Cervantes

Hoy es el día más hermoso de nuestra vida, querido Sancho; los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones; nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros mismos; la cosa más fácil, equivocarnos; la más destructiva, la mentira y el egoísmo; la peor derrota, el desaliento; los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor; las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser perfectos, y sobretodo, la disposición para hacer el bien y combatir la injusticia dondequiera que esté.

MIGUEL DE CERVANTES
Don Quijote de la Mancha.
La Colmena no se hace responsable ni se solidariza con las opiniones o conceptos emitidos por los autores de los artículos.

17 de junio de 2025

ILICH, EL SOLDADO PALESTINO por Federico Ruiz Tirado

Por lo relativamente poco que uno sabe y va conociendo sobre los sucesos en el Medio Oriente  (sugiero como fuente a José Roberto Duque y su Canal en Telegram), después de la reacción de Irán contra esa base militar gringa llamada Israel, y de la probable intervención de Trump en el escenario de la guerra, quien es como el gran jefe de turno de esos matones poderosos y multimillonarios, amigos cercanos y lejanos me preguntan a veces sobre qué será de la vida de Ilich Ramírez, a quien conocí en una cárcel cercana de París (Poissy) y visité varias veces como representante de nuestra embajada en la Francia de Sarkozy.


Es mi memoria, obviamente, la que intenta construir una respuesta que, paradójicamente, no es tal: es como un tío vivo, un recuerdo, o varios, mezclados que giran alrededor de otros episodios semi(reales), mediáticos, ficciones y falsas historias, que desde hace casi dos décadas van y vienen como trenes con rumbo hacia esa figura imponente que ví por primera vez en el portal de la prisión y me saludó "militarmente", diciéndome en alta y recia voz: "bienvenido, Talibán de Barinas", como me había tildado el nefasto Nelson  Bocaranda cuando le pasaron con anticipación el dato de mi visita: Ilich es como una parada obligatoria en estos últimos años.

Hace unos años hice una nota sobre él a propósito de  una instrucción pública del presidente Hugo Chávez a la cancillería de “velar por la garantía de sus derechos humanos” y ésta designó una Comisión Especial para que se encargara de los asuntos de Ilich como un prisionero venezolano, hacer seguimiento de sus juicios, conocer a sus abogados, hablar con su esposa Coutant-Peyre, fallecida hace un par de años y quien fue su defensora, no sólo frente a la cadena perpetua, sino de la avaricia de los abogados que surgían para enriquecerse, creando relaciones con países, mandatarios y organizaciones que aún luchan por la liberación de Palestina.

Hoy me pregunto qué será de su salud, de sus razonamientos sobre la escalada bélica en el Medio Oriente. Me pregunto muchas cosas que recuerdo de nuestras conversaciones en el reducido espacio de la cárcel donde nos era permitido verle.

Un día le conté por teléfono al presidente Chávez si sabía que a Ilich, un policía uniformado, le asentó un puñetazo en el rostro hasta hacerle sangrar  pocos días antes de presentarse en el Tribunal  Criminal de París.

Esta particular manera de referenciar la metodología psicológica de la represión para provocar en él lo que los franceses y el sionismo han pretendido crear mediáticamente acerca de sus características como presunto terrorista, tal vez pueda compararse con lo que hicieron sus represores a Héctor Germán Oesterheld, a quien en plena tortura física le colgaron en un cartel las fotos de sus hijas muertas durante la dictadura de Videla.

Primero lo llevaron semidesnudo al Tribunal, al inicio del juicio, arreado como un animal por la Guardia de Honor de Sarkozy. Luego le golpean en la cara como para que no olvide las condiciones en que fue “traído” a Francia desde Sudan.

Mientras ese atropello se cometía en París en la sala del Tribunal, el embajador de entonces inauguraba en Barinas una remozada sede de la Alianza Francesa junto a su homólogo en Venezuela.

Pero como no se trata de un problema de distancia, aquí mismo en Ciudad Css ese “veguero” de París que fue nuestro embajador, le recordaba a Ilich que él “no era su abogado” y que, además, ignoraba las “funciones de él como Jefe de Misión”.

Estoy seguro que Ilich, a pesar de casi 30 años siendo prisionero de la CIA y el Mozad, debe estar imaginando todos estos  acontecimientos con el corazón agitado.

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