Cervantes

Hoy es el día más hermoso de nuestra vida, querido Sancho; los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones; nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros mismos; la cosa más fácil, equivocarnos; la más destructiva, la mentira y el egoísmo; la peor derrota, el desaliento; los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor; las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser perfectos, y sobretodo, la disposición para hacer el bien y combatir la injusticia dondequiera que esté.

MIGUEL DE CERVANTES
Don Quijote de la Mancha.
La Colmena no se hace responsable ni se solidariza con las opiniones o conceptos emitidos por los autores de los artículos.

17 de julio de 2025

Un amigo inesperado me acompaña por Caracas…

 

José Sant Roz

En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana.

José Martí

Aquí en Caracas, despues de doce años. Doce años sólo en mis sueños, en lontananza. Arcangélicos recuerdos entre dispares sentimientos de deuda y melancolía.  Y quien me acompaña recorriendo sus calles y plazas es José Martí. Va el Apostol, diciendo:

  • ¿Podrá un cubano…, olvidar que cuando tras dieciséis años de pelea, descansaba por fin la lanza de Páez en el Palacio de la Presidencia de Venezuela, a una voz de Bolívar saltó sobre la cuja, dispuesto a cruzar el mar con el batallón «Junín», «que va magnífico», para caer en un puerto cubano, dejar libres a los negros y coronar así su gloria de redentores…?

Nos acercamos a la Plaza Bolívar, y Martí se adelanta, conmovido ante el monumento al padre de la patria, y dirige su mirada ardorosa ante aquel hombre cuyo mayor obsesión era ver a toda nuestra América unida, y fue diciendo:

  • Bolívar honró a cada hombre con algún aporte desinteresado y noble cuando América era una tierra de bárbaros para occidente, empezando por Bartolomé de Las Casas, al punto que quiso erigir una ciudad con su nombre. No olvidó a Humboldt ni a Bonplad, y por exigir la libertad de Bonplad, aherrojado por el Doctor Francia, se llegó hasta los confines del sur. No dejó de lado a los indios de Perú ni de Bolivia y les dio leyes amplias y humanitarias para protegerles. No podía olvidar a Cuba ni a Puerto Rico, aún colonias del imperio español.

Cuba, tierra sin otra historia para occidente que la de los estragos de los buscadores de oro. Desde que Colón pisara sus costas hasta durante todo el siglo XIX, Cuba se encontró sin un padre espiritual que la representara. La tierra toda bajo las sórdidas secuelas del crimen y la explotación española; su pueblo, marcado por los martirizantes desgarros del colonizador; el mar cómplice, la salida de mil caminos; frente al mar siempre la visión sagrada de lo puro y eterno. El sol. La soledad presidiéndolo todo, la soledad enamorada del rumor de las noches, y allí en la Plaza, mostró aquella conmovedora admiración por Bolívar:

¡Dondequiera que estés, duerme! ¡Mientras haya americanos, tendrás templos!; ¡mientras haya cubanos, tendrás hijos!

Mirándose a sí mismo en la angustia del que tienen tanto por hacer y siente que aún no ha hecho nada. Con el más puro querer, con el más auténtico pensar indo-americano, con la más noble voluntad, adentrándose en los sueños y nervios del grande hombre para ser como él, presintiendo la liberación de su Patria. Presintiendo que no puede morir aquel a quien la muerte ha calado hasta los huesos.

Poseído Martí por el compromiso de su inmensa obra, apenas comenzada, siendo él el elegido para llevarla a cabo. Porque todo lo noble aspira a la grandeza. Y sólo los grandes saben leer las señales, percibir lo oculto y lo invisible de lo que ya está escrito en su destino. Al primer llamado, fundido con la iluminación de un canto; a la primera orden debía ser él el primero, en echarse atrás las lágrimas y los temores, salir al campo, dirigir la marcha. Ahí frente a él, esa gloria que se alcanza al perderlo todo. Esa fuerza, ese don de inmensa prodigalidad que está en no aspirar a nada, para luego descender del cielo con metáforas de auroras, viviendo para siempre por todo lo que se hace.

Estelas de luz eterna.

El que se basta a sí en la plenitud de la refriega y del servicio asumido. Cuando cada paso que da se hace sagrado e intangible, entrañable y consustancial con la causa que sostiene.

