Hoy nos preguntábamos con un viejo
amigo si aquellas suertes de "bagages", como dirían los franceses de
antes para referirse a los "équipament" o volteretas idiomáticas que hacían
o no una construcción seria del discurso humorístico, entendido éste como un
dardo amargo en las coronarias del sistema, un explosivo lingüístico y político
a plena luz de día; si sus materias primas, sus efectos subyacentes, casi
residuales del discurso público, tan lleno de lugares comunes verbos oxidados,
manidos, demagógicos, fallidos; si se habían
también quedado en el tránsito de las bagatelas de las agonía de la modernidad,
como pellejos chamuscados por el incendio de la "crisis" actual, tan
planetaria, tan poblada de "semánticas", de frases acordes con la
llamada guerra asimétrica, giros de la lengua si éste se fue esfumando entre
los humos de tanta contingencia cotidiana, que iba a ser del humor?
Pareciera que al humorismo al que
nos queríamos referir es de otro talante, no ese que busca sombra en la acera
más lejana de los ruidosos y rimbombantes tacataca de los “Tanques del
Pensamiento” y a sus maniqueísmos tarifados, y por eso mismo se queja sin decirlo de
alergia al sarcasmo y a su histórico modo de comportarse durante los días no
feriados del poder; entonces no sabríamos decirlo con precisión, más allá de
reconocer en Roberto Malaver, Earle Herrera, Hernández Montoya, Néstor Francia
y otros no tan públicos como ellos, que se deslizan con "sabiduría", pero
con sigilo entre la espesura del follón nacional y a veces nos sacan un sonrisa
o una mueca de ella, seguramente sin intención o con las perspicacia del caso.
No lo supimos descifrar de verdad.
Si el
humorismo no se suelta el moño; si se espesa por falta de los fluidos que
requiere el sistema de transporte nacional, so pretexto de que ya Pdvsa cerró sus puertas por inventario o por las
misas del Ministro Quevedo, tan suplicantes al santo cielo para que de la noche
a la mañana los pozos petroleros postulen el milagro del aumento de la
producción del crudo, menos lo sabríamos.
Pero es
curioso, el discurso público, sin proponérselo el emisor, ese que habla desde
el rol "decisorio", es, a veces, y casi por naturaleza, de índole
humorístico. Probablemente no sea un acto deliberado, pero a la larga importa
poco. O mucho: da igual.
A decir
verdad, yo, apenas oigo la voz de Ramos Allup, me rio solo. Por eso no veo
programas de VTV. Y ciertamente, muchos
nos reímos con estruendo o sin él, con o sin esa complicidad
"anclada" en el ánimo colectivo que sin saber (o sabiéndolo en carne
propia) sufrimos "la realidad" cruda y cruelmente exhibida. Ni La
Hojilla, ni el Mazo, son eventos para la risa. No es que tampoco aburran, sino
todo lo contrario.
Pero los
humoristas, como lo fueron Aquiles y Aníbal Nazoa, y aquellos de gran peso en
la tradición venezolana (y Zapata, claro, antes y después del zarandeo que le
dio Chávez alguna vez); y otros no estrictamente catalogados como
"humoristas", Cabrujas, Garmendia, Denzil Romero, Elisa Lerner, Rubén
Monasterio, (no me refiero a los "chistosos" o cómicos mediáticos o
de ocasión, con la feliz excepción de Joselo, por supuesto, que nos hizo llorar
de risa); podríamos incluso aludir a algunos políticos, no necesariamente
brillantes, ni siquiera inteligentes para camuflar la estridencia o idiotez de
sus discursos (como Morales Bello, por citar a algunos, Carlos Canache Mata o
Eduardo Fernández y otros de la misma rama). Recordemos a humoristas como los
primeros ya mencionados. O a extraordinarios pensadores políticos como Duno,
Maneiro, Ludovico, cuyos discursos eran (y siguen siendo) un expediente
sarcástico e irónico interpelativos de la sacrosanta palabra del Poder.
En fin... ¿Dónde
fue a parar el humor, por ejemplo, tan necesario hoy, cuando en las bodegas y
comercios, nos referimos, por ejemplo, a "los precios acordados" y el
tema causa sorna y risa en los comerciantes y hasta en nosotros mismos, víctimas
de esa "política de estado”? Risa paradójica y por lo tanto oculta o disimulada frente a
los usureros de los cotidianos tras las rejas de sus bodegas?
Uno se ríe a
solas, o en íntima compañía. Pero es una risa ubicada en la última instancia:
esa que al final se convierte en la resignación propia del pendejo abandonado,
casi crucificado en el cadalso donde los clavos son como una redención de
petros convertidos en púas soberanas.