Posted: 02 Aug 2015 11:11 AM PDT
24. julio, 2015 Autor: Red VoltaireEl debate sobre la deuda griega dio lugar a todo tipo de amenazas: primero contra el gobierno de Alexis Tsipras y luego contra los electores griegos. En realidad se trató de una campaña internacional contra la salida de Grecia de la eurozona. Más que un asunto económico, es un asunto de viabilidad del proyecto de la Unión Europea. Grecia no es víctima hoy de su situación económica, sino del entorno político internacional
Thierry Meyssan/Red Voltaire
Damasco,
Siria. El referéndum griego ha provocado en la Unión Europea intensos
debates que demuestran la ignorancia generalizada sobre las reglas del juego.
Los
participantes se disputan sobre la cuestión de saber si los griegos
eran o no responsables de la deuda, poniendo siempre mucho cuidado en no
mencionar la usura que practican los acreedores.
Pero también pasan por alto la historia del euro y las razones de su creación.
El euro: proyecto anglosajón nacido de la Guerra Fría
A
partir del Tratado de Roma, hace 64 años, las instancias
administrativas sucesivas del “proyecto europeo” (Comunidad Europea del
Carbón y del Acero, CECA; Comunidad Económica Europea, CEE; Unión
Europea) dedicaron sumas colosales y de una envergadura nunca vista
anteriormente al financiamiento de su propaganda a través de todos los
medios de difusión.
Cientos
de artículos y programas de radio y televisión pagados por Bruselas se
publican o se transmiten diariamente para inculcarnos una versión falsa
de su historia y hacernos creer que el actual “proyecto europeo”
corresponde a los deseos de los europeos que vivieron el periodo
intermedio entre las dos guerras mundiales.
Sin
embargo, hoy en día los archivos están al alcance de todos. Y esos
archivos demuestran que, en 1946, Winston Churchill y Harry Truman
decidieron dividir el Continente Europeo en dos partes: sus vasallos de
un lado y del otro la entonces Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas (URSS) y su zona de influencia.
Para
garantizar que ningún Estado pudiese liberarse de su sistema de
vasallaje, Churchill y Truman decidieron manipular los ideales de la
época.
Lo
que entonces se denominaba el “proyecto europeo” no consistía en
defender supuestos valores comunes, sino en fusionar la explotación de
las materias primas y las industrias vinculadas al sector militar en
Francia y en Alemania, para garantizar que esos países no pudiesen
volver a guerrear entre sí (ver la teoría de Louis Loucheur y del conde
Richard de Coudenhove-Kalergi). El objetivo no era negar profundas
diferencias ideológicas sino garantizar que esas diferencias no
condujesen nuevamente al uso de la fuerza.
El
Servicio de Inteligencia Secreto (MI6) británico y la Agencia Central
de Inteligencia (CIA, por su sigla en inglés) estadunidense se dieron
entonces a la tarea de organizar el primer Congreso de Europa, en La
Haya, en mayo de 1948, en el que participaron 750 personalidades (entre
ellas quien sería el futuro presidente de Francia, Francois Mitterrand)
de 16 países.
Se
trataba ni más ni menos que de resucitar el “proyecto de Europa
federal” (redactado por Walter Halstein –quien sería el futuro
presidente de la Comisión Europea– para el canciller Adolfo Hitler)
basándose en la retórica de Coudenhove-Kalergi.
Es necesario aclarar aquí una serie de ideas falsas sobre ese Congreso:
En
primer lugar, es necesario recordar el contexto que rodea la
realización del Congreso. Estados Unidos y el Reino Unido acababan de
declarar la Guerra Fría contra la URSS. Esta última ripostó respaldando a
los comunistas checos que lograron apoderarse legalmente del poder
durante el llamado Golpe de Praga (Febrero Victorioso, según la
historiografía soviética). Washington y Londres organizaron entonces el
Tratado de Bruselas, preludio de la creación de la Organización del
Tratado del Atlántico Norte (OTAN). En el Congreso de Europa, todos los
participantes eran favorables a los anglosajones y antisoviéticos.
En
segundo lugar, al pronunciar su discurso, Winston Churchill utilizó el
término “europeo” para designar a los habitantes del Continente Europeo
(sin incluir a los británicos que –según Churchill– no son europeos) que
decían ser anticomunistas.
