Resumen Latinoamericano / 9 de enero de 2018 / El Libertador
Una vez cumplido con el regio ceremonial militar, se procedió a depositar al perro policía en la tumba. Dentro de un decoroso ataúd y la inscripción en la elegante placa de metal el nombre del ser amado: Eyko. El can reposa ahora en impecable césped verde. Eso denota el alto respeto que debe tenerse por la vida en todas sus formas, y en el más alto nivel está la vida humana.
Medicina Forense procede de manera periódica con maquinaria pesada a abrir enormes y rústicos cráteres para dar terraje a decenas de cuerpos infortunados, “desconocidos”, dicen los informes, luego son arrojados en fosas comunes, apilados uno sobre otro y dentro de bolsas plásticas; escena macabra que invita a pensar ¡Quién fuera perro!
Tegucigalpa. En un hermoso y apacible paraje, rodeado de exuberantes pinares, cuatro hombres compungidos por la partida del amigo, cargan con delicadeza su féretro; mientras tanto, el resto de la concurrencia aguarda en silencio y cabizbaja que el cuerpo sea depositado en su última morada.
Como es normal en toda ceremonia de duelo, los seres queridos hacen remembranza de la trayectoria del difunto y, por supuesto, únicamente se destacan sus virtudes y para consuelo de los presentes se enfatiza que partió a una “vida mejor”.
Una vez cumplido con el protocolo, se procede a depositarlo en la tumba. La inscripción en la elegante placa de metal indica el nombre del ser amado: Eyko.
¡Conmovedor! ¿No es así? Las ceremonias fúnebres son así, dolorosas. Así pasó con Eyko, el perro policía que recibió todas las honras fúnebres de la Policía Militar.
El ataúd del can fue cargado por militares que avanzaron sobre el césped verde, entre dos filas de compañeros verde oliva, moteados, serios como debe ser cuando parte un ser querido, con toda la solemnidad y respeto como corresponde.
El anterior relato tuvo como inspiración un reportaje publicado ayer 8 de enero de 2018 en un diario hondureño. El título del artículo dice: “Con honras fúnebres sepultan a perros policías de la PMOP”. (Policía Militar del Orden Público).
El reportero que escribió la nota tuvo el cuidado de demostrar respeto hacia los canes caídos en el cumplimiento del deber al servicio del Batallón Canino de la Policía Militar, un respeto que ya quisieran los familiares de los asesinados en el país y que tienen que soportar titulares con calificativos como: “lo palmaron de un balazo”, “lo encuentran doblado”, “lo pelaron”, “lo ensacaron” y otros, por demás irrespetuosos como cuando se lanzan a fosa común decenas de cuerpos de hondureños abandonados en las bodegas congeladas de Medicina Forense.
En efecto, la suerte que tienen los perros policías no la tienen miles de hondureños que son ingresados a las morgues del país; muchos de ellos no son reclamados por sus familiares por no contar con recursos para brindarles una sepultura decorosa.
Por tal razón, y para dar pasos a nuevos y abundantes cadáveres hallados en todas partes, según reportes oficiales, casi siempre sin documentos e ingresados como “desconocidos”, y por eso mismo el Departamento de Medicina Forense procede de manera periódica con maquinaria pesada a abrir enormes y rústicos cráteres en la tierra para dar terraje a decenas de cuerpos de infortunados, depositados en fosas comunes, apilados uno encima de otro y dentro de bolsas plásticas.
Se está pensando en hacerles una fosa a cada uno. Es un buen proyecto, porque la escena por demás desgarradora e indigna del gobierno, que cuenta con suficientes recursos para que los perros al servicio de la Policía Militar sean sepultados con honores, mientras que los hondureños desposeídos son desechados como ratas o basura en el crematorio.