Cervantes

Hoy es el día más hermoso de nuestra vida, querido Sancho; los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones; nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros mismos; la cosa más fácil, equivocarnos; la más destructiva, la mentira y el egoísmo; la peor derrota, el desaliento; los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor; las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser perfectos, y sobretodo, la disposición para hacer el bien y combatir la injusticia dondequiera que esté.

MIGUEL DE CERVANTES
Don Quijote de la Mancha.
La Colmena no se hace responsable ni se solidariza con las opiniones o conceptos emitidos por los autores de los artículos.

27 de noviembre de 2014

Discurso de orden pronnciado el 16 de septiembre del 2013



Por Pedro Grima Gallardo
 
Un 9 de Octubre de 1558 se apodera de estos territorios un sanguinario mercenario de nombre Juan Rodríguez Suárez, famoso por su crueldad. Los conquistadores nos impusieron celebrar ese día como la “fundación” y aquellos destartalados refugios construidos en el sitio de la Guazábara, cerca de San Juan, como la ciudad de Mérida, en honor al lugar de nacimiento del forajido.

Así se inician casi trescientos años de coloniaje y explotación en estas tierras.

Rápidamente comenzaron a saquear el cacao, el tabaco y el trigo que aquí muy bien se daban. Para expoliar más rápido los productos, construyeron un puerto  a orillas del Gran Lago (que bautizarán como Villa de San Antonio de Gibraltar) y fundaron otra ciudad, Nueva Zamora, mejor conocida actualmente como Maracaibo. Así podían enlazarse más fácilmente con sus bases de Santo Domingo, Cartagena y Santa Marta.

En apenas un siglo la dominación social, político y militar de la región es completa. En 1662 los invasores crean la Gobernación de Mérida y La Grita y nombran gobernador  a un venezolano de Trujillo: Juan Pacheco Maldonado, designado por el Rey de España en gratitud a sus valiosos servicios y con la finalidad de someter a los indios motilones; es decir, en agradecimiento a su traición, el haberse doblegado con sumisión y sobre todo  por perseguir, matar, despedazar, desmembrar, empalar, desorejar a los indios motilones, pues tal era el pasatiempo y la altura cultural de los españoles y sus testaferros criollos que para ganarse sus favores, les lamían las botas y eran capaces de cometer las mayores atrocidades con su propio pueblo.

Nada nuevo.

Mérida sigue creciendo en importancia y en 1676, el rey español ordena la separación de Maracaibo de la provincia de Venezuela y que sea anexada a la gobernación de Mérida y La Grita, que pasa a llamarse desde entonces, Gobernación de Mérida de Maracaibo, siendo su capital la Ciudad de Mérida. Se extendía desde los llanos de Casanare y El Meta en el sur, hasta las costas del lago de Maracaibo en el noroeste, ocupando el territorio de los actuales estados Zulia, Táchira, Mérida, Barinas y Apure.
En 1678 se mueve el centro de gravedad y Maracaibo para a ser la capital de la  Gobernación. Durante los siguientes cien años, Mérida fue sumida en el olvido. Una vez saqueada hasta sus cimientos el invasor perdió interés. Hasta los piratas al mando del temible Jean David Nau, conocido como L'Olonnais por su lugar de nacimiento, tomaron Gibraltar.
El 8 de Septiembre de 1777 se crea la Capitanía General de Venezuela; Mérida y Guayana pasan a formar parte de Venezuela, después de muchos años de dependencia política, judicial y religiosa del reino de Santa Fé.

A comienzos del siglo XVIII se comienzan a escuchar los primeros gritos independentistas en América Latina. Desde 1808 España tenía como rey usurpador a José Bonaparte (mejor conocido como “Pepe Botella” por su hábito de ingerir licor). Desde entonces el pueblo español luchaba para expulsar a los franceses y devolverle la corona a Fernando VII.
Uno de los más importantes fue el de los Comuneros de Villa del Socorro en Nueva Granada cuyos efectos se extendieron a Venezuela. En efecto, en Venezuela algunos criollos vieron que era una gran oportunidad para liberarse de España y empezaron a conspirar.

