Cervantes

Hoy es el día más hermoso de nuestra vida, querido Sancho; los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones; nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros mismos; la cosa más fácil, equivocarnos; la más destructiva, la mentira y el egoísmo; la peor derrota, el desaliento; los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor; las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser perfectos, y sobretodo, la disposición para hacer el bien y combatir la injusticia dondequiera que esté.

MIGUEL DE CERVANTES
Don Quijote de la Mancha.
La Colmena no se hace responsable ni se solidariza con las opiniones o conceptos emitidos por los autores de los artículos.

19 de marzo de 2022

Cuba. A 60 años de la Reforma Universitaria: historia y proposición sobre la enseñanza del marxismo

 

Por Natasha Gómez Velázquez, La Tizza, Resumen Latinoamericano, 18 de marzo de 2022.

La autora es profesora de la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana, e investiga la enseñanza del marxismo en Cuba, desde 1994. Aunque no forma parte de este artículo, se reconocen logros alcanzados en este sentido, como la constitución de un segmento de estudiosos del marxismo, algunos de ellos con relevancia en América Latina; la publicación de artículos y libros; y la apertura hacia estudios de la historia reciente del marxismo en Cuba. El objetivo de este escrito, es socializar puntos de vista críticos y propositivos sobre lo que ha sido y es la enseñanza del marxismo en Cuba, bajo la forma de «marxismo-leninismo». Por esa razón, se presentan con amplitud un conjunto de consideraciones emitidas por marxistas distinguidos con Premios Nacionales de Ciencias Sociales. Aunque las cuestiones teóricas e históricas del marxismo que se argumentan están avaladas por especialistas internacionales reconocidos, nos remitimos exclusivamente a los criterios de especialistas cubanos.

Los estudios filosóficos habían sido reducidos

a nociones elementales y retrasadas, y a simples fórmulas inertes.

El marxismo era aludido solo, para el rechazo desdeñoso.

Reforma Universitaria, 1962[1]

Un país nuevo exigía una «Universidad renovada» al decir de Carlos Rafael Rodríguez, por lo que la Reforma Universitaria de 1962 tuvo como «aspiración el cambio total», romper y fundar, y su alcance se sintetizaba en las preguntas «¿qué se va a estudiar?; ¿cómo se va a estudiar?; y ¿quiénes van a estudiar?». Ese evento comprendió cuestiones organizativas relativas a las «Escuelas» (su unión, desagregación, aplazamiento de aperturas); la pertinencia de nuevas carreras sobre todo técnicas; separación de otras híbridas (como el «engendro teratológico» de «Filosofía y Letras»[2]); cambios en el balance estructural de las mismas (excedido en titulaciones «liberales»). La Reforma también propició incrementos sustantivos de matrículas; y tuvo interés en abandonar formas doctas en favor de perfiles de vocación social y transformador; se propuso graduar investigadores para la ciencia necesaria; proscribió la enseñanza «verbalista»; y consagró con la «asistencia obligatoria», la responsabilidad, compromiso, y dedicación de los estudiantes ante su propia formación. Garantizó condiciones para el acceso a estudios superiores de jóvenes humildes. Las «becas» y estipendios eran sus instrumentos, y los colores humanos señalados por el Che (negro, mulato, obrero, campesino, pueblo), fueron la síntesis simbólica de un cambio político, siempre cultural por su carácter revolucionario.[3]

En ese sentido,

la Reforma Universitaria no es reductible al conjunto de sus decisiones y dictámenes. La Reforma fue uno de los proyectos culturales de la revolución. Su alcance excedía los claustros, la colina, los tres campus existentes. Ya en 1925, Mella subrayaba que las Reformas pertenecían al «campo de la cultura», y advertía que, precisamente por eso, a las Reformas de su época les era «imposible conseguir… la integración de todos sus postulados», «dentro de las actuales normas sociales».

