Por: Alí Ramón Rojas Olaya
Especial del autor para la Revista Caracola
El
presidente neogranadino, Iván Duque, notoriamente excitado ante la presencia de
Mike Pompeo, escribió el 2 de enero de 2019 en su cuenta de Twitter dos
mensajes. El primero: “Los países que defendemos el valor de la democracia,
debemos unirnos para rechazar la dictadura en Venezuela y restablecer el orden
constitucional. La ayuda humanitaria es necesaria, por eso destacamos el
respaldo de Estados Unidos a la atención de migrantes”. El segundo: “Hace 200
años el apoyo de los padres fundadores de los Estados Unidos a nuestra
independencia fue crucial, por lo que recibir hoy su visita nos llena de
alegría y de honor, precisamente este año del bicentenario, tan importante para
nuestro país”.
Duque estudió su licenciatura en la Universidad
Sergio Arboleda en Bogotá y postgrados en la Universidad Americana y en la
Universidad de Georgetown, ambas en Washington. Al parecer, en estos centros
educativos privados no le enseñaron a Ivancito que para 1819 la mayoría de los
padres fundadores de Estados Unidos ya habían muerto y los pocos que quedaban
vivos eran octogenarios. Es nuestra función, como pedagogos rodrigueanos,
enseñarle a Ivancito, la verdadera historia:
El nombre de Colombia
La palabra Colombia, Ivancito, nace como utopía de
integración latinoamericana y caribeña en la visión de Francisco de Miranda. La
primera Constitución de Venezuela (1811) en su artículo 228 alude al
“Continente colombiano”, “los pueblos de Colombia” y “Congreso General de
Colombia”. En la Carta de Jamaica (1815) el Libertador Simón Bolívar escribirá
“Luego que seamos fuertes, bajo los auspicios de una nación liberal que nos
preste su protección, se nos verá de acuerdo cultivar las virtudes y los
talentos que conducen a la gloria; entonces seguiremos la marcha majestuosa
hacia las grandes prosperidades a que está destinada la América meridional;
entonces las ciencias y las artes que nacieron en el Oriente y han ilustrado a
Europa, volarán a Colombia libre que las convidará con un asilo”. Bolívar
concretará el sueño mirandino cuando el 17 de diciembre de 1819, a través de la
Ley Fundamental de la República discutida por el congreso reunido en Angostura,
une a las anteriores entidades coloniales del Virreinato de la Nueva Granada y
la Capitanía General de Venezuela, y más tarde la presidencia de Quito y la
Provincia Libre de Guayaquil, bajo el nombre de República de Colombia. Esta ley
será ratificada por el Congreso de Cúcuta en 1821. Simón Rodríguez dirá en 1828
que “Colombia debería ser el patronímico, y el gentilicio colombiano, no
América ni americano”.
Lamentablemente el Libertador no pudo bajar
tranquilo al sepulcro, porque no cesaron los partidos ni se consolidó la unión.
Al desmembrarse Colombia cada país retomó su nombre: Venezuela, Ecuador y Nueva
Granada. Este se denominó oficialmente República de la Nueva Granada entre 1831
y 1858 y Confederación Granadina entre 1858 y 1863. Este último año se hace del
nombre mirandino en la convención de Rionegro, población de Antioquia,
pasándose a llamar Estados Unidos de Colombia hasta 1886 y desde este año
usurpará oficialmente el nombre bolivariano de República de Colombia. No hubo
quejas por parte de Venezuela y Ecuador. Para diferenciarlo del nombre original
los historiadores violaron el nombre nacido en Angostura y lo sustituyeron por
el de la Gran Colombia, nombre que nunca existió.
El
cónsul gringo Mike Pompeo viajó a Colombia a ordenarle a su vasallo, Iván
Duque, agredir más y más a Venezuela. La marioneta Duque, perplejo, le
respondió con una pregunta: “¿pero cómo si los venezolanos están armados hasta
los dientes, tienen dos millones de hombres y mujeres sobre las armas, el apoyo
de Rusia, China, Irán, Cuba, que no es poca cosa?”
La Colombia grande
Iván, hay una Colombia grande y una diminuta. La
primera, como ya explicamos, es creada por el Libertador Simón Bolívar en
Angostura, hoy Ciudad Bolívar, el 17 de diciembre de 1819 y existió hasta la
muerte física del Libertador. Es ésta la de Atanasio Girardot y Antonio
Ricaurte, inmolados en suelo venezolano por la libertad de todo un continente
(¿Lo sabías?). Es la de Antonio Nariño, Rafael Uribe Uribe, Jorge Eliézer
Gaitán, Bárbara Forero, Policarpa Salavarrieta, Orlando Fals Borda, Camilo
Torres Restrepo, Gabriel García Márquez, René Vega Cantor, Iván Márquez, Piedad
Córdoba, Ramón Martínez y Antonio Castro Avellaneda, entre otras
personalidades. Es la Colombia donde enseña el venezolano Simón Rodríguez,
quien nos dice que “la sabiduría de la Europa y la prosperidad de los Estados
Unidos son dos enemigos de la libertad de pensar en América”.
