Foto: La casa de Ana, mes y medio después de la redacción de esta historia
No era solo su enfermedad, Ana no
tenía ningún motivo para salir de su habitación y no lo hizo en los últimos
cuarenta años. Ana vive con su mamá, Marcelina, que pronto cumplirá noventa y
tres años, y su hermano Silbino que acaba de cumplir setenta y tres. Sabino
perdió una pierna hace unos años y la diabetes le está reclamando la otra. Los
tres viven en la última casa del sector La
Otra Banda en Chiguará. La carretera de
cemento fue construida hace poco pero la casa de Marcelina está después de una
fuerte pendiente y la carretera no llegó hasta su casa. Viven de una pensión de
setecientos bolívares del ancianato y de los “mercaitos” que le llevan algunos
familiares que viven un poco más arriba. Mejor dicho vivían porque gracias a la Misión “Amor Mayor” a Marcelina
le homologaron la pensión al sueldo mínimo y Silbino está a punto de cobrar la
suya.
Un día –recordaba Ana- bajaron la
cuesta y llegaron a la casa unos señores con unas máquinas. Les entregaron su
cédula de identidad y los inscribieron en el CNE. Era su primera cédula. Jamás
había votado en su vida. ¡Y cómo iba a votar, si nunca nadie la tomó en cuenta
para nada! Ese día se marcó en la memoria de Ana, tanto por el susto de ver
tanta gente en su casa como por el hecho de ese documento que le habían entregado
la acreditaba como ciudadana de la República Bolivariana
de Venezuela.
Y no se había asentado el polvo
de la primera visita cuando una mujer con el uniforme de la Fuerza Nacional Bolivariana
requería la presencia de un familiar en el Consejo Legislativo Regional de la
ciudad de Mérida para entregarle dos cheques: uno para pagar los materiales de
construcción y otro para pagarle al albañil. El Gobierno Nacional había
decidido construirle una nueva casa un poco más arriba, donde llega la
carretera, en una parcela que cedió un hermano de Marcelina.
Esta vez Ana no podía creerlo y
quiso cerciorarse ella misma. Superó cuarenta años de olvido en su habitación y
con ayuda de algunos familiares subió la interminable cuesta. Y la vio. O me
dicho, a través de las lágrimas vio donde habían iniciado la construcción. Vio a
los obreros trabajando y todos los materiales listos. Eso le bastó. Le han
prometido que en menos de dos meses se podrá mudar.
Me dijo que ayer había soñado con su pensión y cuando le ofrecí llevarla el 7 de Octubre a votar, me dijo orgullosa: Gracias, pero ahora, gracias a Chávez, ya puedo sola. ¡Qué Dios bendiga al Presidente que ama a los pobres y olvidados de Venezuela!
PD. Ya Silbino cobró su primeros meses de pensión y la casa está casi terminada, solo faltan los vidrios porque la Ferretería "La Motosa" no los ha entregado todavía.