¡Cuántos años llevaba Martí interrogando al padre Bolívar! ¡Y con su diálogo forjando su ser para lucha que daría la libertad a su patria! Bolívar fue su coetáneo, su más íntimo amigo, su más cordial y comprensivo maestro; él percibía su voz en el viento, en la luz del sol y del mar eternos. Entre el rumor de las olas contemplaba a su maestro, al Bolívar que había sido tan incomprendido, hasta condenado por su prodigiosa obra; y escuchando aquel mandato en supremo clamor:

“Un hombre que obedece a un mal gobierno, sin trabajar para que el gobierno sea bueno, no es un hombre honrado. Un hombre que se conforma con obedecer leyes injustas, y permite que pisen el país en que nació los hombres que los maltratan, no es un hombre honrado…”

De tanto marchar y resistir, con su cortejo de sueños broncos al fin podrá Martí extender su mano para alcanzarlo. Ya está maduro para la empresa del más cruento dolor: Porque fue una larga empresa, a los quince años de edad Martí era un “viejo” impregnado de la fatalidad grandiosa de la Nada. “Viejo” ya por la carga de tantos siglos de retraso en la obra inacabada que dejó Bolívar: “Desgraciado de mí, el mundo fuera de quicio y tener que ser yo quien lo ponga en orden” (el Hamlet eterno).

En un sólo día, frente al mar, toda la vejez de cuatro siglos. Todo un día frente al mar, fijos los ojos en la ruta del pordiosero iluminado que por la costa se cansó de recorrer cabizbajo y sombrío, destrozado y maldito en su última hora. Del mar de Cuba a la costa de Santa Marta le llegaba ese vaho fustigante de lo inacabado, porque “tú, Padre, lo que no hiciste todavía está por hacer…”

Y sólo José Martí, cargado de vejez: con mil años de ternura en sus ojos; triste y agobiado para siempre, con la soledad del “viejo” al otro lado del mar glorioso de las Antillas. Ya no era sólo Cuba a la que debía entregarse sino a la América Latina toda. Ya a los dieciséis años, Martí llevaba sobre sí la inmensidad de la tragedia de quien escuchaba aquellos ecos, frente al compromiso inevitable: “Vámonos, vámonos, que aquí no nos quieren…”. y le hablaba:

  • Tu obra, Padre, impregnada de una esencia divina, parte inseparable de lo que se respira, de lo que se ve, de lo que se palpa. Lo que somos se identifica con vuestro ser.

Se conocían, pues, y por eso hablaban largamente. El viejo le decía

– Recuerda, José, no hay mundos pequeños, sino hombres pequeños. Te consta, muchacho, que comencé con una pluma y un candil. Con una brasa en la cabeza, como tú ahora. Con nuestros indios y negros en nuestro corazón. Tú sabes, que no me costó más que mi condenada persistencia; te consta. Comencé como tú ahora: sin nada más que mi sombra, allí, también frente al mar, mirando, ciego de piedad, este puñado de fe que todavía me quema. “¡Húmedos los ojos, el ejército de gala… al aire colores y divisas, … las músicas todas sueltas a la vez, el sol en el acero alegre, y en todo el campamento el júbilo misterioso de la casa en que va a nacer un hijo!”

– ¿Lo recuerdas?, y además, hijo, con el alma del poeta que en ti desborda. Esa poesía que conocí tarde, durante el «regreso». Entonces moría para ti porque aquí están mis últimos suspiros, José. Tú lo has dicho: “mientras haya un bien que hacer, un derecho que defender, un libro sano y fuerte que leer, un rincón de monte, una mujer buena, un verdadero amigo, tendrá vigor el corazón sensible para amar y loar lo bello y ordenado de la vida, odiosa a veces por la brutal maldad con que suelen afearla la venganza y la codicia”.

Luego de una larga pausa, Martí retomando el pulso de todos sus sueños, repuso:

– Encargo. Duro encargo para un niño que repentinamente se ha vuelto “viejo” como tú. Es que has dejado tantos hijos. Es que nos has dejado esta historia que hay que leerla de noche frente al mar, y oírla en la ronca desolación de nuestros pechos. No es que me desconsuele, pero cuando uno nace para disfrutar los más sagrados dones de la vida…

– Es que lo debes hacer, José, para que por un compromiso noble en muriendo es cuando se vive.

– ¿No es bendita la ilusión de creer que uno pueda cambiar a los demás en la dirección de los más sagrados y nobles sentimientos? ¿Quizás hacerles ver o sentir alguna forma de realidad donde se eleven las almas, la fuerza de una constancia sublime que nos haga mejores? En el que los milagros se hagan cotidianos. ¡Tu alma nos alienta y de este Calvario estoy enamorado! “Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres… hay hombres que no se cansan, cuando su pueblo se cansa, y que se deciden a la guerra antes que los pueblos, porque no tienen que consultar a nadie más que a sí mismos…”. No podríamos cambiar nada, no podríamos ser mejores, si cuanto nos afecta, antes no ha pasado por el más cruento dolor, y esta lucha con uno mismo es la que nos revela la pureza del milagro de la redención. “Porque para quien conoció la dicha por el honor de su país, no hay muerte mayor que estar en pie mientras dura la vergüenza patria…”. De lo cual, quizás lo único que valga la pena es entregarse sin reposo ni medida por hacer patria. Desligarse y estar siempre en medio del laberinto de las ilusiones, sin aceptar un ápice la fatalidad de los resignados a esperar la muerte.


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