
Resumen Latinoamericano / 3 de julio de 2018
Todo es transparente cuando las élites saben que no tienen una especial necesidad de fingir. El giro planetario hacia la derecha populista, hace que quienes pertenecen a ese selecto y peligroso grupo sean directos en sus agendas.
El 17 de junio Iván Duque, el candidato interpuesto de Uribe, ganó las elecciones presidenciales de Colombia y en cuanto se recuperó del cansancio, el jueves 21 de junio, ya compareció ante el vicepresidente del Imperio del Norte, Mike Pence.
Pence informó en la nueva tribuna aséptica, Twitter, del contenido de las tareas encomendadas:
“Hemos hablado de la necesidad de moverse de forma decisiva para cortar el cultivo y tráfico de drogas. Discutimos sobre la crisis humanitaria y las condiciones autoritarias en Venezuela y nos comprometimos a continuar presionando para la restitución de la democracia”.
¿Guerra?, ¿proceso de paz?, ¿víctimas?, ¿soberanía?, ¿comercio? ¿Violaciones de derechos humanos por multinacionales estadounidenses? Nada de eso importaba. El presidente electo de la neocolonia recibía instrucciones sobre cuál debe ser su agenda en los próximos años: cultivos para uso ilícito (o, mejor dicho, el regreso a la estéril represión de los campesinos cultivadores) y Venezuela (donde habita el demonio y siguiente escenario de la necropolítica impulsada desde la maquinaria violenta que gobierna Estados Unidos).
Por si la urgente reunión con Pence no fue suficiente, el presidente electo interpuesto por el ex presidente Uribe, esperó 10 días para ir a las oficinas centrales del Imperio del Norte, alla en Washington, para que la agenda indicada por Pence se fuera llenando de contenido.
El secretario de Estado de EEUU, Mike Pompeo, y la directora de la CIA, Gina Haspel, fueron sus anfitriones iniciales y, después Duque fue pasando por el Senado y la secretaría de Defensa para continuar por la OEA, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo.
Los presidentes de los territorios coloniales siguen rindiendo pleitesía a la Metrópoli incluso antes de comenzar su mandato y todos los “altos cargos” que se reunieron con Duque repitieron la misma cantaleta: drogas y Venezuela.
Ya tenemos pues una pista clara de cómo va a ser la agenda del presidente electo. Su famosa y prometida renovación política será una reedición de lo ya conocido pero intensamente reforzado. Y esa agenda es muy peligrosa para Colombia (aunque es evidente que eso no importa en el Imperio del Norte).
Fabricar al enemigo para mantener la máquina de guerra
El planteamiento de lucha contra las drogas del Imperio es guerrerista e hipócrita. Nunca se habla de consumo ni de mercado, sino de cultivo y de tráfico. Pervive la fracasada “Guerra contra las drogas” y con ella regresaron las fumigaciones y la represión, mientras Duque insiste en un concepto de “desarrollo alternativo” para los campesinos que “se porten bien”, que no es más que el viejo sueño de su jefe Álvaro Uribe Vélez, de convertir a Colombia en una inmensa plantación colonial de palma aceitera. El país seguirá exportando bienes naturales y el aceite de palma sin procesar llegará a Europa para que, una vez transformado y multiplicado su valor, mueva sus carros y sus industrias.
De incalculables consecuencias es, al tiempo, lo que se intuye de su política de confrontación con Venezuela. Estados Unidos tiene un fiel aliado (como siempre lo ha tenido en las élites colombianas) que hará el trabajo sucio en la frontera con Venezuela y que, incluso, puede estar dispuesto a pasar de las palabras a las acciones. La llamada “crisis humanitaria” utilizada como tapadera para agredir a un vecino; igual que el cultivo para uso ilícito, se utilizará como excusa para una recolonización y control de los territorios fronterizos.
Tiempos de Recolonización
Colombia es una pieza clave de una estrategia de guerra que el Imperio del Norte está reactivando en América Latina y El Caribe, en un momento en el que el ciclo bolivariano de izquierda ha entrado en declive. De ello habla la visita de Pence a Ecuador y a Brasil (recuperados para la causa imperial), de ello es prueba el control férreo sobre la Organización de Estados Americanos (OEA), de ello es sangrante constatación el derrumbe del armazón institucional alterno del que se estaba dotando la región con Unasur, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) o el Banco del Sur. Mientras Washington adelanta una vía diplomática y militar con China y Rusia, siembra guerra otra vez en Latinoamérica y El Caribe, para retomar el control histórico que ha sostenido sobre nuestras élites.
Duque es parte de esa tradición de los gobiernos colombianos, siempre salidos de las oligarquías, de gobernar para Washington más que para Colombia. Quizá porque Duque conoce mejor a los EEUU que a Colombia, pero quizá -y es lo más probable- porque el presidente electo es sólo una pieza más de la estrategia de guerra gringa y más que un presidente electo, tras su visita a Washington, se ha convertido en el procónsul del imperio, un gerente de intereses ajenos. Debe ser triste no ser nadie, excepto el costoso asistente de Uribe y de Trump.