En tiempos de Churchill no se hablaba de que Londres integrara la Unión Europea. Su papel sería supervisarla.
En
tercer lugar, entre los participantes del Congreso aparecieron dos
tendencias: los “unionistas”, para quienes se trataba únicamente de
prever un uso común de los medios que podían servir para resistir a la
expansión del comunismo, y los “federalistas”, que querían poner en
práctica el proyecto nazi de Estado federal bajo la autoridad de una
administración no electa.
El
Congreso estableció con precisión todo lo que se hizo desde entonces
bajo las sucesivas denominaciones de CECA, CEE y Unión Europea.
El
Congreso adoptó el principio de creación de una moneda común. Pero el
MI6 y la CIA ya habían fundado la Independent League for European
Cooperation (ILEC) –que se convirtió después en la European League for
Economic Cooperation (ELEC)–.
Su
objetivo era que, después de creadas las instituciones de la Unión,
todos los miembros pasaran de la moneda común (la futura European
Currency Unit, ECU) a una moneda única (el euro), para que los países
que integraran la Unión ya no pudiesen salir de ella.
Fue
ése el proyecto que François Mitterrand concretó en 1992. A la luz de
la historia y de la participación misma de François Mitterrand en el
Congreso de La Haya, en 1948, es absurdo afirmar hoy que existiese otro
motivo para instaurar el euro.
Es
por eso que, con toda lógica, los tratados actuales no prevén que un
miembro de la Unión Europea pueda abandonar el euro, lo cual obligaría a
Grecia a salir primero de la Unión Europea para poder abandonar el
euro.
El deslizamiento del “proyecto europeo” hacia el sistema estadunidense
La Unión Europea ha pasado por dos momentos de definición fundamentales:
A
finales de la década de 1960, el Reino Unido se negó a participar en la
guerra de Vietnam y retiró sus tropas del Golfo Pérsico y de Asia.
En aquel momento, los británicos dejaron de verse a sí mismos como el Estado 51 de Estados Unidos, empezaron a hablar de su “special relationship” con Washington… y decidieron incorporarse a la Unión Europea (en 1973).
Con la disolución de la URSS, Estados Unidos quedó como dueño del terreno.
El
Reino Unido colaboró con Washington y los demás Estados les
obedecieron. Por consiguiente, la Unión nunca llegó a deliberar sobre su
expansión hacia el Este, sólo se limitó a hacer lo que Washington había
decidido y lo que el entonces secretario de Estado, James Barker, ya
había anunciado. La Unión Europea también adoptó tanto la estrategia
militar de Estados Unidos como el modelo económico y social de ese país,
caracterizado por desigualdades muy acentuadas.
El
referéndum griego ha hecho aparecer una línea divisoria entre las
elites europeas, cuya vida se ha hecho cada vez más fácil y que apoyan
sin reservas el “proyecto europeo”, y las clases trabajadoras, que
sufren ese sistema y lo rechazan.
Este
fenómeno ya había aparecido anteriormente, aunque sólo a escala
nacional, durante el proceso de ratificación del Tratado de Maastricht
por Dinamarca y Francia, en 1992.
En un primer momento, los dirigentes europeos cuestionaron la validez democrática del referéndum.
El
secretario general del Consejo de Europa, Thorbjorn Jagland (el mismo
personaje que fue expulsado por corrupción del jurado del Premio Nobel)
declaró que la duración de la campaña fue demasiado corta (10 días en
vez de 14); que no habría supervisión internacional (las organizaciones
que habitualmente se dedican a eso no tenían tiempo de montar la
supervisión); y que la pregunta planteada a los electores no era clara
ni comprensible (a pesar de que la proposición de la Unión publicada en
la Gaceta Oficial es mucho más corta y simple que los tratados europeos anteriormente sometidos a referéndums).
Pero esa polémica se desinfló cuando
el Consejo de Estado griego, llamado a pronunciarse sobre esas tres
cuestiones a instancias de varias personas privadas, confirmó la
legalidad de la consulta.
La prensa dominante afirmó entonces que al votar por el “no”, la economía griega estaría dando un salto hacia lo desconocido.
