Cervantes

Hoy es el día más hermoso de nuestra vida, querido Sancho; los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones; nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros mismos; la cosa más fácil, equivocarnos; la más destructiva, la mentira y el egoísmo; la peor derrota, el desaliento; los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor; las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser perfectos, y sobretodo, la disposición para hacer el bien y combatir la injusticia dondequiera que esté.

MIGUEL DE CERVANTES
Don Quijote de la Mancha.

15 de agosto de 2024

Apostillas a la “Criolla principal”, obra de Inés Quintero… Por José Sant Roz

 Apostillas a la “Criolla principal”, obra de Inés Quintero...



  1. He leído con sumo cuidado el trabajo “La Criolla principal” de Inés Quintero, de la Editorial Alfa- 2015, un libro que lleva varias ediciones y miles de ejemplares vendidos. En general, el libro vale la pena leerlo y estudiarlo, porque es un inventario, sobre cuentas y recuentos básicamente de las propiedades del Libertador. Doña Inés pone toda su atención en los interminables pleitos sobre las reparticiones de las propiedades de la familia Bolívar, sobre las herencias dejadas por sus padres y su hermano Juan Vicente. Contabiliza con particular atención, los Haberes y Deberes de María Antonia Bolívar.
  2. La autora, en la introducción de esta última edición (Editorial Alfa, Colección Trópicos/Historia-2015, doce años después de salir la primera), coloca: “… me llamó Valentina, mi hermana, para decirme lo siguiente: Tu libro hermanita, un éxito absoluto: la gente lo está leyendo en playa El Agua, en Margarita. Ni te imaginas…”.  Se aprecia que la autora ha leído e investigado enormes cartapacios de documentos, con los que acabó armando toda una biografía sobre la María Antonia, la hermana mayor del Libertador. Y hemos de abonar en su favor que se trata de una cronología bastante llevadera, con sentido y coherencia al momento de tratar los farragosos datos sobre las propiedades de la familia Bolívar.
  3. Ustedes saben amigos, que el lector nunca tiene nada de tonto, por más que los escritores, quieran dorar la píldora de los cuentos que nos quieren meter. En lo particular todo lo que leo lo hago guiñando el ojo, leyendo entre líneas, sobre todo separando la ficción del mero relato popular, del invento y del mito. Principalmente sobre los más trillados y manoseados por los monopolizadores y controladores de archivos y documentos de la época de la lucha independentista. Sobre todo, lo que tiene que ver con la vida del Libertador.
  4. Así es, existen ciertos detalles en este trabajo de doña Inés que me han llamado la atención. Me hacen pensar por un lado, en la mano peluda del banquero don Vicente Lecuna, quien se encargó no sólo de retocar cartas del Libertador, sino también de quemar algunas. A Lecuna no le gustaban las groserías que decía el Libertador, quien era muy carajero, ni las historias que tenían que ver con sus lances donjuanescos. No olvidemos que muchos académicos de nuestra historia se dedicaron a retocar textos del “Diario de Bucaramanga” como, por ejemplo, el editado por el prelado Nicolás Eugenio Navarro. Don Nicolás Eugenio llegó a ser vicepresidente de la Sociedad Bolivariana de Venezuela entre 1942 y 1947.
