Nada más parecido a los preparativos de un ataque armado que la
escalada de sanciones norteamericanas y europeas contra Venezuela.
El “fuego artillero” diplomático, económico y mediático intenta
debilitar las defensas de Venezuela para disminuir los costos de una
intervención militar. El coro vergonzoso del Grupo de Lima hace lo
propio desde una retaguardia que la historia condenará en forma
implacable.
Así comenzaron siempre las intervenciones norteamericanas en
América Latina. Tanto las que llevó a cabo con sus propias fuerzas como
las que instrumentó con mano mora.
No es indispensable remontarse al pasado para demostrarlo. Pero no
es tarea ociosa si se hace de la mano de ese gran latinoamericano que
fue el periodista argentino Gregorio Selser (1).
Los chilenos conocemos en carne propia los métodos del Gran Buitre
del Norte para derrocar gobiernos leales a sus pueblos. Hasta hoy
sufrimos los efectos de la trama conspirativa, financiera y mediática
que desembocó en el golpe militar de 1973, en el terrorismo de Estado de
la tiranía y en su herencia vigente en los antivalores de la economía,
la política y la cultura de Chile.
El imperio no ha logrado romper la unidad pueblo-fuerzas armadas,
piedra angular del proceso bolivariano. Fracasó también el intento de
asesinar al presidente Nicolás Maduro y a la cúpula civil y militar del
estado venezolano. Al imperio no le queda otro camino que la
intervención militar y no hace misterio de sus intenciones. Así lo
admite el Comando Sur de los EE.UU. Sus amenazas, que agitan el garrote
de Monroe, humillan a toda América Latina y el Caribe.
Cabe preguntarse si los sucesivos fracasos de la conspiración anti
venezolana no están acelerando los planes de agresión armada a la patria
de Bolívar.
La disposición a facilitar el diálogo en Venezuela que muestra
ahora la Unión Europea quizás no sea sino el gesto de un Poncio Pilatos
en vísperas de la agresión. El repetido fracaso del diálogo sería la
excusa ad hoc cuya ejecución queda en manos de una oposición cuya única
exigencia es la renuncia del presidente Maduro. La situación ya se vivió
en enero de este año en República Dominicana. La delegación opositora
encabezada por Julio Borges se negó a último momento a firmar el acuerdo
negociado con el gobierno. El mismo Borges que hoy aparece como autor
intelectual del intento de magnicidio del 4 de agosto.
Revisar la historia contemporánea de las intervenciones militares
norteamericanas en nuestro continente, demuestra que el patrón bélico se
repite en Venezuela. En el pasado reciente EE.UU. invadió Granada
(1983), Panamá (1989) y República Dominicana (1965). Para esto último
Washington creó una “Fuerza Interamericana de Paz” (FIP). Los marines yanquis
fueron reforzados con soldados de Brasil, Honduras, Paraguay,
Nicaragua, Costa Rica y El Salvador. En el panorama político actual de
América Latina no faltarían gobiernos sicarios dispuestos a participar
en una FIP contra Venezuela, sobre todo si hay una gratificación de por
medio.
EE.UU. también organizó invasiones con fuerzas mercenarias en
Guatemala (1954) y Cuba (1961). En la primera tuvo éxito y logró
derrocar al presidente Jacobo Arbenz. En Playa Girón, en cambio, mordió
el polvo de la derrota y su agresión fortaleció la moral revolucionaria
del pueblo cubano. Hasta hoy Cuba resiste el bloqueo que Naciones Unidas
condena todos los años.
Lo que sucede con Venezuela es una réplica casi exacta de lo que
fueron los preparativos de la invasión norteamericana a Iraq o las
intervenciones en Libia, Afganistán y Siria. Conflictos sangrientos que
se prolongan hasta hoy y que han originado las masivas migraciones a
través del Mediterráneo al costo de centenares de víctimas.
No cabe duda, entre tanto, que a pese a las graves dificultades
económicas y sociales que cuestan al pueblo venezolano mantener su
independencia y dignidad, y a la siniestra tarea de la quinta columna
“opositora” al servicio de una potencia extranjera, la unidad
pueblo-fuerzas armadas se ha galvanizado en un sentimiento patriótico
muy fuerte.
El patriotismo en defensa de su derecho a la autodeterminación, es
el escudo de la Venezuela bolivariana. Sus potenciales agresores no
deberían subestimar el coraje de un pueblo orgulloso de sus tradiciones
de lucha.
(1)“Cronología de las intervenciones extranjeras en América Latina (1776-1945)”