Pero lo cierto es que el hecho de ser miembro de la eurozona no garantiza buenos resultados económicos.
Según
la lista del Fondo Monetario Internacional (FMI) sobre el producto
interno bruto (PIB) con relación a la paridad de poder adquisitivo
(PPA), entre los 10 primeros países del mundo hay sólo un Estado de la
Unión Europea: el paraíso fiscal conocido como Luxemburgo. Francia
aparece en el lugar 25 de esa lista de 193 países.
El
crecimiento de la Unión Europea en 2012 fue de 1.2 por ciento, lo cual
la sitúa en el lugar 173 a nivel mundial, es decir, uno de los peores
resultados del mundo (la media mundial es de 2.2 por ciento).
También
resulta evidente que ser miembro de la Unión Europea y utilizar el euro
tampoco garantiza el éxito económico. Si las elites europeas siguen
apoyando ese “proyecto” es porque les resulta ventajoso.
En
efecto, al crear un mercado único y, posteriormente, una moneda única,
los “unionistas” escondieron el verdadero sentido de la maniobra.
Hoy
en día, las antiguas desigualdades nacionales han cedido el lugar a las
desigualdades entre las clases sociales, que a su vez se han
uniformizado a escala europea.
Es
por eso que los más ricos defienden la Unión, mientras que los más
pobres aspiran al regreso a los Estados con autoridad sobre la economía
nacional.
Los contrasentidos sobre la Unión y el euro
Hace
varios años que el vocabulario oficial falsea el debate: ya no se
considera “europeos” a todos los portadores de la cultura europea, sino
únicamente a los miembros de la Unión.
Así se afirma, desde los tiempos de la Guerra Fría, que los rusos no son europeos.
Y
ahora se afirma también que, si saliese de la eurozona, Grecia
abandonaría la cultura europea, cuando en realidad Grecia es la cuna de la cultura europea.
Lo que sí es cierto es que, como dice la sabiduría popular, los perros no paren gatos.
La
Unión Europea, concebida por los anglosajones, junto a los nazis y
contra la URSS, hoy respalda al gobierno ucraniano, incluyendo a los
nazis que lo componen, y ha declarado la guerra económica contra Rusia,
camuflándola bajo la denominación de “sanciones”.
A
pesar de su nombre, la Unión Europea no fue creada para unir el
Continente Europeo, sino para dividirlo, separando definitivamente a
Rusia. Charles De Gaulle denunció la maniobra pronunciándose por una
Europa “de Brest a Vladivostok”.
Los unionistas aseguran que el “proyecto europeo” ha permitido 65 años de paz en Europa.
Pero, ¿hablan de ser miembro de la Unión Europea o de la condición de vasallos de Estados Unidos?
En
realidad, ese vasallaje es lo que ha garantizado la paz entre los
países del Oeste de Europa, manteniendo por demás la rivalidad entre
ellos fuera del marco de la zona de la OTAN.
Basta
recordar, por ejemplo, que los miembros de la Unión Europea respaldaron
bandos diferentes en la antigua Yugoslavia, antes de acabar marchando
juntos bajo la voz de mando de la OTAN.
Pero,
¿hay que considerar acaso que, si recuperaran su soberanía, los
miembros de la Unión Europea acabarían fatalmente volviendo a pelear
entre sí?
Volviendo
al caso griego, los expertos han demostrado exhaustivamente que esa
deuda es imputable tanto a problemas nacionales no resueltos desde el
fin del extinto imperio otomano como a una estafa conjunta de grandes
bancos privados y dirigentes políticos.
Lo cierto es que la deuda griega es tan impagable como las deudas de los principales países desarrollados.
En
todo caso, Atenas podría resolver el problema fácilmente negándose a
pagar la parte odiosa de su deuda, saliendo de la Unión Europea y
aliándose con Rusia, que es para Grecia un socio histórico y cultural
mucho más serio que los burócratas de Bruselas.
Pero
la situación de Grecia se complica aún más debido a su condición de
miembro de la OTAN, que ya en 1967 organizó en el país heleno un golpe
de Estado militar para impedirle acercarse a la extinta URSS.
Thierry Meyssan/Red Voltaire