Precisando esta perspectiva de identidad entre política revolucionaria y cultura, expresó: «en el mañana, cuando la América no sea lo que hoy es, cuando la generación que pasa hoy por las universidades, sea la generación directora, las revoluciones universitarias se considerarán como uno de los puntos iniciales de la unidad del continente, y de la gran transformación social que tendría efecto».[4]

Reforma Universitaria y enseñanza del marxismo-leninismo (M-L)

La revolución fue el evento decisivo para la socialización casi universal del marxismo, y la Reforma una de sus expresiones hegemónicas en el campo educativo. Su antecedente se encontraba en las, aún más universales, Escuelas de Instrucción Revolucionaria (EIR). Se habían constituido el 2 de diciembre de 1960, y fueron concebidas como Escuelas de M-L según confirmara Fidel un año después.[5] Ese perfil también fue reiterado en los sucesivos documentos de las EIR, así como en informes y artículos de su director, Lionel Soto. De manera que el M-L comenzó a ser enseñado a nivel masivo, antes de que fuera declarado el carácter socialista de la revolución.

Con la Reforma, el marxismo va a ir incorporándose progresivamente al currículo de todas las carreras: la enseñanza del «Materialismo Dialéctico e Histórico» 1, 2, y 3; y «Economía Política» 1 y 2,[6] es reflejada en la segunda parte del texto normativo. Aunque el documento mismo de la Reforma no lo argumentara, el tipo específico de marxismo a enseñar sería el «M-L». Esto resulta evidente en la segmentación de Asignaturas y su nomenclatura.

Según precisara Carlos Rafael Rodríguez en 1962, al mes siguiente de proclamarse la Reforma, el objetivo de la enseñanza del M-L era la «formación ideológica», siempre advirtiendo los límites de esta intención docente:

no pretendemos enseñar marxismo, convirtiendo a los estudiantes universitarios en «marxistas»… La transformación ideológica de los estudiantes… es un proceso largo… Nuestros jóvenes se harán marxistas en el proceso mismo de la vida, bajo la influencia de las transformaciones económico-sociales, como resultado conjunto tanto de los cambios, como de las clases y de los libros.[7]

En este sentido, es probable que la entrada del marxismo al currículo se haya presentado a manera de prolongación y multiplicación del activismo revolucionario mismo y su voluntad transformadora. La Reforma toda, ya era parte de una realidad discursiva — de movilizaciones económicas, militares, políticas, educativas, culturales, etcétera — que extendía los espacios políticos de formación. Visto en contexto, los estudios de marxismo no fueron concebidos como apéndice de naturaleza iluminista para la formación política. No parece habérsele confiado a esa parte del currículo una tarea política, que solo puede ser cumplida a cabalidad por el conjunto de las relaciones sociales. Pero una reflexión semejante difícilmente se sucedió entonces, pues la vida política era, en aquellas circunstancias, la dimensión única de la vida; por lo que de manera orgánica — aunque no sin contradicciones propias de la lucha de clases — el marxismo entró a la Universidad.

Lo que en brevísimos años se reveló como una determinación problemática, fue la decisión de enseñar marxismo en su muy específica versión de M-L. En 1962, no parece haber sido un acto deliberado. Las circunstancias políticas concurrentes, y la inexistencia de una cultura marxista — no se trata de individualidades instruidas en el marxismo, sino de cultura — , favorecieron la adopción orgánica del M-L. En las EIR y en el sistema de enseñanza universitario, se produjo «la introducción de la educación marxista a través de los Manuales soviéticos como instrumento principal. El marxismo soviético devino masivamente `el marxismo´…».[8]

Esto obedeció a un conjunto de factores complejos, identificados plenamente desde hace décadas en numerosas investigaciones que han ido avanzando a partir diversos campos de saber: histórico, filosófico, sociológico, artístico, cultural, educativo, económico, político, etcétera. Resultados a los que se les ha sumado el aporte de historias de vida ya racionalizadas. Sin embargo, las sensibilidades y personalidades que involucra este asunto limitan, aún hoy, la publicación transparente y el debate de esos resultados hasta sus últimas consecuencias.

La socialización de lo sucedido con el marxismo y su enseñanza en los sesenta e inicios de los setenta, forma parte decisiva de nuestra historia. A pesar de eso, este tema aguarda aún por hacer su debut fuera de ciertos espacios intelectuales (otros, lo ignoran). Recuperar esa historia no es hacer arqueología, es aprender de los errores, es tener el honor de hacer justicia, es no perseverar en el equívoco, es no seguir perjudicando a jóvenes que se interesan por el marxismo todo, ni a la revolución que lo necesita.

