José Sant Roz
Respetuosamente, distinguido ciudadano, don Luis Fuenmayor Toro, emparentado, entiendo, con el honorable escritor (historiador) venezolano, el señor Juan Bautista Fuenmayor, cuyos trabajos he venido consultado desde hace cincuenta años. La presente, es para tratar un tema que me atañe directamente, pues he sido profesor universitario por casi cuarenta años. Hace poco le vi a usted discurrir con mucha vehemencia, don Luis, sobre nuestras universidades (autónomas, UCV, ULA, LUZ, UDO) en un programa del mediodía en Globovisión. Lo vi que hablaba usted, con mucho dolor, recordando, lo grandiosa que habían sido aquellas memorables universidades (hoy “caídas en desgracia”), que producto de los vientos nuevos que soplan, han perdido aquel garbo y aquella soberbia postura, “creativa” que disimulaba tanto; aquel donaire e inmarcesible don de sabiduría, prácticamente hoy, digo, en mortal declive, pero que para usted llegaron a ser ejemplos de ilustración y sapiencia, de lucha por el progreso, proyectándose institucionalmente por parecer recta y ejemplar, con una plantilla profesoral de los más granado, excelente y formado en el exterior. ¿Pero señor, qué dejaron tras de sí aquellas exquisitas y renombradas notoriedades? ¿Cuál era el ejemplo de país que querían para nosotros, con esos rectores, casi todos adecos o copeyanos? Pues, le puedo responder, distinguido catedrático, que casi NADA. De entrada, le digo, que no fueron unas UNIVERSIDADES CRÍTICAS (tal cual lo plantea Enrique Dussel), muchos menos, unas universidades creativas, con sentido de patria, SOBERANAS o auténticamente honradas. No hicimos matemáticos para la patria. No hicimos físicos ni químicos para liberarnos de los terribles sometimientos que nos imponen las transnacionales, y para hacer una ciencia propia para nuestra liberación. No hicimos Medicina ni Botánica soberanistas, sino que cuanto estudiamos fue en función de los intereses de las grandes farmacéuticas. Acabaron volviéndose esas nuestras gloriosas universidades, elitistas, a las órdenes de las clases altas, de la burguesía y de los negocios estadounidenses o europeos.
A la postre, esas insignes universidades acabaron sólo recibiendo, sobre todo, a estudiantes de los colegios privados (“los mejores preparados”), favoreciendo a las clases altas, en nombre del saber, del conocimiento, de la distinción, mediante una especial selección que llegó a ser hasta racista, hasta denigrante de nuestra condición de venezolanos. Resultando, que los que se prepararon acabaron yéndose en su mayoría, no echaron raíces, no crearon escuelas de formación en ninguna especialidad, eso a ellos para nada les interesaba. Y siempre, nuestras universidades debieron plantearse (pensar en profundidad) que un día nosotros habríamos de despegar en un conocimiento, en un desarrollo que no estuviese sujeto a la imposición de ese Norte Global, y que por lo tanto en algún momento, habríamos de enfrentar un serio encontronazo con sus conflictos y hegemonismos.
Por otro lado, para los que en esencia se enrolaban en esas universidades (UCV, ULA, LUZ, UDO), primaba lo vilmente material, sobre toda la obtención de un título a como diera lugar, y en muchos, casos hacerse con uno que les reportara prestigio y capital. En el caso de los estudiantes de Ciencia, aspiraban a un conocimiento “unidimensional”, a ganar buenos sueldos sobre todo para emplearse en alguna transnacional. Esto se proponía con todo descaro en las propias aulas, ofreciéndoseles que al terminar su formación pudiera salir del país para una especialización, no importándoles a los equipos rectorales para nada la patria quien se los había dado todo. No importándoles, en general, para nada el país. E iban en busca de especializaciones que tuvieran valor para empresas y naciones extranjeras, no para lo nuestro, no para nuestro propio desarrollo (sino para el bolsillo del titulado y para hacer más poderosas las empresas que nos esquilmaban y nos explotaban). Estábamos formando en esencia mercenarios del saber, esquiroles contra nuestra patria.
