Intentemos leer en voz alta esta
convulsa jornada brasileña, intentemos escuchar el eco crispado de sus sirenas
aullándole al naufragio del sufragio, metámonos en sus zapatos que son los
mismos nuestros; transitemos en reversa los pasos de más de 200 millones de
seres humanos de todos los colores de piel, de todas las edades, de muchas
religiones; de tantos sueños históricos, y tantas pesadillas sociales. Aunque
hablamos diferente lengua nuestro lenguaje es el mismo; hablamos pueblo,
hablamos historia, hablamos sueños y despertamos realidades.
Aquí en la República
Bolivariana de Venezuela, los únicos que se han proclamado progresistas -en
tiempos de elecciones y a media voz-, han sido María Corina Machado y Henrique
Capriles Radonsky, dos cachorros viejos de la burguesía parasitaria.
Aquí en la República
Bolivariana de Venezuela, Chávez nos propuso socialismo en lugar de barbarie,
Comuna o nada, emancipación socialista en lugar de vasallaje imperialista; aquí
en la República Bolivariana de Venezuela hemos recorrido un largo y empedrado camino
en estos casi 20 años de refundación, de Revolución Socialista pacífica pero
armada, para enfrentar como la hemos enfrentado, la lucha de clases sin cuartel
que la burguesía agavilla en contra nuestra, contra el pueblo, contra la
vanguardia histórica (el proletariado y el campesinado políticamente
consciente), y contra otras capas, estratos, sedimentos o cómo le dé su gana
eufemizarnos, a la sociología melindrosa políticamente correcta.
Durante casi 15 quince años,
Chávez y nosotros entonamos el mismo canto: socialismo en lugar de barbarie; en
estos últimos años ya sin Chávez, soplan fuertes vientos progresistas por estos
escenarios del poder político partidista y eso es grave, las pruebas están a la
vista, Brasil: a raíz de la “caída” del Muro de Berlín que en realidad no se
cayó sino que lo tumbaron a pico y pala, el anticomunismo se adueñó del
discurso político, lo globalizó desde la propia izquierda a través de los
voceros de USA, voceros infiltrados o no. La izquierda continental se distanció
de Cuba, solo la visitaban en plan turístico y luego le caían a mordiscos
ideológicos a Fidel, lo criticaban a sus espaldas, nunca se le enfrentaron pero
tampoco lo acompañaron, se postraron ante el baboso Vargas Llosa, etc. El
anecdotario es largo hasta que llegaron Chávez, la Revolución Bolivariana y la seguidilla,
Evo, Lula, Pepe, Kirchner, Ortega, Correa. Pero esa es historia conocida, lo
resaltante es que la mayoría de los citados se identificaron, a diferencia de
Chávez, con el progresismo.
Lula por ejemplo, protagonizó
una indudable ratificación pública de su talante no socialista: en una ocasión
Chávez se dirigió a Lula como socialista, y Lula le ripostó de inmediato e
interrumpiéndole el discurso “Yo no soy socialista, yo lo que soy es
sindicalista”; exabrupto ante el cual Chávez, con su genial
espontaneidad humorística, relató cómo fue el arribo del Che a Ministro de
economía, contó lo siguiente: cuando alguien, en determinada reunión preguntó
si había allí algún economista, el Che respondió YO, creyendo que la pregunta
había sido ¿hay aquí algún comunista? Genio
político, genio amable; humor amistoso, didáctico y socialista, el de Hugo
Chávez.
El progresismo, oriundo del
Vaticano y no de alguna tendencia euro-comunista del siglo pasado, ha logrado
los estragos perseguidos por el pentagonal Opus Dei, y seguirá haciendo de las
suyas si lo dejamos pasar impunemente y sin siquiera preguntarnos a nombre de
qué, con qué se come eso, a quién le sirve, para qué sirve navegar en aguas
aparentemente tranquilas, burocráticas, progresistas no socialistas. Ahora
Brasil navega hacia un sangriento remolino fascista, por no haberse atrevido a
encarar, junto al pueblo, una revolucionaria tormenta socialista.
Después de Macri, Temer, Lenin,
y Bolsonaro, no es a la gente a quien se le van a echar las culpas de la
carencia total de perspectivas que exhiben las vanguardias burócratas; de la
ineficacia e ineficiencia de los políticamente empoderados; del desprecio hacia
las mayorías que exhiben los cogollos partidistas; de la demagogia clientelar
de los estrategas electorales, de las maquinarias chupavotos, de las cúpulas
gobierneras.
Qué tal si ensayamos vernos en
el espejo brasileño para diagnosticarnos, para anticipar el porvenir si
seguimos transitando este sendero a ninguna parte por donde nos conducen los
burócratas; los tecnócratas; los improvisados; los salta talanqueras; los “maduristas”
que son los mismos chavistas sin Chávez; los progresistas; los socialistas
tibios; los chavistas blandos, los socialdemócratas como Castro Soteldo que
ansían que la burguesía de vuelva revolucionaria. ¿Qué tal, señor Fiscal
General, si eliminamos esa aberración de estar señalando de corruptos a
funcionarios que aún no han sido procesados hasta la última instancia?, ¿Qué
tal si los altos funcionarios constriñen sus híper egos para no pisarle la
manguera a otros súper egos funcionariales? ¿Qué tal si se cumplen a cabalidad
y puntualmente las promesas? ¿Qué tal si se enserian los y las Ministras y no
salen a hablar paja a cada rato? ¿Qué tal si la información de los medios
públicos es constitucionalmente oportuna?
50 millones de brasileños
pusieron a otros 150 millones de brasileños al filo de un harakiri, si los
burócratas se dejan de progresismos ramplones, le arriman la brasa a una
propuesta socialista, le pierden el asco a los pobres y el miedo a los muchos,
intentan algún gesto antimperialista, anticapitalista, auténtico y revolucionario,
Brasil no se hunde en el espanto de una larga pesadilla.
Aunque no veamos las barbas de
Brasil, arder; pongamos desde ya, las nuestras en remojo.