La instrumentación en 1962 de la enseñanza del tipo específico de marxismo denominado M-L, debe ser considerada a la luz del tiempo transcurrido y de sus negativas consecuencias para el conocimiento del marxismo y para la revolución. Las acciones que en la actualidad puedan ser realizadas en este sentido, cuentan con argumentos científicos que se han ido acumulando a partir del aporte de varias generaciones de investigadores y profesores.

Entre los factores (no exhaustivos) que concurrieron en 1962 a la constitución del complejo, siempre político, que propició la enseñanza universitaria del M-L en particular, se encuentran algunos de orden práctico, por ejemplo, el contenido mismo de ese tipo de marxismo soviético. Este compendiaba — aparentemente — el conjunto íntegro de teorías y «partes» del marxismo (no había que buscar en libros dispersos); comprendía todas las «definiciones» (no había que construirlas críticamente), y estaba sistematizado (no había que integrar conocimientos). Se dispondría de una base material lista para la enseñanza y socialización a gran escala, a través de Programas, Manuales, asesores, y traducciones soviéticas.

Además, en el escenario cubano, donde no existía una cultura marxista previa, resultaba natural la inclinación al M-L, pues era un tipo de marxismo universalmente conocido, precisamente por sus características simplificadoras y vulgares.

Por otra parte, concurrían los factores de naturaleza más precisamente política. Uno de los más controvertidos, fue la responsabilidad otorgada a miembros del Partido Socialista Popular (PSP) en tareas relativas al campo intelectual y de la cultura, a la enseñanza y divulgación del marxismo, y en general, a lo que suele denominarse «ideología». Esta fuerza política tuvo su origen en el Partido Comunista fundado en 1925 bajo el influjo de la Tercera Internacional,[9] y lo que llegaría a constituirse en el transcurso de la década del veinte — con posterioridad a la muerte de Lenin — como su marxismo oficial: el M-L. Dicho marxismo era entendido, dentro de los estrictos límites de la Komintern (pero no de manera homogénea por sus Partidos y miembros), como EL marxismo, precisamente por autocalificarse como el «único, auténtico, y verdadero» en comparación con el resto de los marxismos existentes («tergiversados»).

El PSP (denominación adoptada en 1944), se había educado en ese tipo de marxismo convertido en convicción. Aún en su Programa para 1959–60,[10] puede encontrarse la referencia al M-L. Decisiones estratégicas y tácticas del PSP estuvieron marcadas por esa concepción rígida de contenidos, que había sido interiorizada por décadas, por ejemplo, su errónea apreciación sobre la acción del Moncada y la lucha armada.[11] En cuanto a la proyección conceptual, una mirada a su Revista teórica Fundamentos (1941–1961), o a columna «Aclaraciones» (1962–1964) de Blas Roca en el periódico Noticias de Hoy (1938–1965),[12] evidencia la adhesión plena del PSP al M-L: promoción de sus Manuales; documentos del PCUS y discursos de Stalin con mención al M-L; etcétera. Los fundamentos del socialismo en Cuba (1943, reeditado en 1960) de su secretario general, Blas Roca, recoge los conceptos esenciales del M-L que, por ser dogmas, no lograban captar las especificidades de Cuba (por ejemplo, se dice que Cuba ha transitado por cuatro tipos fundamentales de sociedad: primitiva, esclavista, feudal, capitalista, y transitará por la socialista).[13] Estos, son solo indicadores de la adhesión del PSP al M-L.

La convicción personal condujo también al sectarismo (propio del M-L) que se proyectaría más allá de la disolución del PSP y que conduciría, por ejemplo, a la consideración de que el Che participaba del «trotskismo». Eso equivalía a decir que el Che no era M-L, pues el M-L soviético se había autodefinido, precisamente, en oposición al «trotskismo» (también al luxemburguismo, sindicalismo, socialdemocracia, etcétera).[14] Dicho planteamiento encerraba una sospecha sobre la alineación de la revolución cubana con la URSS.

