DOCUMENTOEl Ejército de Estados Unidos tiene un documento para que los funcionarios que vienen al país entiendan la mentalidad colombiana.
En
junio de 1944, soldados ingleses que desembarcaron en Normandía para
combatir a los nazis llevaban en el bolsillo un librito llamado
Instrucciones para los Hombres del Servicio en Francia. Tenía pocas
páginas y contenía consejos para tratar correctamente a los franceses,
invadidos y humillad
os por Adolf Hitler. Su autor, el periodista Herbert
Ziman, lo escribió para miles de paisanos suyos que estaban próximos a
ver a un francés a la cara por primera vez en sus vidas. Les pedía que
estuvieran atentos porque en tierras galas el té era “escaso” y porque
las “poco tímidas” francesas podían ser buenas aliadas siempre y cuando
ellos no confundieran amistad con coqueteo. Pero Ziman también les habló
de lo difícil que era arribar a un país en guerra y así, al final,
admitió resignado: “La mejor guía será el sentido común”.
Siete
décadas después, los estadounidenses andan con un librito parecido en
el bolsillo, pero no en las costas francesas, sino en Colombia. Se trata
de Colombian Cultural Field Guide, un documento confidencial de 95
páginas que el Servicio de Inteligencia del Cuerpo de marines de Estados
Unidos mandó a hacer para guiar a los funcionarios del gobierno y los
miembros del Ejército que vienen a cumplir una misión en el país. El
tomo data de 2009, pero hoy sigue siendo una guía oficial. Y aunque
estos manuales secretos han sido comunes en el mundo a lo largo de la
historia, este sobre Colombia combina tanto folclor y tantas asombrosas
conclusiones sobre el país que vale la pena revisarlo.
Los
primeros capítulos recorren la “mentalidad” colombiana. Y lo primero es
dejarle claro al visitante que acaba de pisar una tierra muy religiosa
con abundantes días festivos, profundamente machista e individualista,
donde la virilidad, el orgullo, el honor, la lealtad y la valentía
irrigan la idiosincrasia. Luego dan consejos prácticos. A diferencia de
Estados Unidos, dicen los anónimos autores, en Colombia no se debe
escupir pues es vulgar u ofensivo, ni señalar con el dedo índice. “En
Colombia, eso significa otra cosa”, escriben. Luego explican que aquí no
es insultante silbarles o decirles piropos a las mujeres y piden que no
digan “América” cuando hablen de Estados Unidos y que no se indignen si
la gente los llama gringos.
Flores y 'amarillito'
El
objetivo es evitar que un representante de las instituciones
estadounidenses quede mal cuando deba moverse en la sociedad colombiana,
y por eso el libro explica reglas básicas. Dice que un colombiano
estará agradecido si su interlocutor se esfuerza por hablar español y
que hay que saludar de mano a los hombres, y a las mujeres, según la
situación, de mano o beso. Advierte que al llegar a una reunión hay que
saludar por separado a cada integrante, y que mal se haría en tocar
temas de trabajo, política o religión. Insiste que es mejor comer todo
lo que se sirve y aceptar un trago si es ofrecido. Y advierte que los
bogotanos resultarán fríos y formales, mientras los paisas y los
costeños serán más alegres y familiares. De los hogares pobres dice que
sobresalen por su hospitalidad, pues sus integrantes están convencidos
de que es “una obligación compartir lo poco que se tiene”. Las familias
negras, según el libro, suelen ser hospitalarias y hacer amistades con
facilidad. Por esto, dicen, un visitante no debería confundirse si un
miembro de esas familias de repente comienza a llamarlo “primo”.
