Manuel Amarú Briceño Triay
Cuando en diciembre de 1991, tras el antisoberano "Acuerdo de Belavezha", el traidor Gorbachov firmó la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, el Estado que Lenin había fundado en 1922, más de un financista del hegemón celebró a rabiar con champaña incluida.
Era lógico. Después de poner de rodillas al país que más sufrió, en muertos, heridos y destrucción material, la barbarie nazi y lograr que se disolviera no daba para más. Cuando se arrió por última vez su bandera, aquella que ondeó de primera en el reichstag alemán tras la campaña victoriosa que desde el este hizo el Ejército Rojo en 1945, sintieron todos los grandes acaudalados del mundo que con ella se rendían también sus armas, la hoz de los campesinos y el martillo de los obreros, y su color, el rojo.
Por supuesto, pensaron que habían derrotado también sus bases epistemológicas; la planificación, la dictadura del proletariado y el internacionalismo. Se mofaron hasta del célebre Yuri Gagarin y de la perra Laika, del mariscal Zhukov y las estrellas rojas que coronaban la grandes torres del Kremlin. Además, el paranoxismo llegó cuando se dieron cuenta, ya en concreto, que el Pacto de Varsovia había estallado en mil pedazos y que el Estado multinacional de la URSS se había desmembrado. Dando paso, en el tiempo, a más de 15 nuevas repúblicas y republiquetas. Es decir, habían logrado destruir completamente la potencialidad físico - natural, el conglomerado socio - histórico, las relaciones sociales de producción y las fuerzas productivas de la otrora gran potencia. Y como complemento, impusieron en el poder político de la más grande de las nuevas entidades, Rusia, a un traidor en toda regla. El siempre cáustico, Boris Yeltsin. Descrito por Madeleine Albright, palabras más o palabras menos, como bonachón, campechano, fanfarrón y beodo.
El "fin del comunismo" había llegado tras los acordes de "Vientos de Libertad". Tema especialmente compuesto para la ocasión e interpretado por "Los Escorpiones" alemanes. Y con él, el fin de la historia y el último hombre, como escribió Fukuyama.
Se impuso, en palabras de Alí Primera, la "libertad que defiende Supermán". Todo el andamiaje social que defendía los derechos de los más vulnerables fue desmontado. Entre ellos, los veteranos de la "Gran Guerra Patria", como llamaron los soviéticos al periodo de lucha anti nazi. La inmensa infraestructura económica se privatizó al igual que el sistema financiero. Y de la noche a la mañana Moscú se llenó de "blues jeans" azules, de acuerdo al "Gordo", un amigo nuestro de la infancia; perros calientes y hamburguesas. El clímax liberal estadounidense en pleno. La norteamericanización de la que hablaba Francis.
Sin embargo, ignoraron algo que los soviéticos habían estudiado bastante. Se olvidaron de las tesis escritas por Lenin sobre el carácter y desarrollo del capitalismo en 1916. Algunos incautos creyeron que bastaba con derrumbar todas sus estatuas y esconder todos sus retratos para lanzarlo al olvido, incluso, los más audaces propusieron profanar su mausoleo de la Plaza Roja y tirar su cuerpo momificado a los más profundo del Mar Negro para borrarlo de la historia. Pero el gran dirigente de los trabajadores del mundo no era Akenatón, aquel malogrado faraón egipcio que además de combatido en vida por los conservadores de su tiempo, fue condenado después de su muerte al destierro monumental.
Lenin escribió sobre temas muy concretos y diseccionó la naturaleza del modo de producción capitalista de su momento histórico y la perspectiva estratégica de éste en cualquier formación histórico - social. Y es precisamente lo que está pasando ahora.
En el libro "El imperialismo, fase superior del capitalismo", explicó como este sistema en su fase de librecambio y "libertad plena" (utopía liberal) desarrolla sus fuerzas productivas y sobre la base de relaciones sociales leoninas e ignominiosas para los trabajadores, le da paso a la concentración de capital y a la formación de grandes monopolios que acaparan sectores enteros de la producción. Por tanto, la competencia anónima libre dentro de un mercado desconocido deja de tener sentido para los pocos pero poderosos dueños del capital y se transforma en su opuesto. Es decir, en este estadio societal sólo los grandes monopolios pueden competir entre sí y los Estados empiezan a ser controlado por los sectores monopolistas de las burguesías. A este fenómeno el gran teórico le llama imperialismo.
En consecuencia, el desarrollo de la producción capitalista hace que se concentren en grandes monopolios, asociaciones de capitalistas internacionales, el control de todos los sectores de la economía, entre otros, energía, financiero, alimentos, transporte y telefonía; y surjan contradicciones irreconciliables por el reparto y control de materias primas y mercados. Ahora, a escala planetaria.
De tal manera, que este ciclo intrínseco al sistema capitalista, y que llevó a la Humanidad a dos guerras mundiales, se ha vuelto a completar. Con el agravante que hoy estos poderes contradictorios cuentan con armas de destrucción masiva. Con matices, claro está. Asociados a territorios, cosmovisiones, aliados tácticos y superestructuras disímiles. Pero son guerras entre capitalistas que pagan los pueblos, enajenados o por obligación.
Finalmente, asombra la hipocresía de occidente ante el fenómeno Putin. Él y sus gobiernos, dentro de la lógica antropológica perversa impuesta a Rusia después de la "Guerra Fría", hicieron sus deberes y con una evaluación notable. Prometió llevar a Rusia nuevamente a la grandeza zarista y sumergió a su país en el capitalismo más liberal. Y aprovechando los innumerables recursos naturales de semejante territorio, el tamaño de su población y una socialización insolidaria de la riqueza logró que un estamento muy privilegiado de su sociedad se hiciera con un la acumulación de capital. Por añadidura, puso en jaque al Partido Comunista Ruso y a la derecha de la derecha. ¿Qué más se le podía pedir? De lo que se desprende, aun cuando confunda por su habilidad política, que Putin no es Stalin, "cuarta espada del socialismo mundial", aunque comparta algunos rasgos de su personalidad. A nuestro juicio, se parece más a Pedro I "El Grande" y comparte en cierta forma su visión de estadista.
Quizá lo dejaron hacer y al despabilar se dieron cuenta que unos pocos rusos eran dueños de la mitad de Europa y tenían pasaportes dorados. O alguna compañía eslava comenzó a controlar el suministro de gas al Viejo Continente y un heredero de uno de los peones del hegemón empezó a ver en la cuenta de la empresa energética que preside números rojos, ojo, no comunistas.
Probablemente, causó estupor que alguien recordara la antigua Ruta de la Seda y pretendiera reactivarla. O ver a rubios muy rubios en la Isla de Margarita, lo que de inmediato hizo revisar a algún político de bajo pelo del país del Tío Sam los apuntes de secundaria que hablaban de un tal Monroe y su tesis de "América para los americanos"!, es decir, ellos.
Será que llegó la hora de la contradicción final entre los capitalistas del mundo y la última guerra. Se levantarán nuevamente a protestar ante la hecatombe en puertas los parias de la Tierra, como pensó Eugène Pottier cuando compuso "La Internacional".
"Nunca se supo", como le dijo el viejo campesino Eufrasio a nuestro amigo Federico en el valle de Gavidia, por aquello lejanos años '80.