Posted: 09 Sep 2019 06:16 AM PDT
Una
de las líneas temáticas más elaboradas en el discurso de la oposición
antidemocrática venezolana, es la recurrente afirmación de que la
Revolución Bolivariana y el Comandante Chávez, específicamente,
dividieron al país entre “pobres y ricos”, lo fracturaron en dos polos y
estimularon el odio entre venezolanas y venezolanos. Es así como, según
esta tesis que encontramos casi a diario en los medios de comunicación y
redes sociales (instrumentos masivos al servicio de los centros de
poder del mundo capitalista), esa fragmentación social, es “la peor
herencia del chavismo”. Es,
a todas luces, una de las mentiras más repetidas por los enemigos de la
patria, y que escuchamos o leemos continuamente en términos de una
añoranza por “aquellos tiempos en que éramos felices y no había
diferencias entre nosotros”, por solo mencionar una de las tantas formas
utilizadas para sus trampas ideológicas. Más allá de ser una simple
muestra de la falsa moral de la burguesía, se trata de todo un montaje
propagandístico muy bien estudiado, focalizado principalmente hacia la
clase trabajadora y sobre todo a las capas medias de la población. Lo
primero que debemos subrayar es que, en el año 1999, cuando el
Comandante Chávez inició el proceso de grandes transformaciones en el
marco de la liberación nacional, las desigualdades sociales eran
abismales, consecuencia de una distribución arbitraria de la renta
petrolera, que enriquecía a unos pocos (la burguesía) e iba
empobreciendo al resto de la población. Cuando
se inició la Revolución Bolivariana, la pobreza extrema era de 10.8% y
la general de 29%. Hoy en día, pese a la guerra económica inducida y a
todas las dificultades creadas por el imperio norteamericano, la extrema
se ubica en 4.3% y la general en 17%. Pero el aparato ideológico del
capitalismo se encargó siempre de crear un falso mundo de bienestar, en
el que la felicidad está asociada al ascenso de “estatus social”, con
una supuesta “igualdad de oportunidades” para quienes sueñan con
progresar exitosamente en tal escalamiento, sin importarles a quienes
arrollan en el camino. Al
capitalismo no le interesa, por lo tanto, que se indague sobre las
causas que originan las brechas sociales, justificándolas con su
fraudulento juicio: “Es pobre quien así lo decide”, y enarbolando la
libre competencia como su mayor contribución al progreso. De forma tal
que, bajo esa premisa de “supervivencia del más apto”, ha promovido el
individualismo, el egoísmo, el racismo y demás formas de discriminación
en las sociedades bajo su dominio. Fue
el líder histórico de la Revolución Bolivariana quien, justamente, puso
al descubierto la esencia de aquellas democracias al servicio de las
transnacionales. Chávez volteó la tortilla y redistribuyó la renta del
petróleo, dando prioridad a los programas sociales, a satisfacer las
necesidades de las y los que históricamente fueron invisibilizados, y,
al mismo tiempo, desenmascaró las causas objetivas de la pobreza, lo
cual enfureció a la oligarquía apátrida, que durante largos años de
hegemonía las había mantenido camufladas bajo la farsa de un país feliz
de telenovelas y concursos de belleza. Y
fue entonces esa oligarquía la que pretendió inocular el odio entre
venezolanas y venezolanos, más allá de la simple división entre
chavistas y opositores, que fue una división lógica en una nación en la
que la inmensa mayoría del pueblo despertó y asumió un proyecto, el
proyecto bolivariano de la independencia y la soberanía, a despecho de
quienes asumieron la continuidad de las viejas políticas puntofijistas. La
burguesía estimuló una confrontación de carácter étnico, cultural y
social, que llegó a niveles críticos con la imposición de la violencia
como vía para liquidar la revolución y sus conquistas. Basta recordar el
terror desatado en las guarimbas (verdadero testimonio de odio y
fragmentación), financiadas y espoleadas por las y los pseudodirigentes
de la oposición, en las que incluso quemaron gente viva por parecer
chavista. Entonces, ¿quiénes estimulan el odio y la violencia? Mientras
la oligarquía promovía la confrontación, el Comandante Eterno llamó a
la unidad de nuestro pueblo, a la integración de Nuestra América. Y hoy,
cuando las clases empresariales, las élites de la Iglesia Católica y
las voceras y los voceros opositores incitan a enfrentar todo aquello
que se asocie al chavismo, la Revolución Bolivariana ha mantenido su
llamado al diálogo, a la solución pacífica de los problemas, a la paz y a
la convivencia. Es una verdad inobjetable, que los eruditos al servicio
del imperialismo no mencionan ni mencionarán. No
lo harán, porque la verdad no está de su lado. La verdad está del lado
del pueblo, que esperó siglos de sufrimiento para conquistar su
soberanía y convertirse en forjador de su destino. ¡Unámonos y seremos invencibles!
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