Hoy día creemos que el gran deber de la ciencia es comprender el universo, pero también mejorar las condiciones de vida de la humanidad en cualquier rincón
de la tierra.
Isaac Asimov. Momentos estelares de la ciencia. Alianza Editorial. 5ta
edición. 1984. pág. 12.
La ciencia es el arte de interpretar el
comportamiento de la naturaleza de las cosas. A partir de esa interpretación la
tecnología es capaz de producir máquinas que, utilizando principios naturales,
nos suministran los bienes que la sociedad necesita. Esta cadena: ciencia,
tecnología y sociedad ha sido la base del desarrollo civilizatorio. Sin
embargo, la misma naturaleza del ser humano interviene para modificar el flujo
natural y aprovecharse de ello originando guerras, desigualdades,
acaparamiento, injusticias, e incluso, comportamientos bárbaros
anticivilizatorios. ¿Por qué ocurre esto? A este punto es indispensable
distinguir entre ciencia y política científica. La ciencia es única como lo es
la naturaleza; cualquier adjetivo que se le añada a la ciencia es superfluo,
incluso errado. Lo que es variable y admite adjetivos es la política
científica. Pongamos un ejemplo de nuestros días: la energía nuclear. El
descubrimiento de la energía nuclear ha permitido dos desarrollos que son la
antítesis uno de otro; por un lado las centrales nucleares han provisto de
energía eléctrica a países enteros beneficiando a millones de personas
(apartemos por un momento la posibilidad de un accidente nuclear) pero por otro
lado se han construido bombas atómicas que asesinado horriblemente miles de
personas (Hiroshima y Nagasaki). Este es un ejemplo claro de cómo la política
científica (el qué hacer con la ciencia) es tan importante.
Ciencia y política debe ir unidas bajo
principios elementales. En Revolución, los científicos (y los tecnólogos)
debemos trabajar junto a los políticos para asegurar que ciencia y tecnología
sean utilizadas para satisfacer las necesidades de nuestro Pueblo, de acuerdo a
nuestros principios socialistas de libertad y de justicia. No se trata de una
ciencia “popular” o “revolucionaria”, pues como expresamos anteriormente la
ciencia es ciencia, sin adjetivos, sino de una política científica que, de
común acuerdo, eleve los niveles de satisfacción de la sociedad en su conjunto.
Los científicos dependemos de las políticas.
Durante la ocupación imperial, desde Juan Vicente Gómez hasta el último
gobierno de Rafael Caldera, la política era la de no desarrollar ningún tipo de
industria que no fuera extractiva de materias primas para que esas mismas
materias primas fueran elaboradas en el imperio, transformadas en autos,
electrodomésticos, medicinas, alimentos, productos de higiene, chucherías, vestimentas,
calzados, etc. Esa actitud, esa política se denomina sumisión. Existíamos los
científicos, incluso hacíamos ciencia de alta calidad pero era utilizada por el
imperio. Es por ello que tras cien años de dominación imperial no logramos
desarrollar ninguna industria que nos generara desarrollo. Nuestra dependencia
era total.
El reto que ahora nos compete es inmenso: crear
todas las industrias para un desarrollo independiente de Venezuela. Para ello
necesitamos políticas que emanadas desde el alto gobierno nos permitan esa
construcción, establecer ciertas prioridades, diseñar hojas de ruta, tomar
determinaciones, asumir compromisos. No tenemos otro camino, nadie nos regalará
nada, dependemos de nuestro trabajo y esfuerzo. Y cuanto antes comencemos,
mejor.
¡Venceremos! ¡Leales siempre, traidores nunca!