Las
autoridades reprimieron una manifestación de protesta contra las
maniobras del presidente Joseph Kabila para mantenerse en el poder. Han
muerto entre 20 y 50 personas, según la ONU
Kinshasa, la capital de la República Democrática del Congo, amaneció este lunes con un grito que sonaba a primavera árabe: “Kabila dégage” (Kabila, lárgate). La misma frase que en 2011 resonó en Túnez y Egipto y que en el gigante de África lleva el nombre de su presidente, Joseph Kabila, el hombre que heredó el poder de su padre en 2001 y que ahora se resiste a organizar elecciones y ceder su cargo, tal y como le obliga la Constitución del país. Pero lo que se había anunciado como una manifestación pacífica, muy pronto degeneró en una auténtica carnicería en la que murieron “entre 20 y 50 personas”, aseguró a este diario José María Aranaz, director de la Oficina Conjunta de Derechos Humanos de la ONU en Congo. La oposición del país eleva la cifra de víctimas al menos a 50 mientras el Gobierno congoleño solo reconoce 17 muertos, entre ellos tres policías.
Aunque la manifestación de la oposición congoleña había sido autorizada, desde primera hora de la mañana la policía había cerrado las salidas de los barrios de esta megaurbe de más de diez millones de habitantes para impedir el paso de los manifestantes-casi todos hombres jóvenes- y minimizar así la demostración de fuerza de la oposición. Cuando ya miles de personas habían, pese a todo, conseguido llegar a pie a uno de los puntos de salida de la marcha, el intercambiador del barrio de Limeté, la policía cargó contra los manifestantes, mientras decenas de jóvenes les lanzaban piedras. Los antidisturbios respondieron con gas lacrimógeno y finalmente con fuego real contra los manifestantes. La ira popular se desencadenó entonces y la manifestación degeneró en violentos enfrentamientos entre fuerzas de seguridad y civiles; una turba enfurecida capturó a un policía que se encontraba en las inmediaciones y lo asesinó antes de prender fuego en plena calle a su cadáver. Según las autoridades, estaba desarmado.
En otro barrio de la capital, Bandalugwa, mientras centenares de manifestantes se preparaban para unirse a la marcha de protesta, al menos tres personas –dos hombres y una mujer- que esperaban delante del instituto de secundaria Madame de Sévigné cayeron gravemente heridos por impactos de bala. “Ha sido un hombre vestido de paisano que ha pasado en moto y que ha abierto fuego sin mediar palabra”, explicaba a El Confidencial Adolphe, un electricista de 28 años, que mostraba en su móvil imágenes de una joven malherida y, a su lado, un hombre en la treintena con dos impactos de bala, uno en el abdomen y otro a la altura de la axila, los dos yaciendo en un enorme charco de sangre. Junto a Adolphe, decenas de jóvenes exaltados gritaban histéricos: “Ha sido Kabila, que se vaya. Nos está matando”.
Al final de la avenida, un grupo de antidisturbios custodiaba un camión. En el volquete del vehículo, El Confidencial observó varios cuerpos inertes amontonados, aunque no pudo comprobar si se trataba de manifestantes inconscientes o cadáveresLos manifestantes habían prendido fuego a un coche, cuyas enormes llamaradas impedían el paso por uno de los dos sentidos de la principal avenida del barrio. A doscientos metros, antidisturbios -algunos equipados con fusiles de asalto- disparaban granadas de gas lacrimógeno y perseguían a las decenas de manifestantes que habían intentado reagruparse. El escenario era el de una batalla campal: neumáticos quemados, el suelo cubierto de cascotes, gente huyendo por las calles adyacentes a la avenida y adolescentes y niños en estado de histeria y temblando de miedo que recogían piedras del suelo para arrojarlas si era necesario.
Al final de la avenida, un numeroso grupo de antidisturbios custodiaba un camión. En el volquete del vehículo, El Confidencial observó varios cuerpos inertes amontonados unos sobre otros, aunque este diario no pudo comprobar si se trataba de personas detenidas y maniatadas, manifestantes inconscientes, o bien cadáveres.
Cuando la protesta ya había degenerado en una orgía de violencia, el gobernador de Kinshasa, André Kimbuta, prohibió la manifestación, que ya había comenzado, por lo que la mayoría de quienes participaban en ella no se enteraron. La prohibición dio rienda suelta a un impresionante despliegue de diversos cuerpos de seguridad en el centro de la ciudad. En una de sus principales avenidas, el bulevar Triomphal, donde se encuentra el Parlamento del país, furgonetas pick-up circulaban a toda velocidad repletas de policías, militares y los llamados “esprit de mort” (espíritu de muerte); es decir, los miembros de la Guardia Republicana de Kabila, conocidos por su brutalidad y a quien la población atribuye la mayor parte de las muertes en manifestaciones.
"Borrar la pizarra": cadáveres que desaparecen
“Son ellos los que matan: los guardias de Kabila”, aseguraba Trésor, un congoleño de unos 40 años. “Los he visto, algunos iban disfrazados de policías pero llevaban los pantalones del uniforme de la Guardia Republicana”, sostenía este manifestante. A poca distancia de los vehículos policiales, los seguían, también a bordo de camionetas pick-up, hombres con actitud chulesca pero vestidos de paisano, con un arma de guerra en las manos: los fusiles de asalto AK-47 (Kalashnikov).Organizaciones de derechos humanos como Human Rights Watch han denunciado en numerosas ocasiones la brutalidad de la Guardia Republicana y cómo, en otras manifestaciones de enero de 2015 en las que murieron 40 personas, el cuerpo de seguridad del presidente congoleño hizo desaparecer al menos 5 cadáveres, que no fueron entregados a las familias. Esta práctica de no entregar los cuerpos a sus allegados para ocultar las muertes incluso tiene un nombre popular en Kinshasa: “Borrar la pizarra”; así describen los habitantes de la ciudad esta práctica.
