Quiero agradecer a La Escuela Nacional de Poesía Juan Calzadilla, por haberme invitado a este Conversatorio y Recital Poético Musical, titulado: Fuera de una simple nostalgia, que se realiza, en el marco del 18 FESTIVAL MUNDIAL de POESÍA de VENEZUELA, capítulo Barinas, en homenaje a uno de los poetas más respetado, querido y prolífico de este país, cuya obra abarca la poesía, el ensayo, la crónica, la narrativa, la crítica y las artes plásticas; en esta última especialidad, específicamente, el dibujo.
Me estoy refiriendo a nuestro gran amigo, guía, pero sobre todo hermano de la vida: Leonardo Gustavo Ruiz Tirado.
El tema que se me he permitido abordar y desarrollar, sobre una de las facetas poco conocidas del homenajeado, El otro lápiz de Leonardo, precisa una conversa larga y tendida.
No obstante, los lapsos de tiempos establecidos en la programación nos obligan a ser sucintos.
Pido disculpas de antemano por lo breve que va ser mí intervención.
Leyendo un párrafo de “El Origen de la Obra de Arte”, del gran filósofo alemán Martin Heidegger, publicada entre 1935-1936, advertí, palabras más, palabras menos, que para que exista una obra de arte debe existir un artista, y para que exista un artista debe existir una obra de arte que lo sustente. Es decir, ambos son inseparables, de la existencia de uno depende la existencia de la otra.
Pero para que exista el Arte se hace necesario un tercer elemento, y ese elemento es el que interpreta el hecho artístico, quien a través de su subjetividad, su inteligencia, su imaginación, va obrar mediante la obra, un mundo que va más allá de lo simplemente expuesto.
Un artista es una persona con el talento y las habilidades para conceptualizar y hacer obras creativas que expresan un mundo real o imaginario.
Leonardo reúne todas las condiciones necesarias para ser valorado como tal.
Recuerdo que una vez, viéndolo realizar trazos con la punta del dedo, sobre la superficie de una barra, aprovechando el agua que destilaban las botellas de cerveza, producto del deshielo, me comentó que desde muy niño había comenzado a dibujar. Y que lo hacía aprovechando cualquier soporte, llámese servilleta, hojas reciclables, madera o cartón; acto que realizaba de manera espontánea, no inconsciente, pero sí de forma natural, sin necesidad de recurrir a escuelas de ningún tipo, y sin pretensiones de convertirse en artista plástico, ni exponer en ningún lado. Esto me llevó a preguntarle, cuál era el motivo de tan drástica decisión. Me contestó: porque tengo muy clara mí vocación de escritor, pero eso no significa que haya dejado o deje de hacer lo otro.
Y es que él tiene innata esa particularidad. Ese rasgo que distingue a los artistas y que les permite hacer diversas lecturas y expresar puntos de vista propios sobre cualquier hecho eventual.
Pero hay un dato muy importante que en aquella ocasión no sabía y que en esta oportunidad no voy a pasar por alto, estoy apuntando al génesis de su formación plástica. Lo cierto es, que del año 1974 a 1977, Leonardo vivió en Barquisimeto, y junto a su hermano Federico se inscribieron en la Escuela de Artes Plásticas Martín Tovar Tovar, que es considerada una de las escuelas más antiguas y reconocidas del interior del país, muy vinculadas al paso histórico de muchos paisajistas famosos del Estado Lara, entre ellos José Requena. Y uno de los profesores era nada más y nada menos que Felipe Herrera, quien hacía las veces de subdirector y enseñaba dibujo. Leonardo se hizo muy amigo de él, al punto de que en los años siguientes, junto a Adelis Campos y otro selecto grupo de alumnos, fungieron como en una especie de colaboradores, a quienes Felipe llamaba coloreadores, que se ocupaban de rellenar esos inmensos dibujos que el maestro realizaba, utilizando lápices prisma color y otros lápices de diferentes marcas y tinta china que le enviaban del exterior.
Felipe era un tipo poco comunicativo que siempre cargaba un lápiz o un pincel en la boca y cuando se los quitaba era para echarse un palo de ron.
Otra persona con la cual compartió muchas experiencias en esos años fue con Jesús el gordo Páez, que también era profesor de la prestigiosa escuela, además de músico, diseñador y pintor, pero sobre todo muralista. Otro que pasó por esa aulas fue el poeta Pedro Ruiz, quien no tenía mucho interés plástico pero andaba buscando que hacer.
Al mudarse para Mérida, donde vivió desde el año 1977, tuvo grandes intercambios en asuntos relacionados a la materia en estudio con Leopoldo Armand y con Ramiro Najul, grandes Maestros ya desaparecidos, el primero pintor informalista y abstracto, pero con un conocimiento extraordinario de la historia del arte contemporáneo, y el último un retratista excepcional.
En su paso por Barinas hay que hacer referencia a Asdrúbal Romero y a Ángel Muñoz, quienes lo estimulaban a seguir dibujando luego de observar una serie de miniaturas denominadas Las barrenderas, que todos calificaban de alto vuelo, y que seguramente duermen en baúles herméticamente cerrados, en casa de los amigos, para que no se vayan a deteriorar. Igualmente Ignacio Vielma, Efrén Montilla, Jimmy Soto y mi propia persona.
