Thierry Meyssan fue el primero en
demostrar que lo que nos decía la versión oficial sobre el 11 de
Septiembre era imposible y en llegar a la conclusión de que aquellos
hechos iban a ser utilizados para justificar una profunda modificación
de la naturaleza y la política del régimen estadounidense. Desde
entonces, la mayoría de sus lectores siguen profundamente interesados en
lo que sucedió aquel día mientras que el propio Meyssan ha seguido
adelante, comprometiéndose en contra del imperialismo en Líbano,
en Libia y actualmente en Siria. En este artículo, Thierry Meyssan
refiere nuevamente los hechos de aquel día.
Thierry Meyssan
VER VIDEO: https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=vJOiB6wMVuM
Los acontecimientos del
11 de Septiembre de 2001 se mantienen en la memoria colectiva bajo la
apariencia que les dieron los medios de prensa: atentados de enorme
envergadura perpetrados en Nueva York y Washington. Pero aún siguen
manteniéndose ocultos los objetivos del poder, que sufrieron un profundo
cambio aquel día.
Cerca de las 10 de mañana, cuando ya
habían tenido lugar los atentados contra el World Trade Center y el
Pentágono, el consejero antiterrorista de la Casa Blanca Richard Clarke
puso en marcha el programa de «Continuidad del Gobierno».
El objetivo de ese programa es tomar el lugar del poder ejecutivo y del
poder legislativo estadounidenses en caso de destrucción provocada por
una guerra nuclear. No había por lo tanto ninguna razón para ponerlo
en marcha aquel día. Pero a partir de su aplicación, el presidente
George W. Bush fue depuesto de sus funciones, que pasaron a manos de un
gobierno militar.
Durante todo aquel día, el Poder Militar
puso bajo su control a los miembros del Congreso de Estados Unidos y
sus respectivos equipos de trabajos manteniéndolos detenidos en
dos bunkers de alta seguridad que se hallan cerca de Washington,
Greenbrier Complex (en Virginia Occidental) y Mount Weather (en
Virginia).
Los militares no devolvieron el poder a
los civiles hasta el final del día y el presidente Bush pudo dirigirse a
sus conciudadanos hacia las 20 horas.
El hoy ex presidente George W. Bush
estuvo vagando por el país durante todo el día. Estuvo en 2 bases
militares y en ambas exigió que le trajeran un vehículo blindado para
no atravesar la pista a pie, porque temía que lo abatiese alguno de sus
propios soldados. El presidente Vladimir Putin, quien estuvo todo el día
tratando de hablar con él por teléfono –para evitar un malentendido y
que surgiese algún tipo de acusación contra Rusia– nunca pudo ponerse en
contacto con él.
Hacia las 16 horas, el entonces primer
ministro de Israel, Ariel Sharon, apareció en televisión para decirles a
los estadounidenses que los israelíes conocían los horrores del
terrorismo desde hacía mucho y que compartían el dolor del pueblo de
Estados Unidos. Y de paso anunció que los atentados habían terminado,
algo que sólo podía saber estando implicado en ellos.
Podemos seguir discutiendo eternamente
sobre las innumerables incoherencias de la versión oficial de los
atentados del 11 de Septiembre. Pero hay un hecho en particular que
resulta indiscutible: el «Programa de Continuidad del Gobierno»
fue activado sin que hubiese razón para ello. En cualquier país del
mundo, la destitución del presidente y el arresto de los parlamentarios
por parte de las fuerzas armadas tiene un solo nombre: es un golpe de
Estado militar.
Algunos argumentarán que
George W. Bush recuperó sus prerrogativas presidenciales al final de
aquel mismo día. Es interesante saber que eso es precisamente lo
que aconsejaba el neoconservador israelo-estadounidense Edward Luttwak
en su Manual del golpe de Estado. Según Lutwak, un buen golpe de Estado
es aquel en el que nadie se da cuenta de que se ha producido un golpe de
Estado porque mantiene en el poder a quienes lo ejercen… pero les
impone una nueva política.
Aquel día se impuso el
principio del estado de urgencia permanente en Estados Unidos, principio
que rápidamente se tradujo en actos con la adopción de la USA
Patriot Act. Y también se impuso el principio de las guerras
imperialistas, que fue consagrado en pocos días por el presidente George
W. Bush en Camp David: Estados Unidos tenía que atacar Afganistán,
Irak, Libia y Siria –utilizando el Líbano en el caso de Siria– así como
Sudán, Somalia y, finalmente, Irán.
Hasta este momento sólo ha
podido concretarse la mitad de ese programa. El presidente Obama
anunció anoche [11 de septiembre de 2014] su decisión de continuar su
aplicación en Siria.Hace 13 años, la mayoría de los aliados de Estados
Unidos se negaron a ver lo que ya era evidente, privándose por lo tanto a
sí mismos de la posibilidad de anticipar la política de Washington. Si
es cierto que sólo el tiempo permite ver claramente la verdad, estos
13 años deben haber aclarado las cosas: se ha concretado todo lo que yo
anunciaba, todo lo que mis contradictores calificaban de
«antiamericanismo». Y, por ejemplo, mis contradictores se quedaron
estupefactos cuando la OTAN se apoyó en al-Qaeda para derrocar la
Yamahiria Árabe Libia.
Estoy orgulloso de haber
alertado al mundo sobre el golpe de Estado [que había tenido lugar en
Estados Unidos] y sobre las guerras que iban a producirse
a continuación. Pero me entristece ver que la opinión pública occidental
se quedó empantanada en una discusión sobre la imposibilidad material
de que la versión oficial sea cierta. Sin embargo, observo que hay
elementos de aquel día que aún se mantienen ocultos, como el incendio
que devastó las oficinas del Eisenhower Building, el anexo de la
Casa Blanca o el misil disparado ante el World Trade Center y que fue
grabado por una televisión de Nueva York (verlo aquí abajo).La guerra
sigue destruyendo los países musulmanes mientras que los occidentales,
decididamente ciegos, siguen discutiendo sobre la caída de las torres.