EEUU persigue a todos los narcos del mundo… pero no a los suyos.- Está
bien, hablemos de narcotraficantes. Comencemos por una pregunta:
¿Quiénes son los grandes capos estadounidenses de la droga (originarios
de ese país y, sobre todo, blanquitos de ojos verdes, digo)… o es que
nos vamos a seguir tragando la historia de que todos los mafiosos que
operan en EE.UU. son latinos, asiáticos y, si acaso nacieron allá, son
medio italianos o notoriamente afrodescendientes?
Otra interrogante: ¿qué altos
funcionarios civiles, policiales o militares de Estados Unidos han sido
detenidos y condenados por ser cómplices en delitos de tráfico de
estupefacientes… o es que nos vamos a seguir comiendo el cuento de que
en un país como ese podría ser tan floreciente un negocio ilícito sin
complicidad oficial?
Lo de Estados Unidos con el narcotráfico
es otra de las tantas hipocresías de este imperio. Lo usa como arma
para destruir países, desprestigiar gobiernos, descalificar líderes,
desmoralizar movimientos revolucionarios, vilipendiar pueblos y orígenes
étnicos enteros. Mientras tanto, tienen entre sus propias manos el más
fabuloso mercado de drogas del planeta y sus autoridades nunca proceden
contra los grandes narcotraficantes WASP (White Anglo Saxon and
Protestant, blancos anglosajones y protestantes) que sin duda operan en
esa nación. Tampoco acostumbran pillar a militares, jefes policiales o
dirigentes políticos nacidos allá y que haya caído en las redes de este
delito. ¿Por qué será?
La visión que presentan ante el mundo es
la de un país con autoridades intachables, que luchan contra la
perversión llegada de otros lugares del orbe; un país en el que droga es
sinónimo de apellidos en español o en algo que parece árabe. Es la
dicotomía perfecta para entronizarse en su rol autoasignado de policías y
jueces de mundo.
La industria cultural hegemónica hace su
trabajo a las mil maravillas: con películas, series y videojuegos
refuerzan la idea de que los terribles capos son siempre parecidos a
Pancho Villa o a Osama Bin Laden, mientras los catires son los buenos,
los que arriesgan sus vidas a nombre de la libertad y las buenas
costumbres.
Pero, sabiendo más o menos cómo funciona
el mundo, ¿es acaso posible creer que la droga pueda llegar a cualquier
lugar del extenso territorio estadounidense (desde las grandes
metrópolis hasta los pueblos y suburbios más pequeños) sin que estén
involucrados funcionarios federales y de cada estado, condado y
localidad? ¿Es razonable creer que una vez que la droga llega a EE.UU.,
en su distribución nacional dentro de ese enorme país no intervienen
delincuentes nacidos allá? ¿Es lógico aceptar que en esos gigantescos
negocios, los estadounidenses típicos se conforman con ser jíbaros? ¿Es
que acaso no hay carteles encabezados por algún Smith, Brown o Collins,
por solo mencionar apellidos comunes en inglés?
Si se busca en Internet la lista de los
principales narcotraficantes buscados por el FBI y la DEA solo se
encuentran mexicanos, colombianos, un pakistaní y un indio. Es de
suponer que dentro de poco colocarán allí también una foto de Diosdado
Cabello o de cualquier militar revolucionario venezolano a quien hayan
decidido destruir. No aparece ningún estadounidense actual, los únicos
medio gringos que salen son Lucky Luciano (famoso capo de otros tiempos)
y Bernardo Provenzano (preso desde 2006), ambos con apellidos que
evocan a espaguetis y al baile de la tarantela.
Para completar la ignominia, cada año el
gobierno imperial emite un informe en el que dictamina qué países
combaten el narcotráfico y cuáles lo apoyan. En ese informe, Estados
Unidos le saca los trapos sucios al resto del mundo, incluso a los
países que no tienen trapos sucios. Y no dice nada de sus propios capos
ni de sus propios funcionarios cómplices. ¡Qué nota es ser imperio!
(Por: Clodovaldo Hernández/clodoher@yahoo.com)