¿Quién
es el narco que en un solo cargamento intentó sacar nueve toneladas de
cocaína y ordenó asesinar a los generales que lo persiguen?
Esta es la foto más reciente de Roberto Vargas, alias Gavilán, dueño de este cargamento de más de nueve toneladas de cocaína.
El mayor tesoro
de Roberto Vargas, alias Gavilán, estaba escondido bajo la tierra. Se
trataba nada más y nada menos que de 9,2 toneladas de cocaína empacada y
lista para exportar a México. El valor del cargamento alcanzaba los 250
millones de dólares.
Se trató del mayor
decomiso de droga en la historia reciente del país. También fue el mayor
alijo incautado a un solo hombre. Normalmente alcanzar semejantes
cantidades de droga solo es posible cuando varias organizaciones o
narcos se unen y cada uno aporta una parte del cargamento. En este caso
todo era de Gavilán.
El decomiso ocurrió
el 15 de mayo. Después de varios meses infiltrado en la organización de
este narco, un agente de inteligencia de la Policía logró ubicar la
caleta escondida bajo el suelo de un humilde rancho cerca del municipio
de Turbo, Antioquia. El infiltrado vio cómo semanalmente llegaban
pequeños cargamentos de 100 y 200 kilos que eran almacenados en la
caleta. Cuando el capo alcanzó la meta de droga que prometió a sus
socios mexicanos y estaba a pocas horas de embarcarla, el agente de
inteligencia avisó a sus superiores. Tres helicópteros Black Hawk y
cerca de 20 comandos Jungla llegaron al sitio y realizaron la histórica
confiscación. Las consecuencias del golpe no se hicieron esperar.
Fuentes
de la embajada de Estados Unidos en Colombia confirmaron a SEMANA que
tras esa operación, varias agencias antidrogas y de inteligencia de ese
país consolidaron información que señalaba que Gavilán había puesto en
marcha un plan para asesinar a los generales responsables no solo de ese
decomiso sino de la Operación Agamenón, encaminada a desvertebrar la
banda criminal de los Urabeños. Casi de forma simultánea, la Fiscalía
General informó a la Policía que gracias a controles de líneas
telefónicas e informantes también tenían datos confiables sobre el plan
para eliminar a los altos oficiales.
Los
generales que están en la mira de Gavilán y sus secuaces desde hace
varios años son bastante cercanos y de total confianza de las agencias
antidrogas y de inteligencia norteamericanas y europeas. Son conocidos y
respetados porque han trabajado hombro a hombro con ellos desde
comienzos de la década de los años noventa en la guerra contra las
bandas y el crimen organizado. De hecho desde enero del año pasado el
gobierno escogió a este grupo de generales para liderar Agamenón.
Se
trata del mayor general Ricardo Restrepo, actual subdirector de la
Policía, quien hasta hace tres meses fue el director de la Policía
Antinarcóticos. El siguiente es el también mayor general Jorge
Rodríguez, quien se desempeñó como director de la Dijín durante dos años
y actualmente es el jefe de Seguridad Ciudadana. En la lista también
está el general retirado Luis Eduardo Martínez, quien hasta hace pocos
meses fue el director de la Policía de Carabineros y Seguridad Rural.
Otro de los blancos es el brigadier general Jorge Luis Vargas, actual
director de Inteligencia de la Policía, unidad que en los últimos siete
años ha dado los mayores golpes contra las guerrillas, los paras y las
bacrim, entre otros.
Los Úsuga han
acudido a sus sicarios para ejecutar el llamado plan pistola, que
consiste en asesinar policías, como ocurrió en Semana Santa cuando
mataron nueve uniformados. Sin embargo, es la primera vez que
abiertamente van tras la cabeza de los generales que encabezan la
ofensiva contra ellos. Más de 880 integrantes de la banda capturados,
cerca de 50 toneladas de coca decomisada, 70 laboratorios de
procesamiento de droga destruidos y decomisos de bienes por más de
150.000 millones de pesos explican por qué los tienen en la mira.
Darío
Úsuga, alias Otoniel, jefe de esa banda, está acorralado desde hace
varios meses. De allí que Gavilán, segundo al mando, asumió el poder
real sobre los cerca de 3.000 narcos y sicarios de esa bacrim, lo que ha
aprovechado para exportar para él, y no para la organización, un
cargamento de nueve toneladas.
Gavilán
salió por primera vez a la luz pública en enero de 2011, cuando ordenó
asesinar a dos estudiantes de la Universidad de los Andes cerca de San
Bernardo del Viento, Córdoba. Lo hizo simplemente porque estaban cerca
de un punto donde iba a embarcar droga. Este hombre, sin embargo, lleva
más de 20 años en el mundo del hampa en donde ha escalado a sangre y
fuego.
Cuando tenía 16 años de edad hizo
parte de las filas del EPL en su natal Urabá. Al desmovilizarse esa
guerrilla entró en 1995 a formar parte de las nacientes AUC de Carlos
Castaño. Gracias a su perfil sanguinario y extremadamente violento,
militó en varios bloques paramilitares en donde se encargó de perpetrar
atroces crímenes que generaron desplazamientos masivos. En 2005 se
desmovilizó como parte del bloque Sinú. Un año más tarde de la mano de
Daniel Rendón, alias Don Mario, entró a formar parte de la naciente
banda criminal de los Urabeños. En 2012, tras la muerte de alias
Giovanny, hermano de Otoniel y segundo al mando de la organización
criminal, fue nombrado jefe militar del grupo.
En
enero de ese año, Gavilán ordenó un paro armado que paralizó tres
departamentos en la costa Atlántica. Y repitió esa estrategia hace tres
meses cuando sus sicarios impidieron abrir el comercio o los colegios en
cerca de 20 municipios de Córdoba y Sucre.
Con
17 órdenes de captura en su contra, Gavilán es conocido por su
facilidad para apretar el gatillo y por sus aberraciones sexuales. En
una amplia zona de Urabá obliga a niñas menores de edad, entre 12 y 15
años, a sostener relaciones con él (ver video en Semana.com). Si ellas o
sus familias se oponen, las asesina. De allí el inmenso temor que le
tiene la población civil. Esa mezcla de miedo sumada a una gran
capacidad para corromper autoridades locales, incluidos policías,
militares, fiscales y jueces, le ha permitido escapar varias veces de
las operaciones en su contra.
No
obstante, parece que la suerte se le está acabando. En noviembre le
escribió una carta a su jefe para contarle que se salvó milagrosamente
de un bombardeo en el que murieron 12 de sus lugartenientes. El reciente
decomiso de sus nueve toneladas de cocaína es un duro golpe a sus
finanzas. Ahora con su estrategia de intentar asesinar a los generales
más cercanos al gobierno de Estados Unidos solo consiguió que, al igual
que Pablo Escobar, las autoridades estadounidenses y colombianas estén
más dispuestas que nunca a dar con este megacapo.