Cervantes

Hoy es el día más hermoso de nuestra vida, querido Sancho; los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones; nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros mismos; la cosa más fácil, equivocarnos; la más destructiva, la mentira y el egoísmo; la peor derrota, el desaliento; los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor; las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser perfectos, y sobretodo, la disposición para hacer el bien y combatir la injusticia dondequiera que esté.

MIGUEL DE CERVANTES
Don Quijote de la Mancha.
La Colmena no se hace responsable ni se solidariza con las opiniones o conceptos emitidos por los autores de los artículos.

19 de diciembre de 2018

¿Y EL HUMOR, ESTÁ EN CRISIS? – FEDERICO RUIZ TIRADO




Hoy nos preguntábamos con un viejo amigo si aquellas suertes de "bagages", como dirían los franceses de antes para referirse a los "équipament" o volteretas idiomáticas que hacían o no una construcción seria del discurso humorístico, entendido éste como un dardo amargo en las coronarias del sistema, un explosivo lingüístico y político a plena luz de día; si sus materias primas, sus efectos subyacentes, casi residuales del discurso público, tan lleno de lugares comunes verbos oxidados, manidos, demagógicos, fallidos; si se habían también quedado en el tránsito de las bagatelas de las agonía de la modernidad, como pellejos chamuscados por el incendio de la "crisis" actual, tan planetaria, tan poblada de "semánticas", de frases acordes con la llamada guerra asimétrica, giros de la lengua si éste se fue esfumando entre los humos de tanta contingencia cotidiana, que iba a ser del humor?
Pareciera que al humorismo al que nos queríamos referir es de otro talante, no ese que busca sombra en la acera más lejana de los ruidosos y rimbombantes tacataca de los “Tanques del Pensamiento” y a sus maniqueísmos tarifados,  y por eso mismo se queja sin decirlo de alergia al sarcasmo y a su histórico modo de comportarse durante los días no feriados del poder; entonces no sabríamos decirlo con precisión, más allá de reconocer en Roberto Malaver, Earle Herrera, Hernández Montoya, Néstor Francia y otros no tan públicos como ellos, que se deslizan con "sabiduría", pero con sigilo entre la espesura del follón nacional y a veces nos sacan un sonrisa o una mueca de ella, seguramente sin intención o con las perspicacia del caso. No lo supimos descifrar de verdad.
Si el humorismo no se suelta el moño; si se espesa por falta de los fluidos que requiere el sistema de transporte nacional, so pretexto de que ya Pdvsa  cerró sus puertas por inventario o por las misas del Ministro Quevedo, tan suplicantes al santo cielo para que de la noche a la mañana los pozos petroleros postulen el milagro del aumento de la producción del crudo, menos lo sabríamos.
Pero es curioso, el discurso público, sin proponérselo el emisor, ese que habla desde el rol "decisorio", es, a veces, y casi por naturaleza, de índole humorístico. Probablemente no sea un acto deliberado, pero a la larga importa poco. O mucho: da igual.
A decir verdad, yo, apenas oigo la voz de Ramos Allup, me rio solo. Por eso no veo programas de VTV.  Y ciertamente, muchos nos reímos con estruendo o sin él, con o sin esa complicidad "anclada" en el ánimo colectivo que sin saber (o sabiéndolo en carne propia) sufrimos "la realidad" cruda y cruelmente exhibida. Ni La Hojilla, ni el Mazo, son eventos para la risa. No es que tampoco aburran, sino todo lo contrario.
Pero los humoristas, como lo fueron Aquiles y Aníbal Nazoa, y aquellos de gran peso en la tradición venezolana (y Zapata, claro, antes y después del zarandeo que le dio Chávez alguna vez); y otros no estrictamente catalogados como "humoristas", Cabrujas, Garmendia, Denzil Romero, Elisa Lerner, Rubén Monasterio, (no me refiero a los "chistosos" o cómicos mediáticos o de ocasión, con la feliz excepción de Joselo, por supuesto, que nos hizo llorar de risa); podríamos incluso aludir a algunos políticos, no necesariamente brillantes, ni siquiera inteligentes para camuflar la estridencia o idiotez de sus discursos (como Morales Bello, por citar a algunos, Carlos Canache Mata o Eduardo Fernández y otros de la misma rama). Recordemos a humoristas como los primeros ya mencionados. O a extraordinarios pensadores políticos como Duno, Maneiro, Ludovico, cuyos discursos eran (y siguen siendo) un expediente sarcástico e irónico interpelativos de la sacrosanta palabra del Poder.
En fin... ¿Dónde fue a parar el humor, por ejemplo, tan necesario hoy, cuando en las bodegas y comercios, nos referimos, por ejemplo, a "los precios acordados" y el tema causa sorna y risa en los comerciantes y hasta en nosotros mismos, víctimas de esa "política de estado”? Risa paradójica  y por lo tanto oculta o disimulada frente a los usureros de los cotidianos tras las rejas de sus bodegas?
Uno se ríe a solas, o en íntima compañía. Pero es una risa ubicada en la última instancia: esa que al final se convierte en la resignación propia del pendejo abandonado, casi crucificado en el cadalso donde los clavos son como una redención de petros convertidos en púas soberanas.


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