Venezuela atraviesa por una nueva etapa de complejidad política. La nación, que viene de un difícil escenario en el pasado reciente, debe enfrentar ahora una nueva ofensiva de la ultraderecha local, esta vez apelando a la trillada narrativa del fraude electoral y articulada con poderosos intereses transnacionales. En horas muy difíciles para el pueblo venezolano, conviene apuntar algunas cuestiones para el debate.
La primera es el papel irresponsable que han jugado algunos gobiernos supuestamente de izquierda, antes y posterior al proceso electoral. Particularmente el gobierno de Lula, en Brasil, que no solo se hizo eco de una lectura distorsionada de un discurso del presidente Maduro, sino que además con su morosidad a la hora de dar el voto de confianza a los resultados presentados por el CNE (ente que ha rectorado, en 25 años de gobierno, más de 30 procesos electorales, algunos de los cuáles fueron aplastantes derrotas para el gobierno) ha contribuido a alimentar la narrativa que la ultraderecha local y los grandes medios cartelizados han intentado imponer en torno al proceso.
A esto se suma el papel de ciertos sectores de la izquierda que miden al gobierno y al proceso bolivariano con estándares irreales, que no solo fallan en describir y comprender adecuadamente la realidad nacional, sino que además alimentan por acción y omisión el escenario de confrontación existente. Las lecturas van desde una comprensión falseada de la realidad, describiendo el conflicto en curso como un conflicto meramente interburgués, entre la vieja burguesía y una nueva “burguesía chavista”, vagamente descrita y caracterizada, hasta la vergonzosa posición de algunos partidos comunistas apoyando la narrativa de María Corina Machado y su hombre de paja, Edmundo González, sustentándola en acusaciones al gobierno de haber abandonado la causa de los humildes. Esto contribuye a una mayor confusión y fractura entre la izquierda en torno a lo que ocurre en Venezuela.
Más allá de que pueda haber burgueses del lado del gobierno e incluso de que algunos puedan haberse enriquecido significativamente en los últimos años, lo cierto es que no estamos, para nada, ante un escenario de conflicto interburgués, sino ante un escenario de pugna entre el proyecto chavista, de reivindicación nacional y justicia social y las viejas oligarquías nacionales que durante estos 25 años no han dudado en apelar a todos los recursos a su alcance para desconocer y revertir la voluntad popular expresada en las urnas. Y aunque existan importantes carencias sociales, fracturas y desigualdades, la única oportunidad de corrección y mantenimiento de los logros sociales alcanzados en estas décadas, reside en el gobierno presidido por Nicolás Maduro. Así lo entendieron los millones de venezolanos y venezolanas que le dieron su voto a la continuidad del proyecto.
En horas recientes el presidente Maduro expresó su disposición de poner ante el Tribunal Supremo de Justicia la totalidad de las actas en poder del PSUV y que demuestran la legitimidad del triunfo electoral. Copias de estas mismas actas, que emiten automáticamente las máquinas electorales al cerrarse el proceso de conteo de votos, están en poder de todos los partidos que participaron en las elecciones, aunque María Corina y la fracción golpista hayan subido a una página espúrea supuestas actas donde se evidencia su triunfo electoral.
La voluntad del ejecutivo nacional reelecto de someterse a la fiscalización de uno de los poderes independientes y soberanos del estado, como es el supremo poder judicial, evidencia la voluntad de transparencia, máxime en un momento donde un masivo ataque cibernético ha dejado convenientemente fuera de circulación la página del CNE, para mayor alimento de la narrativa golpista dentro y fuera del país.
Otro aspecto a destacar es el relato mediático. Los principales medios cartelizados de Occidente insisten en titulares donde acusan a Maduro de atribuirse la victoria o de robársela a Edmundo González. Sin embargo ninguno posee ni presenta pruebas contundentes que mostrar. Más de mil observadores internacionales avalan la legitimidad del proceso electoral recién concluido, pero en lugar de darle espacio a esas voces, se le da a figuras de la oposición o al norteamericano Centro Carter que, como era de esperar, se ha sumado a la campaña de sembrar la duda razonable en torno al proceso o a las declaraciones de gobiernos de claro signo ideológico contrario al chavismo.
Venezuela ha respondido enérgicamente a lo que considera una violación de su soberanía, retirando sus representantes diplomáticos de siete países de la región que han desconocido los resultados electorales y por ende al CNE. La prueba de que la intención de estos gobiernos y otros va más allá de la mera preocupación sobre el sano curso de la sacrosanta democracia burguesa, está en que al menos uno, el de Perú, ya reconoció como presidente vencedor de estas elecciones a Edmundo González y Costa Rica le ofreció asilo político y valora la posibilidad de reconocerlo, esto sin importar la veracidad de las “pruebas” aportadas por la oposición.
Los “comanditos” violentos activados en numerosos puntos del país y que han atacado centros médicos, transportes y edificios públicos, son una prueba más de la premeditación de todo lo que está ocurriendo hoy en Venezuela. Ya desde antes de las elecciones se comenzó a activar la narrativa del fraude y era de esperar esta evolución de acontecimientos posteriores, que reedita viejos cursos de acción seguidos por la derecha golpista nacional en el pasado reciente.
Ante todo este panorama, el gobierno venezolano y el pueblo chavista tienen un grupo de ventajas. La primera es la capacidad de movilización y organización popular de un pueblo que viene de dar y ganar duras batallas en el pasado reciente en contra de escenarios similares. El propio ejecutivo nacional ha sacado importantes lecciones en la lucha contra las guarimbas y otros grupos paramilitares que intentaron desestabilizar el país. Otra fortaleza son los miles de veedores que participaron en todas las partes del proceso electoral y atestiguan su total transparencia. También, a pesar del cerco mediático, una nueva articulación de medios de izquierda, algunos nacidos al calor de la Revolución Bolivariana o hijos de las alianzas internacionales de ésta, contribuyen a divulgar en redes sociales, sitios webs, mensajes en Whatsapp y otras plataformas de mensajería contenidos que eluden la censura y ayudan a colocar la verdad de Venezuela en los más diversos escenarios.
A pesar del asedio, del bombardeo mediático, de las apelaciones a la violencia y las acusaciones en contra de Venezuela y su presidente reelecto, algunas verdades permanecen indiscutibles. No hay ninguna prueba sólida que permita dudar de la fiabilidad del sistema electoral venezolano y su ente rector, el CNE. El chavismo ha demostrado en el pasado que sabe reconocer la derrota electoral y aprender de ella, así como su respeto irrestricto a la voluntad de las urnas. Más allá de su relato, la oposición venezolana ha demostrado una vocación violenta y antipopular, de desprecio al venezolano humilde y odio a muerte al chavismo, al punto de quemar vivo a un joven durante las guarimbas de 2017 solo por ser de piel oscura y vestir una camisa roja.
Pero quizás la más importante verdad de estas jornadas sea la hermosa certeza, repetida por millones en todo el mundo, de que Venezuela no está sola y jamás triunfará el odio y el caos en el país.
(*) José Ernesto Nováez Guerrero, Escritor y periodista cubano. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Coordinador del capítulo cubano de la REDH. Colabora con varios medios de su país y el extranjero.
Fuente: Mate-amargo/ 1 de agosto de 2024