Por: Ildefonso
Finol
En
Cartagena, emocionado por la visita del exjefe de la CIA, hoy canciller, Mike
Pompeo, el presidente de Colombia Iván Duque, escribió en sus redes sociales:
“Hace 200 años el apoyo de los padres fundadores de los Estados Unidos a
nuestra independencia fue crucial, por lo que recibir hoy su visita nos llena
de alegría y de honor, precisamente este año del Bicentenario, tan importante
para nuestro país”.
El breve
texto provocó una prolongada controversia en redes y medios digitales, con el
autor como epicentro de críticas y burlas de una ciudadanía sorprendida más por
los errores que por
el enfoque subyacente en el mensaje.
Antes de
pasar al análisis de la temática histórica en cuestión, necesito hacer dos
aclaraciones previas: a) por un profundo respeto a todo cuanto implique nuestra
gesta independentista, intentaré en todo momento alejarme de cualquier
sarcasmo, aunque luzca tentador echar una chanza a semejante adversario; b) por
las mismas razones éticas, tampoco entraré en calificar el nivel de los
comentarios que he visto en el ciberespacio.
Mi aporte
en este debate se centrará en diseccionar el contenido del texto presidencial y
ofrecer información documentada y verificada sobre la verdad histórica.
1) Primera
afirmación: “este año del Bicentenario, tan importante para nuestro país”
Se
conmemoran 200 años del glorioso 1819, aquél primer Gobierno Bolivariano de
Venezuela con sede en Angostura, a orillas del río Orinoco, desde el cual Simón
Bolívar, visualizó, diseño, organizó y ejecutó con su directa dirección
político-militar el paso de los Llanos, el salto de los Andes, las victorias de
Pantano de Vargas y Boyacá, y la independencia de la Nueva Granada.
Ciertamente,
es El Libertador, en su condición de Presidente de la República de Venezuela,
quien fue con sus tropas y sus recursos a libertar aquella amplia franja de
territorio que había sido reconquistada por la bota colonial. Este es el
Bolívar que en 1815, luego de pacificar y liberar Bogotá, no fue apoyado por
los generales de Cartagena para completar la misión libertadora. Es el Bolívar
refugiado en el archipiélago caribeño, en el que sigue amasando con telúrica
fuerza su máxima creación, su Colombia, y así lo anuncia con quenas y zampoñas
en la Carta de Jamaica. Es el Simón Bolívar que recibe –dos veces- el apoyo
incondicional del General (¿padre fundador?) Petion.
El 15 de
febrero de aquel inmortal 1819, El Libertador pronuncia su Discurso de
Angostura en el acto de instalación del Congreso de la República de Venezuela,
síntesis de su ideario político hasta el momento, donde manifiesta sus grandes
preocupaciones sobre la necesidad de constituir instituciones para una nueva
sociedad basada en la igualdad, la estabilidad y la felicidad social. Allí
reafirma la estrategia emancipadora según la cual, mientras persista la
presencia del ejército enemigo en el territorio, la prioridad fundamental es la
victoria militar sobre el invasor. No dudó en reiterar su convicción más
anhelada, que la unión de Venezuela y la Nueva Granada -“el voto (o deseo) de
los ciudadanos de ambos países”- dieran origen a un nuevo Estado llamado
Colombia, que sería “la garantía de la libertad de la América del Sur”.
Y así
quedó plasmado en la segunda Carta Magna de Venezuela, sancionada en diciembre
de 1819. Tal es el parto de la Colombia original, la de Bolívar y su pueblo.
2) Segunda
afirmación: “el apoyo de los padres fundadores de los Estados Unidos a nuestra
independencia fue crucial”
Esta
afirmación pudiera adolecer de dos extremismos: exceso de ignorancia de la
historia y/o exceso de (es difícil decirlo sin calificar) obsequiosidad pro
estadounidense (¿o servilismo, pitiyanquismo, malinchismo, santanderismo?)
Hace
doscientos años el único Padre Fundador crucial para “nuestra independencia”
fue Simón Bolívar, y en su nombre van implícitos los de Antonio Nariño y Rafael
Urdaneta, Antonio José de Sucre y Camilo Torres, Lara y Zea, Silva y Girardot,
Manuela Sáenz y Josefa Camejo, Ana María Campos y la señora que recibió al
Libertador en Bogotá tras el triunfo de Boyacá: “¿Volviste? Bendito seas
fantasma”; y miles anónimos que se sembraron en la inmensa trepidación de las
luchas por un mundo mejor.
