EDITORIAL CLARIDAD – Luego de la publicación del llamado
Informe Krueger, la más reciente y devastadora descripción de la
situación económica y fiscal de Puerto Rico, nadie que no esté enajenado
o sea un politiquero, debe tener dudas del fracaso estrepitoso del
experimento colonial de Estados Unidos en nuestro país.
Por 117 años, el gobierno estadounidense y sus acólitos del patio han tratado de dar un mentís a las históricas denuncias sobre nuestra condición colonial hechas por el independentismo puertorriqueño y nuestros aliados internacionales, empeñándose en mostrarle al mundo el rostro próspero y exitoso de un Puerto Rico al que “generosamente” le concedieron en 1952 un singular modelo de “gobierno propio” con el establecimiento del Estado Libre Asociado (ELA). Pero, como la calentura no está en la sábana y el nombre no hace las cosas, no es el ELA únicamente lo fracasado aquí, sino el proceso colonial mismo mediante el cual el gobierno de Estados Unidos estableció su dominio sobre Puerto Rico, comenzando por el desembarco de sus tropas por la bahía de Guánica.
El Informe Krueger, que está desprovisto de la retórica hueca de tantos informes económicos, retrata al desnudo la verdadera situación de Puerto Rico, un país sin poder político para salir por sí mismo de la peor crisis económica y fiscal de su historia, por virtud de un modelo colonial agotado y de un Congreso y un Gobierno de Estados Unidos que, mediante la cláusula territorial tienen la última palabra sobre nuestros asuntos más importantes, pero ahora nos miran con indiferencia y se niegan a asumir la responsabilidad sobre el desastre colonial que han creado. Ahora, seguimos a merced del mismo imperialismo estadounidense que, luego de militarizar y contaminar con bombas lo mejor de nuestra tierra y aguas territoriales; de explotar nuestros mejores llanos bajo su monopolio cañero para luego abandonarlos y forzar nuestra primera gran emigración; de convertir el trabajo de nuestra gente en mano de obra barata para sus industrias liviana y pesada, y ahora para sus megatiendas, con salarios que no le permiten a una familia cubrir sus necesidades básicas; de convertir nuestro suelo y acuíferos en vertederos de sus desperdicios petroleros y farmacéuticos; de impulsar el desarrollo desmedido que ha pretendido transformarnos en una pieza de “real estate”; de convertirnos en un mercado cautivo para su mercadería barata, sin querer tributar lo justo en nuestro país, y de que en una avaricia incontenible su sistema financiero haya promovido el endeudamiento del País, por encima de nuestras capacidades, pretende ahora desentenderse y dejarnos solos en este callejón sin salida, con la emigración masiva de nuestras generaciones en edad productiva como signo del pasado, presente y futuro de nuestra tragedia colectiva.
Lo que es aún peor, porque va a la esencia misma de cómo se puede minar el carácter y la dignidad de un pueblo colonizado, ese mismo gobierno y ese mismo imperialismo, en su empeño por negarse a enfrentar el fracaso de su gestión en Puerto Rico, ha promovido la peor dependencia entre nuestra gente, una dependencia que desincentiva el trabajo porque, como señala el propio Informe Krueger, un trabajador que gana el salario mínimo en Puerto Rico y tiene una familia que mantener, recibiría $400 más al mes por quedarse en su casa sin trabajar, viviendo de las transferencias de programas asistenciales -las llamadas “ayudas”- del Gobierno de Estados Unidos.
La propia naturaleza de la relación de poder entre una metrópolis y un territorio colonizado hace imposible que existan colonias exitosas. El propósito de la dominación colonial es precisamente explotar los recursos y los habitantes de las colonias, para beneficio de la metrópolis y sus intereses económicos dominantes. El éxito no es posible por la relación de opresión en la que el poder colonial impone y controla las reglas del juego y se niega a reparar los agravios recibidos por el colonizado, a menos que sean expuestos a la vergüenza pública por sus tropelías. Así lo vimos durante el siglo veinte con el advenimiento a la independencia de muchos territorios coloniales, todos los cuales fueron explotados, expoliados y dejados en la miseria por sus respectivas metrópolis. Un ejemplo emblemático y dramático, dada la vastedad de su territorio y la magnitud de sus recursos naturales, es la India, nación a la que le ha tomado casi un siglo comenzar a recuperarse de los estragos del colonialismo británico.
La crisis que Estados Unidos incubó y precipitó en Puerto Rico ha llegado a su máxima expresión. De la conciencia y organización de nuestro pueblo dependerá que no puedan rehuir la responsabilidad de reparar los muchos agravios sufridos por nuestra nación durante estos 117 años. Y la mayor reparación será que reconozca, voluntariamente o no, el derecho del pueblo puertorriqueño a su autodeterminación e independencia, lo que nos permitirá allegar las herramientas necesarias para superar el fracaso colonial y encaminar al País por una mejor ruta.
