Posted: 04 Jul 2017 06:33 AM PDT
A
veces los países eligen cuándo se enfrentan a los momentos más
terribles de su historia. Sin embargo, otras veces el pasado estalla de
golpe. Eso fue lo que ocurrió durante el juicio a Klaus Barbie, el jefe de la Gestapo en Lyon, celebrado hace ahora 30 años y que terminó, el 4 de julio de 1987, con su condena a cadena perpetua
por crímenes contra la humanidad. La expulsión de este antiguo oficial
de las SS desde Bolivia en 1983 y su proceso cuatro años más tarde
obligaron a los franceses a recordar que la II Guerra Mundial no fue el
momento idealizado y fundacional que habían dibujado desde el regreso
del general De Gaulle. El de Barbie fue el último gran proceso contra un
criminal nazi y, seguramente, el más importante desde el juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén en 1960. Pero su importancia radica sobre todo en su efecto sobre la sociedad.
Tras
la guerra, el Carnicero de Lyon fue reclutado por los servicios
secretos estadounidenses, que más tarde le ayudaron a huir a Bolivia
Los
franceses se vieron obligados a recordar que el jefe de la Resistencia
en el interior, Jean Moulin, fue capturado por los nazis, sin duda, pero
porque había sido traicionado por un compañero; también quedó claro que
los ocupantes no actuaron solos, sino apoyados por una milicia formada
por los ocupados; y que algunos ciudadanos sufrieron de manera atroz
durante la Ocupación, mientras que otros muchos simplemente esperaron a
que pasase la tormenta mirando hacia otro lado, sin comprometerse con
ninguno de los dos bandos.
El
juicio a Barbie también recordó otra verdad profundamente incómoda: que
durante la incipiente Guerra Fría, el antiguo nazi fue fichado por los
servicios secretos estadounidenses, porque les vendió que era un militar
capaz de perseguir la infiltración comunista. Washington le ayudó luego
a huir a Bolivia, donde trabajó al servicio de varias dictaduras. Sobre
este tema dirigió Kevin MacDonald, el realizador de El último rey de Escocia, un documental, My Enemy’s Enemy
(El enemigo de mi enemigo), que puede verse en Filmin. La presencia
ante la corte del viejo nazi sacó a la luz que las líneas que separan lo
bueno de lo malo en la memoria de los países y en las relaciones
internacionales son siempre mucho más difusas y cambiantes de lo que
queremos creer. El hecho de que el mismo país que ayudó a liberar a
Francia con el desembarco en Normandía
colaborase después con el torturador y asesino del héroe ejemplar de la
resistencia contra los nazis demuestra la complejidad de la posguerra
europea.
El
Carnicero de Lyon era un nazi de segunda fila, un sádico que disfrutaba
torturando, pero no dejaba de ser un asesino a las órdenes de otros. Su
misión, como se le escucha decir en el documental en una vieja
grabación, era “acabar con la Resistencia y matar”. Su notoriedad en la
memoria colectiva francesa se debe a que fue el policía que capturó a
Jean Moulin, el hombre enviado por De Gaulle para unificar la
Resistencia en Francia, y que lo torturó hasta la muerte. “Hasta el
proceso, se hablaba poco y mal de este periodo”, declaró recientemente a
la prensa francesa Alain Jakubowicz, que entonces era un joven abogado.
“Fue un acto fundador que marcó un antes y un después y que permitió
los procesos contra Touvier y Papon”.
El
abogado se refiere a Paul Touvier, el jefe de la milicia de Lyon,
condenado a cadena perpetua después de la liberación, pero que fue
amnistiado en 1971 por el presidente Georges Pompidou. Sin embargo, dado
que sus crímenes eran imprescriptibles, temiendo un nuevo proceso, se
esfumó, con la ayuda de algunos sectores ultraconservadores de la
Iglesia católica. Fue localizado y condenado de nuevo. Cuando murió en
prisión, en 1996, el diario Libération tituló: “Un odio se ha extinguido”, por su irreductible antisemitismo. El caso de Maurice Papon,
el otro personaje al que alude el abogado, es todavía más complejo:
ocupó cargos públicos entre 1931 y 1987, con Gobiernos del Frente
Popular, pero también colaboracionistas y luego socialistas, hasta que
fue desenmascarado por el semanario Le Canard Enchaîné,
que publicó documentos que demostraban que dirigió la deportación de
1.645 judíos. Tras una batalla legal de dos décadas, fue condenado en
1998 por complicidad con crímenes contra la humanidad.
Como
el del propio Barbie, que falleció de cáncer en prisión en 1991, a los
78 años, son dos casos que reflejan toda la complejidad de la historia
de Francia y la enorme dificultad que tiene cualquier país para asimilar
su pasado. Barbie no fue el único elemento que despertó la memoria más
incómoda, aunque representó un desencadenante muy importante para el
reconocimiento por parte del Estado francés de su parte de culpa en los
crímenes cometidos durante el Holocausto. Paradójicamente, Barbie no fue
juzgado por su crimen más célebre, la captura y asesinato de Jean
Moulin, sino por su papel en la deportación de judíos hasta los últimos
días de la Ocupación, porque se trata de crímenes contra la humanidad,
que no pueden prescribir nunca. Pero su abogado, el célebre Jacques Vergès,
que también acabaría defendiendo al terrorista Carlos, se ocupó de que
aquel caso y las dudas sobre quién traicionó al héroe de la Francia
libre sobrevolasen el proceso.
“Lejos
de su imagen de heroísmo, Vergès trató de demostrar que el grupo
resistente estuvo lleno de traidores, muchos de los cuales temían
todavía que la verdad fuese revelada. A causa de la
idealización nacional de la lucha contra los nazis y ante el temor de
que esa imagen resultase dañada, Vergès logró cambiar la atención del
discurso público de la persecución de los judíos a la propia
Resistencia”, escribió la historiadora Joan B. Wolf en el ensayo Harnessing The Holocaust. The Politics Of Memory In France (El uso del Holocausto. La política de la memoria en Francia).
Sin
embargo, hubo un elemento que desbarató por completo la estrategia de
defensa: los testigos. Ahí también, el proceso a Barbie encierra una
profunda lección: la única forma de destruir, o por lo menos de dañar
gravemente en su línea de flotación, a los negacionistas del Holocausto
es escuchar a las víctimas, a aquellos que estuvieron allí. Han pasado
más de 70 años desde el final de la II Guerra Mundial y sus voces se van
extinguiendo. Por eso es más importante que nunca recordarlas.
Uno
de los testimonios más impresionantes lo proporcionó Simone Lagrange,
detenida junto a sus padres, cuando tenía 13 años, el mismo Día D, el 6
de junio de 1944. Su torturador no se arrepintió de nada, ni siquiera
asistió a las sesiones del proceso porque no reconocía la legitimidad
del tribunal, pero la voz de aquella mujer se escuchó en todo el mundo.
Recordó que fue detenida junto a sus padres porque Barbie quería
localizar a sus hermanos. Después de darle una paliza tremenda, con ella
con la cara ensangrentada por los puñetazos, le tiró violentamente del
pelo, le acercó a su madre y le dijo: “Mira lo que estás haciendo a tu
hija”. Fueron deportados los tres y solo ella volvió de los campos. Su
madre murió en la cámara de gas y su padre fue asesinado delante de
ella. Lagrange falleció en 2016, a los 85 años, después de haber
demostrado que es posible la justicia y que la memoria de las víctimas
es más fuerte que cualquier mentira sobre el pasado.
Una
testigo relató en el juicio que Barbie la torturó de manera salvaje
ante su madre para arrancarle información sobre sus hermanos