José Sant Roz
Durante aquel terrible año 2002 sufrimos una de las peores etapas de injusticias y crímenes que se recuerden en la historia universal. Todo era descarado contra la república, la prensa de occidente atizaba la intriga y el odio para que se produjera una guerra civil en Venezuela. Contra el Presidente Chávez, la Iglesia no vaciló en aliarse a la oposición, con toda clase de argucias y manipulaciones. El entonces monseñor Baltazar Porras estaba varias veces a la semana en todos esos diabólicos canales de televisión (Venevisión, Televen, RCTV y Globovisión), formando parte de la conjura y de la alarma generalizada contra el gobierno, promoviendo inventos, rumores y mentiras, los que a la postre habrían de conducir a la conmoción del 11 de abril. Una lista de los posibles dictadores in pectore, para suceder a Chávez fue presentada a la embajada americana por el entonces cardenal Ignacio Velasco y el propio presidente Venevisión, el señor Gustavo Cisneros. Debía ser escogido, según los cartabones católicos, capitalistas, apostólicos y romanos. Se descartaron viudos, divorciados, amancebados o embarraganados, y recayó la elección en el señor empresario don Pedro Carmona Estanga, personaje impecable, sereno, casado y de costumbres de su casa, de dicción meliflua fácil, manejable y dúctil a los intereses norteamericanos.
Derrocado Chávez, pensaron los gringos que en pocos días el país entraría en calma chicha, por lo que se hizo una reunión previa al 11 de abril de 2002, con Charles Shapiro en la embajada americana, a la que asistieron don Baltazar Porras y su eterno carnal del alma, don William Dávila Barrios (ex gobernador de Mérida).
El día 12, previa determinación de la embajada estadounidense, se hizo un listado de las personalidades que podían hacer presencia a la asamblea clave en Miraflores, para elegir al nuevo presidente. Para evitar equivocaciones, se le entregó esta tarea a la Conferencia Episcopal Venezolana, y fue por ello por lo que allí vimos a lo más granado de la burguesía junto a ciertos traidores de la izquierda, los asomados fueron muy pocos (entre ellos Eduardo Fernández, quien pudo entrar a última hora por uno de los túneles de la explanada norte). Los vimos a todos ellos departir a la entrada de palacio, cual guerreros insignes que habían puesto un grano de arena en la epopéyica batalla del 11, para echar del poder al mulato de Sabaneta, el que había osado ocuparse de los pobres, darles créditos y tierra, darles educación y protección social. Había en palacio aquella mañana del 12 de abril tantos curas como generales, celebrando haber retomado el poder. El jesuita Mikel de Viana, gritó eufórico aquella mañana: «Toda la vida he sido adeco, ¿y qué? Al fin hemos salido de esa rata». Así hablan estos seres espirituales, seguidores de Cristo, así piensan y así actúan.
Ese mismo día 12, se desató una horrible represión por parte de la Policía Metropolitana en el centro de Caracas y principalmente en los sectores más pobres, precisamente en el momento en que la cúpula fascista presidida por Porras y Velasco, celebraban en palacio al lado de sus pares criminales de Gustavo Cisneros y los altos oficiales comprometidos en la trama. No se acordaron de los derechos humanos que tanto le reclamaban al gobierno de Chávez, no pidieron tolerancia, no solicitaron a los medios de comunicación que informaran debidamente sobre lo que estaba pasando con las actitudes represivas del tirano Carmona Estanga. Todos aquellos asistentes a Miraflores callaron criminalmente como bestias a sueldo de Gustavo Cisneros.
El Opus Dei había puesto, movido todas sus piezas en la conformación del nuevo gobierno, y por ello encontramos varios ministros ultra-cureros en el gabinete del dictador Carmona. Por la noche, estos demonios ensotanados celebraron con champaña fino, especialmente traído de España por Gustavo Cisneros (y como un regalo reservado desde hacía varios días, enviado a Caracas por Felipe González), para la «distinguida» ocasión. Había en el sarao muchos contratistas ladrones de la IV república, pudo verse como un gran personaje departiendo en todos los corrillos al traficante de armas Isaac Pérez Recao. Aquel champaña tuvo un salitroso sabor a sangre, como les gusta a los oligarcas, por los asesinatos ocurridos el día anterior, que ya estos altos prelados sabían que se iban a dar, porque de otro modo era imposible poner en marcha la gran maquinaria del Golpe. Toda la cúpula de la Conferencia Episcopal Venezolana sabía que la oposición había contratado a mercenarios que debían ser colocados en puntos estratégicos para provocar la parte C del Plan de la Gran Marcha. Los muertos que ya el almirante Héctor Ramírez Pérez (ministro de la Defensa de don Pedro Carmona) había anunciado un día antes, los conocía perfectamente esta cúpula. En todo esto estaba de manera tan vilmente comprometida la Iglesia, en ese complot que posteriormente, cuando sale a la luz el variado cúmulo de videos, confesiones, hechos y documentos sobre la emboscada asesina en El Silencio, calla y ordena no hablar sobre el tema, y además solicita reforzar las acciones para que recrudezcan los ataques. Fue por ello que se concentraron todos los esfuerzos porque la ultraderecha púrpura de Aznar y del Rey Juan Carlos de Borbón, para que se le entregara el premio Rey de España de periodismo a Venevisión, por la trácala y los montajes que se hicieron sobre los «pistoleros de Puente Llaguno». Ya el «Príncipe de Asturias», dentro de ese plan desestabilizador internacional, le había sido otorgado a la periodista analfabeta y golpista Patricia Poleo. Dios mío tanta mierda y nunca pudo aplicarse la justicia porque así lo determinaron los malditos gringos…
