Posted: 01 Jun 2019 05:29 PM PDT
Camina seguro, con el mentón en alto, actúa como quien se va a detener y duda, mira de refilón a las cámaras de la prensa que les esperan impaciente, sonríe, continúa su camino; minutos después, en su despacho, escribe varios tuit burlándose de la «gran prensa», «malditos presuntuosos» les llama.
Quien así actúa es el presidente de Estados Unidos, «el país más poderoso de la tierra». Si usted mira la televisión estadounidense y las portadas de los diarios, Trump está en todas partes, es la noticia principal, casi todas las semanas un nuevo escándalo, una nueva ley absurda y polémica, o un tuit ofensivo contra alguien le lleva a los planos estelares.
Los medios han caído en la trampa o son cómplices, Trump les da de comer, les brinda materia para situarse él bajo los focos y ocupar el centro de atención.
Ha promovido como nadie en décadas en EE.UU. el racismo, la xenofobia y el sexismo; logró reducir aún más el campo de acción del estado, las industrias energéticas reciben subsidios de cientos de millones de dólares, la economía high-tech se beneficia de las investigaciones del sector público asistidas por el estado, sin pagar un centavo. El libre mercado se aplica a los pobres mientras se protege a los ricos.
La guerra nutre las arcas del Complejo Militar Industrial y los señores de la muerte acumulan riquezas faraónicas mientras el gobierno, esa es su tarea, promueve y sostiene conflictos que garanticen el caudal interminable de ganancias.
Miles de seres humanos, mujeres, niños y ancianos, en todo el mundo, han perdido la vida; ciudades han sido arrasadas, los conflictos bélicos han destruido los servicios básicos de países enteros, las carreteras y la infraestructura tecnológica, llevándoles a la Edad Media.
Trump prohíbe las normativas, la investigación y el debate de las amenazas ambientales. Su gobierno se ha dedicado a destruir con entusiasmo las
posibilidades de sobrevivencia de la humanidad al cambio climático.
La intención de Trump de continuar los programas de modernización de las fuerzas nucleares, creados por Barack Obama, significa un gran peligro, el poder mortífero general de las fuerzas de misiles balísticos existentes en Estados Unidos crece por un factor de casi tres, lo que obliga a las demás superpotencias a imitarles para lograr la ventaja de un primer golpe masivo.
Esas armas están en manos de un hombre impredecible, profundamente autoritario y muy peligroso, como lo calificara Noam Chomsky. Unas pocas horas después de haber tomado la determinación de abandonar el pacto contra el calentamiento global, que muchos países rubricaron en París en 2015, se burlaba desde su cuenta en twitter de los ambientalistas, de las mujeres, de los liberales y desataba una furiosa diatriba contra quienes se atrevieron a contradecirle.
Según Chomsky, Trump es un gobernante habilidoso, un demagogo que ha sabido conectar con los «miedos legítimos» de una parte de la sociedad estadounidense, «como antes lo hicieron Hitler o Mussolini».
Como hábiles escamoteadores, entretienen a la gente con sus bien planeados espectáculos. Mientras todos siguen el último escándalo provocado por el presidente, se distraen con las declaraciones ditirámbicas de Mike Pompeo o de John Bolton, se divierten con los «errores» y «contradicciones», se atemorizan ante el caos del gabinete y las «amenazas externas», ellos les roban hasta el último centavo y les empujan al abismo.
Sus prosélitos adoran al dios Trump. La mayoría, dicen los que se dedican a elaborar perfiles, son hombres blancos, ricos, de 60 años, aunque no faltan jóvenes, mujeres, latinos y hasta afrodescendientes, que de todo hay en la viña del señor.
El presidente de Estados Unidos tiene previsto visitar próximamente la localidad de Doonbeg, en Irlanda, y el párroco local, Joe Haugh, ha anunciado que Trump será bienvenido en Doonbeg y también... en el cielo. El sacerdote cree que el «amor al prójimo» de Trump basta para permitirle ir al cielo, donde –asegura– será «el más bienvenido», según referencia el periódico local The Clare Echo.
Trump es dueño de un hotel de cinco estrellas y un campo de golf en Doonbeg, negocios de los que depende una buena parte de esa población. Parece que Donald ha comprado en Irlanda una «escalera al cielo».
