Los ‘chalecos amarillos’ salen a la calles de París por 29ª semana consecutiva para hacer sentir su descontento con las políticas del Gobierno de Emmanuel Macron.
Se lanzaron convocatorias para el mitin,
especialmente en París, donde los manifestantes se movilizaron hacia la
Place de la Nation.
Seis días después de las elecciones
europeas, que no han marcado la aparición de un claro voto «chaleco
amarillo,» el movimiento ha organizado más protestas Sábado 1 er junio en varias ciudades de Francia.
Se lanzaron convocatorias para el
mitin, especialmente en París, las restricciones de tráfico fueron
emitidas por la policía, particularmente en los Campos Elíseos. En la
plaza Denfert-Rochereau en el 14 ° distrito, los manifestantes, a veces equipados con silbatos y tambores, se unirían a la Place de la Nation. «Justicia Social Justicia Fiscal! « , » Anti, anti, anti-capitalista! «
«¡No nos dejamos ir! Los medios dicen que el movimiento está muerto, pero no es así «, dijo
Sandrine, de 53 años, asistente familiar de Massy-Palaiseau, que se
presenta todos los sábados desde el 17 de noviembre de 2018. » Somos hiperresistentes. Puede que haya un chapuzón durante el verano, pero en septiembre comenzará de nuevo. «
No sólo arde París. Anotaciones sobre los chalecos amarillos
Por Comunidad
Los chalecos amarillos son ―por si alguien lo dudaba todavía― un
movimiento proletario. Como en todo movimiento proletario, en él se
expresa a la vez el proletariado realmente existente y el mundo que éste
anticipa.
Por Comunidad
Presentación
movimiento proletario. Como en todo movimiento proletario, en él se
expresa a la vez el proletariado realmente existente y el mundo que éste
anticipa.
Por Comunidad
Presentación
Si una imagen se repite habitualmente en el
movimiento de los chalecos amarillos es la de manifestantes que rompen
un cordón policial, o expulsan a los antidisturbios a pedradas, o
simplemente organizan una barricada para cortar la calle y saquear las
tiendas de lujo, mientras a pulmón abierto, llenos de adrenalina, cantan
con orgullo el himno de la Marsellesa. Es una buena imagen para
expresar la naturaleza confusa y contradictoria del movimiento. En
cualquier manifestación se podrán encontrar reivindicaciones del
Referéndum de Iniciativa Ciudadana (RIC) y de la salida de la Unión
Europea para la defensa de la economía nacional, al mismo tiempo que
algunas banderas francesas y regionales ondean por aquí y por allá con
cierta parsimonia. Todo esto convive en el movimiento con agresiones
constantes a la propiedad privada a través de saqueos y piquetes, la
creación de lazos de solidaridad, la apropiación de espacios de
encuentro y asociación proletaria: en definitiva, el cuestionamiento
práctico de la democracia. Entre tanto, se ve por todas partes una
fuerte reivindicación de la nación y sus símbolos, entre los que la
Revolución Francesa hace al mismo tiempo las veces de símbolo del
orgullo patrio y de la sublevación contra la tiranía y la miseria.
Los chalecos amarillos son ―por si alguien lo dudaba
todavía― un movimiento proletario. Como en todo movimiento proletario,
en él se expresa a la vez el proletariado realmente existente y el mundo
que éste anticipa. El primero parte de la confusión actual, de nuestra
debilidad como clase, de la falta de memoria que los vencedores nos
expropiaron a los vencidos. Pero parte también de la defensa instintiva,
inevitable, de unas necesidades que el capital debe negar para poder
reproducirse. Esta defensa de sus necesidades empuja al proletariado a
negar a su vez al capital y su dominio sobre nuestras vidas, y no sólo,
porque en ese proceso el proletariado también se niega, se reafirma como
comunidad de lucha en contra de su propia existencia aislada,
ciudadana, democrática. Esta contradicción esencial al capitalismo,
inherente a su propia reproducción, es lo que determina la posibilidad
de la revolución. Hace de ella algo material, físico, ajeno a nuestras
voluntades y conciencias individuales. Es así como el proletariado
anticipa en su combate otro mundo distinto, al mismo tiempo que sigue
arrastrando una parte de la mierda de éste, que se constituirá en la
base de su propia derrota si no consigue superarla en el proceso.
Sea como fuere, esta contradicción no puede ser
obviada por ningún análisis militante que se plantee en serio las
características del movimiento, sus avances, limitaciones y el rol que
adquieren en él las minorías revolucionarias. Hay dos enfoques, dos
caras de la misma moneda, que resurgen a menudo en los análisis que se
realizan en torno a nuestra clase y que nos incapacitan para comprender
esta contradicción. El primero es idealista y reduce el movimiento a lo
que dice y piensa de sí mismo, omite lo que hace para quedarse con la
bandera que agita y lo desecha a la menor demanda socialdemócrata que
aparezca entre sus pancartas. El segundo es objetivista y pretende
comprender la naturaleza del movimiento a partir de su composición
sociológica. Bisturí en mano, toma individuo por individuo y lo coloca
en una u otra columna en función de su renta, su posición en el sistema
productivo, el barrio en que vive o los estudios que ha hecho. Una vez
desmembrado, lo cose todo muy estadísticamente y pretende ver en ello la
totalidad: tenemos aquí, bajo este prisma ideológico, un movimiento
pequeñoburgués que ha conseguido meterse en el bolsillo a un
proletariado embrutecido para defender la economía nacional. Voilà el
movimiento de los chalecos amarillos. Para qué más.
