18/09/2024.- La noche comenzaba tranquila y Roger leía unos trabajos sobre Chile. Para ese momento, se podía predecir que las dificultades de Allende, el encrispamiento de las masas, los cacerolazos de una clase media eufórica que bailaba al son de la "hora loca" inducida por el plan de derrocamiento trazado por la CIA, la posición del Partido Comunista, del MIR y los argumentos de Allende prefiguraban un desenlace que la oposición socialcristiana y fascista abonaba en los medios para acompañar el golpe.
La gritería de un grupo de gente levantó de la silla al médico de Canoabo.
Me asomé a la ventana y vi que venía un gentío a la medicatura, arrastrando un saco y gritando:
—¡Médico! ¡Médico! ¡Médico!
Roger salió a recibirlos por la puerta de la medicatura y les preguntó a qué se debía tanta gritazón.
Casi al unísono, y con cara de sorpresa, aunque unos tenían semblante de temor y hasta de suspicacia, respondieron:
—Un misterio, médico. ¡Una vaina rara, médico! ¡Mire esto, médico! —exclamaban al momento en que vaciaban el contenido del saco.
Al principio me causó sorpresa, pero, con un poco de detenimiento, parecía ser claramente lo que les expliqué: "Esto es el aborto de una pobre burrita. Vamos a examinarla…".
Así respondió Roger, tartamudeando, con los cachetes colorados y su aliento con olor a tabaco en rama.
—¿Así de feo? —preguntó uno de los conjurados.
Me le quedé viendo y, en verdad, una cierta malicia se adueñó de mi cerebro. Me agaché, hice como que lo veía con más detenimiento y, finalmente, sentencié: "Esto es el aborto de una burrita".
—Pero, ¿por qué es así? —preguntó alguien con angustia.
—Bueno, me parece que el padre de este feto es un humano… —dijo Roger sin estupor—. ¡Sí, un hombre preñó a esa burra y, bueno, como ustedes ven, malparió la pobre!
—Es un castigo de los cielos —exclamó una vecina.
Tras un breve silencio, se produjo una serie de acusaciones.
Sin excepción, todos eran practicantes del antiquísimo hábito de la zoofilia.
Desde luego que se sentían culpables. Más de uno pensó: "¿Será que era mío?". Ante tanta confusión, les dije: "Creo que lo correcto es que le den sepultura como corresponde y, de paso, le hagan su pequeño velorio".
—¿Usted cree? —preguntó un joven con barba.
—No me queda la menor duda —le aseguró Roger.
Recogieron su bojote y se fueron con rumores inentendibles. A la noche siguiente, llega mi compadre Jorge y me dice: "Tronco e vaina le echó usted a esos muchachos". "¿A cuáles?", pregunté, haciéndome el pendejo. "¿No va a saber? ¡A los que están enterrando el feto de la burra!".
—Pero, compadre, hagamos un poco de reflexión sobre lo bueno y lo malo. Siempre es conveniente —le dijo Roger al atribulado compadre.
"¿Pero usted está seguro de que a esa burra la preñó un hombre?". "Ay, mi compadre, usted como que también coge burras y está en penitencia, ja, ja, ja. No, Roger, ¿cómo se le ocurre? Yo soy un hombre serio… pero vamos para ver el velorio del animal". Fuimos y desde el muro de la orilla del pueblo se veía una gran cantidad de hombres rezando. Dramático. La escena era más dolorosa que el entierro del conde de Orgaz.
Así, los burrófilos de Canoabo enterraron su pecado.
Federico Ruiz Tirado