  5. Pues, leyendo el trabajo de doña Inés, algo me sorprende de pronto en la página 28. Se trata, dice ella, de una larga representación enviada el 28 de agosto de 1816 desde Curazao, por María Antonia a la Real Audiencia de Caracas. Yo esperaba encontrarme con una de esas misivas directas, de una mujer sencilla de la época, afanada en aquellas terribles circunstancias a velar por sus hijos, tareas domésticas y sus inmensas propiedades. Me consigo, sin embargo, con un documento exquisitamente elaborado, con expresiones difíciles de creer en esta dama que no dejó una obra de fuste, de la que uno pueda llegar a creer cultivó una fina pluma, bien centrada y profunda en los temas que aborda y trata. Dice doña Inés que esos documentos los tomó del Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, Nº 131, tomo xxxiii, julio-septiembre, 1950, p. 321.
  6. Me voy a detener en esa página 28, porque debemos concentrarnos un poco en el estilo de esta carta que difícilmente haya podido ser escrita por doña María Antonia: “…Cuando los reformadores de Venezuela empezaron sus movimientos para cambiar la FAZ DEL GOBIERNO, no pude manifestar de otra suerte mi disgusto y oposición a aquellas novedades que abandonando la capital y retirándome al pueblo de Macarao, donde una pequeña hacienda de mi propiedad, un vecindario corto e inocente y una vida absolutamente privada, me brindaba el desahogo y el desprendimiento que apetecía… Desde aquel retiro vi sucederse las VICISITUDES Y PROGRESIVOS horrores de tan funesta revolución CON EL DOLOR PROPIO DE UNA MUJER REFLEXIVA y de una TIERNA MADRE que veía desaparecer a pasos precipitados la tranquilidad general del territorio, QUE OBSERVABA EL INCREMENTO QUE TOMABAN LAS DIVISIONES INTESTINAS, el espíritu de la discordia, el fanatismo de la igualdad y otros MONSTRUOS DESOLADORES de los pueblos. Demasiado APEGADA A MIS PRINCIPIOS declamé muchas veces contra la falsa filosofía que nos arrebataba el estado de orden para hacernos SUCUMBIR en el desorden y en la anarquía y en el PIÉLAGO INSONDABLE DE MALES Y PELIGROS que nos circundaban por todas partes…”.
  7. Sigue diciendo aquel supuesto documento de María Antonia: “… Bajo esta OMINOSA PERSPECTIVA me representaron continuamente LA TRANSFORMACIÓN POLÍTICA DE VENEZUELA con algunos otros males, que se han asomado bastante, y que, realizados una vez por la IMPRUDENTE E INCAUTA OBSTINACIÓN DEL PARTIDO REVOLUCIONARIO…”. A mí este párrafo me parece extraído de algún panfleto de la Venezuela de mediados del siglo XX. Sigue esta referida jerga de este jaez: “Demasiada apegada a MIS PRINCIPIOS no pude ocultar estos temores a aquellas pocas personas a quienes se HABÍA LIMITADO MI TRATO Y COMUNICACIÓN y ante las cuales declamé muchas veces la FALSA FILOSOFÍA que nos arrebataba al estado de orden para HACERNOS SUCUMBIR en el desorden y en la anarquía y en el PIÉLAGO INSONDABLE de males y peligros que nos CIRCUNDABAN en todas partes.” Me parece, insisto, bien raro que esto lo haya podido escribir María Antonia, eso de MIS PRINCIPIOS, SUCUMBIR, TRATO Y COMUNICACIÓN, PIÉLAGO INSONDABLE, CIRCUNDABA! Todas estas filosóficas expresiones provenían de una señora que cuando Bolívar se encontraba en Perú, luchando contra un infierno de traidores y cobardes, le pedía encarecidamente a su hermano e incluso con cierta ordinariez, que mejor dejara quietos a los peruanos de una vez por todas ya que, si ellos no querían liberarse de España, no veía ella cuál era el empeño de querer imponerles la Independencia[1]. Dice María Antonia: “Aquí se teme mucho la campaña del Perú y aun muchos dudan de su buen