Con la apertura de buena parte de los archivos soviéticos a partir de la década del noventa, se ha encontrado — según se refiere — , un número significativo de documentos y secciones dedicadas, por ejemplo, a la guerrilla internacionalista del Che en Bolivia, lo que hace pensar en la observancia inquieta de que eran objeto los líderes cubanos y el proceso revolucionario por la parte soviética.[15]

En la compleja sinergia política que generó condiciones para la identificación del proceso político con el M-L, su divulgación y enseñanza, se encontraban la radicalización revolucionaria, la agresividad de Estados Unidos, la declaración del carácter socialista de la revolución en 1961, el acercamiento inicial y posterior alineamiento con la URSS y el movimiento comunista internacional en condiciones de un mundo bipolar; todo ello, y el curso seguido hacia la fundación del PCC en 1965 — que integró justamente al PSP — condujo — entre otras causas — a la adopción del M-L por el naciente PCC (ya estaba en el PURSC)[16]. Así pasó posteriormente a la Constitución de 1976, y mucho antes a la conciencia social, al discurso político, a la enseñanza y a la instrumentación naturalizada de políticas, en particular, en la esfera intelectual.

El M-L se encontraba sustentado por el denominado movimiento comunista internacional y la URSS, que hacían de garantes de su corrección política. Además, poseía una denominación que se identificaba con Lenin como símbolo de revolución; y se acompañaba de la leyenda de ser el «único» marxismo «científico, verdadero, auténtico». Sobre el papel decisivo que desempeñó la naciente y necesaria alianza política soviético-cubana en la identificación con el M-L, el Premio Nacional de Ciencias Sociales y Premio Casa de las Américas, Fernando Martínez Heredia comentaba: «en 1961 ser socialistas implicaba ser marxistas, y serlo aliados a los soviéticos incluía ser marxistas-leninistas, aunque la mayoría no conociera nada de marxismo. Este comenzó entonces a formar parte de la instrucción sistemática de las personas, a considerarse la manera acertada de ver al mundo y la guía de la política».[17]

Los pronunciamientos de Fidel y el Che, incluso del PSP, acerca de su identificación con el M-L, deben ser interpretados en el contexto de la época, y su reiteración posterior en el caso de Fidel, forma parte de un discurso incorporado justamente bajo condiciones históricas de alianza sistémica con la URSS. Sin embargo, una mirada a la historia de la revolución cubana y a la proyección política de Fidel bastará para percibir cómo el proceso cubano trascendió y, por tanto, se alejó en la práctica del dogmatismo del M-L en muchos aspectos. Ciertamente, no en todos, ni de manera homogénea.

A diferencia del PSP, Fidel y el Che no habían estado expuestos a la instrucción militante y disciplinada del M-L, más bien, lo habían incorporado como parte de su cultura general y política,[18] siempre mediado por otras fuentes teóricas y experiencias políticas. No hubo en ellos una identidad dogmática, lo que se evidencia en variados episodios contradictorios con la URSS en la década del sesenta, en ciertos discursos de Fidel: Crisis de octubre (1962), constitución del Comité Central (1965), Tricontinental (1966), OLAS (1967), acontecimientos de Checoslovaquia (1968);[19] en la polémica económica del Che, en sus notas a las lecturas personales de Filosofía, en el discurso en Argel, y en su crítica al manual de Economía Política, por ejemplo.

Fernando Martínez, después de señalar el dogmatismo del M-L, su procedencia soviética, y declarar que «no debemos confundir una posición determinada dentro del marxismo con todo el marxismo», precisa respecto al Che:

¿por qué el joven intelectual autodidacta no se sumó a los repetidores ni se sujetó a la «línea»?…Varios factores lo ayudaron… La vastísima información que adquirió, y sus comentarios permiten constatar que tenía una posición activa de pensamiento y preguntas ante ese torrente de ideas y de libros. Esta suele ser una vacuna eficaz contra los dogmatismos. Por otra parte… asume un antimperialismo beligerante… y lo asocia… al anticapitalismo… Identifica al colonialismo… como el enemigo de los pueblos de América Latina, Asia y África. Esta posición suya es ajena al eurocentrismo que caracteriza al llamado marxismo-leninismo, y a la subestimación implicada en las formulaciones abstractas que priorizan al llamado sistema socialista y la «clase obrera» de los países industrializados. Y lo decisivo: Ernesto está buscando una causa revolucionaria a la cual entregar todo su ser, no solo el pensamiento, mientras que la revolución anticapitalista y antimperialista no está en el plan del movimiento político que orienta a aquel marxismo.[20]