La Colombia diminuta
La segunda, culturalmente antibolivariana, está
anclada al virreinato de la Nueva Granada. Es la tuya, Ivancito. Tiene en el
minúsculo Francisco de Paula Santander (1792-1840) su mayor exponente. El 13 de
junio de 1826 el presidente de Colombia, el venezolano Simón Bolívar (ten en
cuenta esto, no lo olvides), le recomienda a Santander “tener la mayor
vigilancia sobre estos [norte] americanos que frecuentan las costas” porque
“son capaces de vender a Colombia por un real”. El 17 de diciembre de 2014 el
historiador colombiano William Hernández Ospino sentencia que “Santander en
Washington planea con el alto Gobierno de los Estados Unidos un complot para
desaparecer finalmente a Simón Bolívar del escenario político”.
Los apellidos de abolengo
Esta diminuta Colombia es la de los apellidos de
abolengo, como es el caso de los Lleras. El vicepresidente colombiano Germán
Vargas Lleras forma parte de ésta. Su abuelo Carlos Lleras Restrepo fue uno de
los presidentes del Frente Nacional (1958-1974), pacto bipartidista entre
liberales y conservadores, que consistió en gobernar Colombia en forma
alternada y sucesiva sin que esto generara oposición alguna. Esta alianza
imposibilitaba la llegada al palacio de Nariño y al congreso de terceros
actores. Alberto Lleras Camargo (1958-1962), Guillermo León Valencia
(1962-1966), Carlos Lleras Restrepo (1966-1970) y Misael Pastrana Borrero
(1970-1974) pusieron en marcha complejas dinámicas gubernamentales: neutralizar
al Partido Comunista, generar el paramilitarismo y entregarse el monroísmo tal
y como lo expresa el canciller Julio Cesar Turbay en 1959: “los Estados Unidos
tienen la doble condición de ser nuestro más grande y poderoso vecino y la
primera potencia económica, científica y militar de los tiempos modernos. Nos
movemos en la misma órbita y con ellos compartimos nosotros en la pequeña
porción que corresponde a nuestras reducidas y limitadas capacidades la defensa
de la civilización occidental”.
¡Vivan los yanquis!
No era la primera vez que un funcionario lamía las
botas gringas. En 1858 el periodista y político Florentino González Vargas
(1805-1874) consideraba ideal “ser parte de la Unión Americana” porque “los
Estados Granadinos se hallarían en la misma condición que los Estados de Nueva
York, Pensilvania y los demás de la Confederación” ya que “gozarían de la
protección que en el exterior puede darles el poder de aquel gran pueblo, y
conservarían su gobierno propio y los medios de mejorar su condición interior,
sin los riesgos de esas incursiones vandálicas de que ahora estamos
amenazados”. Para él “Perderíamos una nacionalidad nominal para adquirir una
real, potente y considerada por todos los pueblos”, así “nuestra raza se
mezclaría gradualmente con la raza anglosajona”. Florentino González y Mariano
Ospina Rodríguez (1895-1885), eran fieles seguidores de la doctrina capitalista
del Laissez faire que se traduce en libre mercado, bajos o nulos impuestos,
explotación del hombre por el hombre y mínima intervención de los gobiernos.
Durante el gobierno de Marco Fidel Suárez
(1918-1921) se desarrolló la Doctrina Suárez, cuyo lema “réspice polum” (mirar
hacia la estrella del norte), indica su reptilismo: “el norte de nuestra
política exterior debe estar allá, en esa poderosa nación, que más que ninguna
otra ejerce atracción respecto de los pueblos de América”.
