Él recorre taciturno los metros hasta el lugar. Con paso lento, cansino, desdobla los recuerdos de otros tiempos. Bosteza y cierra los ojos, buscando en la momentánea oscuridad respuesta al tedio de los días siameses.
Abre sus ojos y la mira. Luego, observa la marea de gentes pasando anónimas por aquel camino de mediodía bajo el sopor del calor sofocante. Reino de luz en donde los cuerpos hastiados de una mañana ingrata reclaman atención.
De la nada dos ciclistas pasan enfundados en ajustadas licras oscuras. Por supuesto, la falda se mueve al ritmo del pedaleo y tres mirones levantan su mirada de las pantallas celuloides. El joven acompañante barbado hace una mueca no muy amistosa y aprieta el paso de la corona de velocidades. Al mismo tiempo, una joven de cabello dorado les pide el paso agitada tras el volante de un pequeño auto. Frena despacio, ausculta la escena y con el dedo índice de la mano izquierda acomoda la posición de la montura azabache de sus lentes redondos.
Segundos después dos pájaros negros revolotean con dirección este - oeste mientras ella sigue esperando en el borde del muro.
Manuel Amarú Briceño Triay
Mérida, 26 de junio de 2025