Junto con estos dos enfoques, que a menudo nos vienen
combinados, ha aparecido en estos meses otro de carácter antifascista,
que retoma la visión idealista y objetivista que acabamos de apuntar
para llevarse las manos a la cabeza con tanta bandera francesa y tanta
Marsellesa. Reduce el movimiento a los grupúsculos de extrema derecha
que lo cortejan y se acuerda con nostalgia de las buenas procesiones de
antaño, claramente de izquierdas, en las que la CGT entregaba a los
manifestantes encapuchados a la policía y los “insumisos” mélenchonistas
sacaban ―ahí sí― sus banderas francesas por una nueva república.
Por fortuna, el movimiento de los chalecos amarillos
es otra cosa. Ahora bien, que afirmemos el carácter proletario del
movimiento, pese a todas las ideologías y banderas que flotan entre sus
protagonistas, no quiere decir que las mismas no tengan importancia o no
sean finalmente determinantes. Al contrario, partiendo de la práctica
real que determina el movimiento y le confiere su carácter de clase,
percibimos y criticamos todas esas fuerzas del enemigo que actúan para
atraparlo, neutralizarlo y darle una dirección que se contrapone a las
mismas necesidades e intereses que determinan al propio movimiento. Sin
esta comprensión de la realidad no se hace otra cosa que proyectar
imágenes distorsionadas del movimiento para reducirlo a un movimiento
pequeño burgués, de clase media, ciudadano, de defensa del “verdadero
pueblo francés”, dirigido por grupos de derecha, etc. Desde luego
nosotros no vamos a colaborar en esa proyección espectacular que se une a
todos los esfuerzos de la burguesía por liquidar ese movimiento.
Nuestra intención, justamente, es contribuir a impulsar la potencia
proletaria que la lucha de los chalecos amarillos contiene y denunciar a
todas las fuerzas que obstaculizan el desarrollo de la misma.
Lo que el movimiento hace
A finales de octubre de 2018 comienza a sentirse un
malestar general por el anuncio del gobierno Macron de una subida de los
impuestos sobre la gasolina. Ante el intento de la burguesía de
hacernos pagar la catástrofe ecológica y social en que se basa su
dominio, comienzan a producirse cortes de carretera y piquetes
organizados en torno a las rotondas. El movimiento ecologista, corriente
socialdemócrata donde las haya, llama a cambiar el coche por la
bicicleta si tanto duele el aumento del precio de la gasolina. Claro,
que ir a trabajar en bicicleta a las seis de la mañana a 40 km de
distancia no es tan fácil. Tampoco es fácil hacer en bicicleta la compra
del mes para toda una familia en el comercio más próximo, que es una
gran superficie a 10 km de casa, pero poco importa.
El inicio del movimiento, centralizado por primera
vez en las movilizaciones del 17 de noviembre, desconcierta a todo el
mundo. La masividad de las manifestaciones y de los cortes de carretera
asusta a la burguesía. Las rotondas se convierten en lugares de reunión y
discusión. También se producen las primeras tentativas de separar al
proletariado. Se habla de una revuelta del campo contra la ciudad, de la
pequeño burguesía de provincias ―poujadista1 por esencia― contra los bobos citadinos2,
de la reacción fan del petróleo contra los écolos progresistas de buena
fe y, con mayor intensidad que todo lo anterior, de los blancos contra
los negros y árabes, de la France blanche-d’en-bas3 contra
la migración hacinada en los suburbios de las grandes ciudades. Al
mismo tiempo, tanto Le Pen como Mélenchon intentan capitalizar el
movimiento y declaran su apoyo ―cuando éste comience a desarrollarse y
llegue a sus picos de mayor combatividad, guardarán un silencio
incómodo.
Pero los esfuerzos son en vano. Si algo caracteriza a
este movimiento es su vitalidad, su capacidad de resistencia ante la
represión física e ideológica, al menos a la más directa. Las siguientes
manifestaciones o «actos», una cada sábado, serán verdaderas
manifestaciones proletarias –ni convocadas ni convocables por ningún
aparato del Estado― que van a superar rápidamente la lucha contra el
impuesto a la gasolina. El movimiento comienza a generalizarse. Se
empieza a hablar de una vida demasiado cara, unos salarios demasiado
bajos, una miseria y una precariedad permanentes que no dejan respirar a
nadie y ponen en duda la posibilidad de sobrevivir en este mundo. Pero
no sólo se habla. Algunos cortes de carretera se convierten en piquetes a
las grandes plataformas de distribución de mercancías, a menudo en
consonancia con parte de los trabajadores. Las primeras manifestaciones
se producen en los barrios más ricos de las grandes ciudades y los
convertirán en escenarios ideales para el ataque directo a la propiedad
privada. En la isla La Réunion, «departamento de ultramar» francés, la
lucha adquiere una intensidad mayor, aunque más breve, por más
reprimida. Durante dos semanas los chalecos amarillos van a cerrar el
puerto, generando un desabastecimiento en la isla que viene acompañado
de saqueos organizados y disturbios, así como del cierre de comercios,
escuelas y universidades. La situación se vuelve tan incontrolable que
el gobierno tiene que imponer el toque de queda y mandar al ejército
para aplastar la movilización.
Frente a las expresiones racistas y antiinmigración
que se desprenden al principio de una parte del movimiento y a las que
sirven de altavoz los grupos de extrema derecha, las luchas en La
Réunion van a dar un ejemplo de unidad de clase por encima de las razas.
