Resumen Latinoamericano / 2 de abril de 2018
Jorge Eliécer Gaitán, el líder popular asesinado por la élite colombiana un 9 de abril de hace 70 años, se equivocó cuando días antes de su muerte, dijo que:
“Ninguna mano del pueblo se levantará contra mí y la oligarquía no me mata, porque sabe que si lo hace el país se vuelca y las aguas demorarán cincuenta años en regresar a su nivel normal”.
Se equivocó, porque subestimó la capacidad de guerra contra el pueblo que han acumulado las clases dominantes en Colombia. Por esto, han transcurrido siete décadas desde su asesinato y el pueblo que él convocó para lograr un cambio, lo recuerda y persiste en la lucha por los ideales democratizadores que señaló.
El historiador William Ospina, con acierto valora que, “la vieja Colombia murió el 9 de abril de 1948: la nueva no ha nacido todavía”.
Lo que demuestra este juicio histórico es que el parto de los cambios democráticos ha demandado varias décadas de esfuerzo y va a requerir otros más; transición tortuosa que no se debe a la falta de entrega de los luchadores colombianos, sino fundamentalmente a la nula voluntad de cambio que mantienen las clases dominantes.
El propósito de desaparecer cualquier expresión de oposición política en Colombia, también es alentado por el gobierno de los Estados Unidos, el aliado estratégico de la oligarquía criolla. Hay que recordar que el imperio del norte clasificó a Gaitán como uno de sus adversarios más temidos desde 1929, cuando el líder popular realizó un sentido debate en el Congreso contra la empresa United Fruit Company, por haber perpetrado una cruenta masacre de huelguistas colombianos en Ciénega, Magdalena, el 6 de diciembre de 1928. De su alegato recordamos su histórica denuncia:
“En este país el gobierno tiene para los colombianos la metralla homicida y una temblorosa rodilla en tierra ante el oro de los EEUU“.
Algunos historiadores afirman que el conflicto interno colombiano pasó de ser entre iguales -entre los dos partidos tradicionales-, a ser una lucha de clases, cuando aparecimos las guerrillas marxistas de mediados de la década de los 60 del siglo pasado. Pero no hay que olvidar que desde 1947, cuando los EEUU empezaron a aplicar la Doctrina de Seguridad Nacional, la guerra promovida por la élite en Colombia pasó a tratar como “enemigo interno” a la población inconforme con el sistema. Enseguida durante la dictadura militar con la que sofocaron el alzamiento del pueblo dolido por el asesinato de Gaitán, la dupla imperialismo-oligarquía expidió el Acto Legislativo número 6 de 1954, en el que se declaró “prohibida la actividad política del comunismo internacional”.
Desde entonces, la represión legal e ilegal del régimen la descargan crecientemente contra la protesta social, los opositores políticos y la rebelión armada. A la protesta social le dan un trato de guerra, según constata la Oficina de Derechos Humanos de la ONU; a los líderes sociales y políticos los siguen exterminando con un genocidio político interminable, y a la guerrilla revolucionaria pretenden borrarla del mapa con grandes campañas contrainsurgentes.
Por medio del genocidio exterminaron a los partidarios de Gaitán, luego desaparecieron a las guerrillas liberales de Guadalupe Salcedo y Dumar Aljure en los años 50; en los 60 terminaron con el Frente Unido creado por Camilo Torres; en los años 80 acabaron con los movimientos políticos de izquierda, como la Unión Patriótica. Y ahora están matando a un líder social o político alternativo cada tres días.
El 11 de abril de 1947, Gaitán entregó un Memorial de Agravios al presidente conservador en ejercicio, en el que reclamó por la persecución política de que eran objeto sus seguidores, porque:
“La escala del atropello va desde la apasionada hostilidad sectaria, hasta el asesinato realizado con las más monstruosas características”.
El parecido es impresionante con la realidad que hoy enfrentan los opositores al régimen. Setenta años después, el terror de Estado es aún más crudo; pero no por esto las clases dominantes van a lograr desalentar el esfuerzo en curso para que nazca una nueva Colombia democrática y soberana.
Mantenemos viva la esperanza de Gaitán cuando dijo que:
“Cercano está el momento en que veremos si el pueblo manda, si el pueblo ordena, si el pueblo es el pueblo y no una multitud anónima de siervos”.
Tras este objetivo recorremos el actual camino de una solución política del conflicto, por medio de concretar el Acuerdo de Agenda de conversaciones con el Gobierno, en el que:
* Materialicemos los cambios que permitan pasar del conflicto armado hacia la paz,
* Construyamos una cultura y una visión común de paz,
* Suscribamos un Acuerdo Final para terminar el conflicto armado y acordar transformaciones en búsqueda de una Colombia en paz y equidad, y
* En donde erradiquemos la violencia en la política.