La socióloga Carmen Ruiz Repullo cree que la dependencia emocional sigue siendo una cuestión sin resolver: “No nos han enseñado a amar con mayúsculas, a ver en el amor un espacio de igualdad y libertad”.
Por Olivia Carvallar
La socióloga Carmen Ruiz Repullo, autora
de un estudio que analiza los signos de la violencia machista en la
adolescencia, cree que la dependencia emocional sigue siendo una
cuestión sin resolver. Actualmente trabaja en un proyecto coeducativo
como eje fundamental de transformación. En la última edición de los
Premios Meridiana, concedidos por la Junta de Andalucía, recibió el
galardón en la categoría Iniciativas que promuevan la educación.
¿Cómo cree que ha evolucionado el
concepto de amor en los últimos años con las nuevas tecnologías, sobre
todo entre los y las más jóvenes?
La llegada de las tecnologías,
especialmente de las redes sociales, no ha supuesto una nueva
configuración del amor, no ha generado un cambio conceptual propiamente
dicho, lo que sí ha creado es un nuevo espacio donde vivirlo,
expresarlo, potenciarlo, tanto para lo bueno como para lo malo. El amor
que se establece en los espacios offline se traslada a lo virtual
sin grandes modificaciones. Quien tiene celos en una relación amorosa
los va a seguir teniendo a través de sus redes sociales, es más, éstas
lo que potencian es un mayor control hacia la otra persona. Este podría
ser uno de los aspectos negativos que incorpora lo tecnológico al amor
romántico. Las tecnologías no son un espacio externo a las personas,
forma parte de nosotras, lo que ocurre en todos los ámbitos de nuestra
vida offline ocurre también en nuestra vida virtual, se traslada a
ella, ambos espacios forman parte de lo mismo, son una nueva forma de
relacionarnos pero bajo los mismos modelos sexistas que existen.
¿En qué medida la emancipación de la mujer ha ido cambiando el concepto de amor?
La independencia económica es un elemento
fundamental a la hora de entender y vivir el amor, sin embargo, la
independencia emocional sigue siendo una cuestión pendiente. Muchas
veces encontramos mujeres con independencia económica que viven y sufren
relaciones tóxicas e incluso violencia de género. Ambas formas de
independencia son esenciales para construirnos como mujeres libres. La
sociedad machista nos sigue socializando a las mujeres para que nuestra
vida se complete cuando tenemos pareja e incluso criaturas. Es tal la
presión social, que cuando una mujer decide no tener pareja o criaturas,
la sociedad lo percibe más como un “no ha tenido suerte con las
parejas” o “no ha podido ser madre” que como lo que realmente es, una
elección personal.
¿Qué ha hecho el feminismo para intentar desmontar el mito del amor romántico?
Tanto desde la teoría como desde la
militancia y la reivindicación feminista se ha trabajado intensamente,
especialmente en las últimas décadas, por deconstruir el amor romántico
como arquitectura intencionada del patriarcado para perpetuar las
desigualdades. Los principales análisis feministas coinciden en analizar
el amor romántico como una construcción social que coloca a las mujeres
en una posición subalterna, es decir, no se trata de un análisis del
amor como sentimiento, sino como una cuestión política. Aunque hay
autoras anteriores que analizaron de manera crítica el amor, hay dos que
para mí abordan de manera sublime este tema. Shulamith Firestone en1976
lo definía como el baluarte de la opresión de las mujeres, como un
instrumento más del poder masculino para mantener la desigualdad en su
propio beneficio. Kate Millet, por su parte, en 1984, comentaba en una
entrevista que el amor era el opio de las mujeres, como la religión lo
había sido de las masas, aunque leyendo su obra Política Sexual podemos
hacernos una idea de su especial esfuerzo por desnudar las verdaderas
intenciones del amor para con las mujeres.
En la actualidad, bajo estas mismas
premisas feministas, autoras como Anna Jónasdóttir, Mariluz Esteban,
Marcela Lagarde o Coral Herrera, entre otras, están realizando
magníficos análisis sobre el romanticismo como un eje principal del
patriarcado que, entre otras cosas, coloca a las mujeres en una posición
de inferioridad, de riesgo. Trasladando este
análisis a la población más joven, el amor romántico se sigue cimentando
a través de mitos como el de los celos, la media naranja o la falacia
del cambio por amor, que lejos de desaparecer están aún muy presentes.
Deconstruirlos es un gran reto para el feminismo. El amor romántico,
como construcción social, está detrás de muchas de las formas de
violencia de género que sufrimos las mujeres, desvelarlas es una
cuestión prioritaria del feminismo.
¿Cuánto daño ha hecho daño el amor romántico a las mujeres?
Esta es la gran pregunta. La repuesta,
sin duda, es en mucho. Millet decía: “Mientras nosotras amábamos, los
hombres gobernaban”. Pues bien, siguen gobernando. Porque claro,
¿cuántas cosas han dejado, dejan o dejamos de hacer las mujeres por
amor? Las renuncias profesionales, el robo del tiempo personal, el
sacrificio oculto, el “total no me cuesta nada”. Todo se resume en lo
que Amelia Valcárcel llama la ley del agrado, que yo redefino como el imperio del agrado,
una socialización diseñada por el sistema machista sobre el papel que
nos toca a las mujeres en la sociedad en general y en el amor en
particular. Agradar en lo estético, en lo amoroso, en lo profesional, en
lo personal, en lo familiar, en lo sexual… en definitiva, agradarles,
aunque no sea de nuestro agrado. Aquí es donde radica el principal
peligro del amor romántico, en este imperio del agrado impuesto
por la masculinidad hegemónica que nos educa a las mujeres para
situarnos en un segundo plano y que los hombres sigan gobernando en
todos los sentidos.
