Sí,
claro que estamos jodidos, que hay una crisis por superar. Tenemos un
pueblo asediado, atacado en su necesidad primordial que es la
alimentación, y también en su dignidad. Un pueblo bombardeado desde que
decidió cambiar el tipo de sociedad en el que vive; alguien ha dicho que
nos están dando con todo como castigo por ser chavistas, y así debemos
aceptarlo y entenderlo. Lo trágico o gracioso es que en ese castigo por
nuestro atrevimiento también están golpeando a los que quisieran
destruir al chavismo.
He
oído a mucha gente preguntarse si algún día "esto" se normalizará (es
decir, si otra vez volveremos a tener de todo en los supermercados y
expendios, pues en eso consiste la normalidad a la que nos
acostumbramos), y muchos de ellos creen o sospechan que no, que "de este
hueco no saldremos nunca". Si tú eres de los excelentísimos ciudadanos
que creen eso, coño e’ tu madre, permíteme echarte un cuentico que a lo
mejor se te olvidó, o que a lo mejor no te lo echaron nunca.
De
los muchos momentos trágicos de nuestra historia, hubo uno
trágico-trágico de verdad, que fue al mismo tiempo luminoso y crucial,
porque de ese abismo inmundo en que nos sumimos salimos con una cosa que
no teníamos: de ese hueco salimos con una república, con un país. No
era que la gente trabajadora tenía que hacer cola diez horas en el
abasto para comprar comida. No, muchacho e verga, porque entonces no
había ni comida ni abasto ni gente trabajadora: la Guerra de
Independencia se llevó por los cachos a la tercera parte de la población
venezolana (unas 250 mil vidas).
No
hubo entonces ninguna familia venezolana que no perdiera a uno de sus
miembros o que los perdiera a todos. Echar para atrás no era una opción,
o tal vez sí lo era pero entonces el precio de recular era más muerte y
más destrucción. Si a Bolívar y a los próceres de la Independencia les
hubieran hecho entonces una encuesta, una medición de su popularidad,
habrían salido más reventados que la credibilidad de Delsa Solórzano
después de haber dicho lo de los barriles de petróleo.
Porque
Bolívar y los suyos tuvieron que hacer cosas amargas y espantosas con
tal de lograr el objetivo de tener una patria. El pueblo estuvo durante
la primera y segunda Repúblicas del lado de los caudillos españoles
(Boves y Monteverde), entre otras cosas porque ese pueblo no se calaba a
tanto aristócrata esclavista que reclutaba muchachos a la fuerza para
que peleara al lado de ellos, mientras los caudillos autorizaban a
saquear y apropiarse de todo lo que la gente enfurecida se encontrara a
su paso. En contra de esa democracia justiciera pero primitiva, Bolívar y
los otros se volvían locos por ese tuiter colonial gritando "Cálmense,
coños e’ madres, que la libertad viene pero primero tenemos que tener un
país donde ser libres". Pero la gente medio razonaba un momento la cosa
y respondía "No seas marico, Bolívar, ¿cómo es eso que para tener
comida primero tengo que tener patria? Sácamelo".
Así
que Boves le calmó el hambre y la sed a la gente por un rato, pero la
historia le dio la razón a Bolívar: usted puede jartarse toda la riqueza
de un país si le da la gana, pero primero tiene que tener un país y
producir esa riqueza que se va a jartar (claro que los únicos que
jartaban entonces eran los ricos, pero esa es otra parte del cuento). La
Datanálisis de aquellos tiempos hizo la fulana encuesta el primero de
julio de 1814: Luis Vicente León se paró con su vocesita de Romeo Santos
en Caracas y les preguntó: "¿Boves o Bolívar?", y el carrerón que tuvo
que pegar la Caracas blanca y mantuana para el oriente del país no dejó
lugar a dudas: las clases A y B odiaban al malandro ese y su poco de
negros, pero los esclavos y sirvientes (clases C, D y el resto del
abecedario) que eran la rotunda mayoría de la población, aclamaron a
Boves y se pusieron a sus órdenes.
Bolívar
murió 16 años más tarde siendo el venezolano más detestado por la
ciudadanía. Pero doce años después de su fallecimiento, cuando los
venezolanos de entonces por fin comprendieron qué carajo era lo que
pretendía aquel aristócrata odioso y altanero, al meternos de cabeza en
aquella crisis insólita y destructiva, entonces lo recibieron con
aplausos y lágrimas de agradecimiento. Lágrimas y aplausos que se
volcaron sobre su urna.