Eran ricos aristócratas llamados “los mantuanos” que ambicionaban poder político. Para lograrlo debían derrocar y expulsar al Capitán General de Venezuela, Vicente de Emparan. Los más activos conspiradores fueron José Félix Ribas, José Rodríguez del Toro y los hermanos Juan Vicente y Simón Bolívar. A ellos se unió el sacerdote chileno José Cortés de Madariaga, quien en Europa se había hecho amigo del prócer Francisco de Miranda.
 
El día elegido fue el 19 de abril de 1810. Por la mañana Vicente de Emparan fue llevado a la fuerza al local del Cabildo. Aquí don Juan Germán Roscio, José Félix Sosa, José Félix Ribas, Gabriel Ponte y Francisco Javier Ustariz le exigieron formar una Junta de Gobierno desconociendo al Consejo de Regencia que gobernaba en España. El clérigo Madariaga le exigió a Emparán su renuncia para que el mando pase a una “Junta Suprema conservadora de los derechos de Fernando VII”, integrada por criollos venezolanos. Emparan salió al balcón y preguntó a los caraqueños congregados si estaban contentos con su mando, pero el pueblo respondió: “¡No lo queremos! ¡Fuera!”. Esto provocó la inmediata renuncia de Emparan, quien dos días después se marchó a España.

El 25 de abril de 1810, se instaló la Junta Suprema de Caracas, que fue presidida por José de las Llamozas y Martín Tovar Ponte.

El 16 de Setiembre de 1810 el cabildo merideño se reúne para escuchar a un joven, de nombre Luis María Rivas Dávila, quien venía de Caracas, comisionado por la Junta Suprema de aquella ciudad para informar al pueblo de Mérida sobre la revolución del 19 de Abril, donde se produce la renuncia del Capitán General Juan Vicente Emparan.

Después de oír el relato, el cabildo en pleno decide la separación de Mérida de Maracaibo, se destituye el poder constituido y se crea una junta gubernativa.

De esta manera, Mérida consigue uno de sus sueños más anhelados, la separación de Maracaibo.

La junta patriótica merideña se formó con hombres de la iglesia, el comercio y la milicia. Ellos fueron: Antonio Ignacio Rodríguez Picón (el más rico de la ciudad), Mariano Talavera, Buenaventura Arias, Vicente Campo Elías, Francisco Antonio Uzcátegui, Juan Antonio Paredes, Antonio María Briceño, Fermín Ruíz Valero, Blas Ignacio Dávila, Enrique Manzaneda y Salas, Fray Agustín Ortiz y José Lorenzo Aranguren. Naturalmente dicha Junta ratificó la obediencia  política de los merideños al rey Fernando VII, en el contexto de la usurpación de la Corona Española por parte de la élite político-militar francesa encabezada por Napoleón Bonaparte.

No fue un acto revolucionario, ni independentista, si debemos creer a los historiadores que afirman que el pueblo ese día coreaba:

“Viva la Junta Suprema de Santa Fe a nombre del señor don Fernando VII, viva la Junta Suprema de Barinas a nombre de don Fernando Séptimo, viva la Junta Suprema de Pamplona a nombre de don Fernando Séptimo, viva la Junta Suprema del Socorro a nombre de don Fernando Séptimo”.  

Y cuyos ecos fueron consentidos, aprobados y aplaudidos por todos los demás señores y cuerpos congregados en la Sala de Ayuntamiento.

De manera que Antonio Rodríguez Picón y otros 11 vocales, reemplazaron inmediatamente a todas las autoridades que habían gobernado hasta el momento en Mérida, no porque éstas representaran al Imperio español, sino porque  ya no se les consideraba legítimas representantes del monarca.

Es más, ni siquiera fue un reemplazo, pues Antonio Rodríguez Picón fue el último Presidente del Ayuntamiento realista merideño y primer Presidente de la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII y su legítima dinastía, que se constituyó en Mérida el 16 de Septiembre de 1810 y que erróneamente se ha denominado con insistencia Junta Patriótica.

Es seguro que Rodríguez Picón fue engañado por Rivas Dávila, Campo Elías y el Presbítero Uzcátegui quienes le hicieron ver que el movimiento preservaría los derechos legítimos del Rey, usurpados por Napoleón.

Pongámonos por un momento en las mentes de esos merideños en cuyas cabezas se conjugaban el miedo a Napoleón, que había invadido España, el recelo hacia las ideas de Francisco de Miranda que enarbolaba las ideas de la Revolución Francesa, el viejo deseo de separarse de Maracaibo de cuyo gobierno dependían, y por último lo más importante, poner a salvo sus cuantiosos intereses que creían proteger al sumarse a la revolución.

