El título es nuestro y sintetiza la opinión de Suso de Toro sobre
el comportamiento lamentable de la pseudo intelectualidad hispánica.
Se puede comprender el silencio de las personas que no saben acceder a la información de medios internacionales, pero cuando también callan los intelectuales, es decir todo un país el que asume lo que hace su estado sobre la población de un territorio, entonces la ruptura entre España y Catalunya es definitiva.
POR SUSO DE TORO*, Resumen Latinoamericano, 8 de febrero de 2018.-Se puede comprender el silencio de las personas que no saben acceder a la información de medios internacionales, pero cuando también callan los intelectuales, es decir todo un país el que asume lo que hace su estado sobre la población de un territorio, entonces la ruptura entre España y Catalunya es definitiva.
Cada vez me cuesta más escribir algo que no sea un gran
reproche. Escribir algo que no exprese un gran enfado, pero no con este
Gobierno, al que no puedo reconocer sino como el fruto de un delirio,
algo monstruoso y absurdo, no con la Casa Real y todos los poderes del
estado y económicos, dueños de la práctica totalidad de los medios de
comunicación; sino con personas concretas, con todas esas personas que
camparon de progresistas estos años pasados. Es evidente que ser progre no tiene relación directa con ser demócrata.
Es un enfado no con entes, instituciones o categorías
sociales, sino con personas. Y es un enfado y no una discrepancia
política, discrepar y aun enfrentarse por posiciones políticas no
implica necesariamente que uno se enfade con el contrario, pero cuando
la discrepancia tiene carácter moral y el reproche es por la ética
entonces sí hay enfado.
Sin hacer recuento de lo vivido dentro de este estado
llamado Reino de España en los últimos meses, en cosa de días hemos
visto: un parlamento rodeado de policías y sobrevolado por helicópteros
militares; a la ministra del Ejército confirmando un plan para ocupar
militarmente el territorio catalán y sus instituciones; la visita de la
Guardia Civil de noche a la casa de un miembro de la mesa del parlamento
catalán la víspera de una votación; la amenaza del portavoz del partido
del gobierno al presidente de ese parlamento con sus hijos; el juicio
en la Audiencia Nacional a un cantante de rap por sus letras cuando hay
otros catorce citados a declarar; a un miembro de una célula yihadista
declarando en un juzgado que la Policía Nacional delató a un “mosso” que
se les había infiltrado; el reconocimiento del CNI de que el imán de
Ripoll efectivamente era un confidente suyo y, por ir acabando, una
nueva sentencia del Tribunal Supremo sobre un político catalán preso,
Forn, que se basa, como en otras anteriores, para quitarle su libertad
en su posición política independentista, así como en un juicio de
intenciones sobre las posibles actuaciones futuras del reo, para
quitarle su libertad.
Es decir, vivimos bajo un estado que decide de modo
arbitrario sobre nuestras vidas en función de nuestras ideas. ¿Hay otra
definición de un estado autoritario? Entre Kafka y El informe de la minoría, de Philip K. Dick.
No puedo aceptar que sólo algunos creamos lo que
denuncian los medios de comunicación de otros países, la falta de
libertades y de democracia del sistema político español. Hace unos meses
un numeroso grupo de intelectuales y artistas firmaron un manifiesto
promovido por una empresa de comunicación exigiendo garantías a aquel
referéndum celebrado contra todo tipo de impedimentos, cuando los
votantes fueron reprimidos por el estado con total violencia callaron,
es decir asintieron. Ahora callan nuevamente ante una sucesión pública
de atropellos a personas.
Hace dos días la pasada ceremonia de los Goya, de la
que el ministro portavoz del Gobierno pareció el anfitrión y garantizó
la protección del estado sobre una cineasta protagonista (“Y no os van a
echar, Isabel, no.”), pareció la de un país alegre y desenfadado. Un
país donde no hay gente presa arbitrariamente por el estado. En aquella
gala no resonaron los golpes de las cargas contra personas indefensas ni
la soledad de la cárcel, todo lo contrario, fue la negación de esa
realidad. Fue una ceremonia de otro país distinto del que otros vemos y
sentimos. La aparente frivolidad y ñoñería no fue tal, fue asentimiento y
complicidad.
Resulta evidente que los breves periodos republicanos
españoles no dejaron restos significativos, el destrozo que hizo Franco
modeló esta sociedad, y no hay cultura cívica, pero sobre todo es
abrumador el triunfo de la ideología autoritaria. Es evidente que la
vida pública española, sobre todo sus intelectuales y artistas, han
encajado y aceptado un 155 ideológico. Han aceptado que es normal que
haya conciudadanos presos por sus ideas y por practicar la libertad de
expresión.
Se puede comprender el silencio de las personas que no
saben acceder a la información de medios internacionales, pero cuando
también callan los intelectuales, es decir todo un país el que asume lo
que hace su estado sobre la población de un territorio, entonces la
ruptura entre España y Catalunya es definitiva. ¿Queda tiempo para que
los intelectuales y artistas españoles les digan a los catalanes que no
todos los españoles asumen lo que hace su estado? No lo creo.
¿Vale de algo decir y escribir esto? ¿De qué vale
cuando estas personas por fuerza tienen que saber lo que ocurre, no
pueden alegar ignorancia, y asumen esta política autoritaria? ¿Vale la
pena señalarse uno? Creo que no.
*Literato español. Licenciado en Arte
Moderno y Contemporáneo, es también guionista de televisión y
colaborador habitual en prensa y radio. Ha publicado más de veinte
libros en gallego de narrativa, teatro y ensayo.
Imagen de la Gala de los Goya EFE.