Densas columnas de humo de gas lacrimógeno se elevaban sobre el asfalto de Kinshasa mientras ese impresionante aparato de seguridad dispersaba con enorme brutalidad a los manifestantes que ya se habían reunido cerca del Parlamento, ante la sede de varios partidos políticos. Desde allí, una delegación pensaba dirigirse a la Comisión Electoral Nacional Independiente (CENI) -controlada por Kabila- para entregar un memorándum en el que le recuerdaban al presidente que, de acuerdo con la Carta Magna del país, este lunes, 19 de septiembre, era el último día del plazo legal para convocar al cuerpo electoral para unas elecciones que deberían celebrarse en noviembre.
La CENI anunció el mes pasado que estos comicios no podrán celebrarse al menos hasta julio de 2017, alegando que es imposible actualizar el censo electoral antes de esa fecha, un argumento que para la oposición no es sino un pretexto para ofrecer una prórroga ilegal a Kabila, que debería ceder la presidencia a su sucesor el 19 de diciembre, cuando concluye su segundo y, de acuerdo con la Constitución, último mandato presidencial. Los temores de la oposición congoleña se vieron reforzados en mayo, cuando un dictamen del Tribunal Constitucional sentenció que, en ausencia de sucesor, el presidente en ejercicio puede seguir en su cargo.
“Estábamos ante el Parlamento cuando la Guardia Republicana vino a por nosotros. La policía no disparaba a la gente: sólo al aire, mientras que la Guardia Republicana dispara a matar: uno de ellos apuntó directamente hacia mí, pero yo tuve suerte de recibir sólo una bala de goma, porque a mi lado, seis jóvenes de mi partido resultaron heridos de bala”, explica Martin Fayulu a El Confidencial desde el hospital. El opositor ha perdido la visión del ojo derecho por el enorme hematoma causado a la altura del hueso parietal por la bala de goma, aunque los médicos esperan que la ceguera no sea definitiva.
"La orden era que no hubiera testigos"
No fue el único: además de varios políticos y un número no precisado de ciudadanos arrestados, al menos cuatro periodistas -dos congoleños, Sonia Rolley, la corresponsal de la emisora francesa RFI, y el fotógrafo freelance argentino Eduardo Soteras Jalil, fueron detenidos por la policía cerca del Parlamento congoleño.“La orden era que no hubiera testigos”, explicó el fotógrafo a El Confidencial, tras ser liberado cinco horas después. “Primero vinieron los policías y amenazaron con disparar a los neumáticos de un coche de periodistas que estaba aparcado allí, antes de borrar todas mis fotos y arrebatarme las tarjetas de memoria. Después, me amenazaron con golpearme si no me iba corriendo de allí. Yo entonces me alejé y me refugié en el coche de la emisora RFI, pero diez minutos después llegó un grupo de militares que empezaron a golpear el coche y a pegarnos para que bajáramos”.
Tras el arresto, Soteras, Rolley y los periodistas congoleños fueron trasladados a un campo militar. En el trayecto, explica el informador, no sólo les robaron todo el dinero que llevaban encima sino también “los patearon”, mientras les acusaban de “haber tomado fotos de las autoridades”.
Para entonces la violencia ya estaba desatada. Las escaramuzas entre manifestantes y policía continuaron durante todo el lunes en algunos barrios de Kinshasa. Por la mañana, los opositores habían quemado la sede del partido de Kabila en el Bulevar Sengwe. En la madrugada del martes, han ardido a su vez las sedes de seis partidos opositores, entre ellos el UPDS, el MLC y la formación FONUS. El primero, el más importante de la oposición del país, ha acusado al gobernador de Kinshasa de estar detrás del incendio. En sus oficinas han muerto además carbonizadas tres personas, según ha confirmado la Oficina Conjunta de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (UNJHRO) en Congo a este diario.
Ban Ki-Moon, el secretario general de la ONU ha condenado la violencia en Kinshasa y llamado a la calma a las autoridades y a la población. José María Aranaz, director de la Oficina Conjunta de Derechos Humanos de las Naciones Unidas en Congo, ha reclamado, en conversación con El Confidencial, “una investigación creíble que dilucide lo sucedido estos dos días[19 y 20 de septiembre] y garantice que todos los responsables de la violencia sean juzgados, sean quienes sean y estén donde estén”. Sin justicia, subrayó Aranaz, “no puede haber ninguna confianza en la política y un proceso electoral es medio de esta dinámica de violencia es impensable. Por ello, es fundamental detener la violencia y hacer justicia, para que la confianza en el sistema se recupere”.
También Francia, Estados Unidos y la Unión Europea han condenado los incidentes de la manifestación del lunes y la oleada de violencia que aún dura. El Gobierno norteamericano ya había amenazado antes al Ejecutivo de Kabila con sanciones si las fuerzas de seguridad empleaban una violencia “desproporcionada”. En junio, el Departamento del Tesoro congeló los haberes en Estados Unidos del general Celestin Kanyama, jefe de la policía, en lo que se interpretó como una advertencia al régimen de Joseph Kabila.