En un resumen de La Troika y los 40 ladrones del libro de Santiago Camacho podemos leer lo siguiente:
https://www.scribd.com/doc/
«El rico domina a los pobres; el que toma prestado es esclavo del que presta».
«Cada día se hace más evidente que la humanidad se encuentra dividida en dos bandos irreconciliables: los pocos que tienen mucho y los muchos que tienen poco.
La actual crisis económica ha demostrado que los gobiernos no son realmente los órganos que ostentan el poder mundial. Estos gobiernos-naciones son juguete de unas fuerzas misteriosas a las que hemos dado en llamar “los mercados”, que deciden la economía de cada país, quien es próspero y quien tercer-mundista”, y peor aún, existen “economistas” que se lo creen. Es decir, si estas en la onda con estas organizaciones, eres prospero, si no, estas en la baja o en default.
«Ya no parece tan descabellada la idea de que existan organizaciones que manejan los hilos del mundo. Se trata de organizaciones con nombres y apellidos, como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio, las agencias calificadoras de riesgos, los bancos internacionales...
El poder de estas organizaciones es inmenso, va más allá de lo imaginable por la mayoría de nosotros, alcanza una dimensión planetaria, mientras que el poder de los estados, incluso de los más poderosos, está supeditados a ellos», incluyendo el gobierno de Estados Unidos.
Estos organismos actúan como los –«verdaderos “ladrones” de la democracia».
¿Quién gobierna el mundo? ¿Cuál es el poder real de los políticos de cada país? ¿Hasta qué punto nuestra vida está condicionada por las organizaciones internacionales y las corporaciones privadas? ¿Cuál es el papel de los paraísos fiscales que dan abrigo al dinero del crimen y la corrupción?
No hace falta ser muy inteligente para responder estas preguntas. Todo está a la vista. Camacho señala a la Troika -formada por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio-, así como las agencias de rating, responsables del robo de la democracia.
Todo comenzó hace mucho, mucho tiempo, con los Acuerdos de Bretton Woods, que son las resoluciones de la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas. La reunión se llevó a cabo en un entorno paradisíaco, el exclusivo complejo hotelero Bretton Woods en New Hampshire, entre el 1 y el 22 de julio de 1944. Durante aquellos días, solo la enorme fila de automóviles de lujo aparcados frente al gigantesco hotel de fachada inmaculadamente blanca y la febril actividad que se percibía en pasillos y salones daba a entender que en aquel instante y en aquel lugar se estaba decidiendo el futuro del mundo.
El propósito de la reunión de Bretton Woods era poner fin a las políticas de proteccionismo que caracterizaron el periodo que se inició en 1914 con la Primera Guerra Mundial. Se consideraba que para llegar a la paz y la prosperidad de las naciones se tenía que implantar una política librecambista.
Fue allí donde se establecieron las nuevas reglas para las relaciones comerciales y financieras mundiales, reglas que, a día de hoy, siguen vigentes y son en gran medida el origen de los problemas actuales. Entre otras medidas en Bretton Woods se decidió la creación de las dos instituciones que van a ser las protagonistas indiscutibles: el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
También se estableció el uso del dólar como moneda de cambio en las transacciones financieras internacionales. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, la clara hegemonía norteamericana se tradujo en un reordenamiento financiero internacional bajo su batuta naciente como nueva potencia internacional.
En esta reunión participaron solo 44 países, porque la mayor parte de los países del Tercer Mundo aún eran colonias, otros muchos ni siquiera habían sido aceptados en las Naciones Unidas y las potencias derrotadas en la Segunda Guerra Mundial, lógicamente, no tenían ni voz ni voto de ningún tipo y debían conformarse con el destino que tuvieran deparado para ellas los vencedores.
A lo largo de toda la historia de la civilización los metales preciosos, y de forma muy especial el oro, habían sido utilizados como mecanismo de pago. El trueque, otra forma de pago, es una forma de comercio justa, pero tiene sus obvias limitaciones.