Tras las primeras manifestaciones el Comité Adama Traoré4 llamará
a participar en el Acto III, la manifestación del 1 de diciembre, que
se convertirá en una batalla campal contra la policía. Barricadas,
saqueos, coches incendiados y ataques a comercios y bancos asolan los
barrios ricos de París. El Arco del Triunfo, uno de los mayores símbolos
nacionales de la República, es saqueado en su interior y en su fachada
se escribe «Los chalecos amarillos triunfarán», «Macron dimisión»,
«Aumentar el RMI» o «Justicia para Adama». Es todo un escándalo. Al
mismo tiempo, las fuerzas policiales se ensañan contra los
manifestantes. Sólo ese día en París se lanzan más pelotas de goma que
en todo 2017. El saldo es de 250 heridos, con varios ojos y manos
arrancadas y un hombre en coma, y más de 300 detenidos, una cifra que
aumentará a casi 2.000 en el Acto IV. Después de esta manifestación, el
movimiento se extiende a los institutos y varios de ellos son bloqueados
por los estudiantes, especialmente en la zona norte de la banlieue
parisina. A lo largo de las siguientes semanas varios cientos de
institutos serán bloqueados o al menos verán seriamente perturbada su
actividad.
Palo y zanahoria. El 5 de diciembre Macron
retira la subida de impuestos a la gasolina y el 6 el ministro del
Interior, Castaner, anuncia que 90.000 antidisturbios serán movilizados
para el Acto IV, así como tanques como los utilizados en el desalojo de
la ZAD en Notre-Dame-des-Landes. Al día siguiente se propaga un vídeo en
el que la policía humilla a varias decenas de estudiantes de instituto
en Mantes-La-Jolie, poniéndolos de rodillas con las manos en la cabeza.
La represión de la manifestación del 8 de diciembre es tan brutal que
cada vez resulta más insostenible la estrategia del gobierno de
distinguir a los casseurs ―los violentos― de los “buenos y pacíficos
ciudadanos con chalecos amarillos”. El movimiento comienza a organizarse
contra la represión. Se extienden las redes de apoyo legal a los
detenidos y se crean grupos de street-medics, personas con algún
conocimiento de primeros auxilios que se distinguen en la manifestación
para ayudar a los heridos. Y es que el movimiento cuenta hoy en día, a
tres meses de su comienzo, con más de 3.000 heridos, entre los que se
encuentran varias decenas de personas a las que una pelota de goma les
ha reventado el ojo o una granada aturdidora les ha arrancado la mano.
El nivel de la represión supera con creces los límites de lo que se
acostumbra en la región europea, y eso ha impulsado un desarrollo masivo
de la solidaridad con los heridos. En muchas manifestaciones, un gran
número de personas lleva vendas en los ojos o en la cabeza con manchas
de falsa sangre, como forma de denuncia de la violencia policial.
El 10 de diciembre, Macron anuncia una subida del
salario mínimo, que termina por convertirse en una subida de las ayudas a
algunos trabajos precarios. Al día siguiente se produce un atentado en
Estrasburgo reivindicado por el Estado Islámico que Macron intentará
utilizar para aplacar el movimiento, llamando sin éxito a no
manifestarse ese sábado e incrementando de paso la presencia de las
fuerzas policiales en la calle. Sin embargo, siguen transcurriendo las
movilizaciones y el gobierno tiene que desembolsar 300 euros de prima a
cada policía para que no cejen en su empeño de reprimir a los
manifestantes, que oscilan entre enfrentamientos violentos con los
antidisturbios y llamamientos a que se solidaricen con el movimiento.
Al contrario de las muchas voces que anuncian el fin
del movimiento con la subida de las ayudas y la retirada del impuesto,
así como por la dura represión y los varios miles de detenidos, los
chalecos amarillos no pierden su vitalidad. 2019 empezará con una
manifestación el 5 de enero en la que varios manifestantes utilizan
maquinaria de construcción para echar abajo la puerta del ministerio de
la Secretaría de Estado, pudiendo entrar al edificio y generar diversos
daños. El Secretario de Estado tiene que ser evacuado. Los sindicatos
intentarán capitalizar el movimiento convocando a la huelga el 5 de
febrero, pero el seguimiento será mínimo y la presencia de chalecos
amarillos, más bien escasa. Días después, el sábado 9 de febrero se
convoca una manifestación que retoma la línea de no ser comunicada ante
las autoridades para contrarrestar la tendencia a la democratización y
pacificación de los actos anteriores, que había correspondido a un
desplazamiento fuera de los barrios ricos y una disminución de los
saqueos. Y funciona. Si algo se repite durante este acto XIII es que,
para ser escuchados, el enfrentamiento es necesario.
El movimiento aprende. Las siguientes manifestaciones
regresarán a los barrios ricos del este parisino y tendrán su punto
culmen en el acto XVIII del 16 de marzo. Esta convocatoria se realiza
durante el final del «Gran Debate», un proceso de democracia
participativa abierto por Macron para intentar ―en vano― calmar el
movimiento. Al principio el «Gran Debate» es simplemente un motivo de
mofa, pero a estas alturas ya comienza a resultar irritante. El acto
XVIII tiene como consigna «Ultimatum», lo cual toma un sentido bastante
literal: París se volverá el escenario de una batalla campal como no se
había visto hasta entonces. Se intenta volver a tomar el Arco del
Triunfo, y cuando la policía consigue impedirlo la rabia proletaria se
dirige contra las tiendas y restaurantes de lujo en los Campos Elíseos,
que arderán durante toda la noche.
