Hace
algún tiempo, en una fecha similar a esta, en que con motivo de su
cumpleaños no pocos en el mundo recordamos a Lenin, una persona de las
que se dedican a perseguir en las redes sociales de internet toda
expresión disidente del discurso dominante me cuestionó con el
"argumento" de que el revolucionario ruso estaba viejo y pasado de moda.
Poco
después, las "primaveras árabes" y las movilizaciones de "indignados"
en el mundo occidental llevaron a a más de un sagaz editor a relanzar
nuevamente su libro "Qué hacer" y el muy influyente filósofo sloveno
Slavoj Zizek, que ya había publicado su "Repetir Lenin", hablaba
desembozadamente de la maldecida "dictadura del proletariado".
Más
recientemente, en busca de una explicación a la caída del gobierno de
Evo Morales y la incapacidad de las fuerzas populares de organizarse
efectivamente para defenderlo, muchos acudimos a sus palabras en "El
Estado y la revolución": "…al llegar a un cierto grado de desarrollo de
la democracia, ésta, en primer lugar, cohesiona al proletariado,
la clase revolucionaria frente al capitalismo, y le da la posibilidad de
destruir, de hacer añicos, de barrer de la faz de la tierra la máquina
del Estado burgués, incluso la del Estado burgués republicano, el
ejército permanente, la policía y la burocracia, y de sustituirlos por
una máquina más democrática, pero todavía estatal, bajo la forma de las
masas obreras armadas, como paso hacia la participación de todo el
pueblo en las milicias.”
La
demonización de Lenin, quizás una de las más prolongadas de toda la
historia, no ha podido evitar que la originalidad y brillantez de sus
ideas no solo sigan suscitando admiración sino que continúan arrojando
luces en el acercamiento crítico a la realidad. Pero Lenin es mucho más
que un teórico, fue un enérgico luchador revolucionario, capaz de no
sentarse a esperar dogmáticamente que las "condiciones objetivas y
subjetivas" estuvieran maduras para la Revolución, sino que con una
enorme fe en los trabajadores y una inteligencia política excepcional
para sacar partido de los errores de sus adversarios y ya establecido el
poder soviético desafió exitosamente la guerra, la pobreza y el bloqueo
económico de las potencias imperialistas contra el nuevo estado que
fundó sobre las ruinas del zarismo.
Persona
cultísima, abierta siempre a la discusión entre compañeros, se percató
de las limitaciones de un hombre como Stalin para ejercer el puesto de
Secretario General del Partido y de los peligros de la burocratización
del socialismo. Dedicó los últimos momentos en que su estado de salud le
permitió escribir, a insistir en la organización del control de los
trabajadores sobre el aparato del Partido y el Estado. Luchó denodamente
contra lo que llamó el "chovinismo gran ruso" entre algunos líderes
bolcheviques que no eran rusos nativos, como el propio Stalin, y
trabajó intensamente por establecer la igualdad de derechos y la
autodeterminación de los pueblos anteriormente oprimidos por el zarismo.
Antidogmático
por naturaleza y critico profundo de su propia obra, Lenin no es el
extremista que la propaganda suele pintar. Enfrentado a la ciclópea
tarea de edificar por primera vez un estado socialista, donde "todos los agrónomos, ingenieros y maestros salían de
la clase poseedora", reclamaba "tomar toda la cultura que dejó el
capitalismo y construir el socialismo con ella. Hay que tomar toda la
ciencia, la técnica, todo el saber, el arte. Sin eso no podemos edificar
la vida de la sociedad comunista."
Combatiente
apasionado por la paz, defensor de la justicia, hombre práctico para
sacar de cada situación el máximo de las posibilidades, Lenin es
referente ineludible de las luchas anticapitalistas y antimperialistas
de nuestro tiempo y de la construcción socialista. Pero aún más allá,
lejos de envejecer, este contemporáneo de 150 años, por su inteligencia,
su eticidad, su amplia cultura y su entrega total a la causa de los
humildes, se convierte en paradigma del dirigente que necesitan los
pueblos en las horas difíciles que vive el mundo.