El oro es perfecto para este papel. Escaso y muy apreciado (tecnológica- y decorativamente); una pequeña cantidad de oro, fácil de guardar y transportar, puede representar mucha riqueza. De esta forma el oro y en menor medida la plata fueron adoptados universalmente como herramienta para los intercambios comerciales, situación que se prolongó durante miles de años.
Con el acuñamiento del oro en monedas, nació el dinero. Así continuó el comercio, sin demasiados cambios, hasta que en el siglo xiii al veneciano Marco en su viaje a China, descubrió (aparte de los fuegos artificiales, el té, los espaguetis…), la existencia del «papel moneda».
Su valor se fijó de acuerdo al valor del oro poseído en sus reservas. Nació así el patrón oro, no inventado por nadie, sino por la oferta y la demanda. Esto creo la autorregulación del mercado, que automáticamente nivelaba por sí mismo cualquier desequilibrio. El mecanismo no puede ser más sencillo. El valor de la moneda de un país es directamente proporcional a la cantidad de moneda emitida y a las reservas de oro que posea que respalde esa emisión; así, cada moneda y cada billete emitido es básicamente un vale al portador por una pequeña fracción de las reservas nacionales de oro.
Esto hace que las monedas tengan un determinado valor en oro y viceversa: que el oro tenga su determinado precio. Imaginemos dos naciones que comercian entre sí, por ejemplo Portugal y España. Supongamos que España se encuentra en una situación de déficit comercial, esto es, compra a Portugal más de lo que le vende. Por lo que Portugal estaría adquiriendo más riqueza a costa de su comercio con España, y los comerciantes españoles necesitarán adquirir moneda portuguesa para poder pagar esas importaciones. Por pura ley de la oferta y la demanda, la moneda portuguesa se convertiría en un bien demandado y escaso, por lo que subiría de precio, hasta el punto de llegar a valer más que su contrapartida en oro.
En ese momento lo que harían los empresarios españoles sería dejar de adquirir la divisa sobrevalorada y pasar a realizar sus pagos directamente en oro, que les saldría más barato. Pero eso supondría que se produciría un trasvase de oro español a Portugal, lo que reduciría sus reservas nacionales y, lógicamente, la cantidad de dinero en circulación. En ese caso se produce una deflación: menos dinero significa menos demanda y menos demanda supone que la oferta tiene que adaptarse a la nueva situación de la forma más sencilla y antigua que existe: baja de precios de los productos españoles.
Pero si los precios españoles bajan, entonces estos productos adquieren una mayor competitividad y los consumidores y comerciantes portugueses se percatarían que es más barato importar productos españoles que comprar los suyos. Cuando sucede eso, es entonces Portugal el que pasa a tener un déficit comercial y el sistema se reequilibra, comenzando de nuevo todo el proceso. Esto parecería un mecanismo de relojería bien equilibrado, pero la realidad es otra que puede hacer que este modelo no funcione.
El patrón oro se fue a pique con la Primera Guerra Mundial, su posguerra, y el crack de 1929. Las diversas naciones, movidas en principio por sus necesidades bélicas, decidieron emitir papel moneda que excedía con mucho el valor de sus reservas en oro, generando hiperinflaciones que sembraron el caos por todo el mundo occidental y terminaron para siempre con el sistema del patrón oro.
La Segunda Guerra Mundial dio un respiro a los sectores industriales y de materias primas, pero no sirvió más que para ahondar el caos. Las reglas del juego se habían roto, las piezas yacían desparramadas por todo el tablero y lo cierto es que nadie sabía cómo, cuánto ni de qué forma pagar por las transacciones comerciales y financieras.
Así pues, a principios de la década de 1940 se comenzó a hablar de crear un nuevo escenario, de dotar a la economía de nuevas reglas y, básicamente, de comenzar desde cero. Se barajaron dos opciones. La primera fue concebida por el famoso economista británico John Maynard Keynes, y se centraba en la creación de una macro entidad que podría ser definida como «la madre de todos los bancos», un banco central de ámbito global que otorgaría créditos a los países con problemas de déficit con una moneda de cambio mundial, creada de mutuo acuerdo por las naciones: el bancor.