También la burguesía aprende. La situación será tan
incontrolable que Macron destituye días después al prefecto de la
policía de París y pone en el cargo a Didier Lallement, bien conocido
por sus habilidades represivas. Al mismo tiempo, se refuerza los cuerpos
de antidisturbios con militares de la Operación Centinela, un cuerpo
militar creado tras el atentado del Charlie Hebdo en enero de 2015 y
especializado en la lucha contra el terrorismo. Desde entonces, toda
manifestación que se produzca en las inmediaciones de los Campos Elíseos
es prohibida y duramente reprimida. Sin embargo, y aunque la presencia
de la policía aumenta en las calles y la represión se recrudece, en las
semanas siguientes se llama a un 1º de mayo «amarillo y negro», en
referencia a la acción conjunta de chalecos amarillos y del black block,
y París volverá a arder. Actualmente la cifra de detenidos se eleva a
8.700 personas ―según el Ministerio del Interior― y casi 2.000
condenados, de los cuales un 40% con cumplimiento de un tiempo en
prisión. A esto hay que sumar la puesta en práctica de la ley
anti-casseurs, que escandaliza incluso a algunas fracciones de la propia
burguesía al permitir detenciones preventivas de las personas
sospechosas de poder cometer un crimen ―un guiño truculento a la
película Minority Report― durante la manifestación.
Claro que toda esta revuelta no viene de nuevas, ni
es una creación única y absolutamente espontánea de los chalecos
amarillos. En realidad, la fuerte combatividad y la capacidad de
resistencia y apoyo mutuo que demuestra el movimiento provienen de un
aprendizaje previo del proletariado en Francia. Así, se mantiene vivo el
recuerdo de la revuelta de las banlieues de 2005 y las formas de
organización que se desplegaron en aquel momento5.
Por otro lado, las luchas contra la Ley Trabajo en 2016 generaron una
serie de experiencias y aprendizajes al interior de los black block que
no son menospreciables, al mismo tiempo que se abrían a personas que no
habían participado antes y se hacían llamamientos a militantes de otros
países como Alemania e Italia a sumarse a algunas convocatorias, como
fue el caso del 1º de mayo de 20186.
Paralelamente, en el curso de estos meses se va más
allá de las rotondas y se forman asambleas a lo largo del país. Las de
Saint-Nazaire y Commercy van a funcionar como motor de este proceso,
haciendo varios llamamientos a la creación de asambleas y la apropiación
de espacios de encuentro y asociación proletaria, fundamentales no sólo
para la discusión y reflexión común, sino también para la construcción
de lazos de solidaridad con los detenidos y los heridos. Al mismo tiempo
y ante la necesidad de mecanismos de centralización del movimiento, se
inicia un proceso de coordinación entre distintas asambleas que dará
lugar a una «asamblea de asambleas» el fin de semana del 26 y 27 de
enero, y una segunda del 5 al 7 de abril.
Lo que el movimiento dice
Lo que el movimiento dice y piensa de sí mismo es
heterogéneo y confuso. Esto es natural y revela su carácter masivo y
genuino, a la vez que la situación de debilidad de la que parte nuestra
clase en este período. La ausencia de memoria proletaria y la fuerza
actual del ciudadanismo, hace que los chalecos amarillos se identifiquen
más como el pueblo contra «los de arriba» que como el proletariado
contra la burguesía y sus perros. Eso no les impide luchar como tal,
como hemos visto, puesto que su propio desarrollo les empuja al
enfrentamiento con el Estado y la propiedad privada, pero sin duda es
una bandera que pesa sobre nuestras cabezas y que abre las puertas a las
distintas formas de recuperación burguesa.
Al mismo tiempo, es importante no hacer un bloque
homogéneo a partir del ala mayoritaria del movimiento, olvidando toda
lucha al interior del mismo por clarificar e imponer nuestros intereses.
Sin duda la ideología dominante es la ideología de la clase dominante,
incluso en un proceso de lucha contra esa misma clase. Sin embargo, la
vitalidad de un movimiento se mide también por las minorías que intentan
señalar y combatir las trampas de la (social)democracia, al mismo
tiempo que profundizar la radicalidad del propio movimiento contra el
sistema. Por ello es importante destacar oces como las del llamamiento
de los chalecos amarillos de París Este, donde se dice claramente que
No somos la “comunidad de destino”, orgullosa de su “identidad”, llena de mitos nacionales, que no ha podido resistir la historia social. No somos franceses.
No somos esta masa de “gente humilde” dispuesta a cerrar filas con sus amos mientras estén “bien gobernados”. No somos el pueblo.
No somos este conjunto de individuos que deben su existencia sólo al reconocimiento del Estado y a su perpetuación. No somos ciudadanos.
Nosotros somos los que estamos obligados a vender nuestra mano de obra para sobrevivir, aquellos de los que la burguesía obtiene la mayor parte de sus beneficios dominándolos y explotándolos. Nosotros somos los pisoteados, sacrificados y condenados por el capital, en su estrategia de supervivencia. Somos esta fuerza colectiva que abolirá todas las clases sociales. Somos el proletariado7.
Pero antes de eso, si hay algo que caracteriza a los
chalecos amarillos positivamente es su rechazo de toda forma de
representación. Este es de hecho uno de los factores que nutre su
vitalidad como movimiento. En primer lugar, el rechazo a los grandes
medios de comunicación es total. Se denuncia su papel en la propaganda
ideológica del gobierno y se producen enfrentamientos e incluso
expulsiones de los periodistas de los grandes medios que se dejan ver en
las manifestaciones.
