José Sant Roz
La Feria del Libro de Mérida – la FILVEN- terminó ayer domingo, casi a las seis de la tarde, 30 de noviembre de 2025. Una oportunidad para reencontrarse con amigos, para empaparse de poesía y revisitar viejos textos en los estantes, que a uno ya le duele no poder releerlos, con aquellos mismos ojos y con aquellos sentimientos de otrora, algunos de esos libros maravillosos que busqué en su momento y que nunca conseguí, como, por ejemplo, una edición de Bohemia, de “Los hombres duros no bailan” (“Tough Guys Don’t Dance”) de Norman Mailer. Esta novela fue llevada al cine y protagonizada por Ryan O’Neal.
En la Feria me conseguí amigos de eternidades, como Raúl Cazal, Amable Fernández, Gonzalo Fragui, Hermes Vargas, Héctor López, Alberto Rodríguez Caruci, a Judith Valencia, Humberto Martínez, Miguel Jaimes, Carlos Javier Rivas, Rogelio Quevedo, a mis hermanos los artesanos,…
Me pregunta a boca de jarro Amable Fernández: “¿En qué se parece un velorio a una feria de libros? Bueno, chico, son las ocasiones en que los amigos que casi nunca se encuentran, se consiguen. Pero ahora, ni siquiera para ir a echar malos chistes en los velorios, porque resulta que la gente no lee, entonces cómo va a comentar sobre una obra. Porque ahora todo el mundo lleva un celular y se divierten con los comentarios de María Corina Machado, conocida como el ánima sola”.
Le pregunto: ¿Qué fue lo que tú me dijiste sobre el cementerio? Y me contesta Amable: “-Ah, bueno, que María Corina, que hay que dejarla tranquila, porque es una señora que salió del cementerio para irse al Campo Santo, ellos llaman Campo Santo a los Estados Unidos. Pero además de eso, la misma oposición la rechaza porque ella no aceptó el apodo que le puso Diosdado, que era de cierta categoría, porque es una leyenda que tiene mucho público. Ella prefiere seguir siendo el ánima sola”.
Voy visitando libreros. Se me acerca Rogelio con un libro en la mano. Se trata de “Marianela” de Benito Pérez Galdós, y me dice: “A tu señora parece que le gusta, lo estuvo ojeando y está interesada, llévatelo, te lo regalo”. Me golpea, la verdad es que hay pocos compradores, “cómo carajo nos los va a dar, Rogelio, si tú vives de eso. No señor, te lo pagamos…”. Qué gran parecido existe entre los libreros y los artesanos. Son genes que se llevan en la sangre. Vuelvo a comprar varios libros que en esta larga vida he ido perdiendo. No sé si me dé tiempo leerlos en lo que me queda de vida, pero es al menos un consuelo tenerlos. Paso por el stand de la Librería del Sur, por el de la UNELLEZ, por el de la Biblioteca Bolivariana quien ha aplicado un interesante intercambio: “Cualquier libro de este mesón lléveselo por uno sobre Bolívar”.
Sigo en esta ronda, cuando me consigo con un muy pero muy viejo requeté conocido, perdido en los miles espacios de esta vida, a quien tenía siglos sin ver. Ahora vende libros, antes vendía discos, CD´s, un experto en música. Tenía un local en el CC Alto Prado, que en su tiempo era muy visitado. Tiene la misma coleta, ya encanecida, la misma vitalidad y la misma amabilidad. Se trata de Sergio Siugza, lo llamaban “el argentino”, pero resulta que Sergio es lituano, quien llega a Venezuela con sus padres en 1979, huyendo de la dictadura uruguaya. Al principio la familia Siugza se establece en Morón, donde su padre trabaja en una papelera, después pasa a Pequiven, a Venepal y después a Invepal. Durante un tiempo esta familia se radicó en Valencia y desde hace 24 años vive aquí en Mérida.
Sergio conoce mi pasión por Bolívar y me dice sin muchos preámbulos: “Mira, José tengo algo que decirte, lo más importante, algo que es fantástico, tengo la más impresionante iconografía de Bolívar en discos. Es tan variada su iconografía como en las artes plásticas, en esa multitud de discos que se han sacado sobre él, Bolívar con patillas, sin patillas, narizón, sin nariz, y uno lo ve, sin embargo, y sabe que es Simón Bolívar. Así lo pinta un ecuatoriano, un venezolano, un colombiano. Lo mismo pasa con las portadas de los discos. Esa iconografía, te insisto, es variadísima, variopinta…” Y le vuelvo a preguntar: “¿Y tú conservas todos esos discos?” y responde: “Conservo todos esos discos, y es parte de una investigación, que da, como te digo, para una exposición”.
- Bueno – le contesto-, vamos a difundirlo lo mejor que podamos a través de las redes. Bueno, Sergio, cuando tú tengas otra información, me la pasas por una grabación por favor… Hay tristeza, sin embargo, en el corazón, como cuando llueve en la ciudad…