La segunda la diseñó H. D. White, alto representante del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, quien propugnaba la creación de instituciones financieras internacionales a cuya autoridad y arbitraje se someterían las naciones de forma voluntaria, desechando la idea de crear una autoridad monetaria mundial y, por supuesto, una moneda internacional de nuevo cuño. ¿Para qué tomarse la molestia de poner a todo el mundo de acuerdo? Simplemente bastaba con elegir una moneda fuerte y estable, la suya: el dólar.
Ambos planteamientos tenían propósitos que se alejaban mucho de la idea altruista de procurar una estabilidad económica mundial, sino más bien favorecer los intereses del gran imperio en decadencia (el británico) y los de la nueva superpotencia emergente (los Estados Unidos).
Al llegar a Bretton Woods, donde prevalece el imperio emergente, gano la tesis de White, y por lo tanto el dólar. Es decir, los Estados Unidos no solo habían salido victoriosos en lo militar de la Segunda Guerra Mundial, sino también en lo económico, experimentando por consiguiente un rápido crecimiento industrial y una fuerte acumulación de capital.
Los Estados Unidos no habían padecido en su territorio la destrucción de la Segunda Guerra Mundial, cuyas cicatrices eran bien marcadas en los países implicados. Al tener una industria no tocada físicamente por la lucha bélica, sus empresarios se enriquecieron vendiendo armas y prestando dinero a los otros países en conflicto. En otras palabras, el gran ganador de que otros países guerrearan entre sí, fue Estados Unidos.
Los países exportadores del mundo —y el mayor, Estados Unidos— se beneficiarían de una rápida reconstrucción de una Europa necesitada. Por otro lado, derrotado el fascismo germano-italiano, el comunismo de una Rusia triunfante bélicamente se convertiría en el nuevo gran enemigo de los Estados Unidos.
Por lo tanto, los Estados Unidos, en su necesidad de mercado para sus productos, debían reactivar las maltrechas estructuras económicas de Europa. En Bretton Woods se trató de establecer un medio «por el cual los países con bienes de capital podrán invertir en esas tierras devastadas».
Pero se iniciaba otra guerra, la económica. Los distintos países comenzaron a proteger su sistema productivo con altos aranceles y subvenciones a la exportación. Se devaluaron las monedas para favorecer las exportaciones.
Entonces Bretton Woods entra en acción: crea dos instituciones, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo (Banco Mundial). Ambas organizaciones, dominadas tanto en capacidad de voto como por el capital aportado, por los Estados Unidos, el Reino Unido y la URSS, y eran esencialmente instituciones de crédito.
Según los acuerdos, el Fondo Monetario Internacional tenía como misión conceder préstamos a corto plazo para ayudar a los países con problemas de balanza de pagos a fin de «promover la cooperación internacional monetaria» y «para evitar depreciaciones cambiarias competitivas», mientras que el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo era el encargado de los préstamos para la «restauración de las economías destruidas o dislocadas por la guerra, la transformación de los medios de producción a las necesidades de tiempos de paz y el fomento de la creación de servicios y recursos productivos en los países menos desarrollados».
Bretton Woods, en contra de la creencia popular, no supuso un abandono absoluto del patrón oro. De hecho, gran parte de los acuerdos se basaron en el compromiso de que Estados Unidos, que en ese momento tenía el 70 % del oro atesorado en el mundo, vendería dicho metal a un precio limitado (35 dólares por onza).
Sin embargo, lo que realmente aconteció fue que las naciones establecieron el valor de sus monedas, no respecto al oro, sino al dólar. De ahora en adelante, todas las intervenciones monetarias se realizarían en dólares. Esto es: si el problema es que la moneda nacional se estaba apreciando demasiado, la nación correspondiente debería comprar dólares; y si el problema fuese el contrario (depreciando), debería venderlos.
Así, la democracia, el ideal por el que millones de personas han dado su vida a lo largo de la historia, le ha surgido un enemigo más poderoso que cualquier dictador, que cualquier ideal totalitario y que cualquier ejército: el dólar.
Continuara…