Resumen Latinoamericano / 21 de septiembre de 2018 / Fernando Dorado, Alai
Los primeros 45 días del gobierno de Iván Duque
“Lo negativo funciona mejor que lo positivo, y así es como el mundo se convierte en una mierda”.
Jaron Lanier
Cinismo e impotencia son las características
principales del gobierno de Duque en sus primeros 45 días. Cínico para
posar como una nueva derecha “anti-corrupta” mientras nombra en altos
cargos a personajes de dudosa conducta (Carrasquilla, ministro de
Hacienda y Ordóñez, embajador en la OEA); e impotente, porque lo único
que puede hacer es tratar de ganar tiempo ante los problemas que abruman
al país y a su mismo gobierno.
La forma como se hizo elegir explica esa situación.
Se apropió demagógicamente de algunas propuestas de las fuerzas
democráticas (ej., “lucha contra la corrupción”) mientras se rodeaba de
las fuerzas retrógradas y politiqueras que siempre han gobernado a
Colombia, estimulando y manipulando el miedo a la amenaza
“castro-chavista” que supuestamente representa Petro.
Además, no solo heredó los problemas acumulados por
el gobierno de Santos –incluyendo su cuestionado “proceso de paz”–, sino
también sus formas de engañar con falsas posturas. Así, intenta ocultar
sus esencias corruptas con poses demagógicas aprovechando el espíritu
“formal” de la reciente Consulta Anticorrupción y cierta ingenuidad de
sus promotoras que no van más allá de impulsar limitadas leyes que le
sirven a Duque para ganar tiempo.
No obstante, hay que reconocer que su elección fue
respaldada por más de diez millones de electores clientelizados,
manipulados y asustados. Además, es lo que aceptan tácitamente amplios
sectores de abstencionistas que son mayorías ausentes e invisibles
compuestas por personas escépticas, desconfiadas y refractarias a
cualquier propuesta política porque para ellas es “más de lo mismo”. Hay
que preguntarse si esa actitud es atraso e indiferencia como muchos la
identifican o hay que intentar nuevas formas de acción política que
rompan con nuestra “zona de confort”.
Duque fracasará porque no tiene cómo enfrentar (ni
quiere, ni puede) las imposiciones del gran capital financiero; tampoco
tiene la fuerza política ni la capacidad para reaccionar ante las
“jugadas” (guerra comercial y monetaria) que realizan algunos sectores
“nacionalistas” de las grandes potencias encabezadas por Trump, Putin y
Xi en los EE.UU., Rusia y China, a las cuales pronto se sumarán nuevas
fuerzas en Europa, Japón, y Asia. Serán las economías débiles de la
periferia capitalista (como la de Colombia) las que paguen los platos
rotos de ese conflicto económico global como ya se observa en Turquía y
Argentina.
Duque solo podrá seguir haciendo gestos y amagues
frente al narcotráfico y a la violencia sistémica que se alimenta de esa
economía criminal; hará toda clase de simulaciones (reforma tributaria y
otras) para manejar el déficit fiscal y el déficit de la balanza de
pagos (exportaciones/importaciones y flujo de capitales); tendrá que
lidiar con la inestabilidad de los precios de las materias primas
(petróleo, café, oro, etc.); y deberá reprimir –como todos los
gobiernos– la protesta social. De eso no hay ninguna duda. Y no es un
problema de personas o de ministros sino un fenómeno de carácter
estructural y crónico.
En la inercia de la “banda caminadora”
Un observador ajeno a la vida política nacional
podría decir que después de elecciones los candidatos se mantienen por
inercia sobre una especie de “banda caminadora”, cada uno creyéndose sus
mentiras y/ o promesas, que tienen en común no decirle la verdad a la
gente. Esa verdad consiste en que ni la corrupción, ni el cambio de la
matriz productiva y energética, ni la paz, ni la justicia social, podrán
ser logradas por la sola acción del gobierno y el Estado,
independientemente de quién ocupe los principales cargos
gubernamentales.
Mientras la población no se organice para cambiar las
condiciones que reproducen un modo de producción y de consumo
depredador y destructor de la vida, y no sea consciente que el actual
régimen político (y su Estado) está al servicio de la acumulación de
capital, no va a desencadenarse ninguna transformación efectiva. Eso ya
lo han demostrado los ejercicios burocráticos (“desde arriba”) de los
gobiernos progresistas y de izquierdas de América Latina, ratificando lo
esencial de lo ocurrido en Rusia, Europa Oriental, China y otros
países.
Otra situación sería si nuestros políticos plantearan
con toda claridad a qué llegan a los gobiernos, sin generar
expectativas falsas que son imposibles de cumplir desde un aparato de
Estado que está absolutamente integrado y subordinado al capitalismo
sistémico. Con solo que propusieran metas sencillas y viables, mostrando
en la práctica cómo esas metas se hacen realidad con base en una
verdadera participación ciudadana y popular, podríamos avanzar con pasos
pequeños y certeros, y luego, acelerar el paso con base en una fuerza
real y organizada.
Y en ese proceso lo principal es transformar nuestra
mentalidad mendicante y asistencialista que es una herencia de las
políticas “focalizadas” del neoliberalismo para poblaciones
“vulnerables”, que fueron adoptadas por los gobiernos progresistas y de
izquierda para sobrevivir a las dinámicas electorales populistas,
construyendo –tal vez sin querer– “nuevos clientelismos” y debilitando
de paso los procesos de organización popular y de base.
En Colombia pareciera que no vemos lo que ocurre en
países vecinos. Nos negamos a evaluar las experiencias ajenas
(Venezuela, Brasil, Ecuador, etc.) porque tenemos el complejo de ser
parte de un país derechizado por 60 años de violencia que ha devenido en
una especie de “Caín de América”, sin reconocer que ese destino es
también obra de nosotros mismos.
Es urgente una revisión profunda de nuestros
fundamentos ideológicos y políticos. Reproducimos al interior de
nuestros proyectos políticos lo que decimos combatir: la
anti-democracia, el caudillismo, el clientelismo y los arribismos de
nuevo tipo, el afán de poder y el individualismo que es una
manifestación de grandes vacíos en nuestra formación personal.
Es indudable que hay pequeños avances y triunfos
efímeros (participación en la Consulta Anticorrupción) que, como se
puede observar, son asimilados por el establecimiento oligárquico debido
a que no existe una estrategia de mediano y largo plazo. Así, le
hacemos el juego al cinismo de gente como Duque y nos involucramos en el ambiente de impotencia que respiran las mayorías, no solo de Colombia sino del mundo entero.
Eso explica el auge de las iglesias y falsos
profetas, la búsqueda de fórmulas esotéricas y de toda clase de
ideologías del Apocalipsis, que son síntomas visibles del
fortalecimiento de los “neo” y “proto” fascismos que hacen carrera en
Colombia y en todo el mundo.
Nota: Entre los gestos y amagues que hará
Duque está la campaña de agresión contra el gobierno de Maduro, que solo
es parte de los “fuegos artificiales” de Trump para mantener contentos y
bien pagos a los Marcos Rubios y los Almagros, y que seguramente Duque
tratará de convertir en un clima de guerra entre Colombia y Venezuela
para legitimar todo tipo de políticas regresivas y anti-populares.
También le servirá a Maduro para mantenerse en el poder con base en su
aparente “lucha anti-imperialista”.