Los
presidentes y el pueblo deberíamos saber que la Independencia de Nuestra
América se logró a pesar de Estados Unidos. Thomas Jefferson señalaba por allá
por 1786: “Nuestra Confederación debe ser como el nido desde el cual toda
América, así como la del Norte como la del Sur, habrá de ser poblada. Mas
cuidémonos (…) de creer que interesa a este gran Continente expulsar a los
españoles. Por el momento aquellos países se encuentran en las mejores manos, y
sólo temo que éstas resulten demasiado débiles para mantenerlos sujetos hasta
que nuestra población haya crecido lo suficiente para írselos arrebatando
pedazo a pedazo”.
Ese es el
mismo Thomas Jefferson, que en 1806 negó el apoyo al venezolano Francisco de
Miranda, quien sirvió con las armas a la independencia de Estados Unidos y es
el autor de la original Colombeia como denominación genérica del continente una
vez liberado del yugo colonial hispano.
Desde
1804, las fauces del “destino manifiesto” se asomaban en John Adams: “La gente
de Kentucky está llena de ansias de empresa y aunque no es pobre, siente la
misma avidez de saqueo que dominó a los romanos en sus mejores tiempos. México
centellea ante nuestros ojos. Lo único que esperamos es ser dueños del mundo”.
Ya el 10
de diciembre de 1810, los Estados Unidos esbozaron el cinismo como estrategia
hacia las repúblicas nacientes en doloroso parto de guerra. En resolución
conjunta del Congreso yanqui, queda demostrada su hipocresía utilitarista: “los
revolucionarios de Hispanoamérica enfrentarían solos el poderío español y cuando
hubieran alcanzado la independencia, si la alcanzaban, los Estados Unidos
concurrirían entonces a exigirles lo que debía corresponderles. Como pago,
accederían al reconocimiento”.
Tempranamente,
en junio de 1810, Juan Vicente Bolívar, hermano del Libertador, está en
Baltimore al frente de una delegación especial que busca el reconocimiento de
Venezuela. Igual gestión fue a realizar por Cartagena, Manuel Palacio Fajardo;
ambas fracasaron.
El 29 encuentran
en paz con España y no pueden, con ocasión de la lucha que éste se mantiene con
sus diferentes posesiones, dar ningún paso que comprometa su neutralidad”.de
octubre de 1812, James Monroe, siendo Canciller, sostuvo: “Los Estados Unidos
se En 1813 Manuel García de Sena intentó lograr de las autoridades de
Washington colaboración con Venezuela y Nueva Granada, con el argumento de
tener “no sólo comunes principios ideológicos y sentimentales de filantropía,
sino también el interés bien entendido”. La respuesta fue una bofetada con
guante de nieve: “Estamos en paz con España”.
El 20 de
agosto de 1815, Pedro Gual, en un intento más de diplomacia de altura, escribe
a William Thornton: “nuestros intereses como americanos son los mismos. Vemos a
este país como aun no corrompido por las intrigas de los Gabinetes europeos,
los vemos como hermanos. Declarad al mundo que vosotros abiertamente protegéis
nuestra independencia”. La actitud fue igual de sangre fría a la manifestada en
1813.
Bolívar
escribía con ingenuo dolor en 1815 en la Carta de Jamaica: “¡Cuán frustradas
esperanzas! No sólo los europeos, sino hasta nuestros hermanos del Norte se han
mantenido inmóviles espectadores de esta contienda que por su esencia es la más
justa, y por sus resultados la más bella e importante de cuantas se han
suscitado en los siglos antiguos y modernos”.
Pero la
dirigencia estadounidense está muy clara en sus intereses, que en casi nada
coinciden con los Libertadores de Hispanoamérica. El 3 de marzo de 1817, el
presidente James Madison, consigue del Congreso la aprobación de una nueva ley
de “neutralidad”, que vino a reforzar la más artera conspiración contra la
“contienda más justa” que libraban las huestes bolivarianas. La máscara se
develó cuando corsarios yanquis violaron flagrantemente la tal “neutralidad”,
contrabandeando armas, municiones y bastimentos para el ejército colonialista
español; el gobierno estadounidense acudió presuroso y amenazante a protegerlos
de las justificadas quejas patrióticas.
“El
conflicto no presenta el aspecto de una rebelión o insurrección, sino más bien
el de una guerra civil entre partidos o bandos cuyas fuerzas están equilibradas
y que son mirados sin preferencia”, afirmaba el Mensaje al Congreso del
2-12-1817.
