Cervantes

Hoy es el día más hermoso de nuestra vida, querido Sancho; los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones; nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros mismos; la cosa más fácil, equivocarnos; la más destructiva, la mentira y el egoísmo; la peor derrota, el desaliento; los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor; las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser perfectos, y sobretodo, la disposición para hacer el bien y combatir la injusticia dondequiera que esté.

MIGUEL DE CERVANTES
Don Quijote de la Mancha.
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21 de junio de 2025

“Indio”

 

José Sant Roz

  1. Primero, al criollo autóctono de América, lo llamaron “indio” por equivocación de Colón, al creer éste que con sus caraberas había llegado a las Indias Occidentales. En México muchas etnias indígenas se niegan a ser catalogadas de “indios”. Luego vinieron otras deformaciones y al “indio” por no parecerse al europeo, lo comenzaron a definir mediante ideas occidentales como: “flojos”, “aleves”, “traicioneros”, “viles”, “brutos”, “canallas”, “sucios”, “inútiles”, “atrasados”, “feos”, … adjetivos que también recaerían sobre los negros, mulatos, zambos y mestizos en general.
  2. Me decía el antropólogo Jean Marc de Civrieux, que los aborígenes nuestros jamás pegaban ni gritaban a los niños menores de siete años, y que cada niño en las tribus era considerado hijo de todos los adultos. Pegar a un niño significaba en el concepto de nuestros indios, dañarles el “espíritu”. Mucho es lo que nuestros programas de educación pueden aprender de la educación de los aborígenes, pero como esto por mucho tiempo significó “atraso”, siguiendo el patrón cultural exigido por Occidente. Los indígenas de nuestros pueblos, que se han salvado de las bestias del desarrollo se encuentran tal como los vieron los europeos: sin pretensiones de “adelanto”, sin falsos cambios morales, sin horribles contradicciones sociales, sin historia (porque nunca la han tenido, ni falta que les hace), sin pestilencia por doquier; sin desperdicios humanos y venenosos materiales; sin el consabido sabor del recelo, de la extrañeza moral y del autoaniquilamiento (por vía del maquiavelismo “político”) por la diabólica vanidad de saber para destruir, dominar y engañar. Cuanto sistema político se ha experimentado, en lugar de acercar a los pueblos, los ha enfermado de miserables racionalismos, por tanto, que no se ha procurado una rectificación a la maldad, y cada vez se afinan las confrontaciones y empeoran las condiciones climáticas del planeta. Decía Bolívar: La influencia de la civilización indigesta a nuestro pueblo, de modo que lo que debe nutrirnos nos arruina.
  3. En cuanto a la supuesta “flojera” de los “indios”, sostenida por los europeos, nos refería Jean Marc de Civrieux[1], estudioso de las etnias venezolanas, que la resistencia pasiva del indio al trabajo de estilo importado fue el motivo determinante de enfrentamiento entre indios y conquistadores y uno de los factores principales de los atropellos, rebeliones y genocidios. Y añade: “La cuestión del trabajo explica por qué el indio se resistía a poblar los repartimientos, encomiendas y reducciones, porque dedicaba todas sus energías, una vez reducido, a recobrar la libertad para poder atacar los pueblos de españoles y las misiones, desde sus propios refugios en la selva. Otros motivos bien conocidos eran el fanatismo de los invasores, su intolerancia religiosa y cultural, su sed de oro y de riqueza fácilmente adquiridas”.
  4. Don Mario Briceño Iragorry, su libro “Tapices de Historia Patria”[2], -que para 1982 llevaba cinco ediciones- asume una posición extremadamente eurocentrista, católica y romana sobre el asunto de la conquista; prácticamente no ve lunar alguno en el proceder del conquistador. Dice, por ejemplo, que Guaicaipuro no puede merecer el nombre de héroe, porque “el héroe requiere una concreción de cultura social para afianzarse[3]”(¡cursi, coño!); y sigue añadiendo con alarde jurídico, racista, arrogante y retórico: “la defensa de un bohío podrá constituir un alarde de temeridad y de resistencia orgánica (¡qué entelequias, Señor!), pero nunca elevará al defensor a la dignidad heroica. Porque héroe, para serlo, en la acepción integral, debe obedecer en sus actos a un mandato situado más allá de las fuerzas instintivas: su marco es el desinterés y no la ferocidad[4]”.
