La primera parte de este artículo fue publicada la semana pasada y puede leerla en http://bit.ly/17PbBHA
Al sembrar grandes
extensiones de un único rubro (monocultivo) eliminamos la diversidad que
mantiene a raya los organismos patógenos y las condiciones de
equilibrio del suelo. Por ejemplo, el olor de la yerbabuena confunde a
la mariposa que busca colocar sus huevos en las hojas de un coliflor, o
las flores amarillas sembradas alrededor del campo atraen los mosquitos
que se hubiesen posado en las flores de la papa, o las raíces del maíz
son superficiales y por eso es bueno rotar ese sembradío con habas que
hacen que sus largas raíces vayan metros más abajo y le den chance al
sustrato superior para regenerarse, o a veces sembramos plantas altas
para que le den sombra a las que así lo necesitan. Son milenios en los
que el hombre fue descubriendo cada uno de los elementos de la
diversidad que mantiene el equilibrio y la vida.
Eso que llamamos terrón
no es mas que arcilla, arena y limo unidos por materia orgánica. A veces
lo olvidamos, pero la tierra en donde sembramos es un ser vivo,
orgánico, que tiene millones de años evolucionando y que necesita
cuidado y alimento para seguir vivo. Como todo ser vivo, también puede
morir. Al perderse la diversidad, el sembradío es pasto de patógenos y
tenemos que apelar a los agroquímicos, que no solo matan esos patógenos,
sino que literalmente matan la materia orgánica de la tierra. Al
eliminar esa materia orgánica, se disgrega el terrón y desertificamos.
La primera gran
consecuencia del paquete de la revolución verde es que matamos a la
tierra, o en el mejor de los casos la empobrecemos (está “flaca” dicen
nuestros campesinos andinos). Es un ciclo frenético en donde a la tierra
no se le da descanso y en el fondo sembramos plantas enfermizas que de
no aplicarse múltiples pasadas de agrotóxicos morirían antes de ser
cosechadas (¡16 veces se le agrega agrotóxicos a un sembradío de papa
desde la siembra hasta la cosecha!). Hoy esas tierras lo que son es
receptoras muertas en donde podemos sembrar sólo porque tenemos
fertilizantes. Lo rendidor (lo cuantitativo) no necesariamente implica
calidad.
La segunda gran
consecuencias del paquete verde es dependencia y dominación. Así como la
mula, híbrida de burro y yegua, es eficiente pero estéril; casi todas
las semillas “mejoradas” que se venden para monocultivo son manipuladas
(mediante modificación genética o hibridación) y dan plantas cuyas
semillas no dan vida. Solo comprando semillas, fertilizantes y
agrotóxicos es que se puede sembrar. Por primera vez en nuestra
historia, en apenas 50 años hemos puesto el alimento de la humanidad en
manos de un puñado de grandes corporaciones con su juego de manipulación
financiera. No seamos inocentes, el trabajo del directorio de una
empresa es hacer dinero. Este dominio de las empresas de insumo en
integración corporativa con las agroquímicas, ha terminado por
constituir gigantes corporativos de la alimentación que lideran una
forma de neocolonialismo. La gran ironía es que ahora los menos
pudientes solo tienen acceso a alimentos baratos pero modificados
genéticamente y barnizados de agrotóxicos, mientras que las clases altas
ponen de moda el alimento orgánico. Recomendamos ampliamente leer el
trabajo Agroecología y Soberanía Alimentaria de Eduardo Sevilla: http://bit.ly/12NZZA8.
La tercera gran
consecuencia del paquete de la revolución verde, es pobreza. La
tecnificación desplazó a los agricultores de las zonas rurales (50% del
planeta sigue manteniendo una economía rural) de los procesos
productivos al colocar el proceso de siembra en pocas manos con grandes
extensiones. Eso definitivamente ha contribuido al numero creciente de
hambrientos. La mecanización ayudó al aumento de los cinturones de
miseria urbanos, ya que siendo mas rentable en todos los sentidos el uso
de la maquinaria agrícola, desplazó al pequeño productor hacia las
grandes ciudades, presentando así un incremento en el desempleo y la
pobreza.
La cuarta gran
consecuencia es empobrecimiento cultural. Empobrecer la tierra, lo único
que tiene el campesino como riqueza y medio de vida, ya es una forma de
empobrecimiento, pero también hablamos de pobreza biocultural al
perderse opciones. Al perderse biodiversidad se pierde el conjunto de
conocimiento asociado a esos productos y estamos ante la muerte de la
versatilidad culinaria.
El problema al que nos
enfrentamos es grave, pero así como han sonado las alarmas también crece
un movimiento agroecológico que, sin negar los avances tecnológicos,
busca arreglar el entuerto. De ello hablaremos la próxima semana en la
tercera parte (y última) de este artículo.
Visitar Sumito Estévez (info@sumitoestevez.com) en: http://sumitoestevez.ning.com/?xg_source=msg_mes_network