éxito. Hasta ahora has salido muy bien de todo, no vayas a empeñarte en liberar los peruanos si ellos no quieren, tu pérdida para toda América es de mucha consideración y de grandísimas ventajas para el enemigo[2]”. Bien hace doña Inés en recalcar, y aclararle a la propia María Antonia, “que vencer en Perú no significaba exclusivamente, imponerles la Independencia a los peruanos, aunque a ellos no les interesara tal cosa, sino garantizar que las victorias que se habían obtenido en el resto de América fuesen duraderas, que España no tuviese en territorio americano una punta de playa desde donde iniciar un proceso de reconquista”.[3]
  8. En las cartas de María Antonia encontramos estos párrafos como si los hubiese escrito un Montesquieu, Diderot, Rousseau o Juan Germán Roscio. Veamos: “Cualquiera que haya examinado con reflexión la historia de estos acontecimientos no podrá dudar de que aquel terror y espanto que difundidos sobre una grande y extendida población, le obligaron a emigrar; no fue obra de una voluntad libre, ni de una elección meditada…. Bajo de esta salvaguardia, y sobre todo, bajo los favorables auspicios de una conciencia sana e irreprensible, no he cesado de tocar todos los resortes honestos, regulares y comprensibles que han estado a mi alcance para restituirme a Caracas. (…) No he perdonado COYUNTURA ni oportunidad por donde haya podido conseguir mis deseos; y ellos han llegado a extenderse a tanto cuanto no es posible exigir más de la ansia (sic) de justificarse y del urgente conato de encontrar justicia. (…) Mis instancias se limitan con precisión a que no se confunda la inocencia con la culpa, a que se distribuya con exactitud el premio y el castigo y en que no se haga gemir bajo el duro hierro de la pena al que se ha hecho digno del aprecio del Gobierno (…) A Vuestra Autoridad suplico que en fuerza de las razones expuestas y en obsequio de la inocencia, se digne disponer mi admisión y la de mi familia en esa capital con la libertad y entrega de todos mis bienes tomando al efecto las justificaciones que van ofrecidas…”.
  9. En las páginas 57 y 58 vemos este otro documento de María Antonia, con ribetes filosóficos, muy intelectuales (propios de una persona culta, imbuida en valores, ideas y principios enciclopedistas de la época), bastante extraños: «(…) es menester deducir que el único delito en que podrán apoyarse los decretos negativos a mi admisión será el de llevar el apellido de Bolívar: ¿Pero, cuánta sería S.M.P., la deformidad que presentaría al mundo civilizado LA IDEA DE UNA LEGISLACIÓN EN QUE SE CONFUNDIESEN LOS REATOS DE UN REO CON LAS PRERROGATIVAS DE UN INOCENTE y en que se hiciesen responsable a toda una familia del delito cometido solamente por un miembro que no la dirige ni la pertenece? ¿Cuánto sería el escándalo para el presente siglo EN QUE REINA LA HUMANIDAD GUIADA POR EL GENIO DE LA FILOSOFÍA, ver autorizado un destierro perpetuo, una confiscación de bienes respecto de unos infelices que en nada han faltado y que ni aun pueden ser acusados de imprudencia, imbecilidad ni flaqueza, solo porque un pariente o un hermano se ha estrellado en los errores más detestados por las mismas leyes? LEJOS DE MÍ CONCEPTOS TAN DEGRADANTES: JAMÁS CREERÉ QUE EL AUGUSTO MINISTERIO DE LA JUSTICIA SE VISTA DE LOS DESPOJOS DE UN ASESINO PARA BUSCAR ENTRE LAS TINIEBLAS DE LA INCERTIDUMBRE Y EN LA OSCURIDAD DE LOS PROCEDIMIENTOS EL MEDIO DE OCULTAR SUS TERRIBLES DECRETOS…                   

