por su singular modo de pelear cantando, bailando, riendo y venciendo. Somos Cuba, que es decir resistencia, alegría, creatividad, solidaridad y vida.
Ningún país ha resistido por tantos años sin rendirse el asedio económico, comercial, militar, político y mediático que ha enfrentado Cuba. Pero no hay milagro en la proeza. Hay, en primer lugar una Revolución auténtica, que emergió de las entrañas del pueblo, un liderazgo consecuente que jamás se puso por encima de ese pueblo, sino al frente en las horas de mayor peligro y riesgo y un ejército nacido en medio del monte con y para los pobres de la tierra, cuyo valor y pericia trascienden nuestras fronteras y ha lucido tan
bravo en la guerra como creativo en la paz. Es decir, necesidad, originalidad, imaginación, coraje, o creación heroica, según Mariátegui.
bravo en la guerra como creativo en la paz. Es decir, necesidad, originalidad, imaginación, coraje, o creación heroica, según Mariátegui.
«Crear es la palabra de pase de esta generación», escribió Martí y la generación de Fidel la hizo suya, como nos corresponde hacerla nuestra a quienes tenemos la responsabilidad de enaltecer su legado.
Afuera hay un mundo que nos mira con más interrogantes que certezas. Por demasiado tiempo y de las peores maneras ha recibido el mensaje equivocado de que la Revolución termina con sus guerrilleros.
Afuera hay un mundo que nos mira con más interrogantes que certezas. Por demasiado tiempo y de las peores maneras ha recibido el mensaje equivocado de que la Revolución termina con sus guerrilleros.
En la era de las comunicaciones nuestros adversarios han sido hábiles para mentir, tergiversar y silenciar la obra revolucionaria. Y ni aun así han podido destruirla. Nos corresponde ser más creativos en la difusión de nuestras verdades. En tiempos en que las tribunas no son solo las abiertas y multitudinarias que en otra época fueron el altavoz de la Revolución, debemos aprender a emplear más y mejor las posibilidades de la tecnología para inundar de verdades los infinitos espacios del planeta internet donde hoy reina la mentira.
Digámoslo con todas sus letras: la Revolución Cubana sigue de verde olivo, dispuesta a todos los combates.
El primero, para vencer nuestras propias indisciplinas, errores e imperfecciones. Y al mismo tiempo para avanzar, «sin prisa, pero sin pausa», sabia advertencia del compañero Raúl, hacia el horizonte, hacia la prosperidad que nos debemos y que tendremos que conquistar más temprano que tarde, en medio de las turbulencias de un mundo minado por la incertidumbre, la injusticia, la violencia de los poderosos y el desprecio a las naciones pequeñas y a las empobrecidas mayorías.
Compañeras y compañeros:
Un día como hoy, simbólico, pleno de emociones y significados, en el que hemos compartido compromisos y convicciones, pensemos en Fidel, en sus ideas, en su imponente, fecundo e imprescindible legado, como una manera de alimentar ese genuino sentimiento de perpetuar por siempre su presencia entre nosotros.
Que cada fibra de nuestra estirpe revolucionaria vibre cuando proclamamos: ¡Yo soy Fidel!
Y juremos defender hasta el último aliento: «esta Revolución socialista y democrática de los humildes, por los humildes y para los humildes», que la generación histórica nos ganó de pie en las arenas de Playa Girón hace 57 años y nos entrega invicta ahora, confiados en que sabremos honrarla llevándola tan lejos y colocándola tan alto como ellos lo hicieron, lo hacen y lo harán todavía (Aplausos).
Imprescindible es exclamar hoy:
¡Patria o muerte!
¡Socialismo o muerte!
¡Venceremos! (Aplausos).
(Granma)