Ahora que los autobuses se han puesto de moda, pensemos en esta historia.
Imaginen un grupo de personas injustamente presas de por vida en una lúgubre mazmorra. Se pasan la vida luchando para tratar de escapar, saben que el sistema es injusto y no los liberará jamás.
Un día logran escapar y agarran un autobús para la huida. Se montan hombres, mujeres, niños. Están llenos de ilusión porque es el sueño de varias generaciones. Los que no consiguen escapar, los animan, ahora son sus héroes.
Pensaron que lo más difícil era la escapada, que era algo imposible, pero ahora viene la huida. Eligen un conductor, ¿a dónde vamos? vamos a un pueblo llamado Libertad. Algunos lloran de felicidad.
Se dirigen al pueblo llamado Libertad pero la policía y el ejército se despliega con todas las fuerzas posibles para impedir que lleguen a Libertad, serían un mal ejemplo para el resto de presos. Esto es algo más que una captura. Cortan calles, les persiguen con todo tipo de vehículos, helicópteros, hacen barreras.
La huida se complica. Cada vez es más difícil sortear obstáculos y la policía les pisa los talones, aceleran y aceleran y aceleran... hay peligro de que se estrellen. Algunos tienen miedo, otros están se sienten confundidos aunque no pierden la esperanza que es poderosa porque fue forjada por millones de sueños.
El autobús cruza la ciudad. La gente lo observa sorprendida. Preguntan qué pasa. Algunos solo quieren ver un loco dando bandazos en un autobús lleno de gente. Preguntan qué está pasando y les dicen que ese loco tiene secuestradas a mujeres y niños, lo creen, un loco secuestrador destrozando calles con un autobús. Esa forma de verlo es como si pisotearan el regalo de un niño.
Otros saben que no están secuestrados y que, en realidad, van voluntariamente a Libertad; les apoyan y hacen propios sus sueños. Hay quienes piensan que Libertad no existe, es solo una utopía, y creen que los que van en ese autobús están engañados.
Los fugitivos empiezan a tener miedo, no era como pensaban, Libertad no llega, ¿dónde está?
Unos le piden al conductor que detenga la huida, que van a morir, que ya no hay camino posible a Libertad y que mejor vivir presos que morir inútilmente. Otros dicen que mejor se ponga otro al volante porque el conductor no tiene ni idea. Otros no quieren ir a Libertad, quieren ser los dueños de su propio pueblo, no cuentan con los demás, y le hablan al conductor al oído. Otros han dejado de creer en Libertad.
Llegados a este punto, ¿qué deberían hacer? ¿parar y entregarse? ¿continuar por todos los medios porque las flores no se abandonan? ¿merece la pena jugar con la vida de inocentes que comienzan a volar? ¿hay algún camino a Libertad?
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Imaginen un grupo de personas injustamente presas de por vida en una lúgubre mazmorra. Se pasan la vida luchando para tratar de escapar, saben que el sistema es injusto y no los liberará jamás.
Un día logran escapar y agarran un autobús para la huida. Se montan hombres, mujeres, niños. Están llenos de ilusión porque es el sueño de varias generaciones. Los que no consiguen escapar, los animan, ahora son sus héroes.
Pensaron que lo más difícil era la escapada, que era algo imposible, pero ahora viene la huida. Eligen un conductor, ¿a dónde vamos? vamos a un pueblo llamado Libertad. Algunos lloran de felicidad.
Se dirigen al pueblo llamado Libertad pero la policía y el ejército se despliega con todas las fuerzas posibles para impedir que lleguen a Libertad, serían un mal ejemplo para el resto de presos. Esto es algo más que una captura. Cortan calles, les persiguen con todo tipo de vehículos, helicópteros, hacen barreras.
La huida se complica. Cada vez es más difícil sortear obstáculos y la policía les pisa los talones, aceleran y aceleran y aceleran... hay peligro de que se estrellen. Algunos tienen miedo, otros están se sienten confundidos aunque no pierden la esperanza que es poderosa porque fue forjada por millones de sueños.
El autobús cruza la ciudad. La gente lo observa sorprendida. Preguntan qué pasa. Algunos solo quieren ver un loco dando bandazos en un autobús lleno de gente. Preguntan qué está pasando y les dicen que ese loco tiene secuestradas a mujeres y niños, lo creen, un loco secuestrador destrozando calles con un autobús. Esa forma de verlo es como si pisotearan el regalo de un niño.
Otros saben que no están secuestrados y que, en realidad, van voluntariamente a Libertad; les apoyan y hacen propios sus sueños. Hay quienes piensan que Libertad no existe, es solo una utopía, y creen que los que van en ese autobús están engañados.
Los fugitivos empiezan a tener miedo, no era como pensaban, Libertad no llega, ¿dónde está?
Unos le piden al conductor que detenga la huida, que van a morir, que ya no hay camino posible a Libertad y que mejor vivir presos que morir inútilmente. Otros dicen que mejor se ponga otro al volante porque el conductor no tiene ni idea. Otros no quieren ir a Libertad, quieren ser los dueños de su propio pueblo, no cuentan con los demás, y le hablan al conductor al oído. Otros han dejado de creer en Libertad.
Llegados a este punto, ¿qué deberían hacer? ¿parar y entregarse? ¿continuar por todos los medios porque las flores no se abandonan? ¿merece la pena jugar con la vida de inocentes que comienzan a volar? ¿hay algún camino a Libertad?
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.