Pero, CUÁN MONSTRUOSO SERÍA A LA FAZ DEL MUNDO que castigando a un padre o un hermano, por haberse abanderizado en el partido de la revolución, se extendiese el castigo a un hijo, o a otro hermano, que hubiesen sostenido con firmeza posible la causa del Rey! ….»

  1. En la página 53, cuando se produce en Caracas, la famosa migración a oriente, dice doña Inés: “El camino de Caracas a La Guaira se vio abarrotado de carruajes y gentes desesperadas, cuyo único propósito era escapar de la guerra”. Me atrevo a dudar de que hubiese en esa época tantos carruajes en Caracas, y que esta ciudad tuviese caminos o calles para que por ella se pudiesen trasladar carruajes. Creo que toda movilización se hacía a lomo de bestias.
  2. Un detalle que vale la pena resaltar es que en todos los documentos mostrados por doña Inés se puede apreciar el gran desprendimiento de Bolívar hacia los bienes materiales, los cuales en gran parte cede a sus tres sobrinos, hijos de su hermano Juan Vicente. Bolívar en medio de los terribles trajines de la guerra jamás desamparó a sus hermanas María Antonia y Juana, como tampoco a ninguno de sus sobrinos. Siempre pendiente de que no les faltara nada, y en todo momento desprendiéndose de lo suyo para que no pasasen estrecheces.
  3. Trae doña Inés unos estribillos que bien valen la pena ser traídos a colación en estos momentos, cuando aún hoy Perú vive hundida en la mayor depravación política. A ese infierno fue Bolívar para liberar al pueblo de los más horrendos oligarcas de América. Coloca en su libro doña Quintero que aquella sociedad blanca y pro-realista le gritaba a los venezolanos: “Sácala perro / Sácala gato / Los Libertadores / Son todos mulatos”. Y los soldados venezolanos les respondían: “Sácala perro / Sácala gato / No serían libres / Sin los mulatos”.
  4. Merece especial atención, lo que trae este libro sobre el matrimonio del general José Laurencio Silva con la Felicia, nieta del Juan Vicente Bolívar. El general Silva era un mulato de maneras rústicas, prácticamente sin ninguna educación, pero a quien el Libertador admiraba y tenía en alta estima. En la familia Bolívar este enlace no fue bien visto, por los pruritos que aún se conservaban de las viejas y miserables costumbres godas. Cuando comenzaron las críticas por los modales nada finos de Laurencio, intervino el Libertador y le dijo a Felicia que Laurencio era el mejor hombre del mundo. Así era Bolívar, ¡carajo! Por la obra de la señora Quintero nos enteramos que en la colonia, existía una Pragmática de Matrimonios (dice la autora “la sabia resolución del rey Carlos III sancionada en 1786, precisamente para evitar que aconteciesen DISLATES” como el del enlace de Felicia con José Laurencio[4]). En este punto, resalta la autora que “el ambiente de DISOLUCION SOCIAL, el desorden, la altanería de las clases inferiores, la insufrible arrogancia de los advenedizos, la desfachatez e impertinencia de los negros estaban a la orden día”.
  5. Al parecer, para doña Inés, todavía le escama la duda de si Bolívar ambicionaba o no coronarse, lo cual el Libertador demostró una mil veces que eso era absurdo, inventado por sus enemigos (sobre todo Santander), buscando un pretexto para luego desconocerlo y finalmente asesinarle. María Antonia al respecto no tenía ningún influjo en su hermano, como trata de decir doña Inés, para que ella estampe: “… que supo aconsejarle acertadamente en materia tan delicada[5]”.
  6. Una falla, a mi parecer, en esta obra de doña Inés, es lo escueto y el modo casi irrelevante como ella trata los días que Bolívar pasa con sus hermanas (María Antonia y Juana) en Caracas, el año 1827. Eso era para armar un capítulo extraordinario, sublime y hasta poético. Pero ella lo trata muy por encima, vagamente, como algo sin mucha importancia, cuando era el punto de encuentro de dos épocas, de dos sentimientos, luego de tantos años sin verse, en medio del delirio de la muerte, de los estremecedores recuerdos de aquella Caracas que fue el centro de sus más caros amores y sentimientos. En verdad que se habría requerido de la pluma de un genio como Sarmiento, de un poeta como Darío para acercarse a aquel genio y héroe sublime volviendo a sus lares, a sus calles de su infancia, adolescencia y primera juventud. ¡Qué cuadro, más conmovedor habría sido, pintarlo, llevarlo al papel!