Nada nuevo

La aristocracia de Mérida, siempre estará al lado de la causa triunfadora, aun cuando la doctrina y los procedimientos políticos sean diametralmente opuestos.

La Junta Suprema de España, surgida de los sucesos del 19 de Abril fue un gobierno provisional. Por esa razón, la Junta resolvió convocar a elecciones e instalar un Congreso General ante el cual declinar sus poderes y que decidiera la suerte futura de las provincias venezolanas.

La convocatoria fue hecha en junio, y fue acatada por las provincias de Caracas, Cumaná, Barinas, Margarita, Barcelona, Mérida y Trujillo, mas no por las provincias de Maracaibo, Coro y Guayana, pues aunque todas estaban igualmente contrariadas por la presencia de un rey usurpador francés en la Corona española, estas tres provincias manifestaron su desacuerdo con el desconocimiento de la autoridad del Consejo de Regencia. No obstante, la convocatoria a elecciones fue la medida de mayor trascendencia política de la Junta, pues aseguró la transformación del gobierno de facto en un régimen constitucional.

Practicadas las elecciones, resultaron electos 44 diputados, los cuales se instalaron y sesionaron en Congreso por primera vez el 2 de marzo de 1811 en la casa del Conde de San Javier (actual esquina El Conde en Caracas). Las provincias estuvieron representadas así: Caracas 24 diputados; Barinas 9; Cumaná 4; Barcelona 3; Mérida 2; Trujillo 1; Margarita 1.

A medida que se fueron desarrollando las sesiones del Congreso, la idea de la Independencia fue ganando adeptos en el seno del mismo. Muchos diputados la apoyaron con apasionados alegatos, otros con argumentos históricos. Entre los diputados que se oponían a la ruptura definitiva con la corona española, se encontraba el sacerdote de La Grita, Manuel Vicente Maya, quien pronto se vio abrumado por los discursos de Fernando Peñalver, Juan Germán Roscio, Francisco de Miranda, Francisco Javier Yánez y muchos más, favorables a la idea de la Independencia absoluta. Mientras tanto, los ánimos de los jóvenes radicales se caldeaban en las reuniones de la Sociedad Patriótica, incluido el del joven Simón Bolívar, quien lanzó ante las dudas sobre la Independencia la famosa pregunta: "¿Trescientos años de calma, no bastan?". 

El 5 de Julio de 1811 fue declarada en Caracas la independencia de Venezuela del yugo español. Hasta el 5 de julio de 1811 la máxima e indiscutible autoridad de Venezuela era el Rey de España, a quien los súbditos debían obediencia, lealtad y respeto.

La Asamblea Constituyente Provincial se instaló en Mérida, el 21 de julio de 1811 y diez días después se sancionó la primera constitución para la provincia de Mérida. La reacción de los invasores no se hizo esperar. Desde la Provincia de Maracaibo, que había quedado en poder de los españoles, se inicia la contraofensiva para someter a los patriotas, encabezada por las tropas del Coronel Ramón Correa, quien invade el territorio de Mérida desde La Grita y avanza sobre la ciudad de Los Caballeros.

Cuando ocurre el terremoto el 26 de marzo de 1812 la ciudad cae devastada en ruinas. Sucede un Jueves Santo igual que el 19 de Abril. Los realistas se regodean: “Jueves santo nos la hicieron, Jueves Santo la pagaron”.

Después de sufrir varias derrotas, el jefe de la plaza Juan Antonio Paredes capitula el 22 de Mayo de 1812 y Rodríguez Picón se declara por los realistas y va a ponerse a las órdenes del español Correa.

Al lado del comandante Paredes, será Campo Elías uno de los insurgentes más interesados en la vuelta de los realistas a Mérida. Para evitar derramamiento de sangre se jura de nuevo la soberanía del Rey español y se reconoce al gobierno de Maracaibo.

Es la desbandada. A excepción de Rodríguez Picón que se considera a salvo, todo el mundo corre a esconderse. Las inexpertas y mal armadas fuerzas del ejército de la Provincia de Mérida no tenían ninguna oportunidad frente al ejército realista.

Culmina así la primera República.

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