La
pregunta de qué regalar cuando se llega a un hogar ajeno parece muy
importante para los gringos. Hay todo un aparte dedicado al tema, que
arranca diciendo que el tipo de ofrenda depende del estatus de la
familia. Con los “blancos y mestizos”, dice, se puede ser “menos formal y
más creativo”. Pero aconseja irse por lo fácil: una canasta de fruta
fresca para la mujer y una botella de whisky para el hombre. La botella
de whisky también puede ser una fuente de problemas para una familia de
escasos recursos, pues puede hacerla sentir mal o, incluso, acarrearle
problemas con los vecinos.
También hay consejos
para quienes vienen a hacer negocios. Les dicen que la gente tiende a
interrumpir al otro mientras habla, y que eso no debería molestar. En
cambio, recuerdan que hay que tener cuidado y no hablar con demasiada
crudeza, ya que “los colombianos se mueven sobre una gruesa capa de
civilidad”. Los autores dicen que una negociación en Colombia toma
“muchísimo tiempo” y piden al lector que se prepare porque a veces es
necesario reunirse varias veces antes de llegar a un acuerdo. Le dicen
que sea puntual, pero que no espere que los demás lo sean. “Su
interlocutor llegará tarde y el arranque de la reunión será lento, pues
lo común es presentarse, charlar y tomar primero un café”. Lo normal,
insisten, es que el otro llegue media hora tarde; en un evento social
sería incluso “cortés” ser un poco impuntual. También le piden al
visitante que no se desespere si al mediodía nadie le contesta al
teléfono en una empresa o en una institución del gobierno, pues “la
gente en ese momento del día suele tomarse una pausa de hasta dos
horas”.
Malicia indígena
Una
parte gruesa del libro está dedicada a hablar de cultura: de comida,
vestimenta y geografía y a explicar la historia y la política del país,
donde los marines hacen énfasis en las divisiones sociales, raciales,
económicas y de clase. Tienen una visión crítica de la autoridad
estatal: dicen que solo los ricos y los poderosos interactúan con el
Estado y que por eso este resulta “distante, ajeno e impredecible”. Y
añaden: “Así, muchos se sienten ignorados”.
Esta
visión, que sorprende al venir del mismísimo Tío Sam, se extiende a lo
largo de las páginas y llama la atención sobre todo cuando los marines
explican la estructura social. Según ellos, desde la Colonia hasta hoy
la sociedad ha estado dividida en clases y razas. Una “elite blanca”
corona la pirámide y ha diseñado todo el orden nacional con el solo fin
de seguir sus propios intereses. Así, “los blancos” disfrutan de un
acceso directo al poder político, económico y social. Los “mestizos”
abarcan la clase media y solo si tienen fortuna y dedicación pueden
adquirir la riqueza, la educación y las costumbres de los blancos. Al
fondo de la pirámide están los afrocolombianos y los indígenas.
El
último capítulo explora la historia y la estructura del Ejército, una
institución “romántica”, “orgullosa”, “sobreprotectora”, “resistente al
cambio” y, a veces, “arrogante” ante la intervención extranjera, que le
da importancia a la “malicia indígena” (“la capacidad de adaptarse a
situaciones difíciles mediante la creatividad y la recursividad”) y que
concibe su deber no tanto en el cumplimiento de las políticas del
gobierno, sino más bien en el “amor a la patria”. Aquí el lector
encuentra, según el libro, importantes “claves” para entender a los
colombianos: los conceptos de ‘palanca’ y ‘rosca’. La palanca es “una
conexión personal con una instancia de poder” y la rosca “un sistema
informal de grupos de tomas de decisiones”, que existe en “todos los
niveles, esferas y jerarquías”. No solo en el Ejército ambas cosas son
“vitales” para avanzar social o políticamente. Y a este nivel, dicen, se
toman la mayoría de las decisiones políticas y militares.
Aunque
el manual no lo dice, puede suponerse que queda a juicio de los
colombianos decidir si los gringos, al seguir sus instrucciones, logran o
no camuflarse en una sociedad tan distinta. Pero lo que sí deja claro
es que para los marines que viven en Colombia, a diferencia de las
costas de Normandía, el sentido común puede resultar muy insuficiente.