  7. Sobre el capítulo “La herencia del Libertador”, doña Inés comete el típico error de muchos detractores de Bolívar. Para ella no es cierto que el Padre de la Patria murió en la más extrema pobreza, y que erróneamente, sostiene, que “ello fue el resultado de su desprendida y sacrificada entrega a la causa de la Libertad, a favor de la cual había invertido la totalidad de su fortuna[6]” Ella sostiene que tal afirmación no es cierta, y agrega que Bolívar no se encontraba en la inopia, y vuelve a lo que más le encanta a esta señora, a hacer inventarios, a recopilar cuentas y deudas, a hurgar en los fárragos de herencias, donaciones, ventas, traspasos, lo de las minas, reparticiones y mil pleitos de familia, de los que el Libertador en vida activa militar o política jamás quiso encargarse. Doña Inés no menciona para nada el millón de pesos que le ofreció el Congreso de Perú y del que Bolívar no tocó ni un céntimo y el que luego el grandísimo ladrón de Leocadio Guzmán se encargaría años después (trasladándose hasta Lima) de cogérselo. Aquí vale la pena que nos detengamos un poco: El Congreso del Perú, agradecido por los servicios del Libertador, honró con su nombre una provincia y, además de otras muchas demostraciones de afecto, decretó un millón de pesos para su peculio particular. Pero Bolívar inmediatamente los rechazó y propuso que fueran utilizados para ayudar a los pobres: “No es mi ánimo -contestó al Presidente del Congreso peruano- desdeñar los rasgos de bondad del Congreso para conmigo. Así sería una inconsecuencia monstruosa si ahora yo recibiese de las manos del Perú, lo mismo que yo había rehusado de mi patria”.
  8. Un amigo del Libertador de apellido Palacios, que entonces se encontraba en Filadelfia, decía que en Norteamérica no podían comprender aquel rasgo de extraordinaria generosidad y desprendimiento, en relación con el millón de pesos que el rechazaba del Congreso de Perú: “En este país todo está metalizado –le escribió Palacios – y se ha considerado como una de las acciones más heroicas del general Bolívar, el que se hubiese negado a recibir la mencionada cantidad”. De ese millón, dispuso el Libertador que se remitieran 20.000 al célebre educador Lancaster para fomentar la educación de la juventud en Caracas, quedando en enviar luego una suma mayor. Pero por una perversa ironía, que parecía perseguir a Bolívar cuando le honraban los conciudadanos, los agentes del Perú en Londres no pudieron cubrir estas letras. El desdichado no se quejó de aquellas miserias, guardó silencio y pagó de su propio peculio lo ofrecido a su ciudad natal. En ese mismo año (1824), el Congreso dispuso que se pagara urgentemente, y sin importar a cuáles fondos se recurriera, los sueldos del Libertador desde 1818 a 1821 y el haber militar que le concedía la ley del Congreso de Cúcuta. Sumaban 150.000 pesos, pero nunca se pagaron porque el Libertador no mostró interés. Al parecer tenía que firmar ciertos documentos para hacer efectivos aquellos pagos, pero le repugnaban estas cosas y por esta higiene se encontraba a veces con que no tenía un céntimo en su bolsillo. Santander sí estuvo interesado en que el Libertador cobrara sus sueldos atrasados, pero ansiaba, por motivos no exactamente legales, que le firmara los oficios donde le concedía tales pagos. Eso jamás lo iba a conseguir. ¡Qué poco parecía conocer Santander el decoro de Bolívar! O demasiado lo conocía, quién sabe, si lo hacía para ofenderlo: “Hágame el favor de enviarme una carta poder (le escribía el Vicepresidente el 21 de agosto de 1824) para percibirle siquiera su haber: cuente usted con el porvenir y no piense que todos los tiempos son uno. Este haber no es un regalo que le hacen, es una recompensa justa que todos hemos recibido. Envíeme el poder, por Dios, para cobrarle lo que le toque de sueldos y haber militar… etc. etc.”.
  9. Tenía que chocarle al Libertador, un hombre tan desprendido del dinero, aquellas minucias y miserias metálicas; mucho más le repugnaba que se recogiera en el archivo de Colombia. Era de veras degradante responderle. El 6 de octubre de 1824, el Vicepresidente utilizó media página sacándole sus cuentas; página vergonzosa de miles de sumas, restas, divisiones, que de seguro Bolívar pasó por alto: “Envíeme una libranza, para tomarlos (le decía Santander) usted cuenta con alguna reserva. ¿Qué son 12.000 pesos? Resuelva usted y mándame la libranza en los términos que le parezca más decente y honestos… Acuérdese usted que todo el mundo…». De nada le sirvieron los consejos frecuentes de su gran amigo cuando le alertaba de que no fuera a perderse por los negocios utilitaristas. El 21 de noviembre de 1824, le decía Santander: “Le recuerdo que me mande una carta para recoger sus sueldos y haberes. No, sea tan bueno. Estas cantidades le hacen a usted falta y en tomarlas nada mancha el brillo de su generosidad. Quien renuncia a un millón de pesos, ¿puede ser tildado de tomar cuatro reales de que necesita?