Al mismo tiempo, hay una profunda negativa a la
representación política y sindical. El rechazo a los sindicatos es tanto
más notable cuanto que tienen un gran peso en la política francesa. En
los últimos años de movilizaciones, nunca se había visto tal
deslegitimización, si bien la creación de cortèges de tête en las luchas
contra la Ley Trabajo en 2016 venía anunciando una búsqueda de
autonomía con respecto a ellos, aun de forma minoritaria. Esto es cierto
incluso si la declaración de huelga “general” por parte de la CGT el 5
de febrero, como intento de canalización sindical de la lucha, ha tenido
apoyos por parte de las voces más visibles del movimiento. La huelga de
la CGT puso en una contradicción evidente a quienes antes rechazaban la
presencia de los sindicatos y ahora se acogían a su convocatoria como
si fuera un modo de extender la lucha al espacio laboral. Sin embargo,
como decíamos antes, la huelga fue muy poco seguida y el número de
chalecos amarillos en el paseo sindical de esa tarde fue bastante
escaso. En las manifestaciones los sindicatos, a excepción del
izquierdista SUD-Solidaires, y éste tímidamente, no se atreven a
aparecer con pancartas ni pegatinas. De hecho, pancartas prefabricadas
hay más bien pocas, y cumplen esa función las diferentes
reivindicaciones que cada chaleco amarillo decide escribirse en la
espalda con un simple rotulador. La necesidad de defender la autonomía
del movimiento está muy presente entre los manifestantes y los intentos
de capitalizarlo políticamente han sido un verdadero fracaso, como la
inscripción de una «lista electoral de los chalecos amarillos» para las
europeas o la organización de los ayuntamientos para recoger «cuadernos
de quejas» ―un guiño a los cahiers de doléances de la Revolución
Francesa― con el fin de organizar el «Gran Debate».
Sin embargo, este rechazo a la representación tiene
su contraparte. Pese a que contiene ese cordón sanitario frente al
encuadramiento burgués clásico, contiene al mismo tiempo una negación de
la comunidad de lucha, de nuestro ser colectivo proletario. Se parte no
de la comunidad de lucha, sino del individuo aislado que se representa a
sí mismo y niega por lo tanto la expresión colectiva y sus distintas
formas de materializarse. Es el terreno que permite pasearse a la
democracia, especialmente la democracia directa. Esconde, por un lado,
la idea de que sólo el individuo puede representarse a sí mismo y de
que, en el fondo, la única manera de organizar ese conjunto de
individuos aislados es con formas de democracia directa, votaciones,
procesos formales examinados al detalle, reivindicaciones vacías para
que ningún individuo quede fuera: en definitiva, se expresa en el
asamblearismo más castrante para la acción del movimiento. Por otro
lado, este rechazo encuentra su expresión ideológica en un discurso
populista por el que el pueblo ha de hacer valer su soberanía refundando
una nueva forma de democracia. Es aquí donde el Referéndum de
Iniciativa Ciudadana se muestra como un excelente instrumento de
recuperación. «Adiós a la guerra de egos y a la guerra de poder. Con el
RIC ya nadie tiene el poder, es toda la población quien lo tiene», dice
Maxime Nicolle, uno de los que la prensa ha declarado “líder” del
movimiento. Si la ideología democrática es de por sí una de las fuerzas
burguesas más arraigadas, una de las últimas barreras que habremos de
franquear en el proceso de constitución de clase, ésta cobra nuevos
bríos en el contexto de debilidad en el que nos encontramos, en la
dificultad de reconocernos como proletarios y de sentirnos una sola
clase a nivel mundial. Así, la defensa democrática de la soberanía se ve
reforzada en la identificación de la catástrofe capitalista con el
“fenómeno de la globalización” y el repliegue nacionalista que se le da
como respuesta por parte de la socialdemocracia, sea esta más de
derechas o más de izquierdas8.
Pese a la presencia mayoritaria del RIC, no por ello
faltan voces que adviertan del riesgo de recuperación que contiene. Así
lo hacen por ejemplo los chalecos amarillos de Toulouse al hablar de
«RICuperación» en su periódico Le Jaune [El Amarillo]:
El RIC ha aprovechado esta ilusión. Hay que decir que, a primera vista, la propuesta era atractiva. Se nos decía que, con esto, finalmente podríamos ser escuchados directamente, que podríamos recuperar el poder sobre nuestras vidas. Nosotros decidiríamos todo. ¡Y además sin luchar, sin arriesgar la vida en las rotondas y en las manifestaciones, con sólo votar, en los ordenadores de nuestros salones, usando pantuflas cerca de una acogedora chimenea crepitante! Pero en el comercio, cuando tienes un producto para vender, mientes: “Sí, una vez que tengamos el RIC, podremos conseguirlo todo”. Eso es falso. Para empezar, ¡pedirle a la burguesía su opinión para saber si están de acuerdo en aumentar nuestros salarios!, ¡es el colmo! Un voto en contra de los intereses de los capitalistas, por ejemplo, el aumento del salario mínimo por hora sería simplemente rechazado. Recordemos el referéndum de 2005 [sobre la Constitución Europea]. Y esto sin mencionar la intensa propaganda que sufriríamos si votáramos en contra, solos frente a nuestras pantallas9.
