Nuestro gran error: ¡parecernos a la oposición!

La oposición confunde al gobierno con el país (o la nación); así, para salir del Presidente Chávez no le tembló el pulso para ordenar el asesinato de decenas de venezolanos, inclusive sus propios seguidores en Abril 2001, aplaudir la instauración de la breve dictadura de Pedro Carmona, ni tampoco le importó paralizar la industria petrolera (y con ella el país entero) unos meses mas tarde. Dentro de esa confusión han apoyado (minimizándola) la entrada de paramilitares colombianos y se alegran cuando los Estados Unidos colocan sus navíos de guerra cerca de nuestras costas. Ese error le ha costado perder siete de los ocho grandes procesos electorales de los últimos doce años.

Paradójicamente y con respecto a la política universitaria, el gobierno del Presidente Chávez confunde las universidades con su gobierno (autoridades universitarias), cometiendo a ese nivel, el mismo error que atribuimos a la oposición en el párrafo anterior. Así, a un gobierno socialista, de los trabajadores, no le tiembla el pulso para hostigar, salarialmente hablando, a los ciento cincuenta mil trabajadores del sector universitario. Y cuando debiera ser la izquierda la que izara las banderas de las reivindicaciones estando a la vanguardia de estas, la vemos avergonzarse de solicitarlas dejando ese papel a los partidos de derecha. No es de extrañar entonces que no ganemos ninguna elección dentro de las grandes universidades autónomas tradicionales (UCV, ULA, LUZ, UDO, UC). El castigo es el mismo.

Desde el punto de vista de la teoría mostramos ignorancia con respecto al análisis clasista de los procesos revolucionarios. Las clases desposeídas apoyan sin temor los procesos de cambio porque no tienen nada que perder; las clases pudientes adversan con toda su fuerza estos procesos por todo lo que pueden dejar de ganar; por su parte, la clase media ha sido siempre timorata con respecto al cambio por el temor a perder sus pocas adquisiciones obtenidas con esfuerzo y trabajo. Nuestras universidades están repletas de clase media y nuestra política hacia ellas no puede ser otra que la de convencerla que con el socialismo mejorarán su nivel de vida; y convencerla con hechos, no con discursos.

Es una vergüenza que a doce años de revolución todavía estén vigentes la Ley Orgánica del Trabajo, herencia del gobierno copeyano de Caldera, Fedecamaras y la CTV, así como las Normas de Homologación, creadas precisamente para limitar las aspiraciones salariales de los trabajadores universitarios en los últimos años de altísima inflación de los gobiernos de la IV Republica. A mis colegas universitarios les recuerdo que las Normas de Homologación establecen que el índice inflacionario se tomara como base de la discusión, pero que en ningún momento establecen que el aumento será igual a ese índice. Durante la IV Republica fue casi una regla general que el aumento era la mitad del índice inflacionario. Durante estos doce años de revolución bolivariana los aumentos han sido cercanos al índice inflacionario, nunca iguales o superiores. Consecuencia de la aplicación de las Normas de Homologación, en los últimos treinta años, hemos perdido más del 200% del poder adquisitivo de nuestro salario. Nuestra lucha no debe ser por su aplicación sino por su derogación y, aprovechando que hemos regresado al 4.30 BsF/dolar exigir la aplicación de la tabla de sueldos vigente en 1980 (para comenzar).