En noviembre de 1928 el presidente Miguel Abadía
Méndez (1867-1947) recibe una llamada de Washington en la que su amo Calvin
Coolidge seguramente le dijo: ¡invadiré Colombia con el Cuerpo de Marines si tú
no proteges los intereses de la United Fruit Company de mis amigos John Foster
y Allen Dulles! El diminuto y obediente neogranadino probablemente le
respondió: ¡Disculpe usted, mi amo, inmediatamente pondré fin a la huelga de
los obreros y si siguen molestando los mando a masacrar! Entre el 5 y 6 de
diciembre de 1828 eran exterminados miles de trabajadores en el municipio de
Ciénaga en Magdalena cerca de Santa Marta. Gabriel García Márquez recogería
este triste episodio en Cien años de soledad: “Tratando de fugarse de la
pesadilla, José Arcadio Segundo se arrastró de un vagón a otro, en la dirección
en que avanzaba el tren, y en los relámpagos que estallaban por entre los
listones de madera al pasar por los pueblos dormidos veía los muertos hombres,
los muertos mujeres, los muertos niños, que iban a ser arrojados al mar como el
banano de rechazo”. Al año siguiente el microscópico Miguel Abadía Méndez postra
a Colombia ante Estados Unidos para que el gigante de siete leguas planifique
la defensa del canal de Panamá, país que era parte de Colombia en 1903 cuando
el minúsculo José Manuel Marroquín (1827-1908) se la “obsequió” a su amo
Theodore Roosevelt.
Ivancito, el minúsculo Mariano Ospina Pérez
(1891-1976) en 1948 pone a Colombia en posición genuflexa y autoriza misiones
de entrenamiento del ejército y la aviación de los Estados Unidos. Al año
siguiente, este nieto de Mariano Ospina Rodríguez, firma en Bogotá el Pacto de
Asistencia y Asesoría Militar con los gringos para dotar de armamento a sus
militares súbditos. Para este momento el réspice polum es “una visión
ideológica del papel de Colombia en el mundo. Un férreo anticomunismo y una
identificación sin matices con Estados Unidos” como lo señala Juan Gabriel
Tokatlian.
A comienzos de los años sesenta muchos campesinos
se acomunaban en toparquías en regiones como Marquetalia. En 1961 el
congresista conservador Álvaro Gómez propuso acabarlas y someterlas al control
del Estado burgués. El 27 de mayo de 1964, durante el gobierno del conservador
Guillermo León Valencia (1909-1971), los gringos y sus súbditos arremeten
contra ella en el marco del Plan LASO (Latin American Security Operation). Este
mínimo hombre días después de ser juramentado dijo: “desde el punto de vista de
la política internacional el gobierno seguirá las luminosas huellas de mi
ilustre antecesor, que corresponden a la más egregia tradición colombiana en
esta materia. Ubicada dentro de la organización hemisférica y del lado del
mundo libre nos consideramos dentro de la órbita de los Estados Unidos de
América, como potencia hegemónica, y hoy lo hacemos además con fervor y
entusiasmo porque la gran democracia del norte ha rectificado con nobleza,
justicia y valor indiscutibles viejos métodos imperialistas”.
Guerra cultural antibolivariana
El arraigo cultural al colonialismo es de vieja
data. El pastuso Agustín Agualongo defendía los intereses virreinales contra
Bolívar. Estados Unidos era una deidad para Santander y Florentino González. En
el plano intelectual también pululan en esa Colombia diminutos hombres que
agreden a Bolívar, como los escritores Sergio Elías Ortiz y su libro “Agustín
Agualongo y su tiempo”, José Rafael Sañudo y sus “Estudios sobre la vida de
Bolívar”, Evelio Rosero y “La Carroza de Bolívar” y Pablo Victoria Wilches y
“La otra cara de Bolívar”. Germán Guzmán explica que “en Colombia se nace
conservador o liberal por una especie de determinismo uterino. La filosofía de
los partidos no juega papel alguno en la filiación política de sus adherentes
de base. Se es liberal o conservador por tradición de familia o por
motivaciones emocionales, no en virtud de una asimilación racional de
principios. Pero los campesinos se matan entre sí porque unos son liberales y
otros conservadores”.
Cero viviendas a los venecos
La Colombia del diminuto vicepresidente Germán
Vargas Lleras que le niega viviendas a los venecos, sabe que en Colombia
residen 97 mil venezolanos (0,32%), mientras que 6 millones de colombianos
viven en Venezuela (12%). También sabe que 18 millones de colombianos que viven
en los departamentos de la Guajira, Cesar, Norte de Santander, Arauca, Vichada
y Guainía (36%) dependen del Estado venezolano porque Colombia está más interesada
en los once tratados del libre comercio con Estados Unidos que velar por su
pueblo. Su molestia es mayúscula porque el presidente Hugo Chávez cuando visitó
el barrio La Lucha en Santa Marta en agosto de 2010 hizo lo que ningún
presidente colombiano ha hecho, romper el protocolo al bajarse del carro para
abrazar al pueblo, dialogar con el pueblo. En sus palabras hay grandeza “Santa
Marta, tierra sagrada, ¡este es el espíritu de Bolívar que está vivo!”. Estados
Unidos es enemigo de Bolívar. Su cuerpo diplomático en Bogotá y Lima organizó
magnicidios y saboteos económicos con la ayuda de minúsculos hombres como
Santander.