Pero la
verdad histórica persigue a los farsantes: “Cuando el gobierno republicano de
Venezuela dispuso –por decreto del 6 de enero de 1817, publicado incluso en los
Estados Unidos- el bloqueo de Guayana y Angostura, los buques mercantes
norteamericanos hicieron caso omiso y burlaron sistemáticamente el bloqueo. En
ese mismo año fueron capturadas por las fuerzas marítimas de Venezuela las
goletas norteamericanas Tigre y Libertad, cuando llevaban recursos bélicos a
los realistas”.
Este hecho
dio pie a un duelo epistolar de antología. El 20 de agosto de 1818, El
Libertador Simón Bolívar escribe al agente gringo Bautista Irvine: “Si es libre
el comercio de los neutros para suministrar a ambas partes los medios de hacer
guerra, ¿por qué se prohíbe en el Norte? ¿Por qué a la prohibición se le añade
la severidad de la pena, sin ejemplo en los anales de la república del Norte?
¿No es declararse contra los independientes negarles lo que el derecho de
neutralidad les permite exigir?
La
prohibición no debe entenderse sino directamente contra nosotros que éramos los
únicos que necesitábamos protección. Los españoles tenían todo cuanto
necesitaban o podían proveerse en otras partes…Mr. Cobbett ha declarado en su
semanario la parcialidad de los Estados Unidos a favor de la España en nuestra
contienda. Negar a una parte los elementos que no tiene y sin los cuales no
puede sostener su pretensión cuando la contraria abunda en ellos, es lo mismo
que condenarla a que se someta, y en nuestra guerra con España es destinarnos
al suplicio, mandarnos a exterminar”.
Tal fue la
conducta de Estados Unidos con el Gobierno de Venezuela, en momentos que se
preparaba para ir a libertar a nuestros hermanos de la Nueva Granada.
Bolívar,
que es con la pluma tan certero como con la espada, y ante las groseras
insistencias del norteño, descarga su viril patriotismo al agente Irvine:
“protesto a usted que no permitiré que se ultraje ni desprecie el Gobierno y
los derechos de Venezuela. Defendiéndonos contra la España ha desaparecido una
gran parte de nuestra población y el resto que queda ansía por merecer igual
suerte. Lo mismo es para Venezuela combatir contra España que contra el mundo
entero, si todo el mundo la ofende”.
Como se
puede constatar, si hubo un Padre Fundador crucial que defendió hasta lo
indecible el honor y la libertad de nuestras naciones. Este Padre Libertador
previó todos los detalles: desde los mil fusiles con que armó la vanguardia en
el Casanare, hasta la carne con que se alimentaba la tropa; desde el diseño en
secreto del plan “Boyacá”, hasta las instrucciones más minuciosas a sus
subalternos. Así llegó, hace dos siglos, el Presidente de Venezuela desde las
postrimerías del Orinoco a las andinas ondulaciones de Cundinamarca a darle
vida a su sueño. Así nació Colombia.
El suceso
con las goletas Tigre y Libertad, dio luces a Bolívar sobre las verdaderas
intenciones de Estados Unidos. El 25 de mayo de 1820, escribe a José Tomás
Revenga: “Jamás conducta ha sido más infame que la de los norteamericanos con
nosotros: ya ven decidida la suerte de las cosas y con protestas y ofertas,
quien sabe si falsas, nos quieren lisonjear para intimar a los españoles y
hacerles entrar en sus intereses…no nos dejemos alucinar con apariencias vanas;
sepamos bien lo que debemos hacer y lo que debemos parecer”.
Sobre su
otra gran creación, el Congreso de Panamá, le advirtió a Santander el 21 de
octubre de 1825: “No creo que los americanos deban estar en el Congreso del
Istmo. Jamás seré de opinión que los convidemos a nuestros arreglos
americanos”.
El
vicepresidente burló esas instrucciones y se frustró aquel plan genial de
equilibrio geopolítico y emancipación.
La
parcialización antibolivariana de la elite de Estados Unidos, seguía
permitiendo aún en 1826, que los barcos norteamericanos introdujeran
contrabando de armas para los realistas; y Bolívar se lo comunicó el 13 de
junio de ese año a Santander: “yo recomiendo a usted que haga tener la mayor
vigilancia sobre estos (norte) americanos que frecuentan las costas; son
capaces de vender Colombia por un real”.
Pudiéramos
afirmar que, antes que El Libertador vislumbrara esa amenaza para nuestros
pueblos, ya las elites políticas de Estados Unidos tenían claro que debían
combatir -en las sombras- a Bolívar. Los gringos no descuidaron un minuto la
gesta bolivariana, ni menos ahorraron artimañas entorpeciéndola para impedir su
éxito total.