Por 117 años, el gobierno estadounidense y sus acólitos del patio han tratado de dar un mentís a las históricas denuncias sobre nuestra condición colonial hechas por el independentismo puertorriqueño y nuestros aliados internacionales, empeñándose en mostrarle al mundo el rostro próspero y exitoso de un Puerto Rico al que “generosamente” le concedieron en 1952 un singular modelo de “gobierno propio” con el establecimiento del Estado Libre Asociado (ELA). Pero, como la calentura no está en la sábana y el nombre no hace las cosas, no es el ELA únicamente lo fracasado aquí, sino el proceso colonial mismo mediante el cual el gobierno de Estados Unidos estableció su dominio sobre Puerto Rico, comenzando por el desembarco de sus tropas por la bahía de Guánica.
El Informe Krueger, que está desprovisto de la retórica hueca de tantos informes económicos, retrata al desnudo la verdadera situación de Puerto Rico, un país sin poder político para salir por sí mismo de la peor crisis económica y fiscal de su historia, por virtud de un modelo colonial agotado y de un Congreso y un Gobierno de Estados Unidos que, mediante la cláusula territorial tienen la última palabra sobre nuestros asuntos más importantes, pero ahora nos miran con indiferencia y se niegan a asumir la responsabilidad sobre el desastre colonial que han creado. Ahora, seguimos a merced del mismo imperialismo estadounidense que, luego de militarizar y contaminar con bombas lo mejor de nuestra tierra y aguas territoriales; de explotar nuestros mejores llanos bajo su monopolio cañero para luego abandonarlos y forzar nuestra primera gran emigración; de convertir el trabajo de nuestra gente en mano de obra barata para sus industrias liviana y pesada, y ahora para sus megatiendas, con salarios que no le permiten a una familia cubrir sus necesidades básicas; de convertir nuestro suelo y acuíferos en vertederos de sus desperdicios petroleros y farmacéuticos; de impulsar el desarrollo desmedido que ha pretendido transformarnos en una pieza de “real estate”; de convertirnos en un mercado cautivo para su mercadería barata, sin querer tributar lo justo en nuestro país, y de que en una avaricia incontenible su sistema financiero haya promovido el endeudamiento del País, por encima de nuestras capacidades, pretende ahora desentenderse y dejarnos solos en este callejón sin salida, con la emigración masiva de nuestras generaciones en edad productiva como signo del pasado, presente y futuro de nuestra tragedia colectiva.
Lo que es aún peor, porque va a la esencia misma de cómo se puede minar el carácter y la dignidad de un pueblo colonizado, ese mismo gobierno y ese mismo imperialismo, en su empeño por negarse a enfrentar el fracaso de su gestión en Puerto Rico, ha promovido la peor dependencia entre nuestra gente, una dependencia que desincentiva el trabajo porque, como señala el propio Informe Krueger, un trabajador que gana el salario mínimo en Puerto Rico y tiene una familia que mantener, recibiría $400 más al mes por quedarse en su casa sin trabajar, viviendo de las transferencias de programas asistenciales -las llamadas “ayudas”- del Gobierno de Estados Unidos.
La propia naturaleza de la relación de poder entre una metrópolis y un territorio colonizado hace imposible que existan colonias exitosas. El propósito de la dominación colonial es precisamente explotar los recursos y los habitantes de las colonias, para beneficio de la metrópolis y sus intereses económicos dominantes. El éxito no es posible por la relación de opresión en la que el poder colonial impone y controla las reglas del juego y se niega a reparar los agravios recibidos por el colonizado, a menos que sean expuestos a la vergüenza pública por sus tropelías. Así lo vimos durante el siglo veinte con el advenimiento a la independencia de muchos territorios coloniales, todos los cuales fueron explotados, expoliados y dejados en la miseria por sus respectivas metrópolis. Un ejemplo emblemático y dramático, dada la vastedad de su territorio y la magnitud de sus recursos naturales, es la India, nación a la que le ha tomado casi un siglo comenzar a recuperarse de los estragos del colonialismo británico.
La crisis que Estados Unidos incubó y precipitó en Puerto Rico ha llegado a su máxima expresión. De la conciencia y organización de nuestro pueblo dependerá que no puedan rehuir la responsabilidad de reparar los muchos agravios sufridos por nuestra nación durante estos 117 años. Y la mayor reparación será que reconozca, voluntariamente o no, el derecho del pueblo puertorriqueño a su autodeterminación e independencia, lo que nos permitirá allegar las herramientas necesarias para superar el fracaso colonial y encaminar al País por una mejor ruta.