Publicado por: Iván Oliver Rugeles - noviembre
06, 2019
Por Manuel
Cabieses Donoso*
"Tomad de mí la venganza que queráis,
que yo no os opondré resistencia. ¡Aquí está mi pecho!”
(BERNARDO O´HIGGINS al abdicar el
28 de enero de 1823).
El presidente Sebastián Piñera camina
por una angosta cornisa. Cualquier movimiento imprudente puede precipitarlo al
vacío. Solo cuenta con 13% de respaldo, según encuestas. En cambio el
movimiento que exige Asamblea Constituyente goza del 87% de apoyo ciudadano.
El mandatario ni siquiera cuenta con la
red de seguridad que podrían proporcionarle los partidos políticos -de moros y
cristianos-. Ellos apenas logran un 2,4%. En suma, las instituciones
fundamentales del Estado son una ficción carente de legitimidad democrática.
Son entelequias que todavía subsisten porque el pueblo ha decidido desplazarlos
por una vía pacífica y democrática: la convocatoria a una Asamblea
Constituyente.
La crisis auto provocada por el modelo
neoliberal, es ahora un nudo ciego que la soberbia de la elite política impide
desatar. Tres semanas de multitudinarias manifestaciones en todo el país. Una
veintena de muertos. Más de dos mil heridos, cinco mil detenidos y torturados.
Enormes daños a bienes de uso público. Incendios y saqueos de supermercados que
han afectado también a medianos, pequeños y micro empresarios. Es el costo de
la intransigencia de instituciones que se ven enfrentadas por primera vez al
rechazo de la democracia directa. Casi todo un abanico de clases sociales
enfrenta al Estado oligárquico. (Ojo: hay que cuidar esa amplitud social e
ideológica). En el seno del movimiento se perfilan condiciones para reconstruir
una Izquierda que esté a la altura de esta nueva época.
Apenas un 3,4% confiaría al Parlamento
-la más desprestigiada de las instituciones-, la misión de redactar la nueva
Constitución.
La intransigencia de las elites las ha
metido en un atolladero. O abren paso a la Asamblea Constituyente o aceleran su
propio derrumbe, comenzando por la renuncia del presidente de la República.
Las renuncias de mandatarios por
revueltas sociales no son desconocidas en América Latina. Fernando de la Rúa en
Argentina (2001) y Gonzalo Sánchez de Lozada en Bolivia (2003) tuvieron que
tomar ese camino. También se obligó a dimitir a Otto Pérez en Guatemala (2015),
Carlos Mesa en Bolivia (2005), Raúl Cubas en Paraguay (1999), Jorge Serrano en
Guatemala (1993) y Fernando Collor de Mello en Brasil (1992).
No sería insólito que Sebastián Piñera
también tuviera que hacerlo. Lo negó en una entrevista con la BBC de Londres.
Sostuvo que terminará su mandato que aún no llega a la mitad del periodo. Pero
el reclamo por su renuncia continúa atronando en las calles. Si la movilización
continúa, la permanencia del presidente se podría convertir en un tapón que sus
mismos partidarios harían saltar. Hay que recordar que Piñera es socio del
exclusivo club de los multimillonarios de este país. Son los intereses de la
oligarquía los que están en juego. Sus voceros admiten resignados que están
dispuestos a sacrificar una pestaña de sus fortunas. Pero si la situación se
pone color de hormiga, no tendrían remilgos en sacrificar al rey del tablero.
Por otra parte la táctica del gobierno
para apagar el incendio social es un mayúsculo error pues condiciona al
restablecimiento del “orden público” la atención de los cambios estructurales
que se demandan. Esto ha significado incrementar las violaciones de derechos
humanos que exacerban la indignación del pueblo. El Cuerpo de Carabineros ha
sacado lustre a su tenebrosa fama y el gobierno, en los hechos, se está
metiendo en un callejón sin salida.
En la confrontación que vive Chile la
razón está del lado del pueblo. Y si la razón no es suficiente para imponer los
cambios, la fuerza ocupará su lugar. Una alternativa no deseada. La inmensa
mayoría quiere un tránsito pacífico y democrático a una fase superior de
convivencia social.
Las lucha por justicia, igualdad y
dignidad es un torrente que rebasará cualquier dique que le cierre el paso.
(*) Periodista chileno de muy larga
militancia política revolucionaria en defensa de su pueblo, fundador de la
prestigiosa Revista «Punto Final», quien debió sufrir la cárcel y la
persecución durante la atroz dictadura de Augusto Pinochet.