Es uno de
los hallazgos más complicados de mi investigación sobre la Doctrina
Bolivariana. Los Estados Unidos convirtieron en política de Estado al más alto
nivel, los planes encubiertos contra la gesta de Simón Bolívar y sus camaradas.
No en vano se involucraron los secretarios de Estado y los propios presidentes
de aquel peligroso país, haciéndole seguimiento minucioso a nivel continental,
para lo cual inauguraron su sistema de inteligencia integrado por ministros
plenipotenciarios, cónsules y otros funcionarios, comerciantes, y los
infiltrados que lograban captar entre criollos envidiosos y avaros.
Dos
asuntos claves que confrontan la posición gringa al proyecto de Bolívar: la
ambición expansionista de EEUU sobre territorios antes españoles, frente a la
doctrina bolivariana de la independencia y unión; el otro, la abolición de la
esclavitud, frente al interés gringo de mantenerla.
En términos
coloquiales, podríamos afirmar que Estados Unidos dedicó su “batería pesada”
contra Bolívar; nombres como John Quincy Adams, Henry Clay, James Monroe,
Willian Harrison, Joel Poinsett, Willian Tudor, entre otros, todos de la
alcurnia de la nación norteña, aparecen involucrados en la trama dirigida a
hacer fracasar el plan bolivariano, único que garantizaba la verdadera
independencia y fortalecimiento de las nacientes repúblicas latinoamericanas.
Las causas
de ese odio, se pueden leer en parte en la carta de 1827 del agente de EU en España,
Alexander H. Everett: “Difícilmente podría ser la intención de EU alentar el
establecimiento de un despotismo militar en Colombia y Perú, cuyo primer
movimiento sería establecer un puesto de avanzada en la isla de Cuba. Si
Bolívar realiza su proyecto, será casi completamente con la ayuda de las clases
de color; las que naturalmente, bajo esas circunstancias, constituirían las
dominantes del país. Un déspota militar de talento y experiencia al frente de
un ejército de negros no es ciertamente la clase de vecinos que naturalmente
quisiéramos tener”.
Otro de
estos “diplomáticos” con funciones conspirativas, el coronel Willian Henry
Harrison, quien en 1829 era el representante de los Estados Unidos en Bogotá,
fue tan injerencista en los asuntos internos de Colombia, con sus descaradas
intrigas antibolivarianas, que hubo de ser declarado persona no grata; a su
regreso a Washington, lo premiaron con ascenso a general, y luego fue electo
presidente de los Estados Unidos. ¿Cuáles serían esos servicios tan preciados
que había prestado a los gestantes intereses imperialistas? Habría que ahondar
en los preparativos de la “Noche Septembrina” y el “Crimen de Berruecos”.
Ese año de
1829, en Guayaquil respondiendo cartas a sus subalternos y amigos, Bolívar,
angustiado por la situación de ingobernabilidad que acecha las nacientes repúblicas,
le dice a Patricio Campbell el 5 de agosto: “y qué no harán los Estados Unidos
que parecen destinados por la providencia a plagar la América de miseria en
nombre de la libertad…”. Predicción consumada que se ha pretendido borrar de
los archivos.
“Durante
algún tiempo han fermentado en la imaginación de muchos estadistas teóricos los
propósitos flotantes e indigestos de esa Gran Confederación Americana”, decían
en instrucciones que el 27 de mayo de 1823 impartieron a Richard C. Anderson,
ministro de Estados Unidos en Bogotá.
Recordemos
que fue apenas el 8 de marzo de 1822, tras doce años de enviar agentes
diplomáticos y tenaces esfuerzos, que los EU reconocieron la independencia de
Colombia (la original); mientras que Texas fue reconocida al año, y Panamá a
los tres días.
Pero con
nuestras repúblicas soberanas nacidas de la revolución que condujo El
Libertador Simón Bolívar, todavía se dieron el tupé de expresar en carta de
John Quincy Adams al ministro español ante el gobierno de Estados Unidos: “Por
el hecho del reconocimiento, no se ha de entender que hemos de impedir a España
que haga cuanto esté de su parte por restablecer en las colonias el imperio de
su autoridad”.
Espero que
estos apuntes sean útiles al hermano pueblo colombiano, y que alguna mano amiga
los acerque al Presidente Duque, que nunca está demás un esfuerzo adicional por
rescatar la historia más admirable que se haya escrito en todos los tiempos.
Fuente:
http://questiondigital.com/ analisis-historico-de-un- desdichado-trino-del- presidente-ivan-duque/