Desde luego que eso no significa que ande limpio por ahí tratando de lidiar con la multimillonaria María Corina Machado, de competir con ella. Ya se sabe que a Machado le importa un bledo la refunfuñadera de Velásquez por las llamadas primarias y la candidatura única para el 2024.
Hay que reconocer, sin embargo, que en ese aspecto, Velásquez no se parece al zombie, a la pesadilla de Pablo Medina, a quien Diego Arria y Miguel Enrique Otero tuvieron que comprarle hasta los zapatos apropiados a la hora de cancelar la matrícula de su inscripción que impuso Capriles en aquella extinta MUD para ser candidato presidencial.
Pero, ya este Velásquez no tiene las llaves de los aposentos, ni tampoco el honor de antaño por el cual muchos luchamos y apostamos antes de que Hugo Chávez irrumpiera en la escena política de la Venezuela trastornada por la rentabilidad del petróleo.
--Pensar que llegué a admirarlo tanto en ese entonces -me dijo una entrañable amiga.
Aunque hoy no sabe lo que hace, no hay que olvidar que Velásquez secundó a Eduardo Fernández el 4 de Febrero de 1992 en la defensa de la institucionalidad cuarta republicana.
Para aquél momento sí sabía lo que hacía: ofrecerse como el as de copa a los EEUU y lo hizo tan bien, que no tuvo pudor alguno para lucirse con el embajador Shapiro en El Callao, beberse unas cervezas frías, comer sapoara y bailar al ritmo de los tambores.
La mala fortuna lo acompañó desde entonces. Desde que pese a la altísima abstención que sirvió de soporte al triunfo de Caldera y le arrebataron los votos que obtuvo, Andrés Velasquez anda del timbó al tambo pero sin salirse un milímetro del ámbito de acción de la ultraderecha venezolana, indistintamente de quien esté al frente de ella: Capriles, López o Guaidó.
Llama la atención su empeño a sabiendas de que para una eventual competencia interna, no tiene ni altura ni estatura que puedan seducir a los financiastas criollos, menos a los externos.
Pero el orgullo es más grande que el músculo. Desde siempre se ha sabido que Velásquez es recurrente en su aspiración de mostrar el rigor perdido, su visceral odio a Hugo Chávez y su tambaleo en las nóminas del financiamiento internacional contra Venezuela.