Y, sobre todo, formándose en un conocimiento que nos hiciera cada vez más dependiente de los eternos ultrajadores y explotadores de Latinoamérica, como lo han sido los fulanos países desarrollados y colonizadores de Occidente.
Puedo decir, que casi todos nuestros científicos, nuestros mejores talentos, acabaron siendo unos desarraigados, unos extraños en nuestro propio país, llegando incluso, por frustración y desesperanza a odiar a nuestra tierra, convirtiéndose (como diría Jorge Luis Borges) en una especie de europeos o gringos EN EL DESTIERRO, y sintiendo profundamente en sus espíritus ese epigrama de que América Latina no existe, de que nuestros países son una MIERDA.
Le digo esto, con todo respeto, porque fui uno de esos becados por el Programa Gran Mariscal de Ayacucho, que salió como casi todos, sin claridad de lo que quería estudiar, porque para eso no existía organización o previsión alguna. Uno salía y después veía en qué se enrolaba, en qué especialidad lo aceptaban. Dando tumbos. Seguramente con alguna vocación, pero sin destino. Un gran porcentaje de los que salían a estudiar al exterior lo hacían para aprovechar una beca en dólares y para ver si la pegaban y se quedaban afuera… Conocí estudiantes que se fueron a perfeccionar en terremotos, en Japón, y que cuando regresaron tuvieron que dedicarse a dar clases de inglés. Otros que se graduaron en Farmacia y terminaron aquí dedicándose al periodismo, en fotografía o filmación. Conocí a un profesor de la Universidad de Carabobo que comenzó a estudiar inglés en Los Ángeles, y se aburrió tanto, que al año no había aprendido ni papa, potando entonces por comprar equipos de línea blanca, un carro y otras virguerías para montar un negocio de venta a crédito, y a los tres años volvió a Venezuela sin haber estudiado nada. Se produjeron en este sentido, miles de fracasos y fiascos, trampas, estafas y robos a la Nación, con todo desparpajo y sin que nadie pagara por ello. Jamás una universidad de las nuestras sancionó a uno solo de estos delincuentes. ¡Nunca! Nuestras universidades jamás dieron ejemplo de probidad, de orden, de justicia, eso que vivían reclamándoles a los gobiernos. Se conocen miles de casos de profesores que, en definitiva, se fueron a vacacionar y no sacaron ningún título (¡Jamás sancionados!); los hubo que se fueron a hacer un doctorado, a todo cuerpo de rey y en llegando al país se jubilaron (muertos de la risa), y lo digo con verdadera indignación. Y sobre los equipos rectorales (REPTORALES) me permito recomendarle mi libro, que puede conseguir hurgando por internet, “Capos de Toga y Birrete”.
Cuando se produjo la horrible estampida, producto de las sanciones, los eternos enemigos de la patria que sacaron sus títulos buenos o malos, sin haberle aportado nada positivo al país, cogieron para EE UU, Chile, Colombia o Ecuador, porque sin dólares no podían respirar. Los más piratas terminaron lavando pisos o limpiando piscinas o platos en Miami. Un verdadero holocausto mental.
Lo peor, doctor, Luis Fuenmayor Toro, fue que muchos de esos talentos, los más preparados, llegados con solemnes títulos del exterior, no sabían qué hacer con sus conocimientos. Por lo general no encontraron un ambiente propicio para desarrollarlos, expandirlos, profundizarlos, comunicarlos. Acabarían volviéndose unas islas en sus terrenos de investigación. Algunos careciendo de las herramientas tecnológicas o científicas necesarias, otros sin encontrar el debido estímulo económico, la financiación (porque la ciencia requiere de mucho dinero); otros sin percibir el suficiente interés del gobierno o de la empresa nacional para apoyarles, teniendo en muchos casos que producir “papers”, investigación, que sólo favoreciese a los países desarrollados, esos que nos explotan, que nos humillan y escarnecen. A la postre, para poder sobrevivir a través de algún financiamiento del CDCHTA, terminaban embanderándose con algún prospecto de carcamán con pedigrí para encaramarse en el Olimpo como rector. Tremendo negocio, pues y en definitiva, acabaron siendo para Estados Unidos y Europa aquel Programa Gran Mariscal de Ayacucho, de la IV República, y realmente, ¡qué pendejo fuimos!