El peso de lo nacional-popular en el movimiento,
complemento necesario de un discurso democrático, se refleja en la
ausencia de su conciencia internacionalista. Es paradójico, puesto que
los chalecos amarillos han sido retomados por proletarios de otros
países para expresar su propia lucha contra las condiciones de miseria
existentes. Esto ha ocurrido especialmente en Bélgica, donde la
identificación es más inmediata por la cercanía territorial y
lingüística, pero también en Egipto, donde el gobierno, temeroso a una
extensión del movimiento, tuvo que prohibir la venta de chalecos
amarillos ante el llamado realizado por distintos grupos a celebrar el
aniversario de la revuelta de 2011 vestidos de chalecos amarillos para
expresar que es la misma lucha. También aparecieron chalecos amarillos
durante las protestas en Bulgaria y Serbia ―igualmente contra la subida
de la gasolina― y las de Irak, que se iniciaron por la intoxicación de
decenas de miles de personas debido a la mala depuración del agua. Sin
embargo, en lugares como Alemania, Holanda o España los chalecos
amarillos han sido usados por grupos de extrema derecha ―y también por
algunos grupos socialdemócratas― sin mucho éxito de movilización. En
este contexto, pese a la naturaleza internacionalista del movimiento,
que es reconocida por proletarios de otras regiones del mundo, el
movimiento francés parece reconcentrado en sí mismo, en su plano
nacional, y las referencias al proletariado de otros países brillan por
su ausencia, al contrario de lo que sucedió durante la oleada
internacional de luchas de 2011-2013.
Esto permite contextualizar la convivencia ―que con
el transcurso de la movilización han ido disminuyendo― en el movimiento
con grupos de extrema derecha, al igual que las expresiones iniciales
racistas y contra la inmigración. Si bien, en la actualidad la presencia
de estas fuerzas es muy relativa, inflada por el bombo que le da la
prensa, no lo tienen tanto las llamadas a la defensa de la industria y
el comercio nacional, simbolizado por el pequeño comercio, y vehiculadas
por la reivindicación del Frexit. Allí donde muchos ven el peso de la
clase media o la pequeño burguesía, que estaría dirigiendo el movimiento
o, al menos, consiguiendo introducir sus propias reivindicaciones,
nosotros no vemos sino a un proletariado que apenas despierta y que
demuestra al mismo tiempo ―signo de nuestra época― una clara capacidad
de autoorganización y de enfrentamiento con el Estado y la propiedad
privada, y una enorme dificultad para reconocerse a nivel mundial en una
clase y contra un solo enemigo: las relaciones sociales capitalistas
encarnadas y defendidas por la burguesía10.
Pero de nuevo al interior del movimiento se da una
lucha contra estas tendencias nacionalistas, de tal forma que en el
curso de los últimos meses cada vez son más débiles, y cada vez se dejan
oír más voces que reivindican la naturaleza internacional del
proletariado. Así, por ejemplo, a finales de diciembre se celebró una
asamblea de cientos de personas en Caen, en un edificio ocupado por sin
papeles durante la huelga de los ferroviarios de 2018, en una clara
identificación de la lucha de los chalecos amarillos y el proletariado
inmigrante contra el mismo Estado y el mismo sistema capitalista. Por
otro lado, Le Jaune advierte en su segundo número contra los intentos de
separar al proletariado:
Después vienen otros a proponerte soluciones para gestionar la crisis que acaban aplastando a los prolos que vienen de fuera para continuar explotando a los y las de aquí: gestión dura de los flujos migratorios (hecho), caza a los sin papeles en el territorio (hecho), Frexit, etc. Nos proponen encerrarnos con doble llave y bloquear la puerta, como si el lobo capitalista no estuviera ya entre las ovejas francesas. Cuando se propone una respuesta nacional a un problema mundial es porque se está preparado para defenderse a costa del resto de galeotes de esta Tierra, y eso es precisamente lo que los capitalistas de todo el mundo esperan de nosotros en estos tiempos tumultuosos: estar divididos y ser controlables11.
Pero si bien esto tiene un papel nada despreciable en
las limitaciones del movimiento, es la propia democracia la que, de
manera inmediata, se presenta como el principal factor de recuperación.
Puede verse una muestra de eso con el efecto que generó en las
manifestaciones su legalización, que comenzó a hacerse a partir del Acto
IX (12 enero), ya que hasta entonces las convocatorias eran espontáneas
y anónimas. La legalización supone que ha de haber personas
responsables ante las autoridades por los daños producidos en ella, por
lo que los propios convocantes tienen un vivo interés en pacificar y
mantener el orden durante la manifestación. Además, esto obliga a los
chalecos amarillos a seguir el trayecto previsto y conocido por la
policía y a establecer un servicio de orden. Como ya hemos adelantado,
empujadas por el ala más democrática del movimiento las manifestaciones
en París irán desplazándose de los barrios ricos del oeste a los barrios
del este, rescatando las tiendas de lujo de la expropiación proletaria,
pero también alejando a los manifestantes de los símbolos del poder
como el Eliseo o la sede de la patronal. En estas manifestaciones, la
ideología ciudadana comienza a pesar y los propios manifestantes se
revuelven contra los grupos que rompen los escaparates o siquiera los
pintan. Esta tendencia del movimiento a apagarse democráticamente, sin
embargo, fue contestada poco después por el Acto XIII (9 de febrero),
que como ya hemos explicado fue convocado con la voluntad explícita de
romper con esta tendencia a la legalización, es decir, de no declarar el
trayecto a la policía ni tener convocantes legales, ni servicio de
orden, así como para volver de nuevo a los barrios ricos en un nuevo
repunte de combatividad. A partir de enero y en los meses que siguen los
chalecos amarillos vivirán flujos y reflujos que expresarán con toda
claridad tanto un carácter más combativo y de negación del orden
establecido, como momentos de pacificación y democratización en los que
el ala mayoritaria que describíamos antes consigue imponerse.