Aquel
vergajo que le gritó a su generación: "Hemos muerto y seguiremos
muriendo pero tenemos patria"; ese bicho que poca gente comprendió en
vida en realidad estaba viendo y pensando siglos más adelante. Su
capacidad para leer el mundo era superior a la de la mayoría de sus
compatriotas e incluso de sus colaboradores. Ese tipo comprendía el
precio y el dolor de ver a las madres desesperarse por unos pañales
desechables y un pote de cerelac, pero el sueño de un país era más
importante que el dolor de una generación. Bolívar tenía el ojo puesto
en los tiempos venideros, no en la factura de la electricidad que había
que pagar en dos días.
Hay que entender como pueblo que esto no es el llegadero sino el camino
***
Con
los sobrevivientes de aquel cataclismo, los venezolanos de la época
iniciaron una sostenida labor de reconstrucción, y no es que el resto
del siglo 19 venezolano haya sido muy bonito y pacífico, pero vaya:
teníamos 300 años siendo aplastados por instituciones y aquella
generación se dedicó a construir instituciones nuevas. Una tarea lenta y
amarga, pero que derivó con los años en un país reconocido como tal en
todo el mundo.
En
un nivel más personal de estas reflexiones resulta un buen ejercicio
ponerse a comparar aquel holocausto monstruoso en que los hombres eran
arreados para los caminos para matarse a plomo, machete y garrote, con
este tiempo en el que uno ni siquiera es arreado para que vaya a votar.
En aquel momento de jodidez extrema a usted lo sacaban por un brazo y lo
llevaban a caerse a chuzos en un peladero de chivos con unos tipos
igualitos a usted, y ya no regresaba más a su casa (y seguramente su
casa y su familia tampoco existían ya). Era una pelea de pueblo contra
pueblo para defender los intereses de unos diablos nefastos,
atornillados en tronos y haciendas.
Triste
forma de pelear y de morir: aquella en la cual matas y te dejas matar
por tus iguales para defender causas y bandos que no conoces ni
entiendes ni te importan ni un coño. Cuando Páez agarró a aquel poco de
malandros llaneros, que antes se habían ido con Boves, y los puso a
pelear al lado de Bolívar, los carajos cumplieron su misión de barrido y
exterminio, desde aquí hasta Perú, y en el camino murieron todos. Tú me
dirás por qué coño tenía que morir un negro de San Juan de Payara en un
maldito altiplano que quedaba a 10 mil kilómetros de su casa, o en una
selva o en un paraje desconocido. La respuesta se llama Bolivia, se
llama Perú, se llama Ecuador, Colombia y Panamá. Aquel negro tenía una
misión y la cumplió sin haber recibido nunca una pensión del coño, una
Canaimita ni un pase para ver a Ricardo Arjona en el Teresa Carreño.
Hoy
estamos siendo convocados a pelear por nuestra propia gente y por la
gente del futuro: aquí se están librando batallas para que esos
venezolanos que no han nacido crezcan en un tipo de sociedad distinto a
ese donde a nosotros nos devastaron. Así que cuando veas que alguien
dice o escribe: "Ay sí, ¿o sea que el socialismo es esta mierda llena de
corrupción, asesinatos, pranes y escasez?", desempolva de la memoria
aquellos episodios en que a Bolívar le decían "Ay sí, ¿o sea que la
República es esta mierda donde uno tiene que caminar encima de los
muertos y los escombros?", y respóndele:
-No,
maldito ignorante hijo de las siete mil putas, esto no es el
socialismo: ESTO es la dolorosa etapa que nos está tocando pasar y
superar para que tus hijos y nietos puedan disfrutar algún día del
socialismo.
A
la gente, camarita, hay que hacerle entender que esto no es el
llegadero sino el camino, así como hace 200 años la guerra no era el
proyecto de país sino el camino que había que transitar para tener país.
Bueno,
chavista del coño: estamos llevando y seguiremos llevando vergajazos;
nadie sabe cuánto aguantaremos ni si un día de estos perderemos uno o
dos rounds de la pelea. Pero vayamos sabiendo que, a la hora de sacar
las cuentas de la historia, el nieto de tus nietos dirá: "Mi tatarabuelo
era un arrecho: fue vejado y escupido por los güevones que no tenían
harina ni aceite, pero gracias a él vivo en este hermoso y pujante país
socialista que apenas está comenzando a florecer".
Anótalo, porque esa viene.