  5. Don Mario Briceño Iragorry, dice, por ejemplo, que Guaicaipuro no puede merecer el nombre de héroe, porque “el héroe requiere una concreción de cultura social para afianzarse[5]”(¡cursi, coño!); y sigue añadiendo con alarde jurídico, arrogante y retórico: “la defensa de un bohío podrá constituir un alarde de temeridad y de resistencia orgánica (¡qué entelequias, Señor!), pero nunca elevará al defensor a la dignidad heroica. Porque héroe, para serlo, en la acepción integral, debe obedecer en sus actos a un mandato situado más allá de las fuerzas instintivas: su marco es el desinterés y no la ferocidad[6]”.
  6. Entre los intelectuales que despreciaban a nuestros indígenas, por considerarlos seres inferiores, debemos mencionar a Mario Briceño Iragorry, Laureano Vallenilla Lanz y Rufino Blanco Fombona. Los indios, para don Mario Briceño Iragorry merecían poco o ningún respeto. En su concepto, esta raza no ha dejado casi ningún rastro en la presente generación porque “la sangre aborigen quedó diluida en una solución de fórmula atómica en la que prevalece la radical española” (pág. 41). Nuestros indios eran en su concepto, lo más atrasado y deplorable de América. No hay entre estas tribus -en su modo de ver- “organización político-social, una comunidad continua” sino seres divididos en parcialidades. Según él, no se llegará a conocer nunca el origen ni la naturaleza de aquellos primitivos pobladores (pág. 42). Agrega también que los caribes eran de vocación germánica; eran duros y crueles, comedores de carne humana, fresca y cecinada (pág. 43). Para don Mario, eso de conservar a los indios en su medio, respetándoles sus dioses y sus costumbres, es “como si se organizara un museo de historia natural en plena selva, y maldita la gracia del Olimpo zoológico que llenaría sus templos” (pág. 44). Nuestros indios eran unos “atrasados” que ni siquiera “utilizaban adobes en sus construcciones” (pág. 46). Deberían estar agradecidos de haber sido pacificados por los españoles (pág. 67); habla de la “flecha aleve del indígena” (pág. 71); que a estos infelices se les ofreció la paz y “en nombre del Rey se les redujo cuando de grado no la aceptaron” (pág. 81); que eran “duros de corazón” (pág. 83), poseían ferocidad natural (pág. 85) “y en verdad que eran de poca cabeza los infelices” (pág. 86). Y añade muy ufano, luego de otros tantos adjetivos presuntuosos, que la encomienda no fue un sistema de explotación, “sino un medio de mejorar la condición de los naturales a trueco de que estos trabajasen para el encomendero” (pág. 86).
  7. En Venezuela hemos tenido muchos aborígenes sabios, al punto que investigadores de primer orden, fueron a la selva a tratar de entender este mundo, de conocer el papel del hombre en esta tierra, de su conocimiento del cosmos, de los valores más profundos del mito y de las creaciones más ancestrales de la naturaleza. Barné Yavarí fue uno de esos sabio maquiritare, de los que sostuvo insistentemente que no aceptaba que se dijese que el “indio” es un ser “que no da nada ni ha dado nada a las generaciones pasadas y que no tiene que ofrecer a las del presente y mucho menos a las del futuro[7]”.

[1] Los Aborígenes de Venezuela,Vol I, Etnología Antigua, Monografía Nº. 26, Fundación la Salle de Ciencias Naturales, Instituto Caribe de Antropología y sociología, Caracas, 1980, págs. 107, 108.

[2] Mario Briceño Iragorry, Tapices de Historia Patria,  Impresos Urbina, Caracas, 1982.

[3]Ibídem,  p. 111-112.

[4] Ut Ibídem.

[5]Ibídem,  p. 111-112.

[6] Ut Ibídem.

[7] Gloria Marrero, Coordinadora General del Movimiento por la identidad Nacional, en la presentación del libro “El caso Nuevas Tribus”, Editorial Ateneo de Caracas., 1981.


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