En el mismo terreno de canalización democrática, otro
de los riesgos del movimiento es que se deje atrapar por una ideología
asamblearista. El proceso de creación de asambleas y sus intentos de
coordinación son muy positivos, puesto que responden a una necesidad del
movimiento de dotarse de estructuras de asociación más estables,
defenderse de la represión, pensar juntos y crear mecanismos de
centralización a escala nacional. A menudo esto conlleva, como en el
caso de Saint-Nazaire, la ocupación de espacios para reunirse y hacer
las asambleas. Sin embargo, la presión por proporcionar reivindicaciones
concretas, plasmadas unánimemente en un papel que represente a los
chalecos amarillos a nivel nacional, pesa sobre este esfuerzo de
centralización y puede tener el efecto, finalmente, de detraer a los
manifestantes de la calle para introducirlos en habitaciones cerradas a
discutir durante horas sobre la manera de formular una frase para que
represente a todo el mundo. No hay que despreciar, en absoluto, el rol
positivo que juega la organización consciente de debates y discusiones
al interior del movimiento, pero sí hay que reconocer que la separación
entre la palabra y los actos, la burocratización de las asambleas y los
malabarismos verbales para prestar una amplia representación, implican
la defunción de esas asambleas como expresiones organizativas del
movimiento y su paso a la contrarrevolución. De hecho, es la sensación
con la que salieron muchos chalecos amarillos de la segunda «asamblea de
asambleas» (5-7 abril), donde la unidad de acción que se expresa en las
manifestaciones se vio completamente diluida, y todo se convirtió en
malabares para sacar unas hojas de reivindicaciones concretas donde
“todo el mundo cabe”.
Algunas perspectivas provisionales
Las tareas y actividades que asumimos los
revolucionarios no se inscriben ni se basan en posibilismos, sino que
vienen determinadas por las necesidades mismas ―inmediatas e históricas―
de la lucha de nuestra clase. Somos conscientes que lo más probable es
que el movimiento de los chalecos amarillos sea liquidado, ya sea porque
todos los límites que hemos ido criticando acaben apoderándose del
movimiento, o por el propio desgaste y repliegue de los protagonistas.
Sin embargo, nuestro accionar consciente y voluntario por la revolución
social, por la abolición del capitalismo, nos impulsa a asumir este
movimiento como un pequeño episodio más en la lucha histórica contra el
capital. Y en el seno de todos esos episodios las minorías
revolucionarias son las que tratan de impulsar el movimiento hasta sus
últimas consecuencias.
Este pequeño texto se inscribe en ese impulso como
necesidad de nuestra clase de hacer balance de esta lucha, de expresar
su verdadero accionar frente a las falsificaciones de todos los voceros
del capital, de señalar y contraponerse a todas las fuerzas de nuestro
enemigo, de profundizar en las fuerzas y límites que tenemos.
Si algo tiene de peculiar este movimiento es que
viene marcando cierto cambio en las características de las luchas de los
últimos años. Desde Argentina a Grecia, desde el norte de África a la
propia Francia, de Brasil a los suburbios de EE.UU., etc., hemos vivido
diversos momentos de luchas importantes con la característica común que
se presentaban como fuertes estallidos que cesaban rápidamente. El
proletariado salía violentamente a la calle empujado por la agudización
de la catástrofe capitalista y se contraponía con furia a los enemigos
más visibles del capital, pero pasados los primeros momentos, los
primeros días, las primeras semanas, cuando ya no bastaba el instinto de
clase, cuando no se sabía muy bien cómo seguir, la burguesía presentaba
todo tipo de medidas ―alternancia política, gestionismo, repolarización
entre fracciones burguesas, represión, guerra imperialista…― que
restablecían el orden. Es cierto que cada vez estas medidas de
apaciguamiento social tenían mayor resistencia por parte del
proletariado, pero no al nivel de la resistencia y permanencia de las
protestas de los chalecos amarillos tras siete meses del inicio del
movimiento. Con flujos y reflujos el movimiento ha resistido hasta ahora
a la represión, los diversos intentos de canalización y no se ha dejado
seducir con las migajas que ha ido ofreciendo el Estado francés.
Por otro lado, la burguesía, que hasta hace poco era
capaz de encerrar las luchas en sus Estados nacionales, ve cómo se le
están rompiendo esos muros de contención que le permitían enfrentarse a
las luchas paquete por paquete. Es cierto, como decíamos antes, que el
proletariado en Francia tiene muchas dificultades para asumir
explícitamente el carácter internacionalista de su lucha, sin embargo en
otras regiones del mundo la identificación con la lucha de los chalecos
amarillos expresa abiertamente ese carácter internacionalista. Esta
realidad muestra claramente que las condiciones de vida del proletariado
mundial tienden a homogeneizarse a medida que avanza la catástrofe
capitalista. Pero el proceso recién ha comenzado.
Claro que, como decíamos en un texto de hace unos
años, hoy cobra una importancia capital que las minorías proletarias de
aquí o allá avancemos en este proceso indispensable de coordinación y
centralización internacional, que rompamos las divisiones país por país,
o peor aún, ciudad por ciudad. Por ello tenemos que reconocer que nunca
fue tan minúscula la fuerza de las minorías revolucionarias, que nunca
el proletariado tuvo tanta desorientación, que nunca hubo una
contraposición tan grande entre la necesidad de revolución y la
incapacidad de asumir esta necesidad. Es evidente que voltear esta
situación es una necesidad vital para la perspectiva revolucionaria.
En cualquier caso, es indudable que el movimiento de
los chalecos amarillos hace parte de un proceso de despertar de nuestra
clase a nivel internacional, tras la derrota de la oleada de luchas de
los años 70. Ante la perspectiva factible de que este movimiento se
apague tarde o temprano, si no se produce una recuperación burguesa a la
altura de la intensidad que ha vivido y luchado, dejará tras de sí
nuevos lazos de solidaridad, quizá algunas estructuras, experiencias de
lucha de las que extraer lecciones, un nuevo número de personas que,
tras su radicalización en el movimiento, se sumarán a la actividad de
las minorías revolucionarias pese a la vuelta a la normalidad. Nuestra
clase aprende. Construye su propia memoria. Se despierta.
