25 de agosto de 2025

Enrolándome para defender la patria…

 

José Sant Roz

Hoy (domingo – 24-8-25), al salir de casa en dirección a la Plaza Bolívar, recordé al poeta Hördelin, quien a veces suspiraba, deseando una buena guerra en la cual enrolarse. Porque existen buenas guerras, sobre todo las que se les hacen a los canallas y a los asesinos, a los imperialistas. Y de veras que mi mayor deseo en estos momentos es ir al combate contra los gringos. Hacerlo como lo hizo César Augusto Sandino. Luchar por la patria como lo hicieron nuestros libertadores. Dar la vida por algo bueno, por algo justo y noble.

Salí con mi esposa a eso de las nueve de la mañana. Pasamos por la Plaza Glorias Patrias donde ayer se hizo la recolección de firmas, pero hoy fue trasladada a la Plaza Bolívar. Hermosa mañana, con una claridad cortante, de cuchillo o de batallas victoriosas. Al llegar a la Plaza encontramos varias filas, amigos, luchadores de siempre, desde los tiempos en que la derecha llamaba a la batalla final en Miraflores. Es decir, que llevamos casi un cuarto de siglo resistiendo los embates del imperialismo, y recodando que Cuba ya lleva sesenta años. Y que los gringos no van cejar en sus terrorismos, en sus atentados, en sus monstruosos crímenes contra la patria. Que esta lucha, como dice Alí Primera, será larga, pero es la lucha necesaria, la lucha inevitable, la que le dará carácter y sentido a nuestra esencia de pueblo bolivariano.

La plaza la encontramos joven, alegre, vistosa, solemne. Espacio sublime y testigo de mil encuentros, de gritos y dolores, de cantos y sueños. La Plaza en la que hemos amanecido tantas veces cuando la patria ha estado asediada, en terrible peligro de ser asesinada. Aquí estuvimos, el día aquel del 11 de abril, entre las 11 y 3 de la tarde, departiendo con el director de Cultura Giandoménico Puliti, y vimos por televisión la marcha asesina que se dirigía a Miraflores. Con el corazón estremecido, viendo las garras mugrientas de las bandas criminales que las dirigían. Aquí estuvimos la tarde del 13 de abril, cuando todavía nada se sabía Chávez (desaparecido o secuestrado).

Aquí estuvimos el 6 de diciembre por la noche, cuando ocurrió la masacre en la Plaza Altamira, y uno tratando de comunicarse con los que llevaban los buses, unos que habían salido de Mérida en dirección a Caracas, para asistir a una concentración en la Avenida Bolívar. Y logré hablar con Giandoménico quien ya estaba en El Vigía, y le dije que la gobernación estaba en peligro de que fuese tomada por los enfebrecidos locos de la derecha. Fue así como Giandoménico tomó la decisión de regresarse a Mérida.

Aquí en esta Plaza Bolívar estuvimos durante todo ese mes de diciembre de 2002, cuando tenían secuestrados los buques de PDVSA, producto del paro petrolero, cuando no se conseguía gasolina ni alimentos. Y entonces en esta Plaza hicimos sancochos, manteniéndonos alertas y listos para responder a los enemigos de la patria, sólo con las armas de nuestro espíritu. Y así durante años, en marchas y concentraciones, sin jamás perder la fe un segundo en Chávez, y después en Maduro. Viendo discurrir gobiernos y gobernadores, tantos supuestos “dirigentes” que no dieron la talla, pero el pueblo siempre firme y noble, puro y sereno, dispuesto a dar la vida por la revolución. Todo esto lo recordaba teniendo al frente a la miliciana que recogía mis datos, y me preguntaba si estaría disponible a cualquier hora para cuando sonara el clarín de la patria.

Y encontrándome con nuestros hermanos, los que nunca se han rendido ni mucho vendido por un asqueroso puño de dólares, con los pobres, muy pobres, desdentados, firmes, los eternos alegres, leales, inconmovibles en sus sentimientos e ideales, y profundamente enamorados de esta tierra, de Bolívar, el hombre más grande del mundo.