Letra Veguera
Ya se han dejado colar que Lorenzo Mendoza y María Corina Machado (e incluso Leopoldo López, que ahora vacaciona hechizado con el hielo de Islandia) podrían ser candidatos presidenciales para el 2024.
De los dos últimos, la verdad es que no hay razones de ningún tipo para dudar que sean capaces de lanzarse al ruedo; nunca las ha habido, mejor dicho: lo han intentado años atrás. López ha buscado atajos violentos. Machado hasta se atrevió desafiar a Chávez en la Asamblea Nacional y salió bastante trasquilada no solo por Hugo sino por la voz en cámara lenta pero filosa y acentuada de María León.
El filósofo y anarquista estadounidense Henry Thoreaud, a quien, según sus palabras le sentó muy bien “la soledad y la pobreza”, abandonó todo por la naturaleza y optó por el raro oficio de labrar lapiceros en el seno familiar como un negocio delicado, sano y decoroso.
Si viviera en este siglo de síntomas agónicos del capital, seguro se habría vuelto un acólito de Cortázar, en un fabuloso cronopio, y habría inventado un reloj con hojas y corazón de alcachofa para, al terminar las horas concebidas, degustarlo con vinagreta y vino. Ese oficio de orfebre y ebanista de la vida de Thoreaud no necesariamente está identificado con los ideales lunáticos de un sibarita adinerado: puede a lo sumo parecerse un personaje mítico de una tradición literaria universal, a una figura noble de la obra amorosa de Horacio, Petrarca o Propercio.
Y no lo está porque los valores del capitalismo están intrínsecamente relacionados con el poder del dinero, las guerras, la mitificación de la propiedad, los sentimientos perversos.
Los del socialismo que idearon Marx, Engels, Fidel, Einstein, el Che, Chávez, van en un tren que algún día tendrán que bajarse del vagón para caerse a trompadas con sus contrarios. No podemos dejar este combate en manos de un mago de chequera, por muy ilusionado que esté con infiltrarse entre nosotros a plena luz del día y ponerle las manos al coroto de Miraflores, como sería el caso de Lorenzo Mendoza.
Thoreaud decía que, si la gente ve a un hombre contemplar el bosque, tomar en sus manos las hojas y oler la tierra húmeda, sería tildado seguro de un holgazán o un maníaco depresivo sin remedio. Pero si el hombre es visto talando los árboles, cortando rodajas de cedros o apamates, sería reconocido como un sujeto ávido de ser alguien en la vida, un futuro industrial de la madera o un Presidente de la República con ganas de cagarse en el reino de los pobres.
Que sirvan estos ejemplos para entender los casos del muchacho de los ojos desorbitados, Leopoldo López, el mantuanito formado para las “grandes aspiraciones” bajo la fronda de la “meritocracia” de la PDVSA que apoltronó a su madre, la de los cócteles y torneos de golf y siempre benefactora del fruto de su vientre, cuyo “hobby” preferido era asistir a las fiestas aniversarias del Citibank en el Country Club de Caracas.
También para que hablemos de Tradición, Familia y Propiedad, de abultadas alforjas de dinero, guarimbas, persecuciones y asedios. Estamos retratando a la clase de la antipolitica de la más fina estampa delincuencial provenientes de los Amos del Valle, que han basado en el líquido placentario embadurnado de petróleo liviano, en cuyas retinas nacieron tatuadas las venas del “umbililicus urbis Romae”, que son las arterias que los emparentan con los poderosos dueños de Caracas y gran parte de Venezuela desde el siglo XVII.
Vienen de esa zaga, coleados, camuflados, parientes de sus filiales y, junto a otros de su estirpe, como Capriles Radonsky, Julio Borges y otros próceres de la llamada “anti política” venezolana, adefesio basado en el contrafuerte de la gerencia, la decencia, la justicia (sinónimo de la Ley del Embudo: la boca grande para sus privilegios, el piquito final y estrecho para cernir los restos de los pobres y asalariados) y la supremacía.