Esas diferencias con la URSS, que se expresaron sobre todo en la primera década de revolución, se hicieron manifiestas en la política cubana de apoyo a las guerrillas y movimientos de liberación nacional, en la entusiasta invitación y acogida a sus líderes del «Tercer mundo» en los encuentros de la Tricontinental (1966) y OLAS (1967), y en las experiencias revolucionarias e internacionalistas de Cuba en distintos países y la del Che en el Congo y Bolivia; todo lo cual, contradecía la política de coexistencia pacífica de la URSS en medio de la guerra fría.

Es imposible examinar por separado esos factores que hemos distinguido, pues parecerían contradictorios entre sí. Y realmente lo son. La revolución era, por definición, un hecho que encontraba su racionalidad en las contradicciones que experimentaba, las previstas, las que quedaban al cuidado de la espontaneidad, la improvisación, la premura, la voluntad de ruptura y radicalidad, la combinación entre empirismo y desconocimiento; o bien a encargo de quien correspondiera en la división política del trabajo que se decidía en términos de disposición y confianza. Más que factores concurrentes para la adopción del M-L y su enseñanza, operó una sinergia política compleja. Es probable que la sumatoria de todas sus combinaciones, más el «déficit teórico» existente — como señala Osvaldo Dorticós, presidente de la República — ,[21] y las inclinaciones del tablero geopolítico, condujeran definitivamente a la asunción específica del M-L.

Por tanto,

respecto al marxismo y su enseñanza inicial, no puede esperarse encontrar una racionalidad previa, programada y trazada con instrumentos cartesianos. Al inicio se hizo lo que se pudo, pero también, se dejó de hacer lo que se pudo, cuando a mitad de los sesenta sonó la alarma académica respecto al M-L.

Así, la instrumentación de la enseñanza del marxismo normada en la Reforma Universitaria, se presentó desde el principio a la manera del M-L. Se produjo la importación a gran escala de Manuales soviéticos en español; la promoción de monografías y Manuales de M-L en las Reseñas de Cuba Socialista (1961–1967), Teoría y Práctica (de las EIR, 1963–1967), y Fundamentos (del PSP, 1941–1961); comenzó la presencia de asesores soviéticos — en la Carrera de Filosofía Marxista-leninista de la Universidad de La Habana, estuvieron hasta avanzados los años ochenta — ; y la formación emergente de profesores para la enseñanza del M-L en todas las carreras (fueron seleccionados estudiantes de distintas carreras para su habilitación; los de la Universidad de La Habana se formaron en la Escuela «Raúl Cepero Bonilla», con profesores cubanos e hispano-soviéticos).

El M-L se entronizó no solo en la dimensión cognoscitiva y metodológica (concepción, sistema de conocimiento, y organización de esos saberes), ni a través de los medios empleados (Manuales, monografías, asesores, etcétera). También alcanzó a determinar el destino de ciertas carreras, cuya pertinencia, o más bien, no pertinencia, fue medida con el dogma M-L.

La Sociología fue calificada de ciencia burguesa, se dijo que lo apropiado era estudiar el «materialismo histórico» del M-L, y se decidió cerrar la carrera que fue feneciendo de a poco (hasta 1990 que se reabre). Igual destino corrió la carrera de Ciencias Políticas, con la diferencia de que hasta hoy permanece solo como especialización de postgrado, a pesar de su obvia pertinencia para el socialismo en Cuba. La carrera de Antropología nunca ha abierto, confinando su vida académica a los estudios de postgrado. El cierre del primer departamento de Filosofía de la UH formó parte, igualmente, de la entronización definitiva del M-L en la enseñanza y en su trazado institucional de la política.[22] En una valoración posterior, Fernando Martínez Heredia sentenció: «el predominio del marxismo soviético ejerció un efecto funesto», y «el pensamiento social recibió un golpe abrumador»

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