Ivancito, esos venecos que a tu casta les molesta
tanto, fueron descritos por Pablo Morillo en una carta que le escribió el 27 de
marzo de 1816 al Ministro de Guerra de España: “El habitante de Santa Fe se ha
mostrado tímido; el de Venezuela, audaz. Probablemente los habitantes del
Virreinato no nos habrían resistido con tanta obstinación si no hubieran estado
ayudado por los venezolanos. Por igual motivo ha sido que Cartagena se ha
sostenido tanto tiempo contra nosotros. Al lado derecho de las márgenes del
Magdalena han dado algunos combates: los que más se han distinguido en ellos
han sido igualmente los venezolanos. La estéril provincia de Antioquia nos ha
declarado una guerra a muerte por dos ocasiones, y ha cerrado el paso de sus
montañas: los venezolanos han sido lo que a ello la han excitado. Santa Fe ha
tomado las resoluciones más desesperadas en virtud de las insinuaciones de los emisarios
de Venezuela. En una palabra, todo en la lucha actual es la obra de este
maldito pueblo”.
Juan José Rondón y sus
lanceros cargaron contra los realistas en el Pantano de Vargas (Nueva Granada),
derrotándolos y “salvando la patria” como se lo exigió el Libertador Simón
Bolívar.
Pantano de Vargas
Luego estos venezolanos que tanto desprecias al
igual que tu otrora jefe Morillo, Ivancito, en el Pantano de Vargas, en 1819,
el Ejército Liberador, al mando de Simón Bolívar, pretendía cerrar el paso a
las fuerzas enemigas comandadas por José María Barreiro, que se dirigía a la
ciudad de Bogotá. Esta batalla resultó muy difícil para los hombres al mando
del Libertador, que estuvieron cerca de la derrota, ya que el ejército se
encontraba agotado tras el difícil ascenso al páramo de Pisba. El 25 de julio
de 1819, en el epílogo de la batalla, José María Barreiro quiso dar la estocada
final con la infantería y caballería, y entreviendo el triunfo, gritó: ¡Ni Dios
me quita la victoria! Bolívar, desconcertado, dijo: ¡esto se perdió! A su lado,
el Coronel Juan José Rondón le reclamó: ¿Por qué dice eso, general, si todavía
los llaneros de Rondón no han peleado? Fue en ese angustioso instante que
Bolívar le responde: ¡Coronel Rondón, salve usted la patria! Inmediatamente
Rondón se dirigió a sus 14 lanceros: ¡Que los valientes me sigan! Una carga de
caballería, seguido de cerca por el resto de los llaneros, dispersó a las
tropas españolas, poniéndolas en retirada, con lo que finalmente los
republicanos obtienen la victoria. ¿Sabes, Ivancito, dónde nació Rondón? En
Santa Rita de Manapiare, actual estado Guárico, en 1790.
Batalla de Boyacá
El Ejército Libertador, formado por negros, zambos,
mujeres, indios de estirpe Caribe y Toromaima, inició una campaña desde
Venezuela de 78 días con el firme propósito de independizar el Virreinato de
Nueva Granada. El 7 de agosto de 1819 en el cruce del río Teatinos, en
inmediaciones de Tunja, nuestras guerreras y guerreros venezolanos se
enfrentaron y le ganaron a los realistas garantizando el triunfo de la Campaña
Libertadora de Nueva Granada. El 14 de agosto de ese año, Bolívar le escribe a
Francisco Antonio Zea: “La jornada de Boyacá, la más completa victoria que
acabo de obtener, ha decidido de la suerte de estos habitantes: y después de
haber destruido hasta en sus elementos el ejército del Rey, he volado a esta
capital, por entre las multitudes de hombres que, a porfía, nos prodigaban las
expresiones de la más tierna gratitud, y que, precipitándose entre las partidas
dispersas de los enemigos, no hacían caso de su propia indefensión por cooperar
activamente al absoluto exterminio de aquéllas, tomándoles las armas y haciendo
un gran número de prisioneros”.
La estrella del norte
Esta idolatría por la estrella del norte que
sientes tú, Ivancito, así como Juan Manuel Santos, Álvaro Uribe Vélez y demás
diminutos neogranadinos, el gigante Gabriel García Márquez la muestra en Cien
años de soledad cuando escribió: “de acuerdo con los cálculos de José Arcadio
Buendía, la única posibilidad de contacto con la civilización era la ruta del
Norte”.