No esperaremos sentados a que un supuesto
proletariado metafísico, liberado de todo pecado terrenal, puro en lo
más profundo de su alma, salga a la calle para anunciar el fin del
capitalismo y la llegada de un nuevo mundo. No esperaremos tampoco a que
el propio capitalismo se devore a sí mismo para poder gestionar su
desastre. Dejemos esas profecías religiosas para todos los militantes
devotos, para todas las sagradas familias de la izquierda y extrema
izquierda del capital. El proletariado no descenderá del cielo, el
capitalismo no se abolirá a sí mismo, sino que, como siempre, una y otra
vez, la alternativa revolucionaria aparece y aparecerá en la lucha de
nuestra clase, intoxicada por la nocividad capitalista, por todo el
veneno que segrega esta sociedad. Es en ese combate contra todo lo que
nos impide vivir, contra todo lo que nos imposibilita afirmarnos como
ser humano, como comunidad humana, donde los pulmones pueden tomar algo
de oxígeno entre tanta polución y donde la comunidad humana se prefigura
como comunidad de lucha frente a la comunidad del dinero. El
proletariado está forzado a destruir el capitalismo de raíz si no quiere
que éste destruya todo nuestro mundo. Ese proletariado profano y
corrompido no descenderá del cielo, pero tomará el cielo por asalto.
En consecuencia, actuamos e impulsamos a todos los
compañeros y grupos para defender nuestros intereses de clase y a
combatir el encuadramiento burgués en estas protestas; a la
estructuración y organización contra todas las tentativas de
canalización democráticas y nacionalistas; a fortificar y extender los
contactos entre nosotros, a crear redes organizativas a todos los
niveles; estructuras para defendernos de la represión y a discutir sobre
cómo asumir tal o cual tarea.
28 de mayo de 2019
Proletarios Internacionalistas
www.proletariosinternacionalistas.org
info@proletariosinternacionalistas.org
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1 Movimiento
conservador y corporativista de pequeños comerciantes, liderado por
Pierre Poujade en los años 50, que protestaban contra la extensión de
grandes superficies comerciales. Jean-Marie Le Pen será un diputado
poujadista antes de fundar el Front National.
2 Del francés bourgeois bohème, «burgués bohemio», que hace referencia a la burguesía progresista y cultivada de las ciudades.
3 La «Francia blanca de abajo», la white trash francesa.
4 Se
trata de un grupo organizado en contra de la violencia policial en las
banlieues, con un discurso próximo al racialismo. Tiene su nombre en
memoria de Adama Traoré, un joven de 24 años que en 2016 fue asesinado
por la policía mientras estaba detenido.
5 Véase nuestro libro La llama del suburbio en www.proletariosinternacionalistas.org.
6 Esto
lo decimos sin obviar todas las limitaciones que tienen los black
block, como una práctica militante hiperespecializada que, al dar tanta
importancia a la confrontación física con la policía, cae fácilmente en
el espectáculo de la violencia ―vacía de contenido de clase y por tanto
fácilmente recuperable―, como hemos podido ver en las sucesivas
contracumbres de las últimas dos décadas –ver al respecto el artículo
“Contra las cumbres y anticumbres” de la revista Comunismo nº46 en
www.gci-icg.org/spanish/comunismo47.htm#cumbres. Así lo advierte también
una hoja distribuida durante el 1º de mayo de este año: los saqueos,
los ataques al mobiliario urbano, el enfrentamiento con la policía,
«nada más normal y lógico, nada más sano y saludable, e incluso sería
desalentador si no ocurriera. Pero también sería desalentador (por otros
motivos, ciertamente), así como dañino para la continuación del
movimiento de oposición al orden de cosas presente, que simplemente
ocurriera eso y que nos quedáramos ahí, que nos limitáramos a una
violencia de clase que podría transformarse en espectáculo de la
violencia, que no fuéramos más lejos, que no profundizáramos la brecha,
el abismo que nos separa de ellos, nosotros, la humanidad en lucha y
ellos, los capitalistas y su mundo, hecho de miseria, de explotación, de
guerra y de sufrimiento» (Chalecos amarillos (o no). Por un 1º de mayo
combativo. Acción directa anticapitalista en
https://lille.indymedia.org/IMG/pdf/gilets_jaunes_ou_pas_mayday.pdf).
7 Texto
recogido en Guerra de clases nº9 invierno 2018-2019:
https://www.autistici.org/tridnivalka/category/other-languages/espanol/.
8 Véase el texto de Barbaria, «Más allá de la extrema derecha» en http://barbaria.net/2018/12/20/mas-alla-de-la-extrema-derecha/.
9 El
texto original puede encontrarse en
https://jaune.noblogs.org/files/2019/01/Jaune1-web.pdf y su traducción
al castellano en el número mencionado más arriba de Guerra de clases.
10 Decimos
esto no porque la pequeño burguesía no exista como “clase” sociológica,
sino porque ésta jamás ha cumplido el rol de clase en el sentido de
movimiento histórico, de fuerza social, de partido. Las únicas dos
fuerzas sociales son burguesía y proletariado, revolución y
contrarrevolución, constantemente contrapuestas como los dos polos de la
contradicción capitalista.
11 El texto en francés puede encontrarse en https://jaune.noblogs.org/files/2019/02/Jaune-2.pdf.