Por cierto hay una anécdota que les quiere contar: “en una ocasión Leonardo fue a visitarme en una casa donde vivía alquilado, en pleno centro de la ciudad, y aprovechando que la madre de mí hijo andaba de viaje, entre vapores de aguas espirituosas tomamos una de las paredes que daba al patio y comenzamos a pintar un mural. Aún conservo en mi mente la algarabía de la lora de la vecina que a partir de ese instante cogió la maña de que cada vez que me veía imitaba la voz de Leonardo indicándome que le metiera más locura al diseño para que despertara conciencias porque la masa no estaba para bollos y la situación iba de mal en peor. Como es de suponer, dicha obra, a cuatro manos, nunca se terminó, debido a que en medio de la euforia se nos cayó el litro que nos daba estímulo y no hubo plata para más”.
Por eso y tantas cosas, cuando me enteré que iba a realizar su primera exposición individual, titulada; “El otro lápiz de Leonardo”, sentí una gran alegría. Esta actividad llevada a cabo el 16 de abril del 2021, en el Museo de los Llanos (MULLA) curada por Jackson Niño, su actual director, honra lo expresado por Leonardo en aquella oportunidad. En la muestra exhibida se pudo contemplar obras de varias décadas donde se destacaba la frescura y genialidad del autor, quien mediante los elementos básicos de la expresión plástica, utilizando como soportes papeles en pequeños formatos, fue hilvanando un discurso visual que reflejaba, y sigue reflejando, el universo que lo circunda, donde se aprecian visos de aquella corriente artística y cultural, que no sólo se desarrolló en Europa sino también en varios países latinoamericanos, en los años 50 del pasado siglo XX, conocida con el nombre de La Nueva Figuración. Y que surgió en contra corriente del abstraccionismo geométrico y el expresionismo abstracto, cuyo mayor exponente fue el pintor británico Francis Bacon. También Edward Hopper, Jean Dubuffet.
En Venezuela sus mayores representantes son Jacobo Borges, Luis Guevara Moreno, Manuel Espinoza y Régulo Pérez.
Este último personaje ha debido ser una referencia bastante significativa en la obra plástica de Leonardo, así lo creo, tomando en consideración los lazos de amistad que han tenido y la identificación ideológica que los anima. Es de suponer que en momentos de tertulias temas relacionados al lenguaje artístico y la función social del arte, han debido salir a relucir.
No debemos olvidar que este es un estilo beligerante, innovador, vitalista, contrapuesto a las formulaciones meramente decorativas y hegemónicas de la abstracción geométrica y del cinetismo, que se diferencia de otras tendencias artísticas por la libertad absoluta, colores variados donde se puede decir que no hay una regla en específico, y donde la figura humana, sobre todo en la pintura, cobra una gran importancia adoptando formas orgánicas deformadas, exageradas, monstruosas y a veces hasta desordenadas; como cita Juan Calzadilla en un artículo publicado el 2 de febrero del 2020, que lleva por nombre El movimiento de la nueva figuración.
Reminiscencias de todo esto podemos encontrar en los dibujo de Leonardo. Sus composiciones, casi siempre en primeros y segundos planos, conforman personajes sugeridos, agrupados en ambientes que evocan puntos de encuentros, reuniones, viajes, notas escritas, todo con muy poco color, donde la ironía, el gesto, lo grotesco, el humor, se conjugan para construir, mediante la triangulación, autor, obra y espectador, esa otra poesía que se infiere del sujeto en estudio y que nos da la certeza de un trabajo, que sin dejar de incluir el azar, nos lleva a una profunda reflexión.
Leonardo siempre ha sido un gran lector. A tal extremo que según su hermano Federico, cuando tenía cuatro años, una vez fue dado por perdido y lo encontraron oculto en la biblioteca de su padre, don José Esteban Ruiz-Guevara, leyendo el Capital de Carlos Marx.
De manera, que ante tales antecedentes, más lo sólida formación alcanzada mediante el autoestudio y las diversas personalidades del mundo artístico con quienes ha compartido momentos estelares, no es exagerado suponer que estos pintores, estas tendencias, pudieron haber sido estudiadas por él.
Pero los aportes a la artes plásticas que ha realizado Leonardo no se quedan ahí, van muchos más allá. Acordémonos que fue directivo del Ateneo de Barinas, también el primer director del Instituto Museo de las Culturas del Llano, que luego pasó a llamarse el Museo de los Llanos (MULLA) donde realizó un trabajo extraordinario haciendo énfasis en el reconocimiento del artista regional. Además ha escrito comentarios, presentaciones y valoraciones críticas de gran importancia para la historiografía de las artes plásticas de nuestro Estado y la cultura nacional.
En conclusión, Leonardo es un intelectual a carta cabal del cual debemos sentirnos orgullosos.
Por eso levanto mi copa imaginaria y brindo por él.
ESTO, PALABRA, ERES.