  10. Llegó a ser tan absurda esta manía mercantilista de Santander, que propuso a Bolívar formar una compañía nacional para hacer el canal de Panamá. Para esto había enviado una carta especial el 22 de septiembre de 1823, exhortándole a ser el protector de la referida compañía formada con algunos capitalistas extranjeros. La respuesta de Bolívar fue severa; no sólo estaba dispuesto a no tomar parte, “sino que me adelanto a aconsejarle que no intervenga usted en ella. Yo estoy cierto (agregaba) que nadie verá con gusto que usted y yo, que hemos estado y estamos a la cabeza del gobierno, nos mezclemos en proyectos puramente especulativos, y nuestros enemigos, particularmente los de usted, darían una mala interpretación a lo que no encierra el bien y la prosperidad del país… Estoy resuelto a no mezclarme en este negocio, ni en ningún otro que tenga un carácter comercial”. ¡Qué franqueza, con qué visión ética, con qué ánimo procuraba ayudar a su amigo para que no se perdiera en las pequeñeces del capital! ¡Cómo lo alertaba de los peligros inmorales que hoy seducen y sacuden tanto a nuestros partidos! ¡Cómo seguía los pasos de su gobierno para advertirle lo que podía hundirlo! Sin embargo, ya sabemos lo que recibió en pago por tan nobles enseñanzas.
  11. Es un hecho probado en la historia que aquellos que tienen fuerte tendencia hacia los negocios, hacia las especulaciones en el comercio son por naturaleza verdaderos tiranos: para confundir se llaman a sí mismos “liberales”, demócratas y libres pensadores. Por un raro malabarismo genético se encontraban éstos —“liberales”— en los desechos del evangelio comercial. En los detritus de las tragedias europeas. Tomando las migas de una prédica baja y miserable cuya base era la consecución del placer y el éxito. Los poetas no podían tener un lugar entre aquellos alucinados por el bienestar material. Bolívar era un mendigo a los ojos de los magnates colombianos y como tal un tipo inútil; nada melodioso a los oídos “libre pensadores”. Porque pensar libremente es y ha sido desde el siglo XVII la excusa que han tenido los ricos para exigir cada vez más poder a los gobiernos. Iban, pues, las doctrinas de la libertad sostenidas por la conveniencia burguesa y el egoísmo personal. No importa que el Estado se hunda con tal que los negocios de unos pocos no sufran pérdidas; y el patriotismo tiene valor si existe algún bien material que defender. Por eso Santander y su élite necesitaban ser ricos primero para luego ser patriotas. Un círculo vicioso que hizo de los pueblos más adelantados de Europa un amasijo de autómatas y propietarios sin alma. Pero el hombre de las cuentas —el “de las leyes”— no entendía o no conocía la tragedia mercantilista de los ingleses, porque insistía: “Monroe suplicó al Congreso que le pagasen las deudas que había contraído por servir a su país y le han decretado ciento y pico mil de pesos. ¡Qué diferencia entre Monroe y Bolívar que nunca ha pedido sino la misma ración del soldado!” Aquello no lo decía porque tuviera en más al Libertador que al ministro yanqui. No, sus actos futuros probaron que su naturaleza era un reflejo del sentimiento mercader de los norteamericanos a quienes luego imitó tanto en su estilo de gobierno. Su propia ceguera moral ante los consejos de Bolívar lo probaron. “Espero su respuesta -siguió rogándole Santander al Libertador- pues tengo reservado el dinero, y para sacarlo de tesorería es menester una orden de usted…”. Bolívar, por toda respuesta decía a su querido servidor: “Yo no quiero nada para mí, nada, absolutamente nada”. Durante  su estancia en Caracas (1827), y lo recoge Doña Inés Quintero, el Libertador “se ocupó de protocolizar la concesión de libertad a algunos de sus esclavos, otorgada en 1821, el mismo año de la batalla de Carabobo”.
  12. Algo que le quita seriedad, lamentablemente, a esta obra de doña Inés, y en el que no puede dejar de reflejar su odio al bolivarianismo de Chávez (quien verdaderamente rescató los ideales de Bolívar en América Latina) es cuando en la página 186 de sus contabilidades y farragosos inventarios, hace unos cálculos que provocan náuseas. Es cuando finalmente se ocupa de la venta de las fulanas minas de Aroa a una compañía inglesa: “El monto de la venta–coloca ella – esto es, las 38.000 libras esterlinas, representaba en su momento una suma equivalente a recibir en la actualidad la cantidad de 1.985.157,66 libras. Es decir que María Antonia, quien recibió una tercera parte, obtuvo 12.666 libras esterlinas de 1832, lo cual representaría recibir, en el 2003, la suma de 661.719 libras, las cuales si las convertimos a bolívares al cambio de 1.600 bolívares por dólar, es como si se recibiese la cantidad de un mil seiscientos cincuenta y un millones  seiscientos cincuenta y cuatro mil seiscientos veinticuatro bolívares (1.651.654.624) ¡¡¡Una verdadera fortuna!!! NI QUÉ PENSAR DE LO QUE PODRÍA SER ESA CANTIDAD EN LA VENEZUELA DEL 2015, CON UNA INFLACIÓN DE 63% AL CIERRE DEL 2014. LA VERDAD QUE NO ME ATREVO A HACER LA CONVERSIÓN, MUCHO MENOS A ESTABLECER CUÁL SERÍA LA TASA DE CAMBIO ADECUADA, ENTRE LAS MUCHAS EXISTENTES[7]”. Realmente cursis, estos últimos párrafos.

[1] Pág. 138, de la citada obra.

[2] Págs. 138, 139.

[3] Pág. 139.

[4] Pag. 131 de la citada obra.

[5] Pág. 141.

[6] Pág. 171.

[7] Pág. 186.

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