Por Iroel Sánchezpor La pupila insomne | 
                  
Cuando siendo adolescente leí la novela de Bertolt Brecht Los negocios del señor Julio César, una
 de las cosas que más llamó mi atención, y recuerdo aún, fue cómo Brecht
 relata que ya en la Roma preimperial la economía, a través del 
abastecimiento y precio del trigo, era utilizada como arma política.  
Los
 últimos cien años han sido testigos del empleo numeroso de ese recurso 
contra gobiernos que no han sido del agrado de los mercaderes de la 
nueva Roma, pero lo que nadie imaginaría es que incluso en el Chile  
actual, donde no hay hoy la menor posibilidad de que un proyecto con una
 agenda antiimperialista gane el poder ejecutivo esa intervención fuera 
posible. 
La información, revelada a nada menos que a ese órgano oficial del capitalismo global que es The Wall Street Journal por
 el economista jefe del Banco Mundial, Paul Romer, de que se alteraron 
con fines políticos los indicadores de competitividad que publica esa 
institución y provocaron que durante el mandato de la Presidenta chilena
 Michel Bachelet esa "competitividad" se desplomara del lugar 33 en 2015
 al 120 en el 2016  sin nada que ver con las medidas adoptadas por el 
gobierno chileno sino por la manera políticamente motivada de medirla 
hizo que la inversión extranjera en Chile cayera un 40% durante el 2017,
 lo que fue una de las principales banderas en la campaña electoral del 
ahora Presidente electo Sebastián Piñera. 
Si
 eso es contra el Chile de Bachelet, cabe preguntarse cómo habrán 
operado y operan estos organismos en el caso de la Venezuela de Nicolás 
Maduro, la Bolivia de Evo, la Argentina de los Kirchner, o peor la "Cuba
 de los Castro", y cuánto ha servido ese voto de la "mano invisible del 
mercado" para que llegue al poder alguien como Maricio Marci, o Enrique 
Peña Nieto.
Lo
 asombroso es que hace muy poco se debatiera en la prensa privada 
surgida en Cuba durante la época en que Barack Obama volaba a bordo del 
Air Force One la conveniencia para  la Isla de adherirse a mecanismos 
como los del Banco Mundial y sobre todo a su pariente de peor 
reputación: El Fondo Monetario Internacional. El ahora coyunturalmente 
visible "archipiélago de despotismos" (Boaventura de Sousa), en el que 
las organizaciones globales de la economía y la comunicación no cesan de
 votar en elecciones nacionales y locales desnuda aquellas ¿ingenuas? 
ilusiones. 
En
 pleno auge del encantamiento obamista hacia Cuba, uno los teóricos de 
del “aterrizaje suave” de la Isla en el capitalismo planteaba que el 
mayor conocimiento de los cubanos sobre los procesos electorales en 
América Latina, produciría el abandono de la forma en que se eligen las 
autoridades cubanas para asumir el modelo de democracia liberal que los 
Estados Unidos han impuesto en la región.  
Pero
 la impunidad de los golpes parlamentarios que hemos visto suceder en 
los últimos años en Paraguay y Brasil, el fraude escandaloso en 
Honduras, como también los que reiteradamente han ocurrido en México, el
 pacto en Perú entre gobierno y oposición a favor de intercambiar la 
protección mutua de un Presidente acusado de corrupción y un ex 
Presidente convicto, el transfuguismo de un gobernante que en Ecuador 
abandona el programa que lo llevó al poder ejecutivo, entre otros muchos
 otros ejemplos que se pudieran citar, parecen no ser muy adecuados para
 convencer a los cubanos, mientras gobiernos respaldados por el voto 
popular como los de Venezuela y Bolivia apenas han logrado sobrevivir 
los ataques de una oligarquía que utiliza dinero extranjero en las redes
 sociales de internet y el poder de los grandes los medios de 
comunicación para una guerra sin cuartel que, aunque no los ha podido 
sacar de la dirección de sus países, no respeta las propias reglas del 
modelo que sus partidarios dicen defender.
La
 altísima abstención, las promesas de campaña que rara vez se cumplen, 
la aplicación de la violencia policial contra la ciudadanía y ahora el 
reconocido uso politizado de la economía, ya no solo contra gobiernos de
 izquierda sino no contra aquellos que no son suficientemente 
neoliberales, como acaba de conocerse en Chile, muestran un panorama que
 dista de ser muy seductor a pesar del dinero empleado en hacerlo 
aparecer como tal. 
El
 sistema electoral cubano no es perfecto y por supuesto que necesita 
seguir cambiando pero precisamente en la misma dirección que ha marcado 
hasta hoy: lo más lejos de abrir las urnas a la mano cada vez más 
visible del mercado.