Actualmente en los más jóvenes el amor
romántico está campando a sus anchas, cada cierto tiempo se producen
nuevas novelas, series, teleseries, canciones, programas televisivos,
canales de Youtube, donde los mitos románticos se presentan como
verdaderas pruebas de amor. Esta configuración amorosa es el germen de
la violencia de género, es uno de los cimientos necesarios para más
tarde edificarla. Esta violencia se establece primero con estrategias de
control, especialmente del móvil, las amistades y los hobbies, pero
lejos de analizarse como tales se escudan bajo el paraguas del amor sin
levantar sospechas. Este es el verdadero peligro, la violencia de género
en la adolescencia y la juventud se camufla en sus primeras
manifestaciones, por eso no es fácil detectarla.
Seguimos asociando dolor con amor.
¿Cómo no con todo lo que nos han
enseñado? Nos han dicho que “quien bien nos quiere no hará sufrir” o que
“quienes se pelean se desean”. No nos han educado en que el amor es
otra cosa y que “quien bien nos quiere nos hacer reír”. Nos han
socializado en un modelo romántico del sufrimiento, desde los cuentos,
las películas, las series, las telenovelas, las canciones, y así es
difícil detectar la trampa.
Pero sí hemos avanzando, ¿no? A veces en comportamientos que antes nos parecían románticos ahora vemos acoso…
Esto es un claro ejemplo del cambio que
está viviendo el concepto amoroso gracias al feminismo. En la medida en
que tomamos conciencia sobre los peligros y la verdadera intencionalidad
del amor romántico, dejamos de erotizarlo, dejamos de verlo como algo
“natural” y comenzamos a analizarlo con una mirada crítica. Lo mismo ha
ocurrido con otros aspectos del machismo, anteriormente se percibían
como algo “normal” hasta que el feminismo llegó para desvelarlos y
denunciarlos.
¿Recuerda la historia de las dos
chicas lesbianas retenidas en Turquía? ¿Cree que hace solo unos años
habría generado las mismas reacciones que ahora?
Creo que la historia de estas dos chicas
pone encima de la mesa la realidad que sufren las personas LGTBI en el
mundo, los riesgos que siguen teniendo por saltarse la norma
heteropatriarcal. En nuestro país esto se ha superado a nivel
legislativo, aunque a nivel social nos sigue quedando mucho. La escuela
está llena de “armarios cerrados” donde el alumnado y el profesorado
LGTBI siguen siendo “lo raro, lo no normal, lo otro”. Sin embargo, no
estamos como hace veinte años o más, donde la población LGTBI tenía
serios problemas si decidía visibilizarse.
¿Cuál es el objetivo del Observatorio Coeducativo – LGTBI que está preparando con varias compañeras?
Las tres que componemos este
observatorio, Marian Moreno, Kika Fumero y yo, coincidimos en la manera
de analizar y valorar la educación como eje fundamental de
transformación. Pensamos que el espacio educativo es fundamental para
educar en y para la igualdad, así como para prevenir las violencias de
género y la lgbtifobia. Las tres tenemos una amplia trayectoria en estos
ámbitos y hemos percibido la necesidad de generar un espacio de
encuentro para docentes, alumnado y familias. Un espacio que a su vez
sirva de puente entre la comunidad educativa y las instituciones, y que
aporte herramientas e instrumentos para avanzar hacia una sociedad más
igualitaria y libre de violencias machistas. Creemos que la coeducación
está por llegar y para ello debemos apostar por la formación, la
investigación y la evaluación educativa. Este Observatorio
Coeducativo-Lgbti nace con la intención de ser un espacio desde el que
seguir avanzando en este enorme reto: tener unas escuelas coeducativas
donde las violencias de género y la lgbtifobia formen parte del pasado.
¿Cree en general que nos da miedo el amor?
No nos han enseñado a amar con
mayúsculas, a ver en el amor un espacio de igualdad y libertad. En
cambio nos han educado en un modelo de amor perverso cuyos roles vienen
establecidos por medio de los mandatos heteropatriarcales. Si en el amor
todo está establecido, no cuestionamos lo que ocurre, en cambio,
establecer un modelo amoroso libre e igualitario es un trabajo continuo
en estos tiempos. Eso es lo que da miedo, no encontrar el camino hecho,
diseñado, hay que borrar las huellas y cada cual comenzar el suyo.
¿Qué es para usted el amor?
Quitándole el apellido “romántico”, el
amor es un lienzo por pintar, cada cual acuerda con quién o quiénes
pintarlo, qué pintar, qué colores usar, etc. No creo que haya un modelo
de amor que sea el idóneo, aunque si lo hubiese sería un amor feminista,
un amor donde la asimetría de poder no existiera, donde quienes lo
practican pactaran desde la igualdad que quieren en esta relación
amorosa. En la medida en que deconstruimos la socialización desigual de
género que hemos recibido, en la medida en que nos cuestionamos qué
somos, el